El Ciclo de las Almas 01/08
Publicado en Jun 30, 2010
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El Ciclo de las Almas
 
01/08
 


 
 
La comitiva que había salido por la gran puerta de roble de la iglesia y había ido calle Silva abajo para  cruzar en la Avenida Bolívar y luego doblar en la calle Colina; bajar por la Avenida Matías Salazar  y desembocar así en la calle Silva nuevamente para culminar su recorrido alrededor del templo; apenas se encontraba en el primer cruce de los cuatro programados para rodear la iglesia.  El Nazareno, que era la figura de Cristo cargando la cruz, vestía una túnica morada que dejaba ver los hombros escuálidos del santo.; en la cintura, una cuerda de soga le sujetaba con un nudo simple los pliegues que componían la túnica de yeso logrados con excelencia. Una corona de espinas le rodeaba la cabeza con una melena marrón que le caía en los hombros y se mezclaba con una barba y bigotes.  Gotas de sangre brotaban desde su cabeza y le manchaban el rostro cuya mirada triste y desesperanzada contagiaba de nostalgia a cualquiera que lo viera. Una lágrima de sangre armonizaba a la perfección con aquella expresión congelada de dolor y sufrimiento. La cruz sobre el hombro derecho, doblándole la espalda y sostenida por ambos brazos, los dedos y las manos, colmadas de heridas y golpes. El altar sobre el que desplazaban al santo y la cruz que cargaba éste, estaban adornados con flores de varios colores. Daba la impresión de que, el Cristo, en lugar de estar caminando por el sendero hasta su muerte minadora de pecados, estuviera haciéndolo por un campo de flores hacia el paraíso. Pensé que de alguna forma las flores, que eran un adorno ajeno a la época que había querido rememorar el autor de la escultura, eran la parte buena del camino hacia lo que esperaba el hijo de Dios. Cristo sabía que moriría con mucho dolor, pero también sabía que caminaba de regreso a su hogar, al lado de su padre, al paraiso. Las flores cumplían esa idea consoladora que seguro Cristo albergaba en su camino al sepulcro.
 
            Miré alrededor buscando entre los feligreses la figura elegante del galeno enfundado en uno de sus habituales trajes de gala traídos, según él, desde Europa. No había señales de su espigada contextura por ninguna parte. Contemplé de nuevo a la procesión. Muchas personas estaban vestidas como el Nazareno para cumplir sus promesas. Las ofrendas consistían en una cuota de años asistiendo a la procesión todas las noches; flores o rezos. Unos se vestían de morado, otros más usaban el mismo atuendo del Cristo y algunos caminaban descalzos para hacer más real su pequeño sacrificio. Pensé si era posible que aquello me salvara la vida como lo había hecho el doctor Ángelo –o El Galeno como acostumbraba yo llamarle- y supe que no era posible. Me pregunté porque aquel doctor había viajado desde tan lejos para internarse en un pequeño poblado de un continente marginado como era América, después de todo, había muchos otros lugares a los que pudo ir en su huída de la Guerra. También me pregunté porque no había vendido aquel elixir que me había curado entre las distinguidas gentes de las que tanto me hablaba. Anoté aquello mentalmente como una pregunta por hacerle al galeno y me quedé pensando en la buena fe con la que me había tratado desde que lo había conocido. Pensé que no pediría nada a cambio por sus favores, pero aquella noche me había citado para que le “devolviera el gesto con un pequeño favor”. No lo dude, después de todo, había salvado mi vida.
 
Sentí un frío súbito en los pies que me hizo sacudir con un pequeño escalofrío. En el cielo comenzaban a borrarse los luceros entre los primeros trazos de un borrascoso cielo que se desplazaba desde el norte. Nubes rojizas intentaban engendrarse prometiendo alejar el calor o solo hacerlo brotar desde el suelo. A lo lejos, se veían relámpagos rompiendo la oscurana con líneas quebradas de fuego blanco y tiznes azules que rasgaban el algodón gris rojizo de las nubes encendiéndolo por momentos. Una brisa peregrina comenzó a mover las copas de las Ceibas sobre mi cabeza y el suave sonido de las hojas al rozarse llenó el lugar.
 
El olor a tierra mojada impregnó el aire y entonces sonreí ligeramente con la sola idea de que llovería. Me encantaba la lluvia. Me puse de pie y lancé una mirada a la procesión. El santo ya recorría la Avenida Bolívar bajo aquel cielo que comenzaba a nublarse. Me quedé mirándolo un instante y luego comencé a buscar de nuevo al Galeno. Las calles estaban bien iluminadas por los faroles excepto la esquina de la Escuela General José Antonio Anzoátegui. El farol estaba fundido y la esquina estaba en penumbra. Unos metros más atrás, el siguiente farol, también estaba fundido por lo que casi toda esa calle, que era de doble sentido dividida por una isla, estaba a oscuras. Allí distinguí su espigada figura junto a su Ford  negro, modelo Sedan 1946 de cuatro puertas. Un auto con un año de antigüedad pero reluciente e impecable como la apariencia del galeno. El auto, según me había dicho, se lo habían traído en barco desde Barcelona el mismo año en que había salido al mercado y que en él había llegado desde la capital.
 
