PASION A BORDO, RUMBO A SOUTH AFRICA
Publicado en Jun 02, 2009
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Pasión a bordo, rumbo a South Africa  
  
 El cielo sobre el aeropuerto de Ezeiza, se iba adornando de ligeros tonos rosados, mientras el personal de rampa terminaba los últimos preparativos del Boeing 707,  de Aerolíneas Argentinas, que en breve partiría rumbo a Ciudad del Cabo, South Africa, llevando su carga humana, en una travesía de casi doce horas hasta llegar a destino.
.   Todavía, en esos años, regía allí, la ley del aprtheid, a tal punto, que quienes armaban los planes de vuelo debían poner cuidado en no programar tripulantes de piel oscura para evitar  posibles inconvenientes como los ya ocurridos con algunos viajes, y sobre todo para no someter a ningún trabajador argentino a la terrible experiencia de confrontar en el hotel de Ciudad del Cabo,  para lograr ser acomodado al igual que el resto,, en vez de tener que dormir en los cuartos destinados a las personas de color; cosa que había ocurrido en el primer vuelo a dicho país con un técnico de a bordo de origen boliviano al que en la recepción de hotel querían enviar  a las habitaciones del subsuelo que eran las usadas por los "no blancos", de acuerdo a sus leyes.
   La tripulación del Boeing 707 constaba de 12 miembros en total, de los cuales, cuatro conformaban el  cuadro del  personal  técnico: Cte., copiloto, técnico y navegador, y seis, eran tripulantes para la atención  de cabina de pasajeros.
   El sector de clase turista estaba a cargo del Primer comisario, Marcelo Sgro, quien además de las tareas propias del servicio, también tenía a su cargo todos los papeles necesarios en los vuelos, como: lista de pasajeros,  comprobantes de la carga que viaja en la bodega, la lista con nombres y números de legajo de la tripulación y cualquier otra notificación que hubiese que presentar a las diferentes autoridades del aeropuerto donde el avión aterrizase. También en este sector trabajaban tres de las cuatro azafatas, ya que la cuarta, junto al otro comisario desarrollaba sus tareas con los pasajeros de Primera Clase, además de atender las necesidades de la tripulación técnica.
   Luego de realizados todos los preparativos para el embarque de pasajeros, el Primer Comisario, avisó al copiloto para que éste a su vez se comunicase con la oficina de operaciones y diese el OK para  abordar la nave en 15 minutos.
   "OK, entonces", dijo Sebastian, el copiloto en este viaje, dirigiendose a Marcelo, "En cuanto me confirmen la cantidad de pasajeros, te la paso"
   "Gracias, Sebastian", respondió Marcelo, un joven muy bien parecido, de figura estilizada y con una agradable sonrisa, que siempre conquistaba a sus compañeros por su bonomía y excelente compañerismo a bordo., además de comprarse la simpatía de algunas pasajeras, que se mostraban abiertamente interesadas por su apariencia y estilo personalísimo en la atención que siempre brindaba al pasaje.
   Las auxiliares de a bordo ya estaban en sus puestos, cubriendo las puertas de la aeronave y listas para recibir a los pasajeros que se aproximaban en los micros que los estaban acercando a las escalerillas
   Un pasaje bastante heterogéneo estaba abordando la máquina. Se podía escuchar tanto castellano como ingles, ya que al ser ésta la única línea aérea que unía los dos continentes durante los fines de 1970  y comienzos de los 80, muchos de los pasajeros eran sudafricanos.
   El sector turista iba bastante completo, a diferencia de Primera, donde sólo ocuparon asientos dos pasajeros, un hombre y una mujer, sudafricanos ambos,  pero desconocidos entre sí.
   Una vez finalizado el embarque se cerraron puertas y la máquina comenzó su lento carreteo, mientras las azafatas realizaban la demostración de salidas de emergencia, uso de mascaras de oxigeno y chalecos salvavidas, después del saludo de bienvenida dado a través de los parlantes por  Marcelo, el primer comisario de a bordo.
   Mientras esto ocurría, el avión había llegado a la cabecera de la pista desde donde iniciaría su carrera para alcanzar los 220 kms por hora, que le permitirían elevarse hasta lograr la altura asignada por los controles de Ezeiza,  para su comienzo de travesía.
   Que solitario y a la vez apacible se veía todo el paisaje, pensaba Lorena, sentándose  en su trasportín mientras se ajustaba el cinturón de seguridad,  a la vez que comenzaba a escuchar ya el bronco roncar de las turbinas que hacían vibrar a ese magnífico pájaro de acero en una carrera acelerada, a su máxima potencia, para finalmente elevarlo por ese espacio, que comenzaba a mostrar sus primeras estrellas, asomando a lo lejos, en un cielo iluminado por la luna llena que acompañaba el idílico entorno de esa noche.
