Era una tarde cálida de Febrero, el viento como siempre, mordía furiosamente las laderas azules de las montañas del Valle del río Pipo.
Atrás, para la señora Blanco, había quedado el recuerdo de las primeras batallas entre su familia y la del caballero de la armadura oxidada.
Sin embargo, una nube en el horizonte trajo un oscuro recuerdo: el robo de sus animales, la violenta amenaza sufrida por Ernesto (su peón) y su apasionada reacción en defensa de su protegido.
Enrique III, era el nombre del caballero de la armadura oxidada, ese día, mientras afilaba su espada, evocaba oscuros recuerdos...dolorosos y vergonzosos. Una mujer, una pequeña mujer, lo había humillado, obligándolo a rogar por su vida. Siempre ocurre esto cuando se es demasiado bueno, pensó, debo ser más rígido, aunque esto cause sufrimiento entre los míos.
Su esposa, lo miraba en silencio, por su mente surcó un lejano recuerdo. Su compañero, su gran amor, cubierto de barro y degradación...él, que siempre pensaba en ellos, él, que daría su vida por cada uno de los que habitaban su hogar.
Primero, fue una descabellada idea, luego algo tal vez posible, más tarde lo vio como un hecho. Sí, estaba decidida...vengaría el honor de su marido. Fue a su habitación, tomó su antiguo arco de caza, y se preparó para la batalla. Nada dijo a nadie, salvo a uno de sus criados...quien lo ayudaría en su valerosa incursión.
En la casa del señor Blanco, todo estaba tranquilo, pero silenciosamente, todos creían que la venganza de Enrique III llegaría, tarde o temprano. Así que, en secreto, todos estaban listos para enfrentar el peligro.
Tal vez fue casualidad, o tal vez fue suerte, pero dicen que la suerte es la preparación para el momento oportuno.
Ernesto fue hasta la orilla del río, en busca de una buena pesca, le encantaban las truchas y en esa época estaban realmente maravillosas. Cuanto se alegró, al comprobar que una se había quedado atrapada en su jaula...se agachó, la recogió y vio horrorizado que una sombra se acercaba por su izquierda peligrosamente.
Trató de ver mejor y lo logró, parecía un hombre común, salvo por las espadas que sostenía en ambas manos. Gritó, seguramente alguien lo ayudaría.
El grito desorientó a su atacante, se paró abruptamente, miró para todos lados, se tomó un instante para pensar mejor...temió una embocada. Ese instante de vacilación fue fatal, cuando trató de darse cuenta, Ernesto lo había traspasado con su espada.
Con lágrimas en los ojos, la señora de Enrique III vio que su ayudante había sido muerto. Con un silbido leve, (como el viento besando las ramas de lenga) la flecha dio en el blanco...Ernesto cayó herido de muerte.  La señora, llegó a la orilla del río casi donde su marido fue obligado a rendirse.
Los gritos de Ernesto alertaron a Bruno, tomó su caballo y como un rayo salto a unos peones que descansaban en el suelo y corrió hasta divisar a su enemigo. La extraña dama, estaba cerca, (a lo lejos, a un lado se divisaba el cuerpo de Ernesto), lo suficiente para atacarla.
La Dama, vio a ese jinete enfurecido, temió por su vida, y retrocedió un paso para escudarse cerca de su casa.
Alfio, al ver salir presuroso a Bruno, tomó su espada y salió corriendo. La dama, ya había retrocedido, así que se posicionó a un lado...tan solo a un paso. En los ojos de Alfio había determinación, no había lugar para duda alguna, además sabía que Bruno cuidaba su posición.
La señora de Don Enrique III, estaba perdida. Miró sus opciones, atacar a un peón que estaba a tiro de arco, pero si hacía eso, su vida correría peligro.
Millones de cosas pasaron por su cabeza, su esposo, a sus espaldas estaba desprotegido, si huía, su esposo sufriría el furioso ataque. En un segundo... decidió su última jugada, moriría peleando.
Atacó al joven Alfio, éste cayó herido...un instante después...Bruno, hizo lo que tenía que hacer...
 
 1. e4 d5 2.exd5 Dxd5 3.Cc3 Dc6 4.Ab5