El Real Madrid de barrio
Publicado en Jul 12, 2010
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   Antes de formarse el equipo, los niños fueron a probar sus dotes gambeteros a la única playa reservada y libre para la población. Incontables frentes concesionados de la costa se alargaban gratuitamente por los hoteles que emergían todos los años a  lo largo de la bahía sin respetar las normas de construcción. Por supuesto, con  ayuda de los encargados de vigilarlas, lo cuales se hacían de "la vista gorda" por una ayudadita  económica.
 •-          Cómo le hacemos para resolver este pequeño problema de la zona federal, usted sabe que nuestros negritos nunca van a reclamar nada; por otra parte, ni conocen el reglamento de construcción, ni hasta donde llegan la línea de  concesión. Apenas saben leer y escribir. Paisano, aproveche su posición. ¿A poco le pagan lo suficiente en el Municipio?
•-          No pues, pero usted sabe que, si recibimos algo para los¨ chescos¨,  tenemos que repartir algunos a nuestro jefe para que  su servidor no tenga  ningún problema.
•-          De cuántas cajas estamos hablando para seguir con el desarrollo turístico del puerto.
•-          Pues, póngale usted precio, pero eso sí, tiene que ser en efectivo, no se aceptan cheques, ni cajas de refrescos.
•-          Ja, ja, ja... En tres días recibirá algunos cartones de cerveza, naturalmente, sin cervezas...

 Desconociendo esos tratos turbios, el pequeño grupo de cinco chicos y una portera, repentinamente, creció a veinte. Naturalmente, todos querían ser titulares del nuevo equipo futbolero. Varios de ellos, salían con las rodillas como tomate molido después de cada entrenamiento, dejando células muertas de piel en la arena, debido a las grandes barridas, con la intención de permitir  pasar  la pelota,  pero no al contrario que, herido de sus pantorrillas mostraban  un color blanco sobre la raspada. Se desconocía a primera vista la gravedad de esta lesión, pues algunas veces el golpe había alcanzado el hueso, o simplemente era la piel desgarrada que todavía no empezaba a sangrar. Otros perdieron algún diente de leche medio suelto, el cual sólo necesitaba un codazo de auxilio para desprenderse de las encías que inmediatamente sangraban copiosamente. Los lesionados que no lloraban, corrían hacia el mar que todavía no estaba contaminado por las corrientes de los ríos que desembocan en la bahía para hacer gárgaras, lavarse las rodillas y pantorrillas ensangrentadas con el agua salada, la cual servía como desinfectante; por supuesto, que nadie había recibido la vacuna contra el tétano. Los heridos graves, eran llevados a emergencia para ser curados a escondidas por los practicantes de unas de las pocas clínicas privadas que tenía el puerto. Ellos iban vestidos con batas blancas y en honor a ellos, que los curaban sin ningún costo, el director técnico nombró al equipo¨ El  Real Madrid¨.
 
    ¨La marimacha¨, la única niña del equipo era toda una pantera negra, se lanzaba  a todo lo largo de la portería para tapar toda clase de pelotazo. Por su agilidad felina era muy difícil anotarle.  Pero la liga infantil de fútbol tenía sus reglas, prohibiendo en uno de sus estatutos, la participación del sexo contrario. Saliendo con su primera ficha oficial de futbolistas, debieron estar felices;  sin embargo,  no lo estaban. Se sentían unos niños desprotegidos por la falta de ¨una madre protectora¨, quien les pudiera cuidar las espaldas.
 
•-          Una vez le dije al entrenador que no pusiera de portera a mi hermana, hasta me amenazó  de que yo no iba a jugar en el equipo por envidioso. Siempre supe que mi hermana no podía jugar en la Liga, ya me lo habían dicho mis amigos que juegan en otros equipos. ¿Ahora, qué vamos hacer?, ninguno de nosotros sabe¨ porterear¨.

•-          Ya párale Augusto. Magdalena es una gran portera, de eso no tenemos ninguna duda, y todos estamos contentos con ella, hasta tú ya le aplaudes cuando desvía los disparos que parecen imparables, echándose sus figuritas. Además, el entrenador ya dijo que iba a poner de portero a uno de nosotros.

•-          ¡Algunos de nosotros¡, yo mejor no juego y ahí muere, ya que si pone otro portero, nos van a golear.

•-          Ya ves, cómo te contradices...
 
     Augusto tuvo toda la razón y,  en los cuatro primeros encuentros de la competencia, recibieron  la misma suma de goles en cada uno de esos partidos. Eran tremendas golizas, qué los equipos contrarios les adjudicaron el sobrenombre de "los trapeadores blancos". Y no era  solamente porque no tenían un buen portero,  sino que alguno de los defensores se quedó con la boca abierta cuando vio  en el cielo pasar un avión en unos de los partidos y, por ese descuido, el equipo contrario entró  volando para que la pelota hiciera un aterrizaje perfecto detrás de su portería. Cuando se escuchó el pitazo del final del juego, el despistado fue rodeado por diez compañeros, recibiendo toda clase de groserías por parte de todo ellos y de la única "fan" del equipo.  Algunos de ellos pidieron al entrenador, que lo enviara a calentar la banca en la única sombra que daba un hermoso árbol de mango.
 