   En este viaje Lorena, estaba asignada al sector de primera clase y trabajaría junto a Christian, un joven   de aproximadamente treinta años, que al igual que ella tenía seis años como tripulante en la empresa, y que realmente hacia su trabajo en forma metódica y con mucha responsabilidad,  amén de poner siempre la mejor disposición posible en la atención de quienes estaban a su cuidado.
   Lorena estaba tranquila. Seguramente   tendrían un vuelo relajado, tanto por los dos pasajeros que compartían el sector, cada uno aparentemente muy ensimismado en la lectura de los diarios y revistas que les había entregado durante el carreteo, como por quienes estaban en los comandos, conocidos suyos ya de otros vuelos, en quienes confiaba ampliamente por el nivel profesional, y  apreciaba, como amenos compañeros de trabajo.
   Sumergida en estos pensamientos se abandonó a la grata sensación de hundirse en su asiento cuando la fuerza de gravedad provocada por la acción del despegue la pego con fuerza a éste. Hubiese deseado que la experiencia durase mucho más tiempo, porque esos eran sus momentos  preferidos. Era justamente esa la sensación más concreta de que se alejaba de la tierra. Lo demás era rutina, donde casi se olvidaba que sólo unas planchas de acero ensambladas con alta tecnología e impulsadas por cuatro motores Roll-Royce, eran lo único que la separaba del vacío y de la muerte asegurada.
   Los hornos se habían encendido  para calentar la cena. Ese conocido sonido la sacó de sus pensamientos e hizo que se levantara para   ir a ponerse la ropa de trabajo a bordo, pues una vez alcanzada la altura y velocidad de crucero, darían el servicio programado para esta primera parte del viaje.
   De pronto el interior del gran tubo se había transformado en lo que casi parecía un colmenar. Todo era un ir y venir entre carros y bandejas, botellas y demás elementos necesarios para satisfacer, más que el apetito, la ansiedad, típica de casi cualquier pasajero, más todavía tratándose de personas en vuelo, un   medio no natural al común de los hombres.
   En la cabina  trasera los compañeros de Lorena habían comenzado a entregar las bandejas de comida, pues tenían bastante gente para atender y el comandante, Brian Searke les había avisado de la posibilidad de una ligera turbulencia en un rato.
   Christian, su compañero de tareas en el sector de primera, estaba ya preparando las bandejas de cena para la cabina de comando, mientras Lorena terminaba de poner las mesas a sus dos únicos pasajeros.
   La mujer, sentada en la tercera fila, al lado de la ventanilla, aparentaba unos treinta y cinco años muy bien llevados y por sus prendas y accesorios podía deducirse que gozaba de un excelente bienestar económico. En su mano izquierda lucía una alianza y un hermoso solitario, que no dejaba de lanzar chispazos a cada movimiento de su mano, compitiendo con los de sus ojos de un verde intenso, que resaltaban en el marco de un rostro aporcelanado que hacía juego con el intenso color bronce de su cabellera peinada prolijamente.
   El hombre, ubicado del otro lado del avión, en la cuarta fila de asientos,  lucía algo cansado a pesar de su apariencia sumamente cuidada. Indudablemente la ropa hablaba de alguien sin problemas económicos, y podía notarse que no pasaría de los cuarenta y cinco o cuarenta y ocho años. Lo más atractivo en él, era su amplia sonrisa y su pelo de un rubio casi blanco, que le caía en un descuidado  mechón sobre la frente.
   Ambos continuaban enfrascados en sus lecturas respectivas, mientras Lorena  tendía las mesas rebatibles de sus asientos, donde, como detalle de elegancia, y de acuerdo a lo establecido en el manual de normas, depositaba una rosa roja, que resaltaba bellamente sobre el blanco del mantel.
   De pronto Lorena se vio sorprendida por la cálida voz del hombre, que tendiéndole la rosa, le pedía que se la diese a la mujer, y que le preguntase si tenía algún inconveniente en que cenasen juntos, ya que eran los únicos ocupantes del lugar.
   Nunca antes le había ocurrido algo similar a ella en vuelos anteriores, sin embargo ya estaba acostumbrada a los hechos insólitos que podían suceder arriba de un avión, así que no tuvo objeciones en acceder al pedido que su pasajero acababa de hacerle, y simplemente caminó unos pasos hacia el asiento de la elegante pasajera, le entregó la rosa y en perfecto ingles le trasmitió el mensaje, tal cual le había sido pedido .
