Cuando caen las hojas.
Publicado en Jul 04, 2010
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Cuando caen las hojas.
Caranndor
Mi niñez, son los recuerdos que aun ocupan un lugar en mi memoria, el aroma de los árboles al atardecer, en viento soplando en mi cara mientras miraba las verdes hojas de las parras. No había ruido de autos que entorpecieran el sueño, no había mas humo que el de la leña ardiendo en el fogón, aun recuerdo el pan, aún humeante, al momento en que era sacado desde un rustico horno de barro por mi madre.
Los helados amaneceres y el sol asomándose entre las blancas cordilleras. El mediodía, la hora del almuerzo, sentados en la enorme mesa que albergaba a mi familia, el atardecer nuevamente a mirar las verdes hojas de las parras sacudidas por el viento…
 
José Alejandro Flores González, mi padre, Marta Rosa mi madre, al menos su nombre al momento de ser bautizada, Ernestina Troncoso Toro, su nombre ante la ley.
Mis hermanos; Alejandro Ulises, Juan Enrique, Marisol del Carmen, José Gabriel, Elson Haroldo, Dagoberto Enrique.
Mi casa, la de mis padres esta ubicada a casi cincuenta kilómetros de Parral, mi vecino mas cercano vivía a casi un kilómetro, la posta y escuela mas cercana estaba a cuatro kilómetros, el doctor mas cercano, a cincuenta kilómetros.
Mi vida empieza un tres de noviembre de mil novecientos setenta y siete en una localidad rural llamada Torreón, ubicado en la comuna de retiro. Al momento en que nací, no hubo doctor ni hospital, sólo una tía y mi abuela materna para cortar mi cordón, fue así como llegué a éste mundo, yo Carlos Iván Flores Troncoso.
Según cuentan, la ambulancia llegó cuando yo tenía tres horas de nacido.
Mis primeros recuerdos empiezan en el verano de mil novecientos ochenta y uno, regresaba la abuela Ernestina luego de vivir cuatro años junto a su hija mayor, Irma del Carmen.
Mi abuela regresó trayendo consigo una vieja maleta, sus otras pertenencias las fue a buscar luego mi padre, cosas de casa que no vale la pena nombrar.
El afecto para con élla fue mutuo, me pasaba días enteros en su compañía, escuchando sus historias, siendo el oído para sus penas y el pañuelo que secaba las lágrimas.
Al cumplir cinco años, recuerdo la ví llorar, ¿que le pasa?-le pregunté.
Con los ojos enrojecidos me dijo:-si pudiera regresar el tiempo y remediar mis errores seria algo que me daría un gran consuelo. Yo me fui de esta mi casa en el año mil novecientos setenta y nueve, dejando mis raíces y mi tierra para vivir con Irma, luego que élla me convenciera de hacerle un contrato de venta de éste el terreno que debía ser para todas mis hijas. Yo sin darme cuenta me dejé llevar por la cizaña de sus palabras, y cuando me di cuenta era demasiado tarde, había vendido esta casa, la tierra y todo lo que había sobre ella, sin siquiera recibir un centavo. Al principio las palabras de Irma eran dulces, algunas tales como nadie la va a querer tanto como la quiero ya mamita, le voy a preparar todos los días lo mas rico que se imagine, pero luego de firmar sobre el papel, sus palabras se volvieron muy distintas, sólo me atendió un par de meses para luego empezar a tratarme como una verdadera basura, inclusive me encerraba bajo llave cuando llegaban visitas. Mi yerno, el maldito de mi yerno me golpeaba, inclusive con los puños. Mi vida junto a élla, fueron años de sufrimiento, hasta que dios se compadeció o perdonó mi error. Una tarde, llegó Manuel Domínguez, un sobrino de Ramón, fue a través de él que pude mandar un mensaje a Marta, para que por favor me perdonara, y que me llevara a la que un día fue mi casa, cada noche pedía a dios que aun una de mis hijas se acordara que la parí, no podía pedirle cariño, sólo le pedía cobijo.
En un trozo de genero hacia una nudo por cada día que había pasado desde que había enviado mi mensaje, tantos nudos como había sobre la tela era las veces que había pedido a Dios para que Marta me perdonara y fuera a buscarme.
Gracias a Dios Marta llegó un día viernes, luego de bajarse de la micro debió caminar más de cuatro kilómetros para llegar a la casa donde me tenían prisionera, yo escondía mi temor y vergüenza al no mirarla a la cara, sólo tuve el valor para abrazarla y llorar junto a ella, con mi cara apoyada en su hombro, y mi cuerpo entre sus brazos, daba gracias a Dios por haberme dado una hija que aun recordaba lo que era el amor. Gracias hija-le dije-no creo que me quede la suficiente vida para agradecerte que hayas venido a buscarme. Aquella mañana me trataron como una verdadera reina, incluso le decían a Marta que yo estaba loca.
A la hora de partir a tomar la micro, debí caminar junto Marta toda la distancia que nos separaba del camino, para ese entonces yo tenia setenta y seis años-me dijo, y luego de secar sus lagrimas continuó.-No habíamos caminado un kilómetro cuando salio Ramón a nuestro encuentro, con el ramal en la mano, puso su caballo por delante de nosotras, Marta se puso delante de mí y le dijo que se atreviera a tocarme o tocarle un pelo porque se las tendría que ver con Alejo.
Vieja loca-me gritó el cobarde-eres una vieja mal agradecida, ¿cuanto tiempo te dimos comida?, ¿cuanto tiempo te tuvimos en nuestra casa?, cuanto… “cuantas veces me pegaste maldito”-le replique enseguida-cuantas veces me amenazaste que me ibas a botar al campo, si le contaba a alguien como me trataban.
Son puras mentiras Marta-dijo el cobarde y luego dio media vuelta y regreso a la casa, Marta me abrazo y luego de llorar un rato seguimos caminando, mis piernas, aquella tarde sacaron fuerzas de flaqueza, hasta que llegamos al camino para esperar allí la micro, nos sentamos bajo la sombra de un membrillo por casi dos horas a la orilla del camino, hora en que pasó la micro, aún recuerdo la hora en que llegué aquí, a la casa, eran las seis y media de la tarde y desde entonces es que me siento nuevamente viva. Mijito-dijo luego-la cama y la oveja negra que me dio la tía Zulita, cuando yo muera serán para usted.
Al escuchar sus palabras recordé como Dagoberto y yo corrimos para llegar luego al camino y encontrarnos con mamá y la mamita Ernestina como a partir del día en que llegó la llamábamos.
Mi niñez no fué de riqueza, pero ésta era compensada por el cariño de la mamá, el vaso de leche al desayuno o la once no era tal, simplemente era reemplazada por una taza de té, toda la leche que yo tomaba, eran los grumos que nadaban en la taza del papá.
Yo era el encargado de preparar la leche a papá, mejor dicho yo me ofrecía a prepararla, ya que el doctor le había recomendado que debía tomar leche debido a una ulcera estomacal que él tenia. Al momento de prepararla, yo a los cinco y algo años, ya sabia que si le echaba el agua un poco mas que tibia quedarían mas grumos, y mientras mas, mejor para mí.
José Alejandro como se llamaba mi padre, tanto tiempo estaba en el hospital como conmigo, mi madre y mis hermanos en la casa. Cada tratamiento que le daban él lo hacia a medias, el doctor le decía que no debía beber alcohol, pero haciendo el vino en la misma casa la tentación era demasiado grande. No sé si bebía para olvidar los problemas o simplemente porque no sabia decir que no a los amigos.
Lo que se cultivaba en el campo era mayoritariamente trigo, fué en el mes de enero de mil novecientos ochenta y tres, el año de la peor cosecha que recuerdo, el papá había sembrado cuatro hectáreas, pero al momento de la cosecha todo lo que obtuvo fueron siete sacos de trigo, con los cuales deberíamos pasar un año completo, hasta la siguiente cosecha, ello debía alcanzar para el pan y para los pollos.
En marzo del siguiente año fue mi primer día de escuela, debimos caminar con mi hermano Dagoberto cuatro kilómetros para llegar a ésta, inclusive llegamos cinco minutos tarde, pero por ser el primer día nos dejaron entrar sin problemas.
Mi primera tarea fue pintar figuras geométricas, era mi primera tarea para la casa, en la noche y bajo la luz de una lámpara a parafina empecé a colorear las figuras, el circulo debía ser verde, y el rectángulo azul, pero iluminado con una lámpara a parafina no pude distinguir bien los colores, y pinté ambas figuras iguales, al siguiente día y bajo la luz del sol fui el hazmerreír de mis compañeros.
Llegó el primero de mayo de mil novecientos ochenta y cuatro, uno de los días más amargos para mí. Al entrar a la gran pieza de la mamita Ernestina pude darme cuenta que la vela que la alumbraba se encontraba sobre el velador aun encendida, al acercarnos mi mamá y yo, fue élla la que descubrió la dolorosa verdad, la mamita Ernestina había muerto.
Yo entre lágrimas pedía a Dios que la resucitara, pero dicha petición no fue tal, mis lagrimas no eran porque hubiera muerto, sino porque no la volvería a ver nunca más, Dios mío-decía para mí-no quiero su cama, no quiero su oveja negra, no quiero nada, si no la volveré a ver a élla.
Luego de un rato me acerqué lentamente a la mesa del comedor donde la estaban velando, estaba cubierta con una sabana blanca y unas flores alrededor, no podía sentir su aliento, no escuchaba sus palabras, sólo percibía su quietud.
Entré una y mil veces, pero verla cubierta por la sabana corría nuevamente hacia el patio, era un día nublado, en el que estuve un largo rato sentado en un carro que había bajo unas acacias, hasta que llego Julio, mi primo cinco meses mayor y desde ese momento sentí un alivio a mi pena, ya que nos entretuvimos jugando.
Como a las una de la tarde del mismo día llegó una mujer extraña para mí, la ví como lloraba junto a una ventana, sosteniendo un rosario entre sus manos, luego secaba sus lágrimas con un pañuelo, era la tía Irma.
La mamita Ernestina había dicho que no quería que élla fuera a su velorio, que nadie le avisara, por todo lo que la había hecho sufrir, pero mi mamá no fue capaz de negarle el derecho de despedirse de su madre, aunque fuera cuando se encontraba descansando sobre una mesa y cubierta por una sábana, y mas tarde encerrada en un ataúd.
Mi mamá ni yo, fuimos a despedir a la mamita Ernestina al cementerio, la última vez que la vimos fue cuando pusieron su ataúd junto a un gran maitén, el que ya se encontraba sin vida, lugar en el cual dejaron una cruz con su nombre.
Luego de su partida en una carroza celeste, yo me fui a un corredor que había en el lado norte de la casa y me senté junto a un poste, sentía cuan fuerte era el viento norte que chocaba contra mi cara, entonces las palabras que élla me dijo un día empezaron a dar una y mil vueltas dentro de mi cabeza: ¡Marta no quiero que le dejes ni una sola tabla en esta pieza!, la oveja que me dio Zuli y mi cama quiero que sean para Carlitos, Marta no le avises a Irma cuando yo me muera, Marta perdóname por haberle firmado ese contrato de venta y dejarle toda a ella y a ti y tus hermanas nada, mijito búsqueme los lentes. Todas esas palabras dieron una y mil vueltas en mi cabeza, durante casi una hora, en la que estuve tan triste porque era la última vez que le había dicho adiós a mi abuela, era la ultima vez que le diría adiós mamita Ernestina.
Mi vida en la escuela era un constante ir y venir, los días del invierno en los que arreciaban las lluvias, no había micro para regresar a casa, motivo por el cual debía caminar los cuatro kilómetros que separaban la escuela de mi hogar, llegaba cada noche después de las siete de la tarde, las únicas luces que iluminaban el camino eran las estrellas, cuando no se encontraban ocultas tras las nubes. Mi lento caminar me llevaba casi dos horas en recorrer dicha distancia, increíblemente no sentía temor. Algunas noches al llegar a un canal que existe en el camino, escuchaba el ruido que hacían los ratones entre las matas de mora, pero me contentaba porque solo unos pasos más adelante me esperaban.
Sólo debía cruzar un pequeño puente, para llegar donde había una compañera esperándome, de vez en cuando el crujir de las ramas de las moras hacia que los pelos de mi espalda se erizaran, pero de pronto todo el miedo que sentía, desaparecía en un abrir y cerrar de ojos, ya que pensaba que mi gata lucharía contra quien se cruzara en mi camino, Mariposa-le decía- y élla me respondía con un suave ronroneo, había noches tan obscuras que no alcanzaba a ver mis manos.
Al llegar a mi casa, sabia que esperaba una taza de te bien caliente con un trozo de pan, sólo con un trozo de pan, además de un fuerte abrazo de mamá.
Fue así como llego el verano de mil novecientos ochenta y cinco, nos reunimos en nuestra casa, la abuela Elvia, la tía Delfina y sus hijos, era el día de la trilla, fue ahí mi primer beso, en un granero, me encontraba junto a Dagoberto, mi hermano, Julio, mi primo y Myriam la hermana de Julio, fue élla quien me dio el primer beso, el primer beso de mi infancia. Al sentir su tibia y húmeda lengua entre mis labios, no lo puedo negar, sentí un gran asco, pero al ver a Dagoberto como la besaba lo repetimos nuevamente.
Pocos días después fue la trilla del abuelo José, nuevamente un evento familiar, era en la tarde, y los adultos habían terminado su trabajo. Yo vestía un pantalón corto, y como todo niño inquieto me seguí balanceando de la parte de atrás del carro del abuelo, cuando de pronto se vino sobre mi, enterrando un perno de mas de cinco centímetros, en el muslo de mi pierna derecha, para el momento en que Marisol quien se encontraba de visita levantó el carro, saltó un gran chorro de sangre desde mi pierna, yo por mi parte no derramé ni una sola lágrima.
Corrieron todos para ver que me había sucedido, recuerdo a mi padre en particular quien iba con el cinturón en sus manos dispuesto a azotarme con el, pero afortunadamente estaba la mamita Elvia, quien luego de darle una fiera mirada, hizo que el papá desistiera de sus ganas de golpearme.
Yo, no podía caminar, y ya era la hora de regresar a nuestra casa, cuando de pronto apareció el abuelo José con una escalera chica, le pusieron unas frazadas, estaba listo mi trasporte, tomaron la escalera entre cuatro y partimos, don Alejandro Vergara quien también estaba en la trilla, era conocido por lo desordenado, es más le decían el carne amarga, al ver que venia un caballero a caballo me dijo: al cierre los ojos mijito, y empezó a rezar, el caballo de quien se acercaba se asustó y casi bota a su jinete, provocando luego grandes carcajadas entre quienes me llevaban, quedando al descubierto la mentira sobre mi muerte.
Como de costumbre no hubo doctor, solamente los cuidados de mi mamá y los remedios del botiquín de la mamita Elvia hasta sanar completamente.
Durante ese verano fueron unos familiares de visita, eran unos tíos lejanos que iban desde Santiago, yo particularmente los esperaba ansioso, a pesar de no conocerlos. Ellos al llegar en sus autos, junto a sus hijos regalones y bastante mal criados, no podía dejar de sentirme cual pollo ha entrado a un corral de patos, ya que cada tarde en que íbamos a bañarnos al estero cercano a mi casa, ellos con sus trajes de baño y yo con unos calzoncillos viejos.
Cuando regresábamos a la casa luego de bañarnos, el tío Nano, tomaba la guitarra y caminábamos todos a la parva de paja, para cantar, contar chistes y reír.
No podíamos estar mucho tiempo en dicho lugar, ya que los zancudos nos obligaban a regresar a la casa. Luego que se fueron, el tío Nano se convirtió en uno de mis tíos favoritos, porque nos hacia reír, y repartía dulces a todo mundo.
Durante el año de escuela del presente, mis notas mejoraron bastante y obtuve el tercer lugar entre mis compañeros de curso, a la vez que fui elegido mejor compañero, el profesor nos compró un regalo, al primer lugar que lo obtuvo Julio, mi primo y al mejor compañero que fui yo.
En un pequeño papel de regalo se escondían los presentes, al romper el papel pudimos descubrir que ambos regalos era iguales, un jeep plástico para cada uno de nosotros, para que jueguen los primos dijo el señor Martínez, como le decíamos a nuestro profesor.
Llegó el año nuevo de mil novecientos ochenta y seis, ese verano también fue el tío Nano y los otros familiares, el verano pasó sin contratiempos hasta que llegó marzo, nuevamente a la escuela,  como de costumbre yo salía a las diez y media de la mañana para llegar a la hora en que daban el almuerzo en la escuela, en junio de ese año nos encontrábamos junto al brasero, riéndonos de cuanta tontera nos acordábamos, era viernes, cuando de pronto un golpe en la puerta, era Pepe como le decíamos al mayor de mis primos, por parte de mi papá.
Nos venia a avisar que el abuelo José había muerto, aun recuerdo aquel momento y desde entonces quedó marcado con fuego en mi mente, si tengo un momento de mucha felicidad, creo que este será seguido por un momento de gran amargura.
Mi hermana Marisol, la única mujer entre nosotros regresó de Santiago para acompañar a nuestra abuela que había quedado sola, pero la compañía para mi abuela no duró mucho, ya que sus continuas rabietas hicieron que Marisol regresara a Santiago antes del fin de año.
Durante todo ese año la mamá estuvo complicada de salud, viajó a Santiago a ver doctor, la tendrían que operar, esperó la llegada del año nuevo, la llegada de mil novecientos ochenta y siete, luego de la llegada del nuevo año ella debió partir a operarse a Santiago.
Yo a pesar de ser el menor era el único que sabía cocinar, por lo que obviamente quedé como cocinero, La mamá ese año había criado mas de veinte gansos, y mis hermanos me ordenaban que les cocinara uno, el que fuera el menor no significaba que fuera el más estúpido, yo había visto todo el trabajo que tenia matar, pelar y cocinar un ganso, por lo que invente que los había visto comiendo manzanillón, una hierba muy amarga, y por ende, ellos también lo debían estar, fue la mejor idea para que no me insistiesen en cocinarles un ganso nuevamente. El pan lo hacia cada dos o tres días una tía, la tía Tila, el lavado ni pensar, cada dos o tres semanas mis hermanos mayores lavaban sabanas y cuanta ropa sucia se juntaba.
Cuando se nos acababa el pan hacíamos sopaipillas, ya que eso si lo sabía hacer, pero la primera vez que hice me olvidé echarle manteca a la masa, por lo que quedaron como morder un fierro, pero mojadas en el jugo de los tomates las comimos igual.
Pasaron dos semanas, llegó una carta de mamá, la que decía que estaba bien y que esperaba la operaran pronto. Desde la llegada de aquella carta, los días se empezaron a ser más largos, me sentía como un árbol cuando desde sus ramas van cayendo las hojas, Ulises mi hermano mayor me molestaba que si no cocinaba bien, simplemente me comerían, yo me esmeraba cada día un poco más, pero cada día iban en aumento las que yo asumía eran amenazas, una tarde lo ví que afilaba un cuchillo, sé que él me vio, inclusive tomó el cuchillo y lo deslizo por uno de los cayos de sus manos, luego tomó el trocillo que había cortado y lo tiro al suelo, yo al verlo caer imaginaba tan afilada hoja en mi garganta al igual como lo hacían con los corderos.
En el patio había una vieja tinaja, yo me escondí adentro de ella y me puse a llorar, no recuerdo cuanto rato, solamente recuerdo cuando desperté, con los ojos hinchados de tanto llanto, salí y en silencio pude ver que mi papa y todos mis hermanos dormían la siesta, tomé una caja de fósforos y me fui a la cocina, abrí la caja de leche en polvo de la que tomaba mi papá, encendí el fuego, recogí unos huevos y luego empecé a preparar un postre, la cocina era tan calurosa que el sudor me corría por la frente, es mas tenía todo el pelo mojado por éste, cuando despertaron mi papá y mis hermanos les tenia “leche nevada”.
Lleve la leche nevada a la pieza del comedor y les dije: les preparé este postre, para que me perdonen la vida y no me coman. Haroldo, que yo supuse me había visto cocinando, pasó la mano por mi cabeza y me dijo: no les hagas caso guatón, lo hacen sólo para molestarte, porque si te comen ninguno de nosotros sabe cocinar. Aquellas palabras fueron un gran alivio para mí, y desde ese momento estuve un poco mas tranquilo.
Soñé varias veces con mis manos y pies atados y un hombre con la cara cubierta acercándose a donde yo me encontraba atado de pies y manos, el hombre con el rostro cubierto llevaba un gran cuchillo entre sus manos.
Aun, cuando nos reunimos Ulises recuerda sus palabras como una gran humorada, yo en cambio las recuerdo como la mayor estupidez de un hombre que dice ser inteligente. Me pregunto ¿que diría el, si a sus hijas le dijeran tamaña estupidez?
Una tarde de febrero, llegó una vecina, ya ni recuerdo su nombre, pero lo que si recuerdo es que Dagoberto estaba enamorado de ella, él no tenia mas de trece años, élla en cambio era algo mayor, en el corredor de la casa había una par de alambres, destinados para tender la ropa durante el invierno, Dagoberto no encontró nada mejor que colgarse con ambos brazos de ellos, para llamar la atención de la vecina, pero como apenas se podía sostener, de pronto los soltó, sonaron tan fuerte que mi papá dio un salto. Cual animal enfurecido tomó un palo, el que trancábamos la puerta de la casa y golpeó a Dagoberto en la cabeza.
Dagoberto salió trastabillando y se fue a llorar tras un tonel en el que antes hacían vino, yo sentí tanta impotencia, parecía compartir su dolor y me fui a esconder y llorar junto a él, estuvimos largo rato escondidos y llorando tras el tonel, yo pensaba para mi, porque el papá mejor no se va a tomar con los amigos, a la vez que le acariciaba la cabeza al mono, que era el nombre por el cual lo llamábamos entre nosotros.
