La joven entró a la iglesia,
Con su traje almidonado,
Figura de diosa griega,
Con cabello enrulado.
 
Iba, creo, a confesarse,
El novio, le había robado,
En su descuido de niña,
Un beso y otros milagros.
 
El cura, cuando la vio,
La hizo entrar al confesionario,
El no era un "gran hermano",
Era solo un ser humano.
 
Escucho el febril relato,
Incómodo en su banco,
El calor nacía en sus piernas,
Y lento se iba trepando.
 
El nazareno en la cruz,
El pobre crucificado,
Temía por la niña aquella,
Pero, él estaba clavado.
 
¿Qué podía hacer Jesús?
Si de yeso estaba armado,
En su rostro las espinas,
Ante sus ojos, pecado...
 
El cura se acercó a la niña,
Y seduciéndola despacio,
Dio rienda suelta al placer,
Y a la lujuria al hartazgo.
 
Después le dio indicaciones,
Todo, en secreto guardarlo,
La pobre niña no habló,
O el infierno, se habría ganado.
 
El cura pensó aquella noche,
"Lo mío no fue un pecado,
Ella quiso tener sexo,
Y eso vino aquí buscado".
 
Al otro día entregó,
A militares armados,
Los nombres y direcciones,
De montoneros armados.
 
Uno, el padre de la niña,
Otro, el tío y otro un hermano,
Muerto el perro, no hay rabia.
Un truco, muy bien pensado.
 
Pasó el tiempo...siempre pasa,
Los crímenes de antaño,
Hoy, ven la luz del día,
Y hoy y siempre, son pecados.
 
Quedate tranquilo cura,
No hay porqué estar asustado,
Le dice el joven defensor,
El reconocido abogado.
 
Pero, tartamudea el cura,
Soy inocente, es el diablo,
Quien quiere vernos abatidos,
Quien quiere vernos quebrados.
 
Piden orden en la sala,
Se sienta el juez al estrado...
El cura tiembla en su silla,
Porque el Juez lo está mirando.
 
Y le resulta conocido,
Ese rostro aguzado,
Y ahí, sabe que esta perdido,
Sabe, que al fin, está acabado.
 
El juez que lo juzgará,
Es de la niña, el hermano,
Quien se escapó con suerte,
Cuando estuvo secuestrado.
 
La verdad saldrá a la luz,
Llagará, tarde o temprano.
Sobre el Juez, como otro juez,
Hay un crucifijo dorado.