   Lo primero fue una mirada de sorpresa en el rostro de la bella mujer, y como de escaso entendimiento de lo que estaba ocurriendo, pero inmediatamente se volvió hacia quien le solicitaba tan graciosamente su compañía, y con una simpática sonrisa asintió con un ligero gesto de su cabeza, dando pie a que el hombre se levantase de su asiento y viniese a sentarse a su lado.
   Lorena reacomodó la mesa de él y los dejó charlando mientras iba en búsqueda del carro con los fiambres para comenzar la cena.
   Los dos pidieron vino tinto para acompañar la entrada y eligieron un cabernet sauvignon porque luego seguirían con el lomo a la pimienta como plato principal, dijeron casi al unísono.
   Así, entre sonrisas y miradas cómplices fue transcurriendo la comida .Mientras tanto ella como él parecían metidos en un mundo exclusivo, solo de ellos, donde nadie más cabía y donde sus voces se volvían cada vez mas quedas, más escondidas para oídos ajenos.
   La rutina del servicio trasero estaba terminando y los dos ocupantes de Primera ya estaban finalizando sus postres, por lo que en media hora podrían realizar la venta del duty free a bordo, para luego poder apagar las luces de cabina y así permitir que durante las siguientes horas la gente pudiese dormir un poco, antes de darles el desayuno, previo al aterrizaje en Ciudad del Cabo.
   Ya el primer comisario estaba recorriendo la cabina, repartiendo las tarjetas para migraciones, que deberían ser presentadas a la llegada al aeropuerto de destino, mientras las azafatas retiraban cualquier elemento que aún quedase del servicio de cena recién ofrecido o atendían alguna consulta o pedido, previo a comenzar el descanso correspondiente.
   La máquina había comenzado a sacudirse un poco, por lo que se encendieron los carteles que indicaban la obligación de abrocharse los cinturones de seguridad, mientras por los altoparlantes se escuchaba la voz del comandante, avisando que estaban atravesando una zona de ligera turbulencia, por lo  que solicitaba a los señores pasajeros y a la tripulación que permaneciesen en sus asientos con los cinturones de seguridad colocados.
   Luego de aproximadamente diez minutos las señales se quitaron  y el vuelo continúo ya sin sacudidas. Las luces fueron apagadas, quedando encendidas sólo las que indicaban las salidas de emergencia y la de los sectores de los baños y bares, para que los tripulantes de guardia atendiesen los diferentes pedidos que durante esas horas, algunos pasajeros pudiesen realizar.
  En este viaje a Lorena le tocaba hacer guardia durante el primer turno, mientras su compañero se retiraba a gozar de unas horas de descanso, para luego reemplazarla, previo a los preparativos del servicio de desayuno.
   Retiró algunos vasos que habían quedado en la cabina de comando y se puso a preparar los elementos que podía necesitar a mano, como bebidas, hielo, galletitas, café y tazas para brindarlos a requerimiento de aquellos pasajeros, que, durante las horas nocturnas acudiesen al bar a solicitarlos.
   Una vez terminado con esto recorrió una vez más la cabina a su cuidado para comprobar que todo estaba en orden allí, y no dejó de notar que sus dos pasajeros aún conversaban quedamente, casi al oído uno del otro.
   Finalmente buscó el libro que había traído para este vuelo y se acomodó en el trasportín de su sector, dispuesta a entretener el tiempo libre con la lectura del "Día del Chacal" de F. Forsyth, novela ligera que podía ser leída sin necesidad de concentración alguna.
   Así fueron transcurriendo los minutos de esa primera media hora de su turno, cuando la puerta del copikt se abrió y el comandante Searke, salió de la misma.
--Qué tal todo, Lorena?-dijo
--Por ahora muy calmo, parece que la mayoría duerme-respondió,  levantándose de su asiento para ofrecerle algo para tomar al Capitán.
--Gracias, pero ahora me daré una vuelta por el resto de la cabina y cuando regrese tomaré un té apenas cortado con unas gotas de crema--, contestó el comandante, dirigiéndose hacia la parte trasera del avión.
   Luego de un corto tiempo volvió a reabrirse la cortina que separaba el sector de asientos de primera con el bar del avión y reapareció la alta figura del piloto, regresando de su recorrida habitual en todos los vuelos que él comandaba. Venía con una sonrisa entre divertida y cómplice, con la mirada de alguien que ha hecho un descubrimiento impensado y casi inoportuno.