    El portero se  distinguía por los colores llamativos de su uniforme. Su mamá, quien también era costurera, había hecho un  diseño original de todas las telas sobrantes.  Parecía un loro loco pintado de rojo, amarillo y verde fosforescente, y los otros una mancha blanca persiguiendo a un balón, dejando con sus zapatos el desorden total, producidas por  sus huellas de puntitos hundidos en la superficie del campo. No se distinguía la defensa de la media cancha, muchos menos los futuros goleadores. Por correr de vuelta-ida-vuelta toda la cancha, salían con dolores fuertes en el vientre. Su pequeño corazón latiendo fuertemente, golpeaba sus gargantas, o vomitaban el  desayuno por el esfuerzo realizado.
 
•-          Ya ni la amuelas Chuchito, cómo te pones a mirar el  avión cuando ellos tenían el balón en su posición,  a mí ya casi se me salen  las tripas de tanto correr.

•-          Pero la bola estaba casi en la media cancha. Yo nunca pensé que ese chaparro la tocaría tan larga y llegara hasta a un delantero de ellos.

•-          Ya déjenlo tranquilo, seguramente quiso analizar el vuelo del avión - dijo alguien del equipo.

•-          Si pues, ya sabemos que siempre anda echando la baba por todo, pero también, reconozcamos que ¨somos maletas¨. Falta coordinación entre nosotros, así no los ha dicho el entrenador.

•-          Yo creo que con el tiempo van a mejorar, pues ya no me extrañan en la portería y hoy no los  golearon, gracias  al portero que se está poniendo las pilas.

•-           Pero salí con todas las nalgas raspadas. Espero que mi hermano no me regañe. Ya me llamó la atención por los dos dedos que me fracturé el otro día cuando fui a entrenar a la playa.

•-          Llegando a casa, échate sólo alcohol para que no se te infecten las raspadas.
•-          Es mejor el limón para las heridas. Yo creo que voy hablar con el entrenador para pedirle que me compre un calzón que tenga protecciones en las nalgas, porque este que traigo no me protege nada.

•-          Ya que andas de mariquita, pues pídele también rodilleras, quien quite y te de  todo lo que le pidas.

•-          No es mala idea,  Magdalena...
 
     El pájaro loco de Pepito, sintiendo  vergüenza por la torpeza de su falta de cancha entre los tres postes, y sobre todo por los diez y seis goles en contra de esos cuatro primeros partidos. Por su orgullo herido natural de destacar, se fue a entrenar solo a la playa, jugando con chicos mayores a su edad, que pateaban la pelota con más potencia, ocasionándole las dos primeras fracturas en sus pequeños dedos, los cuales no fueron tratados debidamente por su hermano mayor. Sin anestesia, estos fueron estirados, mientras él mordía sólo dos palitos de paletas para soportar el dolor, después fueron  retirados de la boca del llorón y reciclados para sujetar fuertemente con ellos y una cinta negra de aislar los ligamentos y huesos fracturados.
 
     Naturalmente los dedos quedaron deformes, y ¨ni tardes ni perezosos¨, sus compañeros le pusieron el sobrenombre del perico volador con garfios.  Pero con el tiempo llegó a ser el ídolo del grupo, ya que gracias a  su esfuerzo de superación y auto-disciplina hizo olvidar la presencia de ¨la madre protectora de los marcos¨. Además, no sólo aprendió los secretos para achicar los espacios, sino comenzó a platicar con los turistas curiosos que lo veían hacer piruetas para atrapar los diferentes tiros penales. Ellos quedaban deslumbrados por la elasticidad de este ¨mexican curioms¨ que desde su guarida empezaba a dirigir a sus compañeros con algunas palabras en inglés, gritándoles: ten cuidado ¨broder¨ cuando defensas despistados se quedaban comiendo moscas  nuevamente.
 
    El equipo del Real Madrid fue ganando los partidos por el entrenamiento metódico practicado por el entrenador y la  confianza de un buen portero. Por otro lado, tenían prohibido jugar ¨pachanguitas¨ en la calle, ya que la mayoría de ellos jugaban sin tenis. A consecuencia del calor, sus pies descalzos se ponían al rojo vivo, e inmediatamente salían ampollas de sangre; por consiguiente, algunos de ellos no podían participar en el juego del fin de semana. Esto se volvía un problema para el técnico cuando tenía que hacer uso de los defensas con menor talento, quienes esperaban pacientemente calentando la banca el llamado de su entrenador. Esos partidos eran de suspenso porque, aunque los delanteros del Real Madrid anotaban varios goles, los contrarios metían más que ellos, perdiéndose puntos importantes en el primer año de competencia, los cuales faltaron para llegar a ser líderes de la Liga Infantil. En los siguientes torneos no hubo ningún equipo que pudiera con ellos, saliendo   invictos y campeones durante un par de años, hasta que el equipo  se desintegró  por diversos problemas sociales...
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Foto del autor Carlos Campos Serna
Textos Publicados: 361
Miembro desde: Apr 11, 2009
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Descripción

La historia de un equipo de ftbol callejero. Del libro "El secreto va con la muerte".

Palabras Clave: Espaa Holanda Alemania Uruguay

Categoría: Cuentos & Historias

Subcategoría: Personales


Creditos: Carlos Campos Serna

Derechos de Autor: Carlos Campos Serna


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