EL HIJO DE LAS OLAS
Publicado en Jun 14, 2009
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EL HIJO DE LAS OLAS
 
Paseando por la playa una mañana,
Odín vio nueve bellas y gigantes olas
que declaró en el acto esposas suyas,
poseyéndolas dormidas en la arena.
 
Las nueve beldades dieron al mundo
un bebé, a quien nutrieron
con la humedad de la tierra,
los rayos solares y la fuerza del amor.
 
El nuevo dios creció tan rápido
que pronto se unió a su padre en Asgard,
mientras otros miraban,
desde el puente construido
con aire, fuego y agua,
el espectro más visible sobre el arco
de los siete colores principales.
 
Era una pasarela que unía Cielo y Tierra
hundiendo sus extremos bajo las raíces
del árbol central del universo,
cerca del cual brotaba un manantial
cuyos enemigos, los gigantes del hielo,
lo usaban para entrar secretamente
a espacios, para ellos, prohibidos.
 
Cuando los dioses buscaron un guardián
de buen carácter, fidedigno y resistente,
pensaron en el hijo de las olas,
con el fin de confiarle tan delicada misión.
 
Éste, día y noche vigiló el sendero
que llevaba hacia el sagrado sitio,
impidiendo llegar a los intrusos
hasta el resguardo de los dioses.
 
Era tan sensible Heimdall
que con todos los sentidos aguzados
oía crecer la hierba en las colinas,
la lana en la piel de las ovejas,
y veía a cien millas de distancia
en días despejados o lluviosos
igual que en las noches tormentosas.
 
Dormía menos que los pájaros
por ser luminiscente y delicado,
y mostraba su dorada dentadura
sobre un corcel de crines amarillas,
mientras cruzaba el luminoso puente
abrazando diferentes mundos.
 
Su palacio podía contemplarse
en el más encumbrado pasadizo,
a donde llegaban las divinidades
que querían agasajarlo
y beber el aguamiel que les brindaba.
 
Todos apreciaban su sabiduría,
y unido al mar por sus enormes madres
los islandeses lo adoraban con agrado.
 
Sin descartar su reluciente espada,
Heimdall tuvo una trompeta mágica
que avisaba a todas las criaturas
el cuándo y dónde de la última batalla.
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