El vehículo quedaba en las sombras, pude distinguir la silueta del chofer dentro del auto con ambas manos envueltas en guantes tan blancos que relucían sobre el volante.  Cuando mi vista se desplazó de nuevo hacia el galeno, éste me saludó con la mano. Me había reconocido a pesar de la distancia y la gran cantidad de gente que pasaba a mi lado para unirse a la procesión o para contemplarla desde lejos. Me reí con desgano y caminé hacía la esquina de la escuela a su encuentro.
 
Crucé la calle con pasos largos vistiendo el único traje que tenía. Me lo había regalado Don Andrés Mújica que era dueño de la panadería de la plaza. En los primeros meses que trabajé para él, habíamos entablado una gran amistad y me había invitado a celebrar su septuagésimo cumpleaños que sería una fiesta de mediana importancia en el Gran Salón de la calle Colina. La fiesta correría por el bolsillo de su hijo Andrés Segundo, que era abogado y había estudiado en la capital. Segundo se había hecho de una gran reputación entre los bufetes de la Gran Caracas y había labrado ya una pequeña fortuna en los pocos años de ejercer su oficio. En vista de que mi única excusa para faltar era el hecho de no poseer un atuendo elegante, Don Andrés me regaló aquel traje y no me descontó ni una moneda de mi paga. Era un hombre noble que decía que la vida les daba a las personas solo lo que ellas mismas eran capaces de dar.
 
El galeno me esperaba en las sombras, su rostro fuera de mi vista, pero imagine que con una sonrisa como siempre.
 
―Buenas noches, Miguel ―saludó el galeno con su voz llena de la cadencia de quien ha salido de cunas nobles. Echó un paso adelante y sus facciones pálidas y aristocráticas quedaron a la vista. Una nariz perfilada de ventanas alargadas, sobre la boca que parecía una ranura por sus labios delgados y arqueados en una sonrisa indisoluble. Su cara era de ángulos marcados y no había indicios de barba o bigote alguno en su lisa piel marmolea al parecer intocable por los años.
 
―Buenas noches, Don Ángelo ―contesté el saludo. La vista del galeno estaba en la procesión, el santo ya se había perdido detrás de la fachada de la iglesia y él contemplaba a la estela de gente que lo seguía.
 
― ¿Debo preguntar cómo te encuentras? Luces bastante bien ―me dijo.
 
―Eso se lo debo a sus saberes, sin embargo, no luzco tan bien como usted, Don Ángelo. No me van los trajes. Me siento como un muñeco de cartón ―dije a la vez que trataba de peinarme, el único espejo de la casa se había quebrado en minúsculos pedazos hacía varios días y no había podido hacerme con otro por cuestiones de salud.
 
El Galeno sonrió ante la ocurrencia y luego me miró con sus ojos profundos como aljibes de alquitrán. El cabello peinado limpiamente hacia atrás con gomina, tan negro como sus cejas delgadas pero muy pobladas sobre los ojos de un color que nunca lograba precisar pero que consideraba eran negros, tan negros, que a mi parecer, reflejaban cualquier color y pasaban a hacerlo propio. Esta vez iba con un traje azabache y una corbata escarlata que salía en un nudo exquisito desde el cuello de su camisa de un blanco intachable y se escondía detrás del saco abotonado a la perfección.
 
―Muchos se sienten así, Miguel, ya te acostumbrarás ―dijo como si supiera algo que yo desconocía. No sabía si tenía que acostumbrarme a parecer un muñeco de cartón, a usar trajes o ambas, pero no dije nada al respecto afín de no extender demasiado aquella plática. Miré el cielo y noté que las nubes ya formaban un tapiz vaporoso entre plomo y rojizo sobre la plaza.  Los primeros destellos sobre las copas de los árboles que se mecían con más fuerza anunciaban la lluvia y el aroma a humedad me impregnó de nuevo los sentidos.
 
―Parece que va a llover ―dije rompiendo el silencio que se había extendido durante un instante.
 
―Me gusta la lluvia amigo mío. Suele tener efectos relajantes, al menos en mí ―respondió el galeno. Quise decirle que sí y hacer más agradable aquel diálogo rompe hielo, pero no dije nada. De nuevo silencio.
 