Al día siguiente, se le notaba el gran huevo que tenia debido al golpe que le había dado mi padre, su propio padre.
El verano pasaba lentamente, yo seguía de cocinero, como no era capaz de sacar agua del pozo dejaban a Dagoberto para que él sacara agua, mientras mis otros hermanos arrancaban los garbanzos que habían sembrado, yo miré la hora, eran poco mas de las diez por lo que decidimos jugar un rato mas, pero llegaron todos a almorzar y nos encontraron jugando en el patio, el de ese día fue un reto muy fuerte, donde nuevamente regresó la idea que me iban a matar para comerme, es mas Ulises dijo-voy a buscar el cuchillo para que lo preparemos, a esa altura del verano me daba todo igual, no me importaba si se burlaban de mi, o que inventaran nuevas amenazas, en los sueños alguien me había dicho que no tendrían el valor para matarme.
Un día, cosa rara para mi, no quería almorzar (tenia mis razones). Mientras estaba preparando un arroz graneado, se metió una gallina a la cocina, mientras yo buscaba leña para atizar el fuego, al entrar a la cocina la encontré comiendo arroz en la olla, aun no le había echado aceite para freírlo, le tire un pedazo de palo y con el aletear de la gallina, esta dio vuelta la olla, y esparramo todo el arroz en el suelo, fui por la escoba, lo  barrí, saque las basuras mas grandes, y la tierra que recogí junto al arroz  simplemente la soplé.
A la hora del almuerzo me llevaron a la fuerza hasta la mesa del comedor, mi papá se sacó el cinturón y me dijo: “almuerza ahora la mierda sino quiere que le de una par de correazos”. No tuve mas remedio que sentarme a la mesa y seguir comiendo, sin embargo tuve la satisfacción de que todos comieron arroz con tierra y además también había comido una gallina de la misma olla, lo único que sentía era que yo también debí comer.
¿Qué tiene este arroz?-me pregunto Gabriel-que suenan tanto los dientes al comer.
No se-le respondí-deben ser semillas de hualcacho (maleza que crece entre las matas de arroz). Por que lo tuve que limpiar antes de echarlo a la olla. A pesar que yo también debí comer, mi satisfacción fué que por una vez les había metido el dedo en la boca, aun sin importar que ellos no se dieran cuenta.
El mes de febrero, ya se encontraba a punto de terminar, y la despensa se encontraba casi tan vacía de alimentos como yo del cariño que había recibido aquel verano, me disponía a preparar unas pancutras, cuando el ruido de un vehiculo me sacó de mi quehacer, era la tía Zulema que nos venia a visitar. Luego de saludarme y saludarnos a todos me preguntó si había preparado almuerzo a lo que respondí que recién estaba empezando a prepararlo.
Déjeme fuego hecho-me dijo-que yo cocino hoy, tómese el día de descanso. Yo me encontraba bastante acostumbrado a la cocina, por lo que igual le ayudé en algo. Lo cierto es que aquel día preparó un pollo al jugo con ñoquis, para mi algo completamente diferente, era un delicioso plato que solamente se comía en la ciudad. Para beber había coca cola, algo que yo solo tomaba cuando salíamos a fiestas, pan de pueblo como le decíamos, y en la mesa unas flores, los tenedores y cuchillo habían salido de los cajones donde se guardaban, el tío Sergio a pesar de no ser muy querido por mis hermanos conmigo era distinto, siempre me daba un dulce o lo que llevara consigo en el auto, el tío tata era como yo le decía cuando mas chico, luego de aquel almuerzo llegó la tarde y la tía se fue a Parral, dejando en mi memoria ese comida tan especial, no porque fuera diferente, sino que por su visita me llenó de ternura y en algo pude sentir el cariño de mamá que tanto echaba de menos.
Ya había llegado marzo, había que volver a la escuela, el lunes de la semana siguiente tenía que entrar a clases, yo no sabía lo que era planchar, los pantalones no bajaban del tobillo, y los zapatos ya no me cabían, no se si seria por el largo de las uñas de mis pies o porque había crecido todo, pero el viernes antes de entrar a clases llegó mamá, yo ya lo sabia, por lo que había barrido el patio, había hecho las camas, en otras palabras tenia la casa impecable, es cierto también me ayudo Dagoberto
Cuando bajó la mamá del vehiculo del tío Sergio le rodaron las lágrimas, venía con el pelo crespo, yo la encontré más linda que de costumbre, y enseguida un regalo para mí: tengo que ir a control a santiago en dos meses más y tú vendrás conmigo.
Pasaron casi volando los dos meses, para cuando llegamos a Parral y nos subimos al bus nos tocó en asiento separados, pero sólo fue hasta Linares. Al llegar a santiago mi hermano Juan no nos esperaba, mamá lo llamó por teléfono, lo esperamos largo rato.
Al entrar a un baño del Terminal, mi impresión de santiago fue pésima, baños sucios, todos rayados, y un olor que ni siquiera el pozo negro de la casa olía tan mal.
Nos sentamos en un banco a esperar, cuando de pronto me habló alguien, yo lo miré, pero no era el mismo que había visto en el verano, éste estaba flaco, paliducho y chascón, luego de abrazar a la mamá lo reconocí, realmente era Juan. Nos llevó a la casa del tío Dagoberto, en la calle vasconia, allí había varios niños que yo no conocía.
Y tú, no saludas a tu padrino me dijo la mamá, yo no lo recordaba, bueno era un poco difícil recordarlo si hacia por lo menos cinco años que no lo veía, conocí a varios familiares nuevos, había autos por doquier, yo al subir a la micro salude al chofer tal como lo hacíamos en el campo, pero fue como hablar a un palo, ni siquiera me miró, aquí no es como allá me dijo Juan, ahora iremos a donde arrendamos una pieza con Marisol, alojaremos allá.
Era una casa enorme donde vivía mucha gente, la dueña de esta casa-me dijo Juan- es la señora Mary Brunet, prima de la escritora Marta Brunet. Yo al saber aquello fui corriendo a donde se encontraba, era una señora alta, de pelo rubio y una voz muy suave, luego de mirarla me fui a la pieza, al entrar había llegado Marisol, luego de abrazarla y darle un beso empezó la típica conversación de madre que no veía a sus hijos hacia tiempo.
Todo mi capital para ese viaje ascendía a mil pesos, en una esquina ví a un hombre que vendía unos autitos plástico, enseguida le compre uno, ahora solo me quedaban setecientos cincuenta pesos.
Al otro día regresamos a donde mi tío Dagoberto y nos llevó a ver a la tía Berta, no vivía muy lejos, al igual que en el campo tenia un horno de barro, el marido de ella vendía en la feria plantas a flores, a ella la encontré muy linda, casi tanto como a la mamá, pero al marido lo encontré bastante feo.
Para regresar a donde mi tío, tuvimos que tomar una micro, yo iba bastante asustado que nos fuéramos a perder, pero llegamos bien.
No supe como pasó la semana y el domingo en la mañana nos regresamos a Parral, nos quedaríamos donde la tía Zulema, pero al llegar a su casa no había nadie, nos entramos por la casa del lado, por suerte el perro conocía a la mamá. Encendimos carbón, y tomamos te, ya nos disponíamos a dormir en la cama de Olivia, la nana que tenia mi tía, cuando llegaron, les dimos un gran susto, porque cuando vieron luces encendidas pensaron que les habían entrado a robar.
¿Dónde andaba comadre?-le pregunto mamá. En su casa pues comadre-respondió la tía Zulema.
Ahí me enteré de la mala noticia para mí, habían tenido que matar mi chancha porque al parecer se había quebrado la columna y no podía caminar, bueno no voy a negar que me diera pena, pero la mala suerte es así.
Luego que llegamos a la casa el papá se puso a tomar estuvo tomando durante varios días, mi mamá y yo fuimos para el estero a buscar leña, cuando escuchamos unos ruidos en el agua del estero, cuando de pronto apareció el papá, estaba tiritando de frío, que te pasó le dijo la mamá y entonces en le dijo que estaba huyendo de unos hombres que lo perseguían, ese momento fue para mi muy triste, ya que nadie ni nada había en aquel lugar.
desde la muerte de la abuelita Ernestina, el lado de la casa que le correspondía a la tía Irma, ya que la otra mitad la había comprado el papá a una hermana de la abuelita Ernestina, se encontraba vacía, durante aquel año llegó a vivir ahí la tía Irma, era nuestra nueva vecina, cuando llegó, traía mas de cien gallinas, una gran cantidad de patos y como siete u ocho perros, las gallinas las habían echado adentro de unos grandes cajones, por lo que se le murieron más de diez. Dagoberto y yo que nos encontrábamos sentados en una banca, mirábamos con pena como apilaban las gallinas muertas, luego que nos entramos, la tía Irma las recogió y las peló para luego cocerlas, no nos dio a nadie de nosotros ni siquiera un trocito de carne.
Recuerdo que la tía Irma hablaba como un verdadero papagayo, y el tío Ramón además de ser tartamudo debía hacer lo que ella le decía, sino élla lo amenazaba que los hijos nuevamente le pegarían, fue ahí que la mamá nos contó que la mamita Ernestina vio cuando le habían pegado al tío Ramón sus propios hijos hasta dejarlo tendido y que la tía Irma que no estaba a mas de cincuenta metros de él no fué digna de mirar si estaba vivo o muerto.
La avaricia era una enfermedad que compartían tanto la tía Irma como el tío Ramón, ya que si era posible correr el cercado un metro hacia el terreno de mi papá lo intentaba.
Llegaba a tanto su ambición que en la huerta que tenia la mamá, el tío Ramón hizo un cercado de modo tal que los árboles que tenia plantados la mamá quedaran en el lado de él.
En el mes de noviembre es la temporada de las esquilas, la tía Zulema es la que hacia las mejores esquilas, ya que mataba un cordero para la hora del almuerzo y otro para la hora de la once, siempre nos regaloneaba con queques y dulces, además ese año fue un verdadero acontecimiento, organizaron competencias de carreras en saco, carreras en tres pies, entre otras competencias
Yo gané un paquete de dulces en las carreras en saco, para la tarde empezamos a jugar a las espadas, cortábamos varillas de hinojos, para usarlas como espadas, me acuerdo que a Regina, la hija de la tía Zulema le dimos muy duro con las espadas, pero para cerrar tan alegre tarde yo corría desde la casa hacia el camino, lugar donde hay una enorme bajada, tropecé y di vueltas por el suelo, mis rodillas quedaron sangrando, pero con un poco de agua oxigenada que me aplico la tía Zulema fue suficiente y nuevamente a seguir jugando.
Cundo terminó la escuela hicimos un once, donde hubo bebidas, papas fritas y varias cosas más, yo por mi parte había ofrecido una garrafa de chicha, y la llevé, si bien es cierto ni yo ni mis compañeros tomamos, los alumnos mas grandes y los profesores dieron cuenta de ella.
Las navidades para mí, a pesar de no recibir grandes regalos, con una polera bastaba, además del pan de pascua que hacia la mamá y cuando conseguían leche con Alejandro Vergara, un vecino que trabajaba en un fundo cercano se hacia cola de mono, a pesar que la que tomaba Dagoberto y yo era sin aguardiente.
La oveja que me había dejado la mamita Ernestina, cada año me daba un cordero, generalmente se vendía para comprar zapatos, pero el de ese año en particular lo vendí para comprar la bicicleta mini que vendía mi hermano Haroldo.
El asiento de la bicicleta estaba muy malo, yo andaba sentado casi en los resortes pelados, cuando de pronto el tío Sergio, llegó con un asiento y pedales nuevos para mi bicicleta.   
Llegamos al verano de mil novecientos ochenta y ocho, nuevamente fueron de vacaciones los tíos de santiago, esta vez no fueron a nuestra casa sino que fueron a la casa que tenía la tía Zulema en el campo, nos llevaron regalos y al igual que los veranos anteriores quedaron lindos recuerdos.
El papá por su parte había cambiado, al menos conmigo, incluso sin exagerar jugaba, un día nos pusimos a luchar y él tendido en el escaño que teníamos en el comedor lo tiré al suelo, tuvo la mano levantada para pegarme pero la bajó sonriendo.
Su salud ya no era la misma. Le habían prohíbo tomar y fumar, pero veía a un amigo y se olvidaba de todo lo que le habían prohibido.
Durante el verano mi hermano mayor había decidido casarse, pero la salud del papá no lo acompañó para ir a pedir la mano de la novia, por lo que sólo fue mi mamá con el tío Sergio y Ulises a pedir la mano de Nelly, nosotros nos quedamos en la casa con la tía Zulema y el papá.
La tía me mandó a que sacara agua del pozo, pero yo me equivoque de balde, en vez de meter el que tenia atado el cordel solté el que debía llevar el agua para la casa, al acercarse le dije: no voy a poder llevar agua tía, me equivoque de balde, increíblemente no me reprendió, sólo movió la cabeza y me dijo “por dios Carlitos”.
No pasó mucho tiempo cuando el papá nuevamente cayó al hospital.
Era un día jueves en la noche, nos acostamos a la hora de costumbre, a mi me pareció que cerré los ojos sólo un momento, cuando el sonido de una bocina interrumpió el sueño, era la tía Zulema con el tío Sergio; el papá había muerto en el hospital, las lagrimas empezaron a rodar, la mamá abrasada a la tía Zulema lloraba sin consuelo, el papá se había marchado al igual que la abuelita Ernestina, ¿porque a todos los que quiero se tienen que morir? –me preguntaba a mi mismo.
Empezamos a desocupar la pieza del comedor, donde quedaría el ataúd de papá, no demoró mucho más en llegar la carroza con el papá, instalaron el atril que sostendría su ataúd, una a una fueron encendiendo las velas, yo sentado en el escaño lloraba con la cara escondida entre mis rodillas, cuando de pronto llegó la abuelita Elvia, se abrazó al ataúd y gritaba por que dios mío te llevaste a mi hijo y no me llevaste a mí que no le hago falta a nadie, el tenía hijos chicos, en cambio yo no le sirvo ni le hago falta a nadie.
Luego llegó la señora Elsa con don Orlando, su marido, élla sabia rezar, el primer rosario en memoria del papá fue rezado solamente por nosotros, con el rosario entre sus manos la señora Elsa, pedía por el descanso eterno del alma del papá.
Nosotros debimos barrer el patio, en fin ordenar un poco la casa, esa mañana del viernes dieciocho de marzo de mil novecientos ochenta y ocho, quedó marcada para mí como el día en que partió de éste mundo José Alejandro Flores González, mi padre.
El velorio duró todo el viernes, y fue durante la noche cuando llego Nelly, la futura esposa de Ulises, el papá no la había podido conocer, a mi el cansancio me había agotado y estaba durmiendo cuando élla llegó, con la humildad que la caracteriza, tomó el rosario y empezó una oración. Si los ojos de mi papá no la pudieron conocer, al menos espero que su espíritu hubiese estado presente para que escuchara su voz, para que escuchara su oración. Muchos de los presentes no pudieron contener las lágrimas, porque el papá les contaba a todos sus amigos que su hijo mayor se iba a casar.
El sábado fue el día en que lo llevamos a su destino final, fueron cientos las personas que nos acompañaran en nuestro dolor, cerca de las dos de la tarde las puertas de la casa se abrieron de par en par, primero las flores, luego las velas, y por ultimo mis hermanos cargando el ataúd del papá, paso a paso fueron dejando atrás la casa, paso a paso fue quedando atrás el patio, paso a paso hasta llegar al que hoy es su descanso, un viejo y añoso peral es el testigo de la ultima vez que mi padre, el hijo, el hombre, el esposo, el amigo, estaba sobre la tierra que un día cultivó, las hojas del peral parecían entristecer el ver cuanta pena había en dicho lugar.
Uno a uno los autos fueron dejando atrás sus últimos recuerdos, hasta que llegamos a Parral, para que el padre Garcés en el convento san francisco le diera su ultimo adiós, yo con un canastillo de flores entre mis manos encabezaba la marcha entre las cruces del cementerio, de pronto ví una rumba de tierra, mis piernas empezaron a temblar, yo quería detener el tiempo para no enterrar a papá. Susana una amiga de mi hermano mayor me decía que fuera fuerte y no llorara, pero las lagrimas no hacían caso a aquellas palabras y corrían haciendo surcos en mi cara.
Al abrir en ataúd para poner una cuerda entre sus manos, la que cada nudo indica cuantos rosarios se han rezado por el descanso de su alma, yo parado sobre una tumba cercana pude ver como por última vez limpiaban su cara, sus tiesos dedos sujetando la cuenta de los rezos, y las manos, aun recuerdo sus manos…
De pronto la mamá se desvaneció, fue para mí un momento de desesperación, lo que más recuerdo es como pedía a dios en silencio que no me llevara también a la mamá, hasta que de a poco ella empezó a volver en si, yo intente acercarme pero entre tanta gente me fue imposible, luego de aquello sólo podía ver como por unos sucios cordeles se deslizaba lentamente quien fue mi padre, un primer puñado de tierra salio de mis manos, luego la tierra que lo fue ocultando, y por ultimo las flores antes de sellar con un trozo de mármol.
Ya de regreso en nuestra casa en el campo, se podía ver el vacío en una cama, el vacío que dejó el papá al haber marchado, había tanta gente extraña en la casa, conocí nuevos tíos, inclusive un locutor de radio que venia de santiago, Alejandro Ramírez escuchaba que lo llamaron, al caer la noche, fue para mi un tormento, las camas ocupadas, por lo que yo tendría que dormir en la que era del papá, dormí un rato, pero desperté de un sobresalto, desde aquel día y por tres meses mas soñaba cada noche con el papá, no le tenía miedo, sino respeto, desde aquella nube vengo me dijo, en el ultimo sueño. La nube de aquel sueño era luminosa. En cada sueño podía conversar con él, sin ningún temor, le preguntaba cosas y el me respondía, no se si fue porque le faltó el tiempo o la vida que me buscaba en sueños para conversar, para hablar de su vida, para hablar también de la mía, o para mi que era como un árbol del cual han caído las hojas y aunque llegada la primavera estas se niegan a salir.
El lunes siguiente debí regresar a la escuela, el quinto año, fue cuando me eligieron tesorero, del curso, la peor decisión que he tomado, mi rendimiento como tal fue bastante mediocre, nunca había tenido dinero en mis bolsillos, el dinero que me daban en la casa no sobrepasaba los cincuenta pesos a la semana, no era porque mi mamá o mi papá hubiesen sido tacaños, sino porque simplemente el poco dinero debía ser usado para comer.
El diecisiete de septiembre de ese mismo año se casó Ulises, la ceremonia y la fiesta la hicieron en Parral, había un invitado de Nelly que tocaba la guitarra, pero cantaba tan mal que luego de las tres cuecas pusieron la música, pero el rodeado de no más de tres de sus familiares siguió cantando, estuvimos casi hasta las tres de la mañana en la fiesta, luego nos fuimos a la casa de la tía Zulema para al otro día irnos a la casa al campo.
El tío Sergio tenía un furgón íbamos mas de quince personas en el, Nelly había echado los papeles de los regalos muy ordenados, pero el desayuno me hizo mal y vomité sobre ellos, las risas del tío y todos quienes iban eran verdaderas carcajadas al ver como quedaron los papeles, Julio mi primo casi de mi edad se iba riendo también, cuando de pronto le ocurrió lo mismo y obviamente sobre los papeles de regalo. A pesar de lo mareado que iba, tuve aliento para reírme esta vez de él.
Cuando llegamos a la casa no sabíamos lo que nos esperaba; limpiar el furgón y quemar los papeles, cuando voltee la mirada hacia Nelly, ella miraba con cara de pena como habían quedado sus papeles que con tanto cuidado había ordenado.
Estábamos todos reunidos, era el dieciocho de septiembre.
Al llegar a la casa Ulises llevó en brazos a Nelly, su esposa, hasta las piezas que había arreglado para su nueva vida de casado. Para el matrimonio llegó también Carlos González, un primo-tío como le decimos. Era alto, delgado y tenía muy poco pelo, además de ser muy elegante para vestir. Mis hermanos mayores lo llamaban el pelado Carlos.
Para esa ocasión vestía pantalón color crema, camisa blanca y zapatos negros.
Luego que Nelly conoció las piezas de la casa en las cuales viviría, llegó el momento del brindis, una botella de champagne para los adultos en cambio yo y mi primo Julio brindamos con bebida, al menos mientras nos miraba mi mama o un adulto, ya que julio era bastante bueno para tomar a pesar de ser tan chico.
El elegante tío-primo que había llegado, para el término de aquel día, la camisa blanca había cambiado de color, ahora era burdeo, obviamente por las manchas de vino.
Carlos González se quedó por más de una semana, tomó como si el mundo se fuese a acabar, visitó familiares, se hizo de muchos amigos, es mas, inclusive al aire libre, un día lo encontramos durmiendo junto a un cercado.
En noviembre a finales de mes, fuimos a plantar la huerta para el verano, aquel año la plantamos en el terreno del tío Sergio, una tarde yo calzaba hojotas, y estas tenían un alambre doblado hacia fuera, salí persiguiendo a Dagoberto, y de pronto el alambre se engancho en mi pierna derecha, haciendo que un pedazo de piel quedara colgando. La herida media casi ocho centímetros, increíblemente, no me salio ni una sola gota de sangre, por lo que yo podía ver la grasa que era súper amarilla, nos fuimos enseguida para la casa, Haroldo había llegado recién del liceo, desinfecto unas tijeras, con un  poco de aguardiente y empezó a cortar, la mamá estaba mas pálida que yo, ya que a mi no me dolía, me amararon la herida con un  trapo viejo pero limpio y eso fue todo, bueno que demore casi dos meses en que me sanara bien la herida, ya que si me golpeaba en alguna parte tenia que ser en dicho lugar.
