OLAFO
Publicado en May 07, 2009
OLAFO
Qué habría sido de mí sin tu presencia, qué insípidos los años, los meses y los días, cuánta soledad si no hubieras compartido tus incursiones a Italia con una semana de saqueo en Roma y una escala en París para beber y hacer bellaquerías. ¡Siempre soñaste con arrasar a Europa! Holanda fue tu víctima inocente, Irlanda sufrió el golpe de tu maza, Suiza no escapó de tu barbarie, a Inglaterra la invadiste muchas veces como a tantos otros lugares. En Asia llegaste al país de las serpientes que danzan al silbo de la flauta, a la tierra donde el clima conserva la carne y las verduras aun en el verano, al pueblo donde las mujeres saben el secreto de los siete velos, a las islas donde ofrecen guirnaldas al turista. Buscaste las esquinas del planeta convencido de que el mundo era una mesa repleta de manjares y de vinos. Luchaste decididamente contra el basilisco ganando confianza y gratitud de algunas de tus víctimas, por la flor del olvido "Aura Lotus" en Idalandia, país del no retorno, contra el terrible Horacio, el más duro de todos los guerreros. Recuerdo, como si fuera ahora, esas batallas junto a los castillos, con catapultas bajo nubes de flechas que dejaban tu escudo perforado, las enormes calderas de agua hirviendo, o de aceite, derramadas sobre tus ejércitos. Jamás olvidaré cuando exponías el pellejo cuerpo a cuerpo contra temibles matones aun a riesgo de ser estrangulado o romperte alguno de tus huesos. En tu velera nave -como dice la Odisea- zarpabas con tus valientes muchachos decididos a todo mientras no fuera posible lo contrario. Un sentido de orientación particular y una sed insaciable de pillaje guiaron tus constantes aventuras por mares, bosque, desiertos o azarosos precipicios, confiado en que el whisky y la cerveza serían amuletos contra la desgracia. Tus compinches robaban al vencido mujeres y otras minucias mientras, con pragmática filosofía, raptabas al cocinero. Jurabas que la madera flotaría hasta morir los astros en el cielo, que el futuro sabría de tus guerras, honores y conquistas por los sedos brocados, bebidas y quesos deliciosos que forzosamente compartías con el recaudador de impuestos. Defendiste la gula y la pachanga como cualquier sinvergüenza. Cuando la suerte no te acompañaba presionabas los hechos exigiendo vales pagaderos en la próxima invasión. Negaste ternura a tu consorte Helga pero fuiste generoso en ofrecerle trabajo. A Hamlet, joven de baño diario, lectura sin descanso y partidario de hacerse motilar, no lograste comprenderlo. Astrid, que a sus dieciseis años continuaba soltera a pesar de tantos pretendientes y la duda entre ser ama de casa o guerrera, esperó más atención de parte tuya. Chiripa, primero como segundo de a bordo, el idiota más afