LOS AMANTES
Publicado en Jan 27, 2009
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Debes volver...
 
            La luz de la madrugada ha comenzado a filtrarse a través de la tela vieja y púrpura de las cortinas que penden sobre el gran ventanal...  Los primeros sonidos, tímidamente distantes, se han echado a rodar por entre las calles, poblando el silencio de pálidos rumores, extraños al murmullo manso y ensordecedor de la habitación.  Ajenos al susurro tibio de aquella respiración, de aquel cuerpo que duerme y palpita contra tu cuerpo: ajenos al deseo.  Este deseo que te lanza contra las paredes, que te embiste jadeante contra las sábanas hasta hacerte gritar en medio de la noche inexorable, llena de secretas obsesiones, sofocada de miedos y culpas que los hacen huir del mundo hasta rincones oscuros, lejos de las miradas de los otros.  Lejos del fulgor de la madrugada.
 
            Bajo el tibio calor de su abrazo, tu cuerpo       ha comenzado el inminente ritual de la separación, deslizándose lento y silencioso entre las sábanas, mientras tu boca se pega contra su pecho desnudo y tu lengua recorre un mar sudoroso de vellos afelpados.  A través de la niebla del sueño, sus labios dejan escapar un gemido de angustiado y delicioso placer a medida que tus manos transitan hacia el férreo calor de sus muslos, hundiéndose en una selva frondosa desde la que surge esa forma dura y rígida que ahora arde entre tus dedos y que acaricias suave, delicadamente, antes de separarte de él, antes de volver a la claridad del día que se avecina como una tormenta de luz y sonido.  Y te vas deslizando hasta la intemperie vacía y helada de la habitación, distanciándote del mundo cálido y acariciador que late bajo las sábanas.  Hasta que por fin tu cuerpo se yergue, desnudo y desamparado, en toda su extensión: se dilata, se estira como si quisiera acoger, en un desmesurado abrazo, el despertar lento y murmurante de la implacable mañana que ha llegado a romper esa mutua intimidad.
 
            Debes volver...
 
            Poco a poco te deshaces de la modorra y comienzas a vestirte.  El roce de la ropa contra la piel provoca susurros cargados de voluptuosas agitaciones que van penetrando el sopor mudo y denso de la habitación.  Tus manos van calzando cada prenda a los espacios desiertos de tu cuerpo hasta cubrirlos definitivamente.  Tus ojos repasan minuciosamente la figura alta y tosca que proyectas en el espejo del armario.  Acomodas cada pliegue de tu cabello y de tu ropa con meticulosa serenidad y, con estudiada calma, empuñas el mango suave y rígido del último vestigio de tu presencia en aquel cuarto.  Entonces, antes de volver a la claridad rumorosa del mundo, tus ojos recorren por última vez el cuerpo robusto y dormido que yace sobre la cama: la musculosa tersura de ese pecho desnudo, la boca carnosa y entreabierta que deja escapar un bramido áspero y jadeante, la abultada corpulencia de sus piernas que se dibujan bajo las sábanas blancas, coronadas por el bulto poderoso y protuberante que forma su sexo.  En un impulso final vuelves a acercarte a él, vuelves a acariciarlo con suave cautela, a besar sus labios gruesos, llenos de silencio y entrecortados suspiros.  Y sales a la calle.  Sales a la realidad.  Hacia la nebulosa mañana que ruge y espera.
 
            Debes volver...
 
            A través del helado laberinto de niebla y calles tu mirada alcanza a divisar las luces ahogadas y fantasmales de un colectivo.  En el leve instante en que una de tus manos lo detiene para iniciar el regreso al mundo irreal y distante de la rutina, tus ojos consiguen cerrarse a las cosas que te rodean y recorrer el tibio recuerdo de aquella habitación, de todas esas habitaciones: de su cuerpo.  Abres los ojos.  El vehículo se ha detenido a tu lado con un ronroneo de tétrica espera.  Subes.  Subes y te hundes en una maraña de arterias, árboles y gente que retroceden y se alejan en un torbellino de velocidad casi murmurante.  Te hundes y corres hacia el final de ese cálido recuerdo, hacia el final de esa deliciosa magia que se rompe cada vez más al acercarte, al volver.  La magia secreta y oscura que se diluye, que se derrumba inexorablemente cuando el vehículo se detiene en aquella esquina.  Cuando una de tus manos empuja la portezuela y baja del auto mientras que la otra empuña el mango pétreo y suave del maletín.  Cuando al acercarte los ves allí, esperando en la puerta.  Cuando corren a tu encuentro contentos, risueños, pequeños, y se abrazan a tu cuello llenando tu cara de besos y sonrisas.  Cuando la ves, hermosa y perfecta, apoyada en el marco de la puerta, cuando toma tu maletín y te besa dulcemente en la boca, mientras tratas de retener el recuerdo de aquel cuerpo, de aquella boca y de aquellos brazos que te encienden con su virilidad, que te llaman, que siempre te esperan en alguna oscura habitación para amarte.
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Foto del autor Horacio Lobos Luna
Textos Publicados: 50
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Descripción

Cuento de piel

Palabras Clave: cuento amantes erotismo literatura lobosluna

Categoría: Cuentos & Historias

Subcategoría: Relatos


Enlace: http://lobosluna.blogspot.com/


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