No tardó mucho en llegar el fin del año escolar, haríamos un paseo al río, el dinero fue aportado en su mayoría por los apoderados del curso, ya que los resultados de mi gestión como tesorero dejaron mucho que desear, además de dejar al profesor bastante decepcionado.
Para el día del paseo, muchos de mis compañeros, debimos caminar hasta el río, otros en cambio fueron en una camioneta, el vehiculo de un amigo de mi tía Delfina; la manipuladora de alimentos de la escuela.
Cuando llegamos al río formamos los típicos grupos, reuniéndonos de acuerdo a como lo hacíamos en la escuela. Aun no eran las diez de la mañana cuando ya estábamos nadando en el río, la mamá me había dicho que no me bañara mucho, ya que la herida de mi pierna no estaba sana, que se me podía infectar, ya que el agua del río estaba bien turbia, pero como ella no estaba en dicho lugar para vigilarme, al diablo sus recomendaciones.
Lucho, Julio, Juan Manuel entre otros y yo fue el grupo que formamos, el profesor nos encargo una misión, ir a buscar sandias, a los sandiales de quienes tenían sus cultivos cerca del río, cultivos que eran mayoritariamente de secano, cuyas plantas se mantenían solamente con la humedad de la tierra, fue Manuel Domínguez, nuestra victima, pero al igual de astutos que los zorros, borramos nuestras huellas.
El río se encontraba con bien poco agua, motivo por el cual no fue inconveniente para cruzar hacia Caliboro, lugar donde practicamos algunos clavados, yo en particular, me fui unos metros mas arriba y me lancé, al salir del agua, mi cara fue quien evidencio la poca profundidad, ya que salí a la superficie con el pelo y rostro llenos de barro, fue una gran humorada para mis compañeros, pero para mi una gran vergüenza, ya que eran los lugares donde acostumbraba bañarme junto a mis hermanos.
La hora del almuerzo, fue muy grata, el profesor y Ulises mi hermano mayor, además de los otros adultos que fueron al paseo tomaban vino, de una garrafa de vino que había ido a buscar Ulises a la casa, nosotros, los niños tomamos bebidas sin alcohol.
Luego de reposar el almuerzo, nuevamente al agua, bajo el sol abrasador nadamos, yo por mi parte olvidé el triste recuerdo de la ausencia y pude disfrutar en toda su magnitud nuestro paseo de fin de año, el que se prolongó un poco más allá de las seis de la tarde.
Mi hermano y el profesor estaban bien bebidos, al momento de subir a nuestro lujoso transporte, en el que iban ollas, fondos, la parrilla y un poco de carbón, mi recuerdo en particular es con el balde, en el que llevaban agua del mismo río, para cocinar, no hice mas que poner un pie sobre la camioneta, para que fuera la herida de mi pierna la que se encontrase con el, yo no me di cuenta, fueron mis compañeros los que me dijeron que estaba sangrando, al bajar la mirada, pude ver que la sangre había llegado incluso hasta la sandalia plástica, que yo calzaba.
Bastó que llegara a la casa, aplicarme un poco de yodo para olvidarme de la herida, pero lo que no pude olvidar durante casi toda la noche, fueron las quemaduras del sol, nadie conocía lo que era un bloqueador solar ni nada que nos protegiese del sol.
Durante el verano teníamos que cortar el trigo, nos levantábamos bien temprano, para aprovechar lo fresco de la mañana, los dedos de mis manos eran los testigos de los cortes de la hoz, la que al resbalarse entre las malezas, se detenía al llagar a los dedos, trabajábamos hasta la una de la tarde, luego buscábamos un lugar donde el trigo fuera mas alto para cortarlo cerca de la raíz, hacíamos unas gavillas y las llevábamos al estero, una vez allí las dejábamos sumergidas en el agua, para que se remojara la caña del trigo, un rato de baño y directo a la casa, una vez en ella almorzábamos y dormíamos un rato la siesta, bueno quien dormía era la mamá y los mas grandes, Dagoberto y yo por nuestra parte hacíamos nuestro propio panorama, nos íbamos a un monte de ciruelos que no estaba a mas de cien metros de la casa, jugábamos durante un largo rato a los pistoleros, una vez que nos aburríamos, regresábamos a la casa a tomar agua con harina tostada o a comer mote.
Cuando eran cerca de las cinco de la tarde debíamos ir nuevamente hasta el estero para hacer las amarras con las que en la mañana siguiente se atarían las gavillas de trigo, estábamos en el estero casi hasta la puesta del sol.
Había llegado el día de la trilla, pero para el momento en que las gavillas de trigo fueron llevadas a la era, no habían maquinas disponibles para realizar la trilla, motivo por el cual la trilla fue una trilla a yeguas, yo por mi parte era la primera vez que estaba en una trilla a yeguas, bajo el sol abrasador, mis hermanos hacían que los caballos dieran vueltas hasta que las espigas de trigo fueran rotas bajo los cascos de los caballos.
Luego fue el turno de separar el grano de la paja para al final recoger los poco más de diez sacos de trigo, poco a poco empezamos a meter en los sacos el trabajo de un año, en el que bajo el sol, el frío o la lluvia, se ponían las esperanzas de la cosecha final.
La paja sobrante fue llevada hasta la casa de la abuela Elvia, donde era guardada para darla a los caballos durante los días del invierno.
Con la llegada de marzo de mil novecientos ochenta y nueve, y yo entrando a sexto año de enseñanza básica, mi profesor seguía siendo el mismo, el señor Cesar Mauricio Martínez Ponce, quien se esmeraba por enseñarnos lo mas posible, sin dejar de tener en cuenta las necesidades que cada quien tenia en sus hogares, fue la primera vez que leeríamos un libro y el elegido fue “Los viajes de Gulliver”, libro que yo no leí, para el momento de la prueba solamente invente muchas partes, sólo para rellenar el espacio de la hoja de cuaderno en la cual nos hacían la prueba, una de las preguntas era:¿Cuál era la profesión de Gulliver?, a lo que tontamente respondí que era marino.
Durante el mes de marzo del mismo año fue la muerte de un gran amigo de la familia, don Aliro Alarcón, fuimos todos los de mi casa a su velorio y luego a la misa en la hasta hacía poco nueva capilla de Villaseca.
La temporada de lluvias empezó a llegar lentamente, y con ello el tiempo de podar las viñas, en mi casa es casi un hectárea la cantidad de viña que hay plantada, es tan antigua como la casa, en la que crecí, ese año Gabriel y Haroldo habían partido a trabajar a Santiago, por lo que fue Dagoberto el encargado de podar la viña, sembrar trigo y cuidar las ovejas, las que no sobrepasaban la docena.
Fue durante ese año cuando aprendí a podar la viña, mediante el método de echando a perder se aprende, en los alrededores de la viña Dagoberto debía cultivar también la tierra para sembrar trigo el próximo año, a la vez que me ofreció si yo quería sembrar un pedazo de trigo también, oferta que acepte gustoso.
Había llegado el momento de arar la tierra, con caballos prestados por Ulises, quien ya no vivía en la casa.
Empezamos a arar, yo no dominaba mucho el arado, por lo que este al chocar con una raíz hizo que yo me tumbara al suelo junto a él.
Una vez terminada la poda era la hora de recoger el sarmiento, era mi tarea, cada tarde luego de regresar de la escuela, almorzaba y enseguida caminaba hasta la viña para recoger el sarmiento.
Por todo el trabajo, una vez terminado me pagarían cinco mil pesos, tal como pasaba el tiempo, así pasaban mis esperanzas de recibir pago alguno, ya que varias veces no me pagaron.
Marisol quien ya había regresado a vivir junto a mamá, poco tiempo después que muriera el papá, ya que no se llevaban muy bien, ayudaba en la casa, además había empezado a pololear con Luís González, Nano pato como era conocido por nosotros.
En septiembre nació la primera hija de Ulises, Alejandra Viviana, cuando nació era súper blanquita, por lo que la mamá decía que cuando creciera iba a ser morena, se convirtió de inmediato en la regalona de la casa, nuestra nueva joya.
Tan rápido como caen las hojas pasó aquel año escolar, la cosecha del trigo de aquel año, que había sembrado Dagoberto en el frente de la casa fue medianamente buena, la salud nuestra y la de mi familia tan bien fue suficientemente buena, en otras palabras fue un buen año.
Por primera vez el trigo fue cosechado antes de la fiesta de año nuevo, ya no había que usar hoz para cegar el trigo, sino que una maquina hacia el trabajo de casi un mes en una media tarde, los sacos con trigo iban quedando esparramados en el campo, para esa cosecha incluso fue posible vender un poco.
El verano fue sin novedades, salvo por Ulises mi hermano mayor quien había comprado un caballo de carreras, no para la hípica, sino que para las típicas carreras a la chilena que tienen tantos adeptos en el campo.
Era la carrera principal para el cierre de la semana villasecana, Ulises cobro cinco pasajes para ir a la playa, en una micro de las que hacían el recorrido hasta parral, y en el verano realizaban viajes especiales a la playa.
Quienes ocuparon los pasajes fueron la mamita Elvia, la mamá, Dagoberto, Ulises y Nelly, yo debí sentarme en el piso de la micro.
Salimos como a las seis de la mañana, desde Villaseca, el viaje fue muy largo e incomodo, pero cerca de las nueve de la mañana una nueva maravilla de este mundo ante mis ojos; el inmenso mar era descubierto y tallado en lo mas hondo de mi mente, quedó grabado el golpeteo del agua contra las rocas, el agua helada mojando mis pies, la arena suave, el viento helado soplando en mi cara, a mis espaldas los cerros de la cordillera de la costa. Allí pude ver botes, lanchas, gaviotas, lobos marinos, y enormes pescados arrancados desde las mismas entrañas del inmenso mar.
Al atardecer me senté sobre la arena, apoyando mí cara entre las manos, miraba, lleno de envidia a los padres jugueteando con sus hijos y entonces estas palabras dieron vueltas en mi cabeza y con mi dedo índice escritas sobre la arena, quedando guardadas para siempre en mi memoria:
Padre mío, que partiste en medio del silencio,
Padre mío hoy más que ayer te echo de menos,
Mirando la tibia arena entre mis dedos,
Mirando a los niños juguetear con ese que yo no tengo,
El viento trae a mi me memoria tus pasos,
Las olas y la espuma el recuerdo de tu ultimo abrazo,
El sol Siendo ocultado por el agua,
Me parecía decir que no has muerto,
Al menos mientras guarde en mi mente tu recuerdo.
Las olas empezaron a llegar a mis zapatos y también a borrar las palabras escritas sobre la arena, motivo por el cual debí seguir caminando, el primer día de vacaciones junto al mar había marchado, la luna parecía ser más grande, las estrellas un poco más azules, y el ruido de las olas acompañando mis sueños.
Nuestra cama aquella noche fue una frazada sobre la arena, junto a la micro que nos había llevado estábamos casi todos quienes habíamos viajado, Ulises por su parte al día siguiente se encontraba tan borracho que intentó romper un vidrio de la micro con sus puños, pero fue detenido por la abuela Elvia, quien también era la primera vez que visitaba el mar.
Tan corto fue aquel día que ya era hora de regresar, el chofer del bus también había estado bebiendo, por lo que los carabineros costo mucho para que lo dejaran seguir su camino, solamente dejaron salir al bus, una vez que se le hubiera pasado el efecto del alcohol al chofer.
llegamos de noche a villaseca, cerca de la una de la mañana, nos estaban esperando Haroldo que había llegado recién desde Santiago a pasar sus vacaciones junto a nosotros, para ese entonces acompañábamos una semana cada uno a la abuela Elvia, una semana le correspondía a Dagoberto y la otra la debía acompañar yo.
Fue así como llego marzo de mil novecientos noventa, el regreso a la escuela, por primera vez nos enseñarían ingles, y además había un nuevo ramo, éste era apicultura, no se quien había llevado abejas a la escuela y ése iba a ser el primer año que nosotros las tendríamos que cuidar.
Durante los meses de verano, el tío Dagoberto había viajado a nuestra casa en el campo, me llevó unos bototos punta de fierro, para que cuando fuera  a la escuela no me mojara los pies, en aquel entonces yo calzaba treinta y ocho, y los zapatos que él me llevo eran cuarenta, para la llegada del invierno, debí ir con los zapatos punta de fierro a la escuela, si bien es cierto me quedaban un poco grande, pero un montón de lana de oveja en la punta solucionaba mi problema.
Para la llegada de marzo hubo compañeros nuevos, César, iba desde Mantul, Camila Lorena y Alberto desde Caliboro. Pero fue Camila quien me cautivó desde el primer día, era morena, ojos negros y pelo liso, también negro, para mí simplemente inalcanzable, era una amor silencioso, no se que hubiera pasado, si le hubiera hablado alguna vez y le hubiese dicho que me gustaba, pero mi temor a ser rechazado, además de mi baja autoestima que era cultivada día a día desde muy chico por las constantes burlas de mis hermanos mayores fueron mas fuertes que mis palabras.
Para la llegada de las lluvias, debí usar los zapatos que me había regalado el tío Dagoberto, el primer día que fui con ellos, el primero en saludarme aquel día, fué Gonzalo, un compañero que había repetido un par de años, por lo que obviamente era mas grande que yo. Al momento de acercarse, su saludo, era dar la mano y poner su pie sobre el zapato, pero esta vez, no me importó, es más desde ese momento empecé a adorar mis zapatos. Lucho que era bien loco, puso una botella de vidrio frente a mí y me instó a que la pateara, le pegué de tal forma que los pedazos de la botella saltaron lejos. Durante esa misma semana tuvimos educación física, el día jueves y como yo no tenia zapatillas, el profesor me obligó a hacer con los zapatos punta de fierro, nos llevó a la cancha de fútbol, y luego nos dijo que diéramos tres vueltas a la cancha, yo cuando iban dos vueltas, no era capaz de seguir corriendo, pero mis compañeros mas por reírse que por apoyarme, me instaban a que siguiera adelante, fué un triunfo para mi, ya que cumplí el objetivo.
Como si hubiese sido poco mi tortura luego jugamos fútbol, para el momento el que el profesor formó los equipos yo también participé, a pesar de ser bastante malo hice el partido de mi vida, jugué de defensa, al momento de enfrentar a los delanteros, por miedo a mis zapatos dejaban la pelota para que yo la botase fuera, si bien no recuerdo el resultado, para mí fue uno de los mayores logros, había dejado con las palabras en medio de su garganta a quienes se reían al momento de empezar a trotar y luego formé parte del equipo ganador.
Durante ese año y como era costumbre, los profesores faltaban mucho y nunca había reemplazante, la señora María y la señora Gloria, a menudo tomaban sus tejidos para salir a calentarse al sol, los profesores que mas clases hacían eran el señor Mellado, nuestro profesor jefe y la señora Aura.
Fué también el primer año en que teníamos clases de ingles, nuestro profesor era el señor Castillo, además de ser un poco tartamudo yo le entendía bien poco, había ocasiones en las que la clase consistía en contar chistes e imitar al clavel, de modo en ese entonces, el curso fue dividido en dos grupos, los que seguiríamos estudiando y quienes seguirían trabajando el campo, la materia que les pasaban a quienes no estudiarían era muy fácil, consistía en que supieran algunas de las palabras que vienen escritas en los vehículos o electrodomésticos, en cambio a nosotros era mucho mas difícil, siendo la mayor injusticia las notas, ya que valían lo mismo.
Fue también el primer año en que tuvimos clases de apicultura, nuestro profesor jefe era quien nos las hacia, la clase consistía el algo de teoría, aprender a construir una mascara para que no nos picasen las abejas y revisar los cajones cada cierto tiempo, además de tener que raspar el pasto que crecía en los alrededores, si bien recibí bastantes picaduras de las abejas, con el tiempo aprendí a quererlas, pasando a ser aquel ramo uno de mis favoritos.
Las clases de técnico manual y huerto escolar estaban en manos de la señora Gloria, quien nos hacia cultivar distintas plantas, nos indicaba lo que debíamos hacer y luego se iba hacia la cocina o la sala de profesores. En cierta clase estábamos en el huerto escolar y obviamente ella no se encontraba con nosotros. Lucho y Marcos González, este ultimo no muy amigo mío, andaban con cuchillas y amenazaban a Juan Manuel, no por maldad, sino que era broma. Lucho le decía, te la voy a tirar al pie, a lo que Juan Manuel respondía que la tirara si era tan valiente, momento en el que retiraba su pie hacia atrás, cuando de pronto la mala fortuna coincidió, Lucho lanzo la cuchilla y Juan Manuel adelanto su pie, quedando esta enterrada el pie, Juan Manuel la sacó y la botó para ir a donde se encontraban los profesores, quienes lo llevaron de inmediato a la posta, afortunadamente, sólo fue un corte y no hubo ningún daño, a Lucho por otra parte lo mandaron a buscar al apoderado, y el señor Castillo llegó revisándonos a todos para quitar las cuchillas, Lucho me había pasado la suya para que yo la guardase, el escondite fue un cierre en mi casaca, el que estaba junto al cuello, a Lucho en particular le revisó bolsillos y todo pero no encontró nada, a mi en particular no me revisaron pero pasé el susto de mi vida, ya que el profesor se apoyó en mi cuello mientras pasaba a revisar a otro de mis compañeros.
Una vez que salimos de clases debimos ayudar a Juan Manuel para que llegara a su casa, se apoyaba en nuestros hombros para poder caminar, afortunadamente no vivía muy lejos, mas menos tres cuadras. Lo que mejor recuerdo es que él tenía una hermana chica y ella no quería ir a clases porque había cuchilleros en la escuela.
A las pocas semanas después, estábamos almorzando, casi todos los alumnos de la escuela en el mismo lugar, el comedor, Lucho nuevamente el desafortunado, estaba sentado junto al pasillo cuando el Gallito como le decíamos a un alumno tropezó en su pie, dio media vuelta y siguió pegándole a Lucho en la espalda, él le dio un empujón, en el preciso momento en que la señora María quien se encontraba comiendo postre, lo vio, cuando nuestro compañero fue a dejar la bandeja plástica. Ella lo tomó del pelo y lo mechoneo, el le sacó la mano y siguió caminando hacia afuera de la cocina, estaba como a seis metros cuando ella le arrojo el jarro con postre, dándole de lleno en la cabeza, el contenido del jarro, siguió corriendo por la cabeza y camisa de Lucho, luego de lo cual le ordenó que se fuese a la oficina (sala de profesores) pero él no le obedeció y se retiró a su casa, en la tarde llegó la mamá de él a reclamar, pero por el hecho de que la mayoría de nuestros padres tienen muy poca educación son considerados como personas de cuarta categoría, quedando aquel vergonzoso episodio solamente como una anécdota mas.
En mi casa por su parte había llegado la temporada de siembras, Dagoberto y yo hicimos nuestras respectivas siembras de trigo, ahora que las cartas estaban jugadas sólo quedaba esperar que la naturaleza y Dios nos tendieran una mano para obtener una buena cosecha.
La escuela no estaba cerrada o cuando mucho tenia una cerca hecha con ramas de espino, pero estas estaban podridas por lo que era poner el pie encima de las ramas y pasar, al lado había una gran viña, cuando faltaba un profesor nos íbamos para allá, sino jugábamos a los pistoleros hacíamos cualquier desorden.
Un día que las compañeras nos habían echado de la sala nos fuimos a jugar a la viña, el día anterior, había enjambrado una familia de abejas, estábamos jugando a los pistoleros, Lucho no se dio cuenta de la presencia de las abejas y casi chocó con ellas. Al verlas salió corriendo y ellas siguiéndolo, una lo picó cerca de un ojo motivo por el cual al poco rato lo tenia tan hinchado que casi se le cerró, fuimos donde la tía Delfina, quien además de ser la mamá de Julio era la manipuladora de los alimentos en la escuela, le dio un vaso de leche, pero igual al día siguiente llegó con su ojo cerrado completamente.
Ese fue también el año del mundial de Italia noventa, los profesores habían llevado un televisor que lo instalaron en el salón de la escuela (dos salas unidas), donde mirábamos los partidos.
En un rincón del terreno de la escuela se estaba haciendo un gran hoyo para enterrar la basura, por lo que Marcos, Lucho y yo mientras otros miraban el partido de fútbol, nosotros nos fuimos a trabajar en el hoyo. La señora Gloria fue al salón y llevó a la sala a quienes estaban ahí, en cambio a quienes estábamos trabajando nos puso una anotación en el libro de clases que decía: “estando en la escuela no asiste a clases”.
La puerta de nuestra sala de clases no tenía bisagras, por lo que don Ramón, el auxiliar de la escuela cortó unos trozos de un neumático, y con unos clavos nos instalaba la puerta, no duraba una semana cuando estaba nuevamente en el suelo, una mañana según nos dijeron después, el alcalde de Retiro se encontraba en la posta, que no está a más de cincuenta metros de distancia y desde allí vio todo el espectáculo, fue la directora del colegio a nuestra sala para llamarnos la atención, pero todo aquello no pasó de ser una llamada de atención, a lo que estábamos bastante acostumbrados, afortunadamente no hubo castigos, ya que en la escuela se acostumbraba a dar cachetadas o coscorrones, siendo el cuidador del internado, Eduardo González quien mas fuerte golpeaba, es mas una vez me dio una cachetada que me dejó sin sentir mi cara por mas de una hora.
El profesor jefe en las clases de educación física nos sacaba del colegio, a correr, un mañana dijo: “hoy iremos trotando hasta la casa de Carlitos Flores, a tomar chicha con harina tostada”.  Yo lo miré pero no hice caso a sus palabras, sólo las tome en serio cuando habíamos avanzado mas de tres kilómetros y nos acercábamos a mi casa, al llegar mi mamá estaba barriendo, y no tenia harina tostada, fui a pedirle a la tía Irma, quien sólo tenia un poquito, el profesor se tomó dos cañas de chicha con harina, la que estaba bastante dulce, pero curaba igual, la mayoría de nosotros nos tomamos solamente un vaso.