--Lorena, dijo, tus pasajeros más que asientos están necesitando una cama, para el tipo de actividad que están desarrollando-
--Están teniendo sexo a bordo?, Eso es lo que me estás diciendo, acaso?-exclamo Lorena, casi en un susurro espantado.
--Así es, querida niña, respondió pícaramente Brian-
   Lorena, había creído que ya nada podía asombrarla de las conductas de algunos pasajeros, sin embargo este hecho la dejó prácticamente sin poder articular palabra alguna. Simplemente se le quedó mirando fijamente, mientras Brian, riéndose sutilmente, se bebía el té que le había pedido.
--Indudablemente la oportunidad de ser únicos ocupantes de la cabina había ayudado a que esto sucediera, pensó Lorena, y por lo tanto no habría consecuencias ni necesidad de advertencia alguna para ellos. Sólo sería una anécdota más en su diario de a bordo-
   Regresó a su novela, mientras Brian retornaba al frente de los comandos en su cabina, en la continuidad de este vuelo tan particular.
   Casi sin darse cuenta se había cumplido su tiempo en la guardia, por lo que se acercó a la zona de descanso para los tripulantes de cabina, a fin de llamar a su compañero, para que la reemplazase.
   A  los pocos minutos Christian, con cara de dormido aún, apareció ante ella para hacerse cargo de su turno, pero cuando Lorena le impuso de las novedades ocurridas, se despertó bruscamente y comenzó a reírse mientras se aproximaba a la cortina, y corriéndola apenas, trataba de espiar hacia el sector donde se encontraban  los actores de esta comedia.
--Ya están durmiendo, por lo que de aquí puedo observar, le comentó Christian-
--Mejor así; ahora me voy a dormir, pero por favor,  llamame media hora antes del desayuno, pidió Lorena-
--Okay, anda tranquila, que yo me ocupo de todo-
   Las tres horas , a ella, le parecieron tres minutos, cuando Christian fue a llamarla. Rápidamente se metió en uno de los baños para peinarse y retocar el maquillaje, antes de salir a cabina para ofrecer el servicio de desayuno, previo a la llegada a Ciudad del Cabo.
   Fue a preparar las mesas y se sorprendió al comprobar que el hombre había retornado a su primitivo asiento. Sin decir más que el "buenos días" en ingles, arregló ambas mesitas y se fue a buscar el carro para atenderlos.
   Ambos desayunaron como lo que habían sido cuando embarcaron en Buenos Aires, dos extraños, que se enfrascan en sus diarios y revistas, ajenos a los demás, o  a lo que sucede a su alrededor. Así terminaron su comida, sin siquiera cruzar una palabra entre ellos. Eran, nuevamente, dos desconocidos, compartiendo, separadamente una fracción de tiempo  arriba de un avión, sin nada en común, como si lo vivido por la noche no hubiese ocurrido nunca. Sólo dos personas más, encerradas por algunas horas en un pequeño espacio aéreo. Dos que fueron una aventura de unas horas.....viviendo una simple noche de pasión a bordo, rumbo a South Africa!
      Las luces indicativas de abrocharse cinturones de seguridad se encendieron, y pudo sentirse que el aparato había comenzado el descenso hacia el aeropuerto de destino, inclinando la nariz hacia la tierra que lo estaba esperando. Los pasajeros se alistaban en sus asientos, mientras escuchaban el rechinar del tren de aterrizaje que iba bajando lentamente, preparándose para el impacto próximo.
   Por los altoparlantes  podían escucharse los anuncios anteriores a la   llegada, como las acostumbradas  palabras de despedida y agradecimiento por haber volado por "Su" compañía:
" Su atención, por favor, estamos próximos a aterrizar en el aeropuerto de Ciudad del Cabo, por lo que rogamos a Uds., abrochar los cinturones de seguridad, poner recto el respaldo de sus asientos y......
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Miembro desde: May 20, 2009
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Descripción

historia que relata lo que aconteci durante un vuelo desde Bs.As. a Ciudad del Cabo, entre dos pasajeros de Primera Clase, en la decada de los 70.

Palabras Clave: Vuelo tripulacin aeronave Boeing

Categoría: Cuentos & Historias

Subcategoría: Relatos


Derechos de Autor: Becky Augent


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Verano Brisas

Becky: Buen relato; interesante, entretenido y bien escrito. Estoy sintiendo unos deseos enormes de viajar a Ciudad de Cabo, en ese mismo avión y desde Buenos Aires. Cordialmente, Verano.
Responder
June 02, 2009
 

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