― ¿Para qué me ha citado aquí Don Ángelo? ―me aventuré. Temí a sonar grosero al no escuchar respuesta y quise decir algo para enmendarlo, pero en ese instante el galeno respondió:
 
―Quiero pedirte un favor Miguel. Pero no estoy seguro de que quieras hacerlo ―dijo. Veía hacia la procesión pero, al terminar la frase, sus ojos misteriosos estaban clavados en los míos.
 
―Haría cualquier cosa que me pida Don Ángelo. Le debo mi vida.
 
―Eso no es cierto, Miguel. Se la debes a alguien más ―habló. La mirada perdida entre la multitud de nuevo―, alguien que morirá ésta noche―reveló el galeno y miró al cielo que pareció reaccionar ante su mirada soltando un gran destello el cual precedió al trueno que rompió el coro de voces que rezaban al Nazareno.
 
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Foto del autor Francisco Perez
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Descripción

Una novela corta llena de suspenso, misterio y narración descriptiva que cuenta la dramática historia de Miguel y los eventos que lo llevaron a su extraña muerte...

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Categoría: Cuentos & Historias

Subcategoría: Terror & Misterio


Creditos: Francisco Pérez

Derechos de Autor: Francisco Pérez


Comentarios (8)add comment
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Francisco Perez

Muchas GRACIAS por tan alentadoras palabras Guillermo, espero verle en los demás capítulos! Gracias tambien por la lectura y comentario! SAludos! (Venezuela)
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July 07, 2010
 

Guillermo Capece

Francisco P.:
muy bueno este primer capitulo, hay madurez pese a tu poca edad; eso me permite decirte qu e sigas escribiendo y leyendo que, como se sabe, es el alimento de los que escribimos. Y te auguro un buen porvenir.
Sigo en el Cp. 2
Abrazo
Guillermo (Buenos Aires)
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July 06, 2010
 

Francisco Perez

Muchas gracias señorita angelica... Que bueno que hayas comenzado a leer ésta pequeña novela y mejor aún que hayas decidido continuar leyendola... Esperaré con ansias tus comentarios! Un beso y un abrazo para ti!
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July 03, 2010
 

Angelica

Me gusta mucho tu forma de escribir... Ya te lo he dicho. En especial porque te tomas el tiempo para describir cada detalle a la perfección y realmente logras meterme en la historia. Un placer leerte y pienso continuar con los otros capítulos a ver como termina esta historia entre Miguel y Don Angelo!! Besos....
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July 03, 2010
 

Francisco Perez

Wuao! Pero que placer recibir sus comentarios!! Muchas gracias por su atenta lectura y comentarios, de inmediato me pondré a revisar el texto para corregir las fallas que me han apuntado... GRACIAS POR LEERME señores Roberto, María y a ti daih... Un abrazo desde Venezuela!
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July 01, 2010
 

Roberto Langella de Reyes Pea

Bueno, en principio, escribís como a mí me gusta, de manera prolífica y abigarrada, señal de que disfrutás lo que hacés. Este primer capítulo es una invitación muy amable a la continuación a la lectura de lo que resta. Quizás no sea mi estilo, yo prefiero ganarme la atención del lector en las primeras páginas, su curiosidad, asegurarme que el tipo pasará a a leer el segundo capítulo. No quiero decir que vos no lo logres, e incluso quizás consigas a tu modo lectores mucho más atentos a lo que es a mi estilo.
Consecuente con lo que digo, tenés una manera muy amable, como dije, y atractiva, que anima a seguir leyendo. La resolución del capítulo es del todo acertada, ahora todos querremos saber qué favor tiene que hacerle el protagonista al médico.
Una sola observación, técnica. Las oraciones, me parece, a vece son demasiado largas; estaría bueno que cortes con comas de vez en cuando. Si leés el relato en voz alta, enseguida vas a darte cuenta en donde debés hacer esas inserciones (cuando te quedes sin aire, más o menos).
Excelente relato. Seguiré leyendo. Un abrazo.
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June 30, 2010
 

daih

UHH!!! me quede con las ganas de saber quien morira! me atrapaste tendre que leer el otro jaja. Besos.
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June 30, 2010
 

María de la Paz Reyes de Langella

Excelente trabajo descriptivo, a mi me falla un poco o no me gusta alargarme tanto antes de la acción. Pero creas bien el ambiente y realmente me quedé intrigada. ¿Qué es lo que le pedirá el galeno a Miguel? Muy bueno, sólo hay que trabajar un poco en no alargargar tanto las frases, tal vez meter más comas. Me gusta tu estilo. Te dejo las cinco estrellas y vamos al segundo capítulo.
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June 30, 2010
 

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