Ahora debíamos regresar a la escuela, pero esta vez no sería trotando sino caminando, habíamos avanzado poco mas de un kilómetro cuando mis compañeros le dijeron al profesor que yo nuevamente debía regresar caminando, fue esa la primera vez que el profesor y mis compañeros se dieron cuenta realmente cuanto era el sacrificio para poder ir a la escuela. Yo le dije que tenia que regresar al colegio, porque había dejado allá todas mis cosas, incluyendo mi ropa, no importa me dijo, que Julio te la guarde.
Al regresar a la casa Dagoberto se encontraba podando la viña, tarea que debí continuar junto a él, al saludarlo apenas me hablo, le pregunté cual era el motivo de su enojo, dándome enseguida la respuesta. Durante la noche anterior yo había dejado cerca del brasero unas ropas, las dejé sobre una silla, pero durante la noche se metió un gato y botó la ropa, afortunadamente lo único que se había quemado era el cinturón de Dagoberto.
Afortunadamente los enojos sólo le duraban un rato, motivo por el cual durante la tarde de trabajo ya estábamos como amigos, a pesar que pelábamos a cada rato.
Una vez terminada la poda mi trabajo de costumbre recoger el sarmiento.
De regreso en la escuela, estábamos sin clases y las compañeras mujeres nos habían echado para afuera de la sala, Julio, Lucho y yo nos fuimos a jugar a la viña, era un día soleado, motivo por el cual encontramos a una culebra calentándose al sol, con un palo la aturdimos y yo la envolví en unos papeles que habían botados en ese lugar, nos fuimos a la sala, entramos en son de paz, pasamos por detrás de donde bailaban nuestras compañeras, y sobre el soporte de las tizas, dejé el pequeño paquete, estuvimos un par de minutos y nos fuimos hacia los baños que están bien lejanos de la que era nuestra sala, aun no llegábamos cuando el paquete se desenvolvió, en menos de dos segundos nuestras compañeras dejaron completamente vacía la sala, casi tan rápido como salieron fueron a la sala de profesores a acusarnos, enseguida llegó el profesor jefe, preguntando que había pasado, luego que ellas hicieron sus descargos, fue nuestro turno, no de defendernos, sino borrar cualquier atisbo de verdad que pudiera haber en sus palabras, sólo bastó que hablara Lucho para que ellas quedaran en el mas absoluto ridículo, ya que la culebra dijo no era tal, sino una raíz de espino, argumento que terminó con la teoría de la culebra, el profesor nos miró diciendo esta bien, pero su mirada decía otra cosa, que luego nos dijo cuando estábamos solamente los tres del grupo, “ya van a caer”.
Durante los meses luego del dieciocho también hubo un concurso de cuentos, en el que hice dupla con Julio, nos fuimos hasta mi casa y en el transcurso de una tarde hicimos el cuento, el mejor cuento de la escuela participaría a nivel comunal o provincial, ya no lo recuerdo, pero el tema debía tener directa relación con las abejas, debo admitir que nos quedó bastante bueno y ganó por lejos a todos los otros cuentos del curso, se llamó “las abejas chismosas”, lo único negativo, fue que nada supimos del resultado del concurso.
El año pasó rápidamente y casi sin darnos cuenta llegó la temporada de vacaciones, siendo la despedida de fin de año un poco mas especial que las otras, fue la primera vez que se hacia una despedida a los alumnos que salían de octavo año, siendo también la ultima vez que estábamos juntos con nuestro profesor jefe.
Llegó el nuevo año y también la temporada de cosechar el trigo, esta vez era con una maquina aun mas moderna, ya que el trigo lo vaciaba sobre un coloso y desde éste llenábamos los sacos con trigo, no supe cuanto fue el trigo de mi siembra, ya que se trilló junto al de Dagoberto, lo que si sentí fue un orgullo muy grande al saber que había aportado con alimentos para nuestra casa.
Luego de la trilla, llegó el tedio de las vacaciones, increíblemente este año también hubo viaje a la playa, esta vez no fuimos a Constitución sino que a las playas de Pelluhue, quedamos a casi medio kilómetro de la playa. El dinero que se necesitaba era mayoritariamente para pagar los pasajes, como no teníamos carpa, unas frazadas fueron suficientes, había unas ramas de unos árboles secos y con ellas hicimos el refugio. Nelly la esposa de Ulises se fué a dormir a una residencial porque la guagua no tenía más de seis meses, nosotros en cambio dormimos bajo la luz de las estrellas, en este caso ocultas por una frazada.
Para ir a bañarnos había que pasar por un lugar donde el alcantarillado estaba roto había un olor insoportable. Nos entreteníamos pillando pulgas marinas y cuando la marea estaba baja sacábamos pequeños piures desde las rocas.
Durante la tarde salimos con Dagoberto a conocer, anduvimos casi una hora por la orilla del mar hasta llegar a unas caletas, había muchos botes que regresaban de sus labores, algunos traían pescados, otros mariscos, mi mayor impresión fue la forma como sacaban a los botes del agua, en la parte de adelante había un hombre con una gran cantidad de rodillos, las que luego que el bote salía del agua el hombre los empezaba a tirar a la arena para que el bote se deslizara sobre ellos, avanzando una gran cantidad de esa forma por la playa, luego de lo cual eran remolcados por una yunta de bueyes hasta el lugar donde los descargaban, fue la primera vez en mi vida que pude ver a una pequeño tiburón, medía poco mas de un metro y medio, aunque muerto era hermoso.
Luego debimos regresar, nos metimos en un lugar donde había algas y nos pusimos a pillar cangrejos, atrapamos casi diez de los cuales uno me dio un apretón en un dedo que hizo que me saliera sangre, pero entonces recordé cuando sacábamos camarones del estero y si uno de ellos mordía un dedo, uno debía regresarle la mordida a una de sus patas, lo hice como había recordado, plan que funcionó a la perfección.
Aquella tarde la mamá tuvo la mala idea que fuéramos a tomar onces cerca de la playa, había un viento bastante fuerte, motivo que hacia que los dientes crujieran cada vez que mordíamos algo, ya fuera pan o cualquier cosa que nos lleváramos a la boca, inclusive en el vaso donde tomábamos bebida en el fondo tenia arena.
El día de nuestro regreso fué el domingo en la tarde, antes que partiera la micro yo salí a conocer el pueblo cuando de pronto miré hacia un restaurante, y ví al chofer de la micro del campo que estaba tomando junto a unos amigos, lo saludé y me preguntó que andaba haciendo, yo le dije que de paseo, me invitó una bebida y me dijo que regresara hacia donde estaba estacionada la micro porque un poco mas hacia donde yo me dirigía era bien peligroso.
Llegamos cerca de las diez a Parral, lugar donde la micro se detuvo por una hora, mis hermanos mayores compraron algunos dulces y palomitas de maíz. Nuestra llegada a la casa fue cerca de las doce de la noche, la micro solamente nos dejó en Villaseca, lugar desde el cual nos debimos ir en un carro hasta la casa.
Tan rápido pasó el verano que no supe como llegó marzo, el tiempo de regresar a clases. Ya había llegado el nuevo director, quien era canoso, y usaba bigotes, se llamaba Juan Espinosa Henríquez, era súper gritón y muy mal genio, tenía un hijo que era bien gordo, a pesar de ser un poco menor que yo, durante la hora del almuerzo nos tocaba sentarnos en la misma mesa, conversábamos, era bien agradable, no había pasado una semana desde el inicio de clases cunado fue hasta nuestra sala de clases, en primer lugar se presentó y luego nos empezó a enrostrar lo de la puerta de la sala de clases que el año anterior la habíamos botado varias veces, ¡le pago a quien bote nuevamente esta puerta!-dijo mientras con el dedo índice la tocaba-ahora estoy yo, y en esta escuela nunca mas se va a hacer lo que quieran.
Nuestra nueva profesora jefe fue la señora Aura Eugenia González Toro, los primeros días la mirábamos con bastante respeto pero con el paso de un par de semanas le tomamos cariño, bueno yo al menos, había ocasiones en las que me dejaba encargado del curso para que les tomase lectura, mientras ella iba a ver a algún curso que estuviera sin profesor.
También llegó un profesor nuevo, se llamaba Héctor Lillo, nos hizo clases de ciencias sociales durante un par de semanas, no pasaba materia, sino que debíamos tomar apuntes, había pasado tres semanas cuando nos hizo la primera prueba, no me fue para nada mal, pero a mis otros compañeros un completo desastre, la mayoría de las notas eran I (insuficientes), pero luego lo cambiaron para que nos hiciera clases de apicultura.
El no sabía absolutamente nada, motivo por el cual nuestra clase consistía en conversar durante las dos horas que duraba la clase, había veces al principio del año en que por iniciativa propia íbamos a raspar alrededor de los cajones de abejas.
Durante aquel año fuimos todos cambiados de lugar, siendo mi compañera de puesto Camila Lorena, pero de los meses en que me senté junto a ella nuevamente no hubo palabras que salieran de mi boca para expresarle mi sentir.
Nuestra sala de clases no tenia vidrios en el lugar donde se sentaba la profesora, por lo que generalmente abejas que andaban extraviadas se metían a nuestra sala, una en particular se acercó hacia la señora Aura, ella le dio un manotón, tirándola al piso, pero la abeja enseguida levanto el vuelo, metiéndose entre su falda, y picándola enseguida, me picaste la concha abeja de mierda-fueron los gritos de la profesora- luego de lo cual se levanto la falda quedando con toda su ropa interior a la vista. La risa nadie de nosotros la pudo contener, mientras ella con su falda levantada se sacaba la lanceta de la abeja, luego de lo cual continúo riéndose junto a nosotros.
Desde aquel día la señora aura no se volvió a sentar junto al lugar donde estaban los vidrios rotos.
Durante los primeros meses de clases llegaron desde retiro unos señores para hacernos preguntas sobre apicultura, se suponía que ellos eran conocedores sobre el tema pero yo les rebatí una de sus afirmaciones dejándolos en completo ridículo, siendo su afirmación final que lo averiguarían en los libros cuando llegasen a Retiro, yo en cambio para cerciorarme que mi afirmación era correcta al llegar a mi casa lo primero que hice fue buscar el cuaderno del año anterior, dándome por completo la razón.
Durante los meses de invierno regresaron Haroldo y Gabriel desde sus trabajos que tenían en Santiago para dedicarse a sembrar arroz, fueron unos meses de trabajo muy duro para ellos, ya que primero debieron hacer los pretiles, luego cultivar la tierra, pero como el terreno de mis padres es de secano tendrían que llevar el agua a través de unas mangas de plástico, las que no dieron resultado, el agua debía subir casi seis metros desde donde la sacaban hasta el lugar donde se haría la siembra, como aquello no resultó intentaron llevar el agua nuevamente a través de mangas plásticas, pero esta vez por aire. Para ese fin hubo que hacer unas torres de madera, madera que fueron a robar al otro lado del río, a un lugar llamado Caliboro, cortaron enormes acacios, los que luego los debimos tirar con un alambre desde el lado del terreno de mi abuela, fue con ellos que construyeron la torre principal donde la bomba vaciaría el agua, pero como de costumbre tampoco dio resultado.
La última alternativa fue comprar tubos de cemento, los que luego de instalarlos tampoco dieron resultado, la frustración era mayúscula, la mayoría del agua que levantaba la motobomba se perdía debido a la mala instalación que hizo un caballero que habían contratado para tal fin.
Solamente pudieron sembrar media hectárea de arroz, perdiendo todo el trabajo de las cinco hectáreas cultivadas que pretendían sembrar.
Durante ese año el tío Dagoberto viajó desde Santiago para ver como estaba funcionando la siembra del arroz, y me llevó una radio a pilas marca Sony, al fin de cuentas yo era el único en la casa que tenia radio, ¡ha! me había olvidado mencionar que teníamos un televisor que funcionaba con una batería, pero durante dos años estuvimos sin ver televisión ya que la batería se había echado a perder y como la pensión de viudez de la mamá alcanzaba solamente para comprar las cosas comestibles para la casa, debíamos aguantarnos las ganas de ver televisión.
Yo, ahora con radio me acostaba junto a ella antes de dormirme, pero había ocasiones en que Haroldo o Gabriel me la pedían, yo no tenia reparos en prestársela, pero una noche en que yo había ido a dormir donde la mamita Elvia, antes de irme me la había pedido Haroldo y yo consentí en prestársela, pero durante la noche llego Gabriel a quitársela para escuchar un partido de Colo-Colo, Haroldo intentó sostenerla, y le rompieron la manilla, además de la antena, cuando volví de clases al día siguiente, debí morder mi rabia, ya que yo no tenía derecho a reclamarles porque ellos eran mayores y si querían me pegaban.
Yo tomé mi radio y se la pasé a la mamá para que fuera ella quien decidiera si la prestaba o no, siendo aq1uella una decisión que me evitó muchos problemas.
Durante el mes de noviembre de ese año también deberíamos rendir la prueba del simce, motivo por el cual se destinaban casi tres horas de clases durante la semana para prepararnos y de esa forma hacer una buena prueba, para el día de aquella, en una de las preguntas se nos decía que hiciéramos una composición de cómo queríamos el futuro de la educación, como de costumbre dejé el título para el final, pero una vez que hube entregado la prueba, recordé que no le había puesto título.
Era mediado de noviembre cuando un compañero nos dijo que durante la noche haría una cagada en la escuela, solamente nos lo dijo a Julio y a mí. Yo llegaba a Villaseca a las siete veinte de la mañana, a la casa de la tía delfina, una vez allí esperaba de pie junto a la puerta hasta que élla se fuera a la escuela y luego entraba a la pieza de Julio, donde conversábamos hasta la llegada de la hora en que se levantaba para ir a clases. Ese día al llegar vimos que había unas rayas con pintura café en uno de los muros de tablas de la escuela, caminamos como de costumbre hacia nuestra sala, lugar donde nos dimos cuenta que estaba completamente rayada, las palabras en su mayoría groserías en contra del director y de Pinochet. La señora Aura cometió el mayor error como fue mandarnos a limpiar antes que llegara el director, quien se encontraba de viaje en Retiro, si bien es cierto sacamos algo de la pintura, las palabras se podían leer claramente, por lo que el director a su llegada, siguió interrogando a mediomundo, especialmente a los alumnos internos.
Al día siguiente al llegar nuevamente a la escuela estaba el director y dos carabineros interrogando a Edgardo en la oficina del director, cuando pasamos lo vimos que estaba llorando y luego supimos que culpó a otros alumnos del colegio, con la intención de librarse de su culpa, pero como siempre sucedía en la escuela todo quedaba en nada.
Pronto fue la fiesta de nuestra despedida, el séptimo de ese año les correspondía despedirnos, yo al menos no tenía ninguna preocupación a que fuese a repetir.
Cada alumno daba una invitación a cada uno de nosotros, la niña que me envió la invitación fue Viviana Morales, esperamos ansiosos aquel día, la fiesta de nuestra despedida empezó a las nueve de la noche de un día viernes, luego de unas palabras empezó la celebración, fué la primera vez en que ambos cursos nos vimos realmente como amigos, era increíble pensar que luego de estar tantos años mirándonos como rivales, en una noche nos convirtiéramos en verdaderos amigos, y pensar que ya solamente faltaba una semana para nuestra licenciatura.
Durante la ultima semana de clases prácticamente no dedicábamos a conversar y pensar en cual seria nuestro futuro, Juan Carlos Norambuena y Julio por ejemplo en medio de una cerca vieja hicieron un entierro, del cual yo fui testigo privilegiado, cada uno de ellos puso las mismas cosas, en una bolsa de nylon transparente quedó sepultado bajo tierra, dos lápices de mina, dos gomas, un sacapuntas, una tijera y algunas monedas, prometiendo que regresarían en su búsqueda algún día.
Esa semana pasó tan rápido que había momentos en los que hubiera deseado detener el tiempo, fue viernes el día de mi licenciatura, la de mi curso, la de mis amigos, la despedida de aquella vieja testigo de tablas azules que en sus pasillos de cemento aun conserva nuestras huellas, hay muchos quienes no las pueden ver, pero al mirar hacia abajo, veo las huellas de mis caídas o las lagrimas consumidas en su duro cuerpo, veo también…
La noche de aquel viernes nos tenía una muy grata sorpresa, nuestro profesor jefe desde segundo año básico estaba presente, antes del comienzo de la ceremonia, nos reunimos con él, le contamos todo cuanto está ya escrito y algunas otras cosas que no me corresponde a mí contar.
Uno a uno fuimos subiendo hasta el corredor de cemento de la escuela para recibir de las manos de nuestra profesora un cartón que de valor no tiene mucho para algunos, pero en cambio para mí guarda todo lo que fue desde mis primeras palabras que pude leer hasta ser capaz después de algunos años construir nuestro propio cuento, fue la primera vez que pude descubrir que la imaginación jamás podrá ser encerrada entre barrotes, y casi lo único por lo cual no debemos pagar, ni pedir permiso para usar.
La que había sido nuestra directora también nos tenia un presente, un reloj plástico, si, lo recuerdo bien, perfectamente envuelto en un trozo de papel, hubo quienes lo miraron con desprecio, yo en cambio guardé inclusive aquel papel que lo cubría por largo tiempo.
Luego de la ceremonia, la hora de celebrar, la señora Aura como nunca antes conversaba con cada una de las madres, inclusive había algunas que no había visto nunca. Comimos un poco de cordero asado, también hubo tortas, que las había preparado mi hermana Marisol.
Bailamos, recordamos, reímos, nos entristecimos…  y tan rápido pasó la noche que al mirar en reloj en mi brazo, eran las dos de la madrugada, la hora del regreso a mi casa y la hora de decir adiós a la escuela F-602 Gertrudis Alarcón-Villaseca.
Caminamos las dos cuadras que separan la escuela de la casa de la tía Delfina, donde teníamos el carro de la abuela, el que era tirado por el Lucero, un caballo negro que tenia mas años que yo. A nuestra llegada a la casa la mamá me tenía en un papel su regalo. Ansioso rompí el papel, para descubrir en su interior una camisa blanca, un fuerte abrazo fue la mejor forma en que le pude agradecer, luego de lo cual ví que por sus mejillas empezó una lagrima a correr.
Pasaron unos días y yo debía ser matriculado en el liceo de parral, el encargado de mi matricula en el liceo B-30 Manuel Bulnes de parral fue mi hermano Haroldo, quien además seria mi apoderado, como exigencias le pidieron un certificado de residencia escolar y un certificado de residencia; el certificado de residencia fue emitido con gran gentileza por los carabineros de Villaseca, pero sin embargo cuando debí ir a la escuela por el certificado de residencia escolar, en primer lugar debí esperar que llegara el director, don Juan Espinosa quien se encontraba de viaje en retiro, la señora de él me dijo que regresara después de las tres de la tarde, hora en que llegaba la micro, tal cual me dijo ella lo hiciera fue como lo hice, al llegar y luego de saludarle y decirle el motivo por el cual me encontraba en dicho lugar, dijo: “este pueblo de Villaseca no se puede comparar ni con un pueblo de perros”, enseguida tomó un manojo de llaves y se dirigió a la oficina del director, la que no estaba a mas de diez metros de la casa que el ocupaba en el colegio. En una vieja maquina de escribir empezó primero por los datos de la escuela, y enseguida por los míos, luego de terminar de anotar los datos puso sobre el papel un timbre, con tal furia que inclusive me hizo saltar, ahí está dijo, dando luego media vuelta para irse a la casa.
Yo con mi papel en las manos caminé hacia la casa de la tía delfina, lugar donde al fin pude leerlo con calma, me sentía realmente humillado por las palabras de quien fué el director de mi escuela, quien firmó dicho documento no como tal, sino como Juan Espinosa Henríquez, profesor normalista.
Luego de entregar los papeles a mi hermano, éste viajó dos días después a Parral así ser un alumno más del liceo.
Para la llegada del año nuevo de mil novecientos noventa y dos, la tradición de esperar el nuevo año, como de costumbre fué con todos los hermanos reunidos. Juan era el encargado de llevar un par de botellas de champagne para cada año nuevo, la que llegaba muy tibia debido al viaje, pero la enfriábamos metiéndola al pozo desde donde sacábamos agua.
Generalmente lo que comíamos era ganso y cordero asado y las ensaladas eran tomates y papas con mayonesa, la que era preparada por la mamá. También era casi infaltable el pan de pascua y el pan dulce, todo hecho por ella y Marisol.
Durante las vacaciones, los días domingo en los cuales mis hermanos salían, yo debía ir a ver que el arroz estuviera con bastante agua, y si le faltaba había que encender la motobomba para echarle mas agua.
La motobomba también era usada para regar la huerta que teníamos en casa, la que estaba compuesta por plantas de tomates, cebollas, morrones y varias matas de ají, también había algunas matas de maíz, las que una vez que los choclos estaban en su punto, los sacábamos para hacer humitas y pastel.
Fue así como pasó el verano, entre tantas picadas de zancudos y caminatas bajo el sol, dando la bienvenida a marzo.
Le dije a Haroldo que fuera a dejarme a Parral porque yo no conocía el camino para llegar al liceo, ni tampoco conocía el camino para llegar al Terminal y tomar la micro y regresar a la casa, ¡No!-me dijo, sino tus compañeros te van a molestar, además que hay que guardar la plata para tus pasajes indicándome luego cual era el camino que debía seguir, tanto para llegar al liceo como para ir hasta el terminal a tomar la micro hacia la casa.
Aquella mañana de marzo, me desperté a las seis de la mañana, hora en que descubrí que el cielo se encontraba completamente nublado, el canto de los pájaros me acompañaba mientras yo caminaba hasta el pozo para sacar agua y asearme antes de salir hacia el camino, distante quinientos metros de mi casa lugar al cual debía ir a tomar la micro.
