En una de las tantas tardes rosas y naranjas del fin de mi guardia,
Me encontraba recientemente llagado a mi alcoba.
Aun con mi armadura puesta,
Habiendo llegado a hacerme el tiempo de liberar tan solo el casco de mi armadura…
 
Me proponía descolgar la espada,
Justo cuando tocaron a mi puerta.
 
El mensajero Real, me saludó muy cortés,
Y me transmitió el mensaje por el cual lo habían enviado a mí.
Me dijo que el Rey me aguardaba en la sala Real,
La misma que solo se utilizaba para grandes invitados nobles,
En importantes eventos previamente organizadas y cortejados.
 
Me pareció raro como Jefe en armas,
Que previamente no me hubiese sido advertido de algún supuesto acontecimiento…
 
Pregunté al mensajero si resultaba apropiado que cambie mi atuendo,
Higienizándome y arreglándome previamente a tales efectos.
El mensajero me dijo que no,
Que era preciso que cumpla la orden de inmediato.
Por tal motivo, deje la espada colgada a mi espalda
y tomé el casco en mi mano, por si acaso.
 
Bajamos por las escaleras hacia la gran sala,
El mensajero abrió la gran puerta maciza de roble, e ingresé.
Al hacerlo, la puerta fue cerrada vigorosamente,
Quedando el mensajero del otro lado de la sala.
 
Más que sorprendido y exaltado,
Recorrí con mi vista rápidamente la sala.
En ella no se encontraba ni el Rey ni la reina,
En el sofá de gala, solo se encontraba la Princesa.
Ella sonreía muy sutil y sensual… Observándome con ternura.
 
Se acerco lenta pero decidida,
Me dijo que sus padres se habían retirado del palacio por algunos días…
 
Rozó mi boca temblorosa con sus manos suaves.
 
Beso mi boca como nadie jamás la había besado.
 
Y poco a poco…
Utilizó toda su fuerza y delicadeza para desnudarme.
Quitó cada pieza de mi armadura en el aire de muchos suspiros apresurados…
 
Me amó como nadie jamás me había amado.
 
Me acarició como nadie jamás me había acariciado…
 
 
Luego…
Me ordenó que cada tarde de esa semana,
Durante los días subsiguientes,
Me presente en la misma sala,
Antes de llegar a mi alcoba…
 
Que lo haga cada atardecer…
Aun vistiendo mi armadura…
 
Ella ha vencido mis debilidades… todas.
Como nadie jamás las había vencido.
 
SIR MARIAN