Primera noche de rico,
primera noche extraña,
los recuerdos del pasado,
en mi mente se agolpaban.
 
El recuerdo de mi huida,
de aquella maligna espada,
el recuerdo de mi amigo,
el que se murió en batalla.
 
¿Que hacer en este castillo,
con innumerables salas,
con almenas silenciosas,
y con mi alma agitada?
 
Decidí irme tan pronto,
omo despuntara el alba,
los caminos y el destino
decidirían mi cruzada.
 
Sobre la mesa extensa,
un crucifijo reinaba,
estaba hecho de oro,
y piedras bellas incrustadas.
 
No toqué aquel crucifijo,
la idea me atemorizaba,
llevar colgando el recuerdo,
de una persona asesinada.
 
Convicciones de un caballero:
luchar a muerte por su amada,
defender con la vida el reino,
expandir la fe cristiana.
 
Dios reirá desde la altura,
me dije, no querrá nada,
no querrá que nos matemos
porque él no gana nada.
 
No obstante sobre la biblia,
juré defender la iglesia del papa,
luchar contra los infieles,
y predicar la santa palabra.
 
No tenía un estandarte,
para marchar a la batalla,
y la armadura y las armas,
eran demasíado pesadas.
 
Me quedé en el castillo,
practiqué hasta que las armas,
se hicieron una extensión,
de mi cuerpo y de mi alma.
 
Contraté un mes más tarde,
alguien ue me acompañara,
era un joven, casi un niño,
el que cargaba mis armas.
 
Un artesano del pueblo,
hizo un diseño de fábula;
mi escudo y mi estandarte
eran color oro y plata.
 
Sobre la plata cimera, lucía,
un penacho rubí claro,
en recuerdo a la nobleza,
a la que yo había salvado.
 
 
Al califato de córdoba,
nos dirigimos muy animados,
debía demostrar que mi valor,
no fue algo improvisado.
 
No oré pidiendole a Dios,
pesé, estará ocupado,
hay tantos que le hacen pedidos,
no oirá a este joven muchacho.
 
Acampamos a dos leguas,
comimos y me encontré soñando:
Como un fantasma maldito,
vi a un moro " La Espada" empuñando.