Luego de despedirme con un beso de la mamá salí hacia el camino, no sin antes persignarme sin que nadie me viera frente a la grutita que hiciera mi madre con ayuda mía a san Sebastián y luego al pasar frente a la cruz del ultimo descanso del papá, luego de lo cual caminé lentamente hasta llegar al lugar donde tomé la micro.
Buenos días rucio-me dijo don Bernardo, el chofer-¿para donde vas?-al liceo de Parral le respondí, enseguida caminé hasta el ultimo asiento donde me quedé, poco a poco fue quedando atrás el camino que cada día andaba, ahora empezaba a andar un nuevo camino, por el que ya no estaban mis huellas. Primero un pequeño pueblito rural llamado Higuerillas, lugar donde empezó la lluvia, luego San Ramón, San Nicolás, Copihue y Parral, siendo la primera parada frente al hospital, allí bajaron muchas personas, mujeres con sus guaguas y ancianos, la mayoría de ellos iban en busca de una escasa hora para que los viera un doctor, de pronto la micro siguió su marcha hasta llegar al semáforo de la plaza, lugar donde me había dicho Haroldo me debía bajar, no fui el único, como yo bajaron muchos, yo seguí sus pasos, a pesar de no caminar más de media cuadra, mis nervios hacia que pereciera una gran distancia, miraba los árboles de la plaza de Parral me perecían tan imponentes.
Luego la llegada a las puertas del liceo, palabra escrita con letras de bronce sobre la entrada y a continuación una enorme reja negra, seguida de unas enormes mamparas, que me daban la bienvenida a este mi nuevo hogar.
El patio techado del liceo fué el lugar donde se hizo el acto de bienvenida, una a uno empezaron los profesores a llamar a sus alumnos, primero a los alumnos de los cuartos medios, luego a los de tercero, los de segundo y por ultimo a los alumnos nuevos, yo me distraje un momento y no escuché que llamaban a alumnos de primero, cuando escuche un Carlos Flores, ¡ha! dije yo entre mi, en segundo año también hay un Carlos Flores, pero se acabó la lista, me acerque tímidamente a un inspector y le pregunté hacia  donde se había ido el curso, me preguntó el nombre y me llevó al primero E, curso viajero, las puertas de la sala ya estaban cerradas, el golpeo y salio una señora morena, adelante mijo, me dijo, se puso de pie y con una voz muy suave empezó hablar, primero dijo su nombre; soy Hilda Bustos Aravena, profesora de matemáticas, y como ya se habrán dado cuenta soy su nueva profesora jefe, luego de acuerdo al orden alfabético de la lista nos fuimos presentando.
Una vez terminada la presentación nos dijo que sacáramos una hoja para hacernos una prueba de diagnostico. Hubo resultados buenos, malos y muy malos, no importa dijo con estos resultados sabré en que y en quienes debo poner mayor énfasis para que al cabo de un mes mas menos ya estén todos nivelados.
Faltaban diez minutos para las diez cuando la vieja campana de bronce nos distrajo con su talan, era el primer recreo, antes de salir nos dijo que fuéramos al tercer piso para tomar desayuno, ahí nos reunimos por primera vez todos los alumnos viajeros del liceo, para recibir un vaso de leche con un par de galletas, luego de salir de allí, seguí caminando por los pasillos del tercer piso, mis hermanos me habían comentado que en dicho piso, estaban las salas de música, religión, el laboratorio de química, la sala de artes plásticas, al final del pasillo la de técnico manual, todas cerradas hicieron para mi aún más grande el misterio de querer conocer mi nuevo hogar, bajé al segundo piso, solamente salas, luego descendí al primero, alcance a llegar a los baños cuando la campana nuevamente era golpeteada, y con su sonido nuevamente de regreso a la sala, allí había una nueva profesora, esta vez de artes plásticas, tenia una voz de persona muy humilde, luego de presentarse, nos hizo sacar una hoja del cuaderno y dibujar algunas líneas, luego de lo cual nos dijo que le pusiéramos el nombre a cada un de ellas, yo solo las había visto dibujadas, pero nunca me habían dicho su nombre, sólo acerté en dar el correcto nombre a dos líneas de todas las que había, estas fueron la horizontal y vertical, yo no me sentí para nada mal al enterarme que hubo quienes no conocían siquiera el nombre de una de ellas.
La profesora era muy simpática, motivo por el cual la hora se nos pasó muy rápido, nuevamente a recreo y seguir soportando el hambre, aquel primer día, hubo unos compañeros que congeniaron de inmediato, uno era Ramón Parra y el otro Bernabé, quien lo tomaba de los pies, a petición de Ramón para que lo arrastrara por el pasillo, las baldosas quedaban completamente brillantes, mientras y polvo quedaba en la chaqueta de Ramón.
Durante este recreo si alcancé a ir al baño, había un urinario, y a continuación los sanitarios, sólo eran separados uno de otro por un muro que no tenia mas altura que un metro y veinte, al sanitario que estaba mas al fondo había que entrar apoyado en los tacos de los zapatos, ya que el agua que se acumulaba sobrepasaba las plantas de estos, había que hacer largas filas para entrar a los sanitarios. Durante la jornada de la mañana había casi cuatrocientos alumnos, siendo aquel el único baño, las mujeres por su parte tenían el baño al lado, también había filas al lado afuera, siempre custodiados por un inspector para evitar que alguien fumara, pero había algunos encargados de llamar la atención del encargado, y la mejor forma de distraerlo era conversando con él.
Luego llego la profesora de ingles, era colorina, y de grandes ojos verdes, soy la miss Pincheira, dijo luego uno a uno nos pregunto los nombres y luego de conversar largo rato se puso en acción, quien mas sufrió aquel primer día fue mi cuaderno ya que por cada profesor que nos hizo clases resultaba una hoja menos. Tan pronto llego la una y media nos autorizaron a retirarnos, por ser el primer día.
Salí caminando lentamente por los baldosas desniveladas de la plaza, me senté un momento, sobre uno de los escaños verdes que están frente al liceo, desde allí contemplé el constante ir y venir de quienes al igual que yo, entraban por primera vez en aquellos muros, había muchos que llegaban de la manos de sus padres, otros en cambio eran llevados en auto y dejados frente a las puertas del liceo, también había otros como yo que ya habían terminado su jornada y se retiraban a sus casas, unos llevaban mochilas, otros en cambio una bolsa plástica en la cual llevaban el fruto del saber fue entonces que aprendí a no sentirme menos, sino uno mas que lucha por superarse.
El día ya había despejado, y yo con mi chaqueta de lanilla, seguí caminando por la calle principal, no quería quitármela, por temor a que alguien viera cuan descocido estaba el forro en su interior, ya no había más lugar donde poder cocerla, había una costura sobre otra de las que le había hecho mi madre, esperé hasta que no hubiera nadie cerca y al fin me la quité, caminé tres cuadras y doble hacia el sur siguiendo el camino hacia el terminal, al que pude ver luego de avanzar siete cuadras.
Como las monedas no sobraban, el almuerzo de aquel día fue un cono de papas fritas pasadas de aceite, las que compré en uno de los carritos que había en el terminal, mi cuello se sentía a cada momento mas ahogado por la molesta corbata, la que al igual que la chaqueta no había sido ocupada desde el año mil novecientos ochenta y ocho, año en que se licencio mi hermano Haroldo. No fué ocupada por Dagoberto, ya que el sólo estudió hasta octavo básico.
Mi reloj parecía no avanzar, y yo aguardando que llegaran las cinco de la tarde hora en que partía la única micro que había hacia mi hogar, los asientos de ésta me parecían cada vez duros, hasta que al fin la hora de partir, junto a sacos harina y de papas era mi regreso. Los estudiantes no nos sentábamos, sino hasta el momento en que los pasajeros adultos dejaban asientos libres, lo que generalmente ocurría casi a la mitad del camino, poco a poco los pasajeros se bajaban, y con ellos sus cajas con mercadería, papas y harina. Cada vez que alguien bajaba, yo le ayudaba a don Galo, el auxiliar de la micro, él esperaba abajo, mientras yo le pasaba desde arriba las cosas.
El auxiliar se bajaba en un pequeño pueblito llamado Higuerillas, y desde allí el chofer seguía solo su camino, el ultimo asiento de la micro era mi refugio, hasta llegar a torreón.
Apenas puse un pie bajo la micro arranque la corbata de mi cuello y la metí en uno de los bolsillos de la chaqueta, en la casa me esperaba mi mamá ansiosa por saber como me había ido en mi primer día de clases, luego el almuerzo a las seis y media de la tarde y la once un poco después, tiré mi ropa sobre la cama para ponerme los pantalones cortos e irme a bañar al estero, con mis hojotas me sentía tan libre como las aves en el cielo.
Fue así como pasó mi primera semana de clases en el liceo, cada día conocía profesores nuevos, y cada día también llegaban alumnos nuevos, había pasado una semana cuando recibimos la noticia que aquel año no habría almuerzo en el liceo, que debíamos pagar para recibir un plato de comida, eran mil quinientos pesos semanales, ya que el alcalde se había puesto con la mitad para que nos dieran un plato de comida. La mamá con mucho esfuerzo guardaba cada peso que le era posible ahorrar para que yo pudiera almorzar.
Era el primer lunes luego del cambio de hora de marzo, ya estaba oscuro, yo como de costumbre sentado en el mismo lugar, el ultimo asiento de la micro, de pronto miró el chofer hacia atrás por el espejo, ven rucio me dijo, luego de preguntarme el nombre me dijo vente aquí a mi lado para que no te aburras, y empezamos a conversar, era la persona mas amable y simpática que había conocido, cuando llegamos a villaseca me dijo que fuera a dejar el pan a la señora Morelia, la dueña de un almacén que encargaba pan todos los días, desde aquella tarde luego que se bajaba el auxiliar yo me iba para donde el chofer, tenia mil y una historias, era mujeriego, bueno para el copete, y creo que tenia tres hijos, claro que de distintas mujeres, don Bernardo era como yo le decía.
Al cabo de un mes me convertí en su ayudante, y él a pesar de la diferencia de edad en mi mejor amigo. Le dijo al auxiliar que ya no me cobrara pasaje, el quería que yo fuera a hablar con el dueño de las micros, pero don Bernardo le dijo que no. Había veces en que subía una inspectora para revisar los boletos, pero el chofer habló con élla, y cada vez que élla subía me saluda tan amablemente como si fuera una amiga.
A fines del mes de marzo, fué la cosecha del arroz que habían sembrado mis hermanos, obtuvieron una cosecha bastante mediocre, pero al menos les ayudó para recibir algo de dinero, el que fué utilizado en su mayoría para pagar las deudas que habían adquirido para llegar a buen termino con la cosecha del arroz.
Mi hermano Juan Enrique que había sido el socio capitalista solamente obtuvo pérdidas, por ejemplo, el dinero con que compró de la motobomba, no le pudieron devolver ni un solo peso, había ocasiones en que enviaba dinero para comparar bencina o para comprar mangas plásticas para el riego, todo ese dinero invertido por él quedó como perdidas, también  me olvidaba de todo el trabajo que debieron hacer mis otros hermanos, como fue hacer los pretiles para que no se saliera el agua, o un canal para acercar mas el agua hacia el lugar hasta donde les alcanzó el dinero para comprar tubos de cemento.
 En el liceo, las cosas empezaron andar muy bien, excepto por un libro que nos pidieron para ingles, era el contact 3, Juan mi hermano que estaba en Santiago dijo que él me lo iba a comprar. Yo tenia que pedir el libro a mis compañeros y sacar una fotocopia para poder trabajar durante la clase, hasta que de pronto el ansiado libro llegó, no llego solamente el libro, sino también el invierno, cada día como de costumbre me levantaba a las seis de la mañana para ir a estudiar, y regresaba cerca de las siete de la tarde, las noches muy oscuras, había veces en las cuales llovía, mi único abrigo, ya que no tenia casaca era mi vieja chaqueta.
Quien nos hacia educación física era el profesor Ulises Saavedra, luego de cada clase que teníamos con él las piernas parecían no responder luego de terminada la clase, había muchos que usaban buzo, pero había algunos entre los cuales estaba yo que no nos alcanzaba el dinero para comprarlo, hacíamos con pantalón corto. Para las clases nos llevaba al gimnasio techado, ahí había una cancha de cemento, el precalentamiento consistía en diez minutos de trote y luego ejercicios, fué la primera vez por ejemplo que supe en que consistía el juego de básquetbol, nos enseñó las reglas, y también la forma de hacer los ejercicios correctamente.
Para mi, lo mas importante fué el descubrimiento de la biblioteca, ya que con ello tenia un mundo de conocimientos a mi alcance, el que pude descubrir, luego de que nos hicieran leer un primer libro, bastaba una foto tamaño carné para tener un pase para pedir libros en la biblioteca, uno de mis primeros libros fue El loco Estero, libro que me cautivó, también Marínela es otro libro de los que recuerdo, dejando luego de leerlo una lección que jamás podré olvidar, “la belleza que puede ver el alma es muy distinta y quizá aun mas bella que la que pueden ver los ojos”, fue esa la conclusión a la cual pude llegar luego de aquel libro.
El tiempo pasaba tan rápido que había momentos en que hubiera deseado que los relojes se detuvieran. Las clases de ingles, ya no eran una tortura, sino que eran habladas en palabras que me parecían tan sencillas que antes de cada prueba no me era necesario estudiar, para obtener un buen resultado.
Si bien es cierto había cosas de matemáticas que nunca había visto, no se me hacia demasiado difícil, salvo las fracciones que sí me complicaron un poco.
Uno de los primeros trabajos fue de historia y geografía, bajo la mezquina luz de una lámpara a parafina debía trazar las líneas o escribir las palabras, había ocasiones en que trabajaba hasta pasadas las doce y media de la noche, pero dicho sacrificio fue suprimido por tardes encerrado en la biblioteca, la señora Elisa Lastra, una ex profesora de francés, quien no había podido seguir realizando clases por no contar con un titulo universitario, estaba siempre abierta a cualquier duda que a mí al menos se me presentase, élla no medía mas de un metro cincuenta y cinco, pero su voluntad para buscar entre tantos libros viejos, los que sólo eran guardados en el archivo de su memoria, la hacían para mí una persona enorme.
El inspector general, era conocido por todos en el liceo, como “el perro Acuña”. Pero para mi era considerado un gran caballero que nunca si alguien tenia una justificación le negaba un permiso.
Mi profesora jefe, en una clase de consejo nos contó la historia de su niñez, en la que cada día al igual que yo debía viajar varios kilómetros, según su relato, en sus años de estudiante, los zapatos usados eran de plástico, decía ella que luego de salir de su casa, se sacaba los calcetines para echarlos en uno de sus bolsillos, tenia que caminar por partes, en que los barrizales eran su camino, una vez cerca de su escuela, se acercaba a un  pequeño canal, lavaba sus zapatos, los sacudía para botar el exceso de agua y luego de aquello, sacaba los calcetines del bolsillo para ponerlos e ir a su escuela. Cada palabra que ella nos relataba hacia que en mi memoria no hubiera lugar para el olvido del camino que yo había caminado desde mis seis años, en el cual conocía inclusive las piedras y árboles más grandes.
Mis viajes eran ahora adelante, el ultimo asiento que fue mi refugio, fue cambiado por las pisaderas junto al chofer, fué junto a él, donde empecé a sentirme valorado, por supuesto afuera de mi casa y por alguien mas que no fuera mi madre, lo que sentían mis hermanos hacia mi, creo que nunca sabré que era…
No tardó en llegar el mes de mayo y con el, el matrimonio de mi hermana Marisol, la fiesta se realizaría en mi casa, mis hermanos hicieron con las tablas que había sobrado del frustrado intento por llevar agua en altura para sembrar arroz, una cierre de tablas, el techo estaba formado por unos alambres, y sobre estos un gran nylon, para el piso, se echó, un poco de arena y piedras que habían llevado desde a orilla del río, y sobre estas una capa de viruta de madera, siendo yo el encargado de llevarla desde Parral.
Era el viernes veinte y dos de mayo de mil novecientos noventa y dos, habían llegado varios familiares desde Santiago, ya que al otro día era el matrimonio, el pelado Carlos, había llevado a un amigo que llamaban el guatón, quien resulto desde aquel día convertirse en un gran amigo de mi familia.
Durante aquella noche, se reunieron en la casa para dejar instalado un equipo para la música, pero luego de instalarlo, debido a que estaba conectado a un generador de corriente, el equipo se quemó, Carlos estaba bien preocupado, ya que era ese su regalo para mi hermana, primero empezaron con una pis-cola, según ellos para despejar la mente y pensar como solucionar el problema, pero mientras se tomaban el primer vaso encontraron la solución, la que fué conectar los parlantes a la radio del furgón del guatón, el sonido era espectacular, y para celebrar que ya había solucionado el problema de la música, siguieron con otro combinado. Luego que llegaron las doce de la noche yo me fui a acostar, pero al levantarme al día siguiente, me di cuenta que habían sido doce las botellas de pisco que se tomaron durante la noche, un promedio de tres botellas cada uno.
Ulises apenas se levantaba se ponía a vomitar, Gabriel estaba un poco mejor, el pelado y su amigo no estaban en la casa, así es que no supe como amanecieron.
Era Ulises el encargado de matar los tres corderos para la comida de la noche, pero como andaba muy mal debió ser Gabriel en encargado.
Eran casi las tres de la tarde, y mi mamá dijo que la cantidad de carne que había era poca, motivo por el cual debí ir hasta donde un amigo de la familia, don Orlando para pedirle un cordero mas, fui con quien seria mi cuñado a buscarlo, fue el quien debió caminar casi un kilómetro con el cordero sobre su espalda, el día estaba nublado y súper frío, pero el transpiraba como si fuera verano, pero al fin llegamos bien a la casa.
Legaron las seis de la tarde, hora del matrimonio, cuya ceremonia se realizaría en la capilla de villaseca. Ulises el encargado de entregar a mi hermana andaba súper mal, cuando caminaba con mi hermana del brazo hacia el altar, iba tan rojo que perecía un verdadero tomate, además de transpirar mucho. Va emocionado mi ahijado, decía la tía Zulema cuando lo vio entrar, pero yo, quien sabía lo que le sucedía, debía contener mis ganas de reír.
No hacia un par de minutos que había empezado la ceremonia cuando empezó a llover, la lluvia sonaba en el techo de la capilla. Para el momento en que terminó la ceremonia, afuera parecía como si hubiera llovido durante todo el día.
Mi hermano había contratado una micro para que nos llevara, ya que eran muy pocos quienes tenían vehiculo, la micro solamente llegó hasta el camino de afuera, y desde ahí debimos caminar hasta la casa, el auto del tío Sergio que era quien llevaba a la novia, avanzó unos pocos metros, y quedó en el barro, yo, y uno de mis hermanos lo debimos empujar para que pudiera salir, inclusive debió esperar un momento para dar tiempo a que los invitados llegaran a la casa.
El agua de la lluvia se podía ver claramente chocando contra el techo de nylon y en algunos lugares donde se juntaba agua debíamos cada cierto tiempo hacer que esta corriera hacia el piso, empujando desde abajo con una escoba.
Yo estaba completamente embarrado, sólo esperé a que bailaran el vals para ir a cambiarme ropa, luego de aquello, sobrevino un cóctel y enseguida la comida.
Era el tío Policarpo, el encargado de los asados, él era un tío lejano, al que era conocido por todos simplemente como Polo. Donde estaba él, había un calor insoportable, pero con una garrafa a su lado no lo sentía tanto, mientras que él con una horqueta de fierro daba vueltas a la carne, había ocasiones en las que debía mantenerse afirmado en ella mientras no daba vueltas al asado para no caerse debido a lo bebido que estaba.
Yo me había levantado aquel día antes de las siete de la mañana, y aquello me pasó la cuenta y debí irme a dormir, fue ahí cuando me sucedió un hecho inexplicable, me bastaba cerrar los ojos para sentir que alguien me estaba mirando, borracho no estaba, ya que lo que mas bebí aquella noche fue un sorbo de champagne, ya que no acostumbro beber, me desperté por completo, encendí el choncho a parafina que había en la pieza y no pude ver a nada ni nadie, como ya se me había pasado el sueño me levante y estuve un momento mas en las fiesta, también había llegado mi amigo don Bernardo, el chofer, como en la mesa de afuera no había asientos lo hice pasar a la pieza del comedor, donde estaban mis tías y todos mis familiares mas cercanos, ahí estuvimos casi hasta las tres de la mañana, hora en que la tía Zulema decidió irse a la casa de campo que tiene cerca de la nuestra, como solamente andaba con el tío Sergio y mi prima Regina, debí acompañarlos hasta su casa, si bien es cierto me fui en el auto de ellos, pero el regreso lo debí hacer a pie, en medio de la torrencial lluvia, llegué completamente mojado a la casa, sólo me cambie zapatos y salí al patio donde estaban bailando, mis hermanos estaban todos bien bebidos a excepción de Dagoberto que no tomaba.
Recuerdo a una señora en particular a la cual yo no conocía, porque era una de los invitados de mi cuñado, estaba dormitando en una silla cuando de pronto se fue de punta enterrando su cabeza en la viruta de madera que habíamos echado al piso, aun se estaba parando cuando dirigí la mirada hacia el globo de agua que se formaba en el techo de nylon, fui por la escoba para empujar el agua hacia afuera, no faltaba mas de cinco metros para llegar a dicho lugar cuando el nylon se rompió, haciendo que la persona que estaba abajo quedara completamente mojada, pero aparte de sacudir su cabeza y seguir durmiendo no hizo mas. Lo tomaron entre dos personas y lo llevaron a un vehiculo para subirlo y llevárselo, estaba tan borracho que creo que no se dio cuenta lo que le había sucedido.
Eran mas de las cuatro de la mañana, y ahora definitivamente me fui a acostar, esta vez llevé una linterna y tranqué la puerta de la pieza, a pesar de no ser el único que estaba allí, nuevamente sentía que alguien me miraba, es más pude sentir su aliento en mi cara, no encendí la linterna, ya que pude recordar que era el aroma de mi padre, la linterna aquella con la que yo me fui a dormir y dejé bajo la cabecera, la busqué al día siguiente, y nunca mas apareció. Como de costumbre no quise decir nada a nadie, ya que para muchos de mis hermanos lo que yo decía eran mentiras o tonterías, aquel recuerdo, solamente fue guardado al igual que muchas palabras y partes de mi vida en mi baúl de los recuerdos mas preciado, en el lugar donde nadie mas que yo puede entrar como lo es mi memoria.
Al otro día, estábamos reunidos en la pieza del comedor, el tío Dagoberto, la tía Domitila su esposa, la mamá, entre otros, estábamos riéndonos y conversando gratamente cuando de pronto llegó Alfonso, quien empezó a decir a mi tío Dagoberto que fuera a la casa de sus padres, que no importaba que estuvieran peleados con su esposa, se iba a tomar un momento y luego regresaba, mi tío estaba completamente rojo, cuando nuevamente apareció Alfonso en la puerta, mi tío se puso de pie y con su mano derecha lo tomó del cuello, simplemente lo llevaba en el aire, cual marioneta Alfonso intentaba afirmar los pies en el suelo pero no alcanzaba, mi tío lo llevó hasta el patio y luego de darle un puntapié en el trasero le dijo que se fuera.
Alfonso cual niño obediente siguió camino hacia su casa, sin importarle si llovía o no.
El día pasó rápidamente, eran casi las cinco de la tarde cuando llegó don Miguel (el guatón) a buscar a Carlos González quien estaba bastante borracho, don Miguel luego de despedirse de todos ya se iba cuando Carlos se bajó de furgón para quedarse allá, iba caminando hacia la casa cuando vio a mi tío, que estaba parado junto a la puerta, le dijo chao papi y se regresó al furgón. Bueno y no te ibas a quedar aquí le dijo don Miguel, pero Carlos le respondió y no viste que estaba mi papi oye guatón o quieres que me eche a la fuerza.
Nosotros en cambio estábamos muertos de la risa, ya que mi tío era conocido por que todos le obedecían, entre mis hermanos mayores era llamado Hitler.
Al día siguiente debí ir al liceo, también se iban el tío Dagoberto y la tía Domitila, estuvimos esperando durante un largo rato que pasara la micro, pero por mas que esperamos no pasó, seguimos caminando hacia villaseca desde donde salía otra micro, pero de pronto nos alcanzó un carro quien nos llevó hasta villaseca y desde ahí tomamos micro hacia parral, siendo la despedida de mi tío un fuerte abrazo y cinco mil pesos en mi mano.
Mi hermana por su parte antes de irse de la casa, a su nuevo hogar se despidió formando un gran escándalo, decía que ahora quedaríamos tranquilos, que élla no molestaría más y que no volvería nunca, aparte de tirar al piso algunas cosas que le habían regalado, mi mamá lo único que dijo fue; quien se va sin echarlo regresa sin que lo llamen.
Durante las largas noches de invierno nos entreteníamos conversando o escuchando música, al menos mientras duraban las pilas de la radio. Mis tareas me había acostumbrado a hacerlas en el liceo, así era como tenia la noche luego que llegaba la micro libre, pero la libertad era para caminar entre la oscuridad o tener una conversación con mis hermanos y mi madre bajo la luz de una lámpara de parafina, ahora ya no era necesario encender carbón para capear el frío, porque el tío Dagoberto durante ese mismo viaje llevó una salamandra de regalo, la pieza en la que esperábamos pasara un poco la hora antes de acostarnos se mantenía muy calientita, además del calor que producía desgranar maíz para que mi mamá le diera a las gallinas a la día siguiente.
No había pasado una semana desde que se había ido Marisol cuando regresó con la mayor humildad que nunca se le había visto, con algunos presentes para la mamá, dulces para Alejandra, la única sobrina que estaba en la casa, además de llevar algunas cosas ricas para cocinar, bueno le dijo la mamá y como es que no ibas a regresar nunca mas, pero mi hermana sólo clavó su mirada al suelo en el mas absoluto silencio.
Hacia un mes desde que se había casado mi hermana cuando debió ir al hospital, con síntomas de perdida, según le dijeron a la tía Zulema en el hospital de Parral, lugar donde ella era la asistente social, que Marisol había perdido al feto, y que ya tenia cerca de tres meses de gestación.
En mi casa mejor no recordar cuan enojada estaba mi mamá, preocupada por lo que diría la gente, luego que Marisol se casó con un vestido blanco, aquello fue conocido sólo por nosotros los familiares, ya que la tía Zulema se encargó de apagar cualquier rumor.
Aquel año durante el invierno, también quedó una huella bastante profunda en mi memoria, don Orlando Aravena, quien llevaba bastante tiempo enfermo, se fue de este mundo, yo lo conocía y lo quería bastante, porque era muy juguetón, era como un niño chico, siempre andaba con travesuras de por medio, según los doctores que lo habían visto tenia una debilidad mental, lo que lo hacia estar algo fuera de sus cabales, una tarde luego de almorzar, según nos contó la señora Elsa, su esposa, él almorzó rápidamente por que tenia que hacer un viaje.
Según relato de un testigo a carabineros, don Orlando caminó hasta el estero que no estaba a mas de cien metros de su casa, se sacó la manta y se tiró al agua, quien hizo este relato, fué Memo como era conocido por todos. Memo se encontraba pescando bajo el puente cuando vio venir a don Orlando quien luego de dejar su manta a la orilla del estero se arrojó al agua. El estero no tenia mas de un metro de profundidad, pero Memo al verlo no tuvo el valor de ayudarlo a salir del agua, ni mucho menos rescatarlo sino que salió corriendo.
Luego de llegar del liceo fuimos hasta la casa de don Orlando, y luego de saludar a la señora Elsa, nos fuimos hacia el estero para ver si lo encontraban, había muchas personas buscándolo, tenían focos con batería, linternas e inclusive habían llevado un bote, pero todo esfuerzo fue en vano.
Durante la misma noche empezó a llover, y por consiguiente el estero aumentó su caudal, fueron buzos para buscarlo, pero todo era inútil, llegó el fin de semana, todos lo buscábamos, inclusive se recurrió a creencias populares como por ejemplo poner una vela encendida sobre una mitad de calabazo, sobre la cual inclusive van flores y luego de rezarle se deja en el agua en el mismo lugar donde se lanzo la victima, pero nada dio resultado, ahondando aun mas la amargura de su esposa, hijos, hermanos y amigos.
Ya hacia cerca de un mes desde que se haba lanzado al estero, yo me encontraba recogiendo sarmiento en la viña de la mamita Elvia cuando de pronto escuche los gritos de algunos de quienes aun perseveraban en la búsqueda, aunque parezca increíble no estaba a mas de diez metros del lugar donde se detenían las mitades de calabazo.
Su cuerpo fue llevado al hospital de Parral para realizarle la autopsia, luego de aquello lo velaron en una capilla del convento San Francisco siendo al día siguiente sus funerales, en el cementerio de Retiro, lugar al que fuimos a despedirlo.
No tardó mucho en llegar el mes de agosto, y con él, la celebración del aniversario del liceo, siendo la primera actividad del aniversario un acto y a continuación una misa que se celebraba en la iglesia san José.
Durante la semana solamente tuvimos dos horas de clases para luego dar paso a las actividades y competencias propias de un aniversario. Para cerrar la semana el día viernes con una fiesta en el gimnasio del liceo, fiesta a la que no asistí, punto uno por no tener donde quedarme, y punto dos porque no tenia dinero para pagar los mil quinientos pesos que costaba la entrada, para aquel entonces yo estaba acostumbrado a no asistir a las fiestas que hubieran.
Con la llegada de las fiestas patrias, el aumento de gente viajando en la micro hasta Parral era impresionante, luego de mi salida del liceo, quedaba encargado de recibir cuanta caja con mercaderías llegara a la micro, los pasajeros que en su mayoría me conocían, me invitaban a una bebida o comer un completo, la gente del campo aunque había muchos que no estudiaron sabían que es bastante triste andar sin un cobre en los bolsillos, a pesar que nunca me daban dinero, yo me sentía mas que satisfecho con un agradecimiento, durante una tarde en que viajaba mucha gente, el auxiliar de la micro estaba ocupado, y yo debí subir a la parrilla de la micro para pasarle unas tablas que llevaba, el chofer no se dio cuenta que yo estaba arriba y siguió avanzando, había avanzado casi un kilómetro cuando llegó el auxiliar adelante y le pregunto por mi, el chofer detuvo el bus de inmediato bastante asustado, Galo se bajo a mirarme si venia corriendo atrás, y fue ahí cuando se dio cuenta que yo estaba bajando de la parrilla de la micro, yo entre nervioso y apurado pisé mal en el ultimo peldaño de la escalera y me di un golpe súper fuerte, tanto que mi vieja chaqueta quedo a punto de romperse en el codo derecho, cuando subí a la micro el chofer entre aliviado y nervioso me preguntaba el porque estaba tan pálido, es un poco el susto de que pude caerme como el viento helado que sentía.
Durante los días que estuvo feriado, las infaltables empanadas, las que son echas por mi mamá, el asado de cordero y uno que otra garrafa de vino para los adultos. Yo por propia decisión no bebía alcohol porque me daba vergüenza y a la vez no quería repetir cada uno de los pasos de mi padre, que pasaba noches enteras hablando, luego de haber bebido.
Durante los meses de agosto a fines de septiembre, una vez a la semana se instalaba en el estero una nasa, con la cual atrapábamos muchos peces, el día sábado Carlos González tuvo la idea de ir a instalarla, estaba tan borracho que se caía a las moras, quedando rasguñado por completo.
Al día siguiente cuando fuimos a revisar la nasa sacamos dos sacos casi llenos de pescados, le repartimos a varios de nuestros vecinos, pero lo mas divertido fué a la hora de sacarlos del agua, había una culebra entre los pescados, estaba casi muerta, Dagoberto la tomó y la tiró hacia afuera, quedando en medio del camino que había entre las moras, Carlos estaba sentado mirando como sacaban los pescados cuando la culebra se empezó a mover hacia él, él empezó a retroceder, hasta que estuvo al borde del estero, y la culebra seguía avanzando hacia él, haciendo que Carlos se metiera al agua con zapatillas y con toda la ropa. Ulises tomó la culebra y la tiró arriba de las moras, el pelado Carlos estaba completamente pálido, iba caminando hacia fuera del agua y se resbaló quedando sumergido completamente, nosotros pensamos que estaba bromeando que no se podía parar, pero al ver que sumergía la cara Dagoberto debió ayudarle a ponerse de pie.
Luego de salir del agua tiritaba como una verdadera gelatina, un poco por el agua helada y otro poco por que aun no se le pasaba lo borracho completamente, pero como estaban preparados, destaparon la garrafa de vino que habían llevado y luego de un par de vasos se le quitó por completo el frío.
Durante la tarde fué la competencia de rayuela, había ocasiones en que los tejos caían a mas de dos metros hacia los lados de la cancha, yo los miraba y no sabia el porque se tapaban un ojo antes de tirar. Después me dijeron que era porque debido a lo borrachos que estaban veían dos canchas.
Luego de aquellas fiestas patrias continuaron las clases, había una niña bastante mayor que yo, tenia cerca de treinta años y cada día en los cuales viajaba me acosaba, se llamaba Delia, y vivía en un pueblito llamado san Ramón, yo no niego que ella me gustaba, pero la diferencia de edad era lo que me complicaba, además de mi timidez.
Era un día viernes de octubre, yo iba de pie en los escalones de la micro cuando una estudiante se acercó a mi para entregarme un papel, era una hoja de cuaderno de matemáticas, yo desafortunadamente sólo la guardé en mi bolsillo, esperé hasta llegar al liceo para leerla, en ella decía: quiero que sepas que lo que yo siento por ti, es un bonito y tierno amor, sé que yo te amé en silencio, pero las palabras que hoy te escribo son para que sepas que me voy a santiago, lugar donde espero pronto me olvide de ti de tu sonrisa y tu suave voz, adiós mi amor secreto y muy buena suerte.  La carta, la rompí pero guarde sus palabras en lo más profundo de mi memoria, esperando que algún día regresara su autora para entregarle un poema que yo le había escrito, el cual decía:
Puede ser el amor tan silencioso, como las gotas de agua,
Pueden ser las palabras, como un grito lanzado al viento,
Pueden ser tus labios una fresa arrastrada por la lluvia,
Pueden ser tus pechos tan suaves como la espuma,
Pudieron ser tus besos como el agua sobre la nieve,
Pudo ser nuestro amor como la primavera y la flor.
Esas palabras que guardé durante mucho tiempo, escritas en un trozo de papel, listas para ser enviadas, hasta que una tarde las quemé y las cenizas las lance al viento, esperando que fuera él quien las llevase a su destino.
Durante este año fué mi hermano Ulises quien intentó nuevamente con sembrar arroz, ya que el agua que se perdía desde las siembras de un fundo que había al lado del terreno que era de mi abuelo, las utilizaría él.
Para poder llegar con el agua debió en primer lugar hacer un tranque para juntar el agua y desde allí llevarla hasta el lugar donde sembraría el arroz, debió hacer un canal de mas de doscientos metros de largo, estuvo casi todo el invierno trabajando en él, el terreno ya lo tenia con pretiles, y la tierra cultivada, sólo faltaba que llegara el tiempo de las siembras para comenzar.
Era mediados de octubre cuando empezó a hacer el tranque, para el tiempo en que el señor del fundo tenia listo para empezar a llenar su campo con agua para sembrar el arroz, mi hermano ya tenia también listo el tranque para juntar y aprovechar el agua, pero cuando ya estuvo lleno, no resistió la fuerza del agua, y se destruyo, nuevamente debió levantarlo, esta vez con grandes troncos que fueran capaces de resistir la fuerza del agua, esta vez todo un éxito, hasta cierto punto de vista, ya que los cálculos fallaron en poco, tuvo que ahondar el canal en quince centímetros mas, pero al fin llegó con el agua hasta donde tenia presupuestado llevarla.
El terreno había empezado a inundarse para la siembra del arroz, una vez que ya estaba lleno de agua era lo hora de continuar con la tarea de enturbiar el agua, durante los fines de semana le iba a ayudar, me pasaba los caballos mas mansos que él tenía. Yo había trabajado casi todo el día súper bien hasta que la rastra de madera chocó contra un tronco haciendo que yo cayera de cabeza al barro y para colmo de males, luego de chocar paso por encima del obstáculo, y quedo encima de mis piernas, y los caballos siguieron caminando, mientras era arrastrado, yo escupía el barro de mi boca luego de escupirlo completamente, logré hablar para hacer que los caballos se detuvieran, las botas con las que estaba trabajando quedaron llenas de barro. Luego de lavarme un poco la cara fui a una laguna para lavar las botas y el resto de mi cuerpo.
Ulises era el encargado de sembrar el terreno que yo le iba dejando listo, se subía a un caballo y desde éste iba esparramando el arroz sobre el agua.
Cuando llegó el fin de semana siguiente fui nuevamente a ayudarle, pero el trabajo lo había terminado durante la semana.
Pronto llegó el primero de noviembre, el chofer me dijo que ese día fuera para que les ayudara.
El aroma de las flores era bastante pesado, ya que casi todos quienes viajaban durante ese día era para ir a ver a sus seres queridos al cementerio, la micro iba tan llena que hubo algunos pasajeros que quedaron en el camino, al mediodía nuevamente la micro llena.
Regresamos a parral cerca de las tres de la tarde, luego que llegamos el chofer mi invitó a almorzar, para luego ir al cementerio junto a él, nos encontramos con varios conocidos, luego de visitar la tumba de mi padre, mi abuelo, y como no la tumba de la mamita Ernestina, regresamos, al terminal, el auxiliar tenia una cara de estar muy enojado, pero como yo estaba con mi amigo don Bernardo no dijo nada.
Por ser un día feriado la micro se iba para el campo a las seis de la tarde, pero como no cabían todos los pasajeros debieron poner otra micro auxiliar, siendo yo el encargado de cobrar y avisar el lugar donde bajaba cada uno de los pasajeros, llegamos a Torreón cerca de las ocho de la tarde, yo pensé que aquel día seria sólo de descanso pero al final llegué mas cansado que si hubiera estado en clases.
Apenas había entrado el mes de diciembre cuando llegó Carlos González con un amigo llamado Mauricio, a quien le decían el cogollo, después supimos que le decían así porque en Santiago era súper bueno para fumar marihuana, inclusive llevó unas semillas, mis hermanos las plantaron bajo un ciruelo, pero una vez que ya tenían unos diez centímetros mi mamá las regó con agua hirviendo.
Aquella vez, Carlos tenía ganas de comerse un cordero, y yo tenía uno, fue mi mamá quien hizo el negocio, lo vendió en ocho mil pesos, pero eso no fue nada comparado con el momento en que se fue a comer, estaba completamente amargo, nunca había sucedido algo así en la casa, pero pronto encontramos la respuesta, en los alrededores de la casa crecía una hierba que nosotros llamábamos diego de la noche, el cual es muy amargo. Nosotros lo que comimos fue muy poco, en cambio Mauricio se lo devoraba, pensaba que ese era el sabor de los corderos, ya que no había comido nunca, Carlos también ideo un método para pasar el sabor amargo de la carne, cada trozo de carne que comía lo acompañaba de un trago de vino, él en particular me molestaba mucho, me decía que no me iba a pagar el cordero porque estaba amargo, luego decía que solo me pagaría la mitad, pero lo que si es cierto e importa realmente es que Carlos era como un hermano para nosotros y finalmente pagó el total.
Una tarde salieron a tomar donde un vecino y regresó pintado como un verdadero mono, llegó a la casa diciendo que no habían tomado nada, según el quería hacer un loco, pero mi mama lo mando a mirarse a un espejo, tenia la cara completamente tiznada, según nos contaron se había acostado un rato en un lugar donde habían quemado un poco de leña.
Pronto llegaron las vacaciones yo salí de clases casi una semana antes que otros de mis compañeros ya que quede exento de dar exámenes.
Luego del comienzo de las vacaciones, tenía que ayudar en la casa en las labores típicas del campo, como eran el cultivo de la huerta de la casa, donde se encontraban los tomates, cebollas entre otros. La huerta ese año se hizo a continuación de la siembra de arroz que tenia Ulises cada vez que teníamos que ir a regar la huerta era una verdadera tortura, ya que había tantos zancudos que era imposible estar un momento quieto.
Para escapar de los zancudos debíamos ir a regar a mediados de la tarde, siendo la idea principal que la noche no nos encontrara en la huerta.
Para el veinte de enero que era el día en que se iba a pagar las mandas a san Sebastián a Yumbel, al momento en que Ulises fué a comprar los pasajes para él y su esposa, el chofer me mando a invitar que fuera.
Luego de pedir permiso a mi mamá fui con Dagoberto quien también viajaba cada año. Nos levantamos a las cuatro y media de la madrugada, luego debimos esperar que pasara la micro. Luego de recoger a todos los pasajeros, pasamos por Parral a las seis, habíamos avanzado cerca de una hora cuando de pronto escuchamos con el chofer un fuerte golpe en el motor, éste detuvo rápidamente la micro junto a la berma, pero no había nada extraño, íbamos a cerrar el capó del motor cuando al mirar hacia una de las orillas había una de las aspas del ventilador incrustadas en unas latas, luego de aquello siguió avanzando normalmente, pero los pasajeros que iban sentados mas atrás parecían gelatina como se movían debido a la vibración que producía el motor. Llegamos a Yumbel cerca de las nueve de la mañana, ya que debía ir un poco más despacio.
Una vez allá salimos a conocer, era increíble la cantidad de comerciantes que había, mas de un kilómetro de locales, vendiendo desde velas hasta herraduras para caballos, inclusive sobre un puente que está antes de entrar al pueblo había locales, no había visto nunca tanta gente junta, yo iba junto al chofer, yo eche algunas monedas en el lugar donde se pagan las mandas y luego salimos a conocer, yo al menos.
En la plaza había muchos charlatanes, había algunos que ofrecían sanar maleficios, otros en cambio ofrecían espigas bendecidas, también había quines eran opositores a la gestión que realizaban en el arzobispado de concepción, había también un señor que tenia una fotografía junto a Salvador Allende, este señor decía ser hermano de una cantante oriunda de Chanco, cuyo nombre artístico fue Guadalupe del Carmen, éste señor decía que jamás la ropa en desuso debía ser dejada cerca de las casas porque quien le tenia envidia las podía utilizar para hacer algún maleficio, y por supuesto los infaltables ladrones que andaban cartereando ya que en su mayoría es gente proveniente de los campos quienes van pagar la deuda o manda que han contraído con el santo.
El regreso estaba previsto para la una de la tarde, pero se perdió un par de señoras que andaban en la micro, con el chofer las esperamos media hora, luego salimos a buscarlas pero no aparecieron, estuvimos media hora mas esperando hasta que decidió regresar.
Llegamos a un lugar donde había un gran restaurante, había muchos árboles, fué ese el lugar elegido para almorzar, nadie de quines andábamos en la micro pasó a comer al restaurante, sino que todos habíamos llevado para comer, yo por curiosidad miraba lo que comían los demás, la gran mayoría había llevado un pollo cocido, también había quienes llevaron huevos duros. Las mesas eran solamente una frazada o cualquier prenda de vestir tendida en el suelo, para conseguir agua había que pagar cien pesos por cada botella que se sacaba. Ahí, estuvimos hasta las cuatro y luego con todo el calor emprendimos el regreso.
Mis pies parecían reventar ya que todo el viaje tanto de ida como de regreso lo había hecho de pie, de vez en cuando debía ir hacia atrás para ver que los pasajeros no necesitaran nada, o simplemente para conversar con mis hermanos o con algunos de los más conocidos.
Al llegar a Parral debimos ir al taller del dueño de las micros, pero sólo le dieron una mirada y dijeron que siguiera, que al otro día en la mañana se los llevara, íbamos a salir a la carretera cuando vimos a las dos señoras que habían quedado perdidas, tenían una cara que daba miedo mirarlas
llegamos a villaseca cerca de las ocho de la tarde, luego de dejar a los otros pasajeros el chofer, Ulises entre otros pasaron al restaurante de la señora Morelia para tomara un rato, yo entre aburrido y cansado me parecía que el tiempo no avanzaba, estuvieron hasta las diez de la noche, don Bernardo el chofer iba con los ojos bastante chicos, ya que habían tomado puro pisco con bebidas, a vista y paciencia de los carabineros, ya que el reten no esta a mas de cincuenta metros de distancia. Cuando decidieron irse, para seguir con su camino debía pasar por en frente del reten, inclusive el chofer se bajó un momento a conversar con los carabineros antes de seguir.
El mes de enero pasó rápidamente, y Ulises quien se encontraba trabajando en el fundo santa lucia, el cual no esta a mas de dos kilómetros de nuestra casa, necesitaban a trabajadores y me dijo que si yo querría ir, acepte gustoso, el trabajo consistía en construir alambradas para que luego instalaran cercos eléctricos.
Llegábamos a las ocho de la mañana y debíamos estar hasta las seis de la tarde, había ocasiones en las que no llevábamos almuerzo, porque dejábamos encerrados a un par de terneros para a la siguiente mañana sacar leche.
Estuvimos dos días en la construcción del alambrado y luego seguimos regando la alfalfa, era yo el único de quienes estábamos que podía tomar los alambres ya electrificados sin recibir un golpe de corriente fuerte, yo solamente sentía una cosquilla en el lugar donde topaba los alambres, el dueño del fundo estaba súper sorprendido porque no me daba la corriente, por lo que llegó a la conclusión que la maquina que enviaba los golpes de corriente debía estar mala, se desmontó del caballo y se sujetó a uno de los alambres, con cada golpe de corriente que recibía llegaba a saltar, diciendo mil garabatos enseguida y luego dijo que era la primera vez que le tocaba ver algo así, es decir que a mi la corriente no me hiciera nada.
Había un caballero quien era trabajador permanente del fundo, andaba casi todos los días con la caña, y durante las tardes mientras nosotros trabajábamos el se iba a dormir en uno de los canales por donde no pasaba agua, a la sombra de un espino. Nosotros estábamos regando la alfalfa cunado de pronto lo escuchamos decir un montón de garabatos, el taco que debía atajar el agua para que se fuera hacia donde nos encontrábamos regando se había derrumbado y por consiguiente el agua corrió hacia donde estaba durmiendo, dejándolo completamente mojado.
En ese trabajo estuve cuatro días, bueno estuve hasta que se acabo el trabajo, para regresar un par de semanas después pero solo durante un día en el cual nos tocó guardar los fardos que se habían hecho. El sueldo por cada día trabajado era mil quinientos pesos, dinero que había que ir después a cobrarlo.
No tardó mucho en llegar marzo y la vuelta al liceo, la micro sólo pasaría hacia Torreón durante los primeros días de marzo y luego sólo llegaría hasta Villaseca porque el puente de torreón estaba malo y había peligro que este se cayera.
Como yo ya no tenia bicicleta, debido a que la mía ya se había echado a perder por completo tenia que pedirles a mis hermanos para ir hasta Villaseca a tomar la micro.
Eran quince minutos, lo que demoraba en bicicleta para llegar al lugar de cual salía, la micro, siendo la hora de salida a las siete de la mañana. Durante el horario de verano no tenía problema, pero cuando empezó el horario de invierno si se me empezó a complicar bastante, ya que tenía que salir de noche y llegar de noche, habiendo ocasiones en que ni siquiera veía mis manos, tenia que andar prácticamente de memoria.
Fue luego del pago de marzo, cuando la mamá pudo reunir algo de dinero para comprarme una nueva chaqueta. Yo esperé un día en el cual viajara Haroldo para que me acompañara y hacer mi compra, al llegar a la casa Haroldo le contó a la mamá con la sutileza con la cual me había sacado mi vieja chaqueta para que no se viera cuan rajada se encontraba en su interior, yo estaba completamente habituado a aquello, pero al parecer a mi mamá le dio un poco de pena porque no había tenido dinero antes para comprarme dicha prenda de vestir, motivo por el cual a medida que Haroldo avanzaba en su relato, de los ojos de mi madre salieron un par de lagrimas. Aquellas lagrimas las dejo como una pregunta sin respuesta para quien lea estas palabras, sobre como es crecer en el campo cuando la familia es de pocos recursos y el trabajo que puede realizar es solo cultivos para la subsistencia.
Mi hermana Marisol se encontraba embarazada nuevamente, y su embarazo era bastante complejo, ya que si no tenía reposo casi absoluto, tenia síntomas de pérdida, digo reposo casi absoluto porque igual tenía que hacer las cosas de su casa.
Cada semana era yo el encargado de comprarle los remedios en Parral para que los síntomas de aborto desaparecieran y su embarazo pudiera llegar a buen término.
Cada vez que tenía que hacerse una ecografía, era yo el encargado de pedirle a don Bernardo, el chofer que por favor anduviera un poco mas despacio en la micro, ya que es mas del noventa por ciento del camino de piedras, y durante el invierno es muy áspero y hay demasiados hoyos.
Era el último control que le correspondía en el hospital de Parral y como de costumbre hablé con el chofer, éste intentaba evitar la mayor cantidad de hoyos posibles, pero había lugares en los cuales era realmente imposible, la micro no había avanzado diez kilómetros cuando Marisol empezó a sentirse mal y le empezaron los dolores propios del parto, para colmo de males era un día donde viajaba mucha gente y el chofer se debía detener a cada momento para recoger pasajeros, también viajaba mi hermano Gabriel ese día, ya que no faltaba mas de dos semanas para que se casara, luego que Marisol empezó a sentirse mal le pedí el chofer que se apurara, él hacia todo lo que estaba a su alcance, pero lo malo del camino y los pasajeros, hacían que no pudiera ir muy rápido, es decir a no mas de cuarenta kilómetros por hora.
Llegamos hasta un pueblito llamado San Ramón, ahí el chofer conocía a unas personas que tenían auto, fué el mismo quien se bajó a decirles si podían llevar a mi hermana hasta el hospital de Parral, bastaron unas pocas palabras suyas para que accedieran.
Fue Gabriel quien la acompañó, yo por mi parte seguí en la micro hasta Parral, en el trayecto don Bernardo me molestaba, diciendo que el tenia lista su cuchilla para cortarle el cordón a la guagua, pero a mi debido a los nervios no me hacia reír ni un payaso.
En cuanto llegó la micro al hospital me bajé en dicho lugar y me fui a la maternidad, una vez allí y preguntar por Marisol, la señora encargada de la recepción me hizo pasar. Ahí estaba mi hermana, ya la habían estabilizado para que el bebé no naciera, además de saludarme, y decirme que no me preocupara, tenia un gran listado con las cosas que le pedían para el bebé y también para ella. Me despedí rápidamente y me fui corriendo hasta el liceo ya que tenía una prueba.
Como llegué atrasado no me querían dejar entrar, y me enviaron donde el inspector general, el señor Acuña, luego que yo le explicara lo sucedido, me autorizó el ingreso a clases, y también me dijo que luego que rindiera la prueba fuera a hablar con él.
Lo hice tal como me había dicho, terminé mi prueba y me fui hasta su oficina, ahí se encontraba también la subdirectora, quien tuvo inclusive la gentileza de consultarme si necesitaba dinero, a lo que respondí que no, ya que mi hermana me había pasado para que le hiciera las compras.
Puede retirarse me dijo el inspector, además de desearme buena suerte, ¡termino de hacer las compras y regreso!-le dije, pero él me respondió que me tomara el día libre, pero que al día siguiente pasara por su oficina para autorizar mi ingreso.
Luego de salir del liceo, me fui hasta una tienda y pedí ropa para bebé, la señora de la tienda me miró súper sorprendida, ¡que ya va a ser papá!-me dijo, entonces le expliqué lo sucedido, fue realmente muy amable, inclusive me hizo un buen descuento y me regaló una polera para el bebé.
Luego de aquello me fui hasta el hospital, una vez ahí la señora de recepción me dijo que esperara un momento, porque el doctor estaba revisando a las pacientes, esperé hasta que me aviso la señora y entonces si pude entrar, estuve un largo rato conversando con Marisol, quien ya no tenía casi nada de dolores, pero el doctor le dijo que no se fuera para su casa, sino que se quedara en un hogar que había junto al hospital, llamado “hogar de la madre campesina”.
Las únicas formas de comunicación que habían era mediante los carabineros, o el teléfono publico que había en el pueblito de Villaseca, lugar donde vivía Marisol, pero como no sabía el numero de éste último debí ir a donde los carabineros, que estaban a diez cuadras de distancia desde el hospital, ellos tuvieron una gran gentileza para conmigo, llamando de inmediato mediante radio al reten de Villaseca, lugar desde donde le fueron a avisar a mi cuñado que debía llevar ropa para el bebé que pronto nacería como para Marisol.
Al llegar a mi casa en la noche, allí no tenían idea. Al siguiente día me bajé de la micro nuevamente en el hospital, pero mi hermana ya no estaba en la maternidad, sino que había sido llevada hasta el hogar de la madre campesina, pero también la señora de recepción me informó que ella se encontraba bien, motivo por el cual la habían derivado a dicho hogar.
Luego de saber de m crisol me fui al liceo, una vez allí fui tal cual me había dicho el inspector lo hiciera, en primer lugar me preguntó por la salud de mi hermana y enseguida me firmó la autorización, luego de las clases cada día iba hasta el hospital para ver a Marisol y comprarlo lo que necesitara.
Pasaron los días y llegamos al sábado quince de mayo de mil novecientos noventa y tres, el día del matrimonio de Gabriel, aquel día debimos esperar a que unos invitados que tenían vehiculo nos llevaran, desde nuestra casa en Torreón hasta Parral, mis hermanos y yo nos fuimos en la parte trasera de la camioneta, solamente tapados con una frazada, para cuando llegamos a Parral, la ceremonia ya había empezado, el padre Garcés, el cura del convento San Francisco, que también salía hacia los campos ya estaba diciendo la ceremonia, fue bien linda, a la salida ya no se tiraba arroz como antaño, solamente abrazos y una que otra chayas de papel.  
Desde allí nos fuimos al lugar que habían arrendado para la fiesta, lugar que solo estaba a una cuadra del convento, una vez allí, se empezó a bailar el vals, y luego la comida.
Fue sólo allí donde me enteré que Marisol había tenido su bebé, y lo había llamado Luís Felipe.
También tuvimos la oportunidad de encontrarnos con Juan, nuestro hermano que vivía en Santiago, además de algunos parientes venidos también desde allí. Debimos amanecernos en Parral, ya que no teníamos vehiculo para regresar. Aquella noche nadie durmió, a excepción de los novios, yo por mi parte dormí un par de minutos sentado en una silla
 Habíamos quedado de reunirnos a las diez de la mañana en la plaza, con el dueño del vehiculo que nos había llevado, para que ahora nos llevara de regreso. Con mi mamá nos fuimos un poco mas temprano hacia el hospital para saber de Marisol, pero el guardia que había, nos dijo que tendríamos que regresar a las dos de a tarde ya que era ese el horario de visitas.
Aquel día me sentí bastante desilusionado tanto de mi cuñado quien estuvo toda la noche en la fiesta del matrimonio de mi hermano y ni siquiera fue a ver a su hijo recién nacido, ni mucho menos a ver a su esposa.
 La segunda decepción vino por parte de quines nos llevarían de regreso para nuestra casa, con mi mamá caminábamos desde la plaza al hospital y desde el hospital a la plaza, esperando que pasaran por nosotros, yo miraba cuan lento caminaba mi mamá, aparte de no haber dormido nada durante toda la noche, se le acentuaba el dolor en su cadera, debido a la displacia que padece. Yo sentía una gran pena ya que ella se quejaba del dolor de sus piernas, pero “los amigos” que nos llevarían nunca aparecieron y ya eran las dos de la tarde.
Por fortuna, yo el día anterior me había encontrado siete mil pesos, justo en el puente de Torreón, y fue con ese dinero como pudimos regresar a la casa. No me importó quedar sin dinero si con ello ayudaba a nuestro regreso. Todo lo que me quedó del dinero fue mil quinientos pesos, pero mi pecho se sentía inflado por el orgullo que habíamos llegado bien a la casa, y mi vieja al fin podría descansar en una cama.
Sólo al otro día nos enteramos que los amigos que nos llevarían habían estado tomando toda la mañana, y según ellos habían mirando a hacia la plaza y no nos habían visto, que estuvieron una hora esperándonos, pero aquello era completamente falso, ya que a la hora que ellos habían dicho que estuvieran en la plaza, nosotros estábamos sentados en los duros escaños de ésta.
Durante aquel año en el liceo no hubo almuerzo ni siquiera pagado, pero la tía Zulema me tendió una mano, no me dijo que fuera a almorzar a su casa, sino que me exigió que fuera a almorzar donde ella, como no me quedaba muy lejos cada día después de clases me iba a almorzar a su casa, donde conversábamos durante un buen rato, mientras veíamos el programa de televisión “Los Venegas”.
Como de costumbre, el lunes siguiente luego de el matrimonio de Gabriel me fui hasta la casa de la tía Zulema, al entrar al dormitorio de ella fue cuando me encontré con una muy grata sorpresa, Marisol y Luís Felipe estaban allí, fue ese el momento en que lo conocí, conversamos hasta que fue cerca de la hora en que salía la micro cuando el tío Sergio nos fué a dejar a ésta en el auto.
Apenas llegamos, don Bernardo fue enseguida a conocer al bebé, lo primero que dijo fue que no se parecía al papá sino que se parecía a él.
Como Marisol estaba aun bastante delicada de salud, don Bernardo se fué todo el camino súper despacito, es mas llegamos media hora mas tarde de lo acostumbrado a Villaseca, ahí estaba mi cuñado esperando, Marisol apenas lo saludo y le pasó a la guagua para que la llevara para la casa.
Luego que llegamos a esta, yo encontré muy tenso el ambiente, luego de despedirme tomé la bicicleta y me fui para Torreón, ahí estaban todos esperando para saber como estaba Marisol y cuando le daban el alta.
Había ocasiones en las que no tenía bicicleta para ir a tomar la micro motivo por el cual debía ir y volver caminando, todo para poder seguir yendo al liceo, fué así como llegó el mes de junio, mes que por excelencia son las muertes de chancho, para tal fecha mi hermano Ulises haba invitado al ahora amigo Miguel (el guatón), siempre llevaba regalos a casi todos, pero esta vez llevó una bicicleta, pero para vender, la que era según dijo de su hijo mayor, era una mountain bike, pedia treinta mil pesos por ella, yo afortunadamente tenia el dinero de mi cordero que habia vendido hacia ya varios meses, aunque el dinero se lo habia prestado a mi mamá, fué ella quien converso con don miguel, quien le dio facilidades para el pago, en ese momento le dio la mitad del dinero,dejando el saldo para otro viaje.
Desde aquel dia, ya no tenía que mirar las caras de mis hermanos antes de pedirles la bicicleta, me iba feliz en mi propia bicicleta, pero lo que no preví un dia de lluvia fué que el barro que tiraria la rueda trasera de mi bicicleta iria a caer directo sobre mi espalda, afortunadamente la mayor parte de éste cayó sobre la mochila. Los viajes me parecian mas cortos por el placer que me producia andar en”mi bicicleta”.
El invierno durante aquel año fué bastante crudo, habiendo veces en las cuales debia irme con una fuerte lluvia hasta Villaseca, en algunas partes del camino se formaban enormes lagunas, lugares en el cual el agua pasaba por encima de los pedales, debiendo muchas veces meter los zapatos en el agua para poder seguir avanzando y no quedar en medio de la laguna. Tenia que estar todo el dia con mis zapatos y por ende mis pies completamente mojados.
habia pasado un par de meses, desde mi nueva adquisicion, cuando supe que vendria don Miguel de paseo, era obvio que tenia que reunir el dinero que le adeudaba, esperé al fin de semana para ir hasta el fundo santa lucia a cobrar los dias de trabajo que me adeudaban desde el verano, fuí hasta allá, bastante temeroso, al llegar me dijo el tío Hugo quien vive en dicho fundo que el dueño se encontraba tomando, cosa que era conocida por todos ya que cada vez que tomaba era inclusive por hasta tres meses. Golpeé la puerta y salió un amigo de él, le expuse a que se debia mi presencia y luego de revisar el un cuaderno salió con mi pago, el total era siete mil quinientos pesos, que era mi sueldo por cinco dias de trabajo. El resto del dinero para pagar la bicicleta lo puso mi mamá, por cierto fue cuando sentí que era realmente mia.
Tanta lluvia no solo hacia que me mojara, sino que los primeros en terminar sus servicios fueron mis zapatos, y debi recurrir a unos que tenia gabriel que le habian quedado chicos, a mi tambien me apretaban pero no tenia mas alternativa, era el mes de agosto y el frío aun no pasaba, en los dias en los cuales habia helada, no sentia mis pies debido a lo delgado de la suela de estos. Una tarde luego de salir de  clases, estaba lluviendo, senti los pies demasiados frios y parecia salir espuma por en medio de las costuras, esperé a llegar a la micro y miré la planta, primero la del derecho, estaba rota, luego la del izquierdo, tambien estaba rota, pero yo en el caso de buscar soluciones no me dejaba amedrentar tan facilmente, sino que tomé una caja de carton que había en la micro, tomé un cuchillo y fabriqué unas plantillas de carton, las que luego de llegar a la casa teñí con pasta de zapatos.
Al llegar a la casa, le conté a la mamá sobre mis zapatos, pero me respondio que deberia aguantar con ellos hasta antes del dieciocho, fecha en que le pagaban su pension de vuidez, pago que en esa fecha venía con aguinaldo.
En el liceo en tanto nos preparabamos para el desfile que se haria en la ciudad, desfile en el cual participan todos los colegios e instituciones de la cuidad. como el liceo tenía banda instrumental, nos preparabamos para el desfile en los horarios en que nos tocaba educacion fisica, la directora queria que nuestra presentacion fuera digna del establecimiento al cual representabamos.
Llegado el dia, del desfile, yo, ya tenia zapatos nuevos, y cada uno de nosotros, los alumnos del liceo que habia cambiado su nombre, ya no era Manuel Bulnes, sino que pasó a llamarse liceo-30 Federico Heise Marti, cada uno de nosotros sacó sus mejores tenidas para dicho dia. La banda era quien encabezaba la marcha, luego de la salida desde el establecimiento. En primer lugar desfilamos por la avenida principal de la ciudad, para luego esperar nuestro turno en las cercanias de la municipalidad. Para dicha ocasion tambien estaba la banda de guerra del ejercito, proveniente de Cuaquenes, las otras instituciones y colegios desfilaron al compás de la musica de los soldados, pero al momento en que llegó nuestro turno, guardaron silencio dando lugar a los sones de nuestra propia banda, el desfile de aquel año salió perfecto, inclusive las autoridades enviaron notas de felicitaciones a la directora y por supuesto a nosotros los alumnos.
En mi casa por otro lado para las fietas del dieciocho nos reunimos todos en nuestra casa de Torreón, estábamos los de siempre, mas tres nuevos integrantes de la familia, que se habian incorparado durante aquel año, como lo eran Maria José,hija de Ulises, Luis Felipe, hijo de marisol e Ines, la esposa de Gabriel, mas los mismos de antes que comformabamos mi familia.
Para los dias en los que la mamá tenia pago era yo quien la llevaba en bicicleta, sentada sobre un cojin llegabamos hasta cerca de donde estaba la micro, ya que le daba verguenza que la vieran en bicicleta. Para cada viaje, debiamos descanzar tres veces en el trayecto del camino, por el dolor que se le producia en su cadera.
Había ocaciones en las que nos encontrabamos con otras personas que tambien hacian inclusive un trayecto más largo que el mío, para poder viajar. Uno de ellos, era don Gaspar Valdés, quien anadaba muy lento en bicicleta. Una mañana de las que mi mamá debia viajar, los alcancé, seguimos conversando cuando de improviso debí frenar, ya que habia un gran hoyo en el camino, y el golpe que daba la bicileta era muy fuerte, él no se percató que yo habia frenado, solo se dio cuenta cuando ya estaba casi encima nuestro, para no chocar con nuestra bicicleta se tiró hacia el lado, quedando con la cabeza enterrada entre unos pastos. Teresa, su hija se estrujaba riendo, al igual que yo, don Gaspar no se enojó para nada y afortunadamente ni siquiera se hizo un rasmillon.
Luego de llegar a villaseca, lugar donde tomabamos la micro empezó a contarles a todos que yo lo había botado.
No tardó mucho en llegar el fin de año y con ello las vacaciones, y el puente seguia sin que lo arreglaran, inclusive habian puesto unas barreras para que no pasaran los vehiculos demasiado grandes o pesados.
Las vacaciones llegaron y con ellas como de costumbre las labores del campo, aun estabamos en el año mil novecientos noventa y tres, estabamos cortando trigo donde la abuelita Elvia. Era ulises el propietario de dicha siembra, apenas habia salido el sol cuando al mirar hacia el camino vimos una nueva micro en el camino, era de otra empresa, mis hermanos me decian ahora jodio tu amigo Bernardo, pero yo solo sonreia con las palabras ironicas y de mal agradecidos hacía quien tantos favores les había hecho. Pero yo sabia que mi amigo Bernardo como le decian mis hermanos tenia nuevos planes laborales.
No habían pasado quince dias desde la llegada de la competencia para la micro cuando aparecio don Bernardo como chofer de la micro de la empresa recien llegada.
No pasó un mes desde que se cambio de empresa cuando me mando decir que quería hablar conmigo, yo salí un dia en la tarde, y me dijo que el dueño de la empresa en la que el estaba ahora quería hablar conmigo.
Viajé a parral el dia que habiamos acordado, estuvimos un momento cuando llegó don Jorge, quien conversó conmigo sobre el trabajo que yo deberia hacer, y mi misión sería ayudar al auxiliar para acaparar la mayor cantidad de pasajeros. Mi sueldo por su parte ascendía a la suma de quince mil pesos mensuales, sin contrato ni nada.
Cada dia debiamos ir al taller de la empresa Montaña que era el nombre, ahí tenia su casa uno de los dueños, lugar en el cual tomabamos desayuno, aseabamos la micro, y si tenia alguna falla mecanica la arreglaban los maestros.
Desde el primer dia de trabajo empezó a notarse un alza significativa en el numero de pasajeros que trasportabamos. Para buscar a los pasajeros, nos sentabamos en los muros de los jardines de la calle Igualdad para esperar y ayudar a quienes conociamos y eran potenciales clientes.
Conversabamos durante un largo rato tanto con don Galo, el auxiliar de la ahora competencia como con el auxiliar de la micro en que yo trabajaba, era como de costumbre una relacion cordial y amistosa, en la que ya sabiamos inclusive con quien viajaba cada pasajero, motivo por el cual a quienes no eran nuestros, no les insistiamos para nada en que viajasen con nosotros.
El verano pasó rapidamente y yo debí regresar a clases, luego que salía del liceo, ayudaba al axuliar con la busqueda de pasajeros, ademas de tener que ie todos los sabados, dia en el cual regresaba cobrando los pasajes en la tarde, ya que el auxiliar se iba para su casa.
Desde la llegada de la nueva empresa, la micro pasaba los dias lunes miercoles y viernes hacia Torreón pero solamente hasta antes del puente, lugar en cual se daba la vuelta para regresar a Villaseca, al menos eso me aliviaba bastante, ya que los dias de lluvia solo debia camiar hasta el lugar donde estaba la micro y no tenia que hacer el viaje todos los dias en bicicleta.
En tanto en el liceo apareciern nuevos ramos y tambien nuevos profesores, haciendoseme un poco mas dificil. Fué durante aquel año donde me dio la inspiracion por escribir, mi curso siempre habia tenido presentaciones mediocres en cuanto a los actos civicos que se realizaban cada lunes, debiendo cada curso organizarlo dos veces durante el año.
Yo me encontraba un poco aburrido que mí querido curso siempre hiciera los actos sin ninguna figuración, fué en ese momento donde decidí participar, componiendo un poema, el cual titulé el viejo, en honor a mi viejo liceo. Llegado el lunes en el cual se realizaba el acto, tuve por fin la valentía para ponerme de pie frente a todos mis compañeros y los alumnos de muchos cursos mas, para empezar con estas palabras, las que expresaban mi sentir hacia este mi liceo, por tantos olvidado, por tantos que recibieron cobijo y ahora sienten vergüenza que sus hijos sean los que ahora deban ser cobijados por él y no un colegio particular.
El viejo
Viejos muros, viejas aulas, que cobijan tantos sueños,
Que cobijan entre sus paredes a los hombres del mañana,
En tus pasillos los deseos de ser grande de los pobres,
De aquellos olvidados, de los que no tenemos nada,
El dinero no te compra, el dinero no te cambia,
Quienes llevamos tu insignia junto al pecho o
Quienes la ocultan para no sentirse nada…
Fué una parte de las palabras que leí en dicho acto, para a continuación hacer una invitación a quienes formábamos parte de él, la que nos instaba a sentirnos orgullosos de lo que tenemos y no desear lo que otros tienen, que no miremos a los demás hacia lo alto, sino que nos paremos orgullosos a su lado y volvamos a ser nuevamente los mejores.
Una vez que finalizaron mis palabras, que fue la ultima presentación de dicho acto, hubo un aplauso cerrado, de parte de todos los presentes, poniéndose de pie la directora la señora Victoria Bertolino Gai, y el orientador señor Waldo Rodríguez, quien pidió un minuto, para sumarse ahora él con sus palabras a mi invitación de regresar al lugar de honor que nunca debió perderse a manos de quienes poseen el poder para pagar la educación.
Una vez finalizadas las palabras del señor Rodríguez, la señora directora caminó hacia los tres que habíamos organizado y dado forma a dicho acto, para luego de un abrazo felicitarnos.
Al parecer no fuimos los únicos que recibimos felicitaciones aquella mañana, ya que una vez que llegamos a la sala de clases, la señora Hilda, también nos hizo sentir su agradecimiento, ya que era la primera vez que la felicitaban por un acto después de tantos años de ser profesora del liceo.
A partir del inicio de clases del presente año nuestro horario había cambiado, siendo nuestro ingreso diez para las diez de la mañana y nuestra salida de clases a las tres y quince de la tarde.
Después de clases como de costumbre seguía trabajando en la micro. Era mediado de invierno, íbamos de regreso hacia torreón cuando vimos a un camión con un par de enormes vigas de acero, por fin había llegado el momento en que arreglarían el puente. Yo llegué con la noticia a mi casa, y no tardó mucho mas en verse pasar el camión, y enseguida otro con maquinas, luego de tomar once fui con mis hermanos a mirar ya que el puente no estaba muy lejos de la casa, las vigas eran enormes, y que decir sobre las maquinas que traían, estuvimos hasta las diez de la noche, hora en que terminaron de bajar todo.
Al siguiente día al llegar la micro al lugar, don Bernardo fue donde el jefe de obra para decirle que le habilitaran un lugar para poder dar la vuelta, a lo que respondieron que igual la debían hacer porque los camiones que traían los materiales también necesitaban un lugar cercano al puente donde dar la vuelta.
Mis hermanos Haroldo, Gabriel y Ulises quedaron contratados para trabajar en el puente, no era mucho lo que les pagaban pero durante el invierno allá no hay en que trabajar.
Como de costumbre el año pasó tan rápido que no me di cuenta cuando ya era fin de año, poco antes de salir de vacaciones, una mala noticia para mí, la empresa de buses en la que yo trabajaba, había decidido sacar de recorrido la micro.
El dueño de las micros en las que trabajaba don Galo, había vendido las micros que hacían el recorrido hacia la montaña, poniendo como condición que le dejasen libre el recorrido en el cual yo trabajaba, además de otro que también era bastante cercano. 
Yo me despedí el último día de clases con gran pena de mi amigo Bernardo, ya que ahora manejaría la misma micro, pero su destino era hacia la montaña.
Con la llegada del año mil novecientos noventa y cinco, el verano, lo pasamos como de costumbre junto a mi mamá, mis hermanos, y una que otra visita que llegaba durante dicha temporada, aquel año en particular fue la tía Berta, pero nosotros la conocemos como la tía Tita. Ella es una persona muy especial, ya que es súper amorosa, ella es hermana de mi mamá y tiene cuatro hijos, ese año fue acompañada de su esposo y María, la hija menor, la que era como un tiro al aire.
Durante el verano estuve trabajando en la construcción, mis hermanos eran los constructores y yo les preparaba el barro. Durante aquel verano construimos una casa y una bodega. La casa que construimos fue para Marisol, los muros estaban hechos completamente de adobes y el techo de tejas, al igual que la bodega que construimos, yo era el encargado de preparar y llevarles el barro tanto para pegar los adobes como para pegar las tejas. Con cuyo dinero pude comprarme el uniforme completo.
Yo tenia cierta preocupación ya que el regreso a clases se avecinaba, y ahora debería viajar al liceo en la micro a la cual yo le hacía la competencia, si bien es cierto siempre nos llevamos bien tanto con el auxiliar como con el chofer, el día y noche anterior al inicio de clases aparecieron mis típicas dudas existenciales y mi temor al rechazo.
La mañana en que entraba a clases, me fui súper temprano para el camino a esperar la micro, la que sólo pasaba tres veces por semana hacia donde yo vivía.
Ahora la micro debía venir desde Higuerillas, yo estaba sentado en un desnivel que hay en el camino, cuando el chofer se detuvo. Don Germán como se llamaba, me hizo un gesto que subiera, aun tenían que ir hacia el fondo de Torreón a dar la vuelta, iba también don Galo, el auxiliar. Aun no habíamos avanzado cien metros cuando don Germán me dijo, Carlitos vamos a seguir igual que antes, usted nos ayuda y como siempre no le cobramos el pasaje.
Aquellas palabras fueron para mí un gran alivio, no había pasado una semana cuando yo mandaba tanto como el auxiliar, inclusive cada mañana de los días lunes, miércoles y viernes enviaban una micro para ayudar con los pasajeros, siendo yo el auxiliar, debiendo cobrar pasajes y todo lo que ello implicaba.
Durante aquel año sí llegó almuerzo para todos los alumnos viajeros del liceo, aquello era de gran ayuda para mí y también para otras personas que viajaban al igual que yo. Si bien es cierto, no era una comida de excelencia pero ayudaba a capear el hambre, ya que las monedas cuando uno estudia, siempre son escasas, más aun para hijos de gente del campo.
Un domingo a principios del mes de abril fuimos con Gabriel a pedir un poco de nylon a un fundo cercano, cuyo administrador era don Alejandro Vergara, como el nylon luego de la temporada de arroz lo quemaban no tuvo ningún inconveniente en darnos. Recogimos una gran cantidad cada uno, lo cierto es que tanto Gabriel como yo llevamos un saco lleno para la casa.
 Mi idea era hacer un invernadero, pero cuando fui a ver lo que yo había llevado el fin de semana siguiente ya no estaba, le fui a preguntar a Gabriel por el nylon que yo había llevado, contestándome que se lo habían regalado a él. Yo como era el menor no tenía derecho a alegar ni nada, solamente debí guardar la frustración de ser considerado como nada, además de morderme los labios de rabia al darme cuenta que seguía siendo nadie.
 Pero mis intenciones de cumplir mi propósito de hacer el invernadero no quedaron allí, sino que recogí unos trozos que había botado mi cuñado, el esposo de Marisol, quien al saber lo que había sucedido, me dio una carpa vieja para que pudiera hacer mi invernadero. Como encontré que era demasiado pequeño, utilicé algunas monedas que me daban por ayudar en la micro auxiliar y pude comprar un poco mas, llegando a hacer un invernadero, mi propio invernadero de diez metros de largo. No tenía estructura firme, sino que sólo era sostenido por unos palos de álamo que unidos en sus extremos formaban un arco. En él planté unas matas de ají, otras cuantas de tomate, que había rescatado desde la huerta, entre otras cosas.
Como yo no quería que la tierra fuera la misma tierra pobre en abonos que se acostumbraba plantar, durante los fines de semana llevaba abono, siendo güano de oveja lo principal, lo primero que planté fueron lechugas, aun no tenían un mes desde plantadas cuando ya estaban listas para ser consumidas. ¡Ha! me olvidaba dicen que la justicia divina no existe, pero aquel invierno me di cuenta que si. Gabriel había hecho su invernadero en el lugar donde tenia la huerta su esposa, pero una noche en la que hubo viento, éste le arrancó los nylon dejando completamente destapadas sus plantas, luego que se detuvo el viento, hubo una enorme helada, la que terminó por quemar todas las plantas que el tenía en su interior, sin cosechar absolutamente nada.
Los días en que no pasaba micro, yo debía ir hasta villaseca en mi bicicleta, la que era dejada donde la señora Morelia, la dueña del almacén y restaurante “El Rancho Grande”, ahora era yo el encargado de hacerle las compras en Parral, ya fuera el pan, cigarros o cualquier cosa que deseara, inclusive había ocasiones en las que no me pasaba dinero, simplemente bastaba con pasar un listado que enviaba ella para retirar sus encargos, había ocasiones en las que dejaba la puerta de su casa abierta para que yo pudiera entrar a buscar el dinero o la lista de encargos.
Para las vacaciones de invierno fue la fecha en la que también se tomó las suyas don Galo, dejándome a mi como auxiliar, al parecer tuve bastante suerte, ya que casi todos los días la micro iba llena. Don Germán resultó ser un excelente compañero de trabajo.
Mi sueldo por las dos semanas de trabajo fue de treinta y dos mil pesos, dinero que en parte destiné para comprarme una casaca para el colegio y algunas semillas para mi invernadero.
Durante los fines de semana nos íbamos para el estero con Dagoberto para desmalezar un poco de terreno en el cual habían unas enormes moras, en cuyo lugar yo quería plantar tomates, fue un trabajo muy duro pero hasta que al fin pudimos dejar limpio el terreno, fue Dagoberto quien me aró la tierra dejándola lista para que una vez llegado el tiempo en el cual yo pudiera hacer mi plantación de tomates.
Las plantas que usaría para mi cultivo, primero las sembré en el invernadero, y una vez que estuvieron listas las transplanté hacia el terreno que había preparado para tal fin.
Como ahora salía mas tarde de clases, de vez en cuando me hacia un tiempo para ir a visitar a la tía Zulema, quien me recibía con bastante agrado, ya que decía que era el único que me acordaba de pasar a visitarla. Ella ya se encontraba jubilada, y se dedicaba a preparar los trabajo de Regina, su hija quien estaba estudiando en la universidad. Luego de conversar un momento me preguntó si en el liceo nos hacia clases de computación a lo que obviamente respondí que no.
Fué a su dormitorio, y de pronto apareció con las llaves de la sala que le habían habilitado a Regina para que estudiara, sala en la cual tenia una enciclopedia, un infinidad de libros de veterinaria, que era precisamente lo que estudiaba, algunas fotos de caballos, perros y el computador, fué aquel quien me llamó inmensamente la atención.
Enciéndalo-me dijo la tía, yo la miré bastante sorprendido, ya que ni siquiera había tocado alguno, me indicó paso a paso la forma en que se encendía, a continuación abrió un programa y me enseñó a escribir algunas cosas en él. Debo admitir que las letras me era bastante difícil encontrarlas, ya que nunca había escrito siquiera en una maquina.
 La hora pasó volando tanto así que al mirar mi reloj ya faltaban diez minutos para la salida de la micro, yo me iba a despedir de ella, y me dijo, de aquí no se va sin que antes aprenda a guardar lo escrito y enseguida apagar el equipo. Aquellas palabras, las guardé, perdón aun las guardo en mi mente, ya que para mí fué algo que realmente me fascinó.
No tardó mucho en llegar noviembre, fecha en la cual debía ir hasta el cementerio, para limpiar, encerar y remarcar las letras de la tumba de mi padre, la cual es compartida con su propio padre, era en dicho lugar, muy apegado al pequeño libro de mármol, que yo, en una hoja de cuaderno dejaba escrita las palabras que una vez hacía algunos años escribí sobre la arena de una de las playas de constitución, si bien es cierto aquellas palabras las borraron las olas, éstas espero que alguna vez las haya llevado el viento, ya que nunca cuando regresaba a ver la tumba encontraba dichas palabras que fueron dejadas escritas en un papel. Quizás fueron tiradas a un papelero, pero yo prefería pensar que se las había llevado el viento, si bien nunca lo supo nadie de mi familia, ni siquiera mi madre, un día las dejé allí.
Cada verso o poema que escribía, siempre quedó guardado en algún viejo cuaderno que el tiempo se encargó de borrar, casi nadie de mis hermanos o familia los vio nunca, tampoco supieron de mis presentaciones en los actos, mucho menos de un poema que escribí a mi profesora jefe para el día del profesor, ya que cada vez que se enteraban de algo que había echo, siempre había una razón para reírse o burlarse de lo que yo hacia o había hecho o dejaba de hacer.
Con la llegada del mes de noviembre, también se acercaba el tiempo de rendir la prueba de aptitud académica, toda mi preparación consistía en revisar los cuadernos y uno que otro facsímil que conseguía comprando el diario. Entrar a un preuniversitario era sólo soñar con imposibles, inclusive había en el propio liceo un grupo de profesores que se daban un tiempo para la preparación de los alumnos para la prueba, pero la hora en que empezaba la preparación era a las cuatro y media de la tarde, precisamente el horario en el cual partía la micro en que yo viajaba hacia mi casa.
Como había horario de verano, la micro llegaba cuando aun había bastante sol, luego de tomar once, había veces en las cuales me iba a preparar la tierra para hacer mi plantación.
De pronto ya estaba a tiempo de realizar mi plantación, fue un día domingo que la hice, luego de plantar mis tomates, debí regarlos con un balde, y como yo sabía que luego de plantados, el sol marchitaba mucho las plantas, me di el trabajo de cortar unas ramas de maitén para poner un poco de sombra sobre cada planta.
 Luego llegó la temporada de plantar las cebollas, y como yo no había ocupado todo el terreno que había despejado le dije a mi mamá que hiciera su plantación junto a mis tomates, oferta que aceptó gustosa, ya que era una tierra de hojas bastante rica.
Por otra parte en el liceo, también se aproximaba la licenciatura, fueron tres entradas para cada alumno que se licenciaba, mis invitados fueron Haroldo, que era mi apoderado, la tía Zulema y mi mamá. Fue así como llegó el día martes diecinueve de diciembre de mil novecientos noventa y cinco. Día en que diría a adiós a mi viejo liceo, durante un rato, aquel día, ensayamos la que sería la licenciatura. Una vez que terminó dicho ensayo, caminé por todos los pisos, pasillos y rincones que me habían albergado durante cuatro años. Esta vez empecé desde abajo hacia arriba, primero el viejo gimnasio, el algarrobo en el centro del patio que tan grandes como sus espinas es su edad, la vieja mata de rosa sobre una jardinera de piedras que fue también testigo de tantos amores que frente a ella comenzaron, la tosca campana de bronce que se negaba a desaparecer a pesar que año tras año era robado y regresada luego con tanto brillo como una mañana soleada, la oficina de la directora, la sala de profesores, las que fueron nuestras salas de clases, el frío y oscuro patio techado, al patio de los naranjos, patio prohibido para todos. Para paso a paso empecé a subir los peldaños de la escala, y mirar una a una las salas tan vacías, tan silentes como la niebla sobre el agua, me bastaba cerrar los ojos para ver correr por los pasillos a los que fueron mis compañeros, nuevamente peldaño a peldaño hasta llegar a lo mas alto, el tercer piso. La sala de música que no guarda más instrumentos que las ganas de aprender. La de religión, con tantos libros para que el alumno que quisiera tomara uno y con él volara tan alto como lo hiciera quien lo escribió. El laboratorio de química, con viejos mesones que tan pocos azulejos tienen sobre ellos, los estantes que ocultaban inclusive a un cóndor que con tantos años allí se encontraba casi desplumado. Inclusive recordé la probeta a medio quebrar dejada por mi hermano Haroldo. La cocina con su constante entrar y salir de nosotros los hambrientos alumnos. La sala de dibujo, con sus paredes obscuras y su piso sin varias de sus tablas y por ultimo, la sala de técnico manual, en ella no había ningún misterio, sólo las mesas a medio aserrar por quienes estuvimos allí.
Finalmente apoyé mis codos y abrí una ventana para desde allí mirar la plaza de la ciudad de Parral, las señoras caminando, algunas del campo, otras de la ciudad, uno que otro enamorado besándose, sentados en los escaños o una paloma recogiendo las migajas.
Las siete de la tarde llegaron tan pronto y al mirar alrededor, miraba algunas caras de felicidad y otras de orgullo. Al mirar hacia los invitados, entre los cuales estaban mi madre y mi hermano.
En primer lugar fueron los premios, yo obtuve el de mejor compañero y espíritu de superación y enseguida el trozo de cartón de manos de mi profesora jefe, la señora Hilda Bustos Aravena.
Una vez terminada la licenciatura, pasamos a un restaurante para celebrar, que dirían si les contara que la comida para nuestra celebración, para mi celebración fué un churrasco con una bebida.
 Estuvimos un largo rato conversando cuando de pronto mi mamá sacó su regalo, un billete de diez mil pesos, lo tuve guardado durante largo tiempo, no por su valor, sino por lo que significaba para mí.
 Luego nos fuimos donde la tía Zulema, allí tenia una comida preparada y un pequeño presente para mí, al romper el papel pude descubrir un hermosa lapicera, la que acompañada de un abrazo, la agradecí desde el fondo de mi corazón.
Pronto llegó el día de la prueba de aptitud académica, si bien es cierto no era muy difícil pero a la hora del resultado pude ver reflejada mi preparación, en promedio no llegaba a cuatrocientos ochenta puntos, debía seguir trabajando el campo.
En tanto en mi plantación de tomates a mediados de enero pude empezar a vender. En la bicicleta los llevaba hasta Villaseca para que mi hermana los vendiera, el valor del kilo no superaba los ciento veinte pesos, pero en el campo cualquier dinero sirve.
Fue así como llegó el día cuatro de marzo de mil novecientos noventa y seis, día en que con un bolso en cuyo interior venía, mi ropa, sabanas y algunas frazadas dejé mi querido Torreón para partir hacia la cuidad de Santiago en busca de un futuro mejor.
 Lo que les he contado es parte de mi vida, algunas vivencias junto a mi familia, en fin fué la forma en que crecí, al igual que un árbol que ha perdido las hojas, no sopladas por el viento, sino en su mayoría derribadas por los golpes del hacha del leñador, leñador que no lo cortó del todo, sino dejó el centro por ser mas duro. Hay algunos, árboles que aun así logran sobrevivir y con la llegada de la primavera se ven más jóvenes con sus hojas nuevas, yo en cambio a pesar de no haberme secado cual árbol herido, mis hojas se niegan a verdecer.
 
 
Fin
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Descripción

es parte de la historia de mi vida

Palabras Clave: hojas via

Categoría: Cuentos & Historias

Subcategoría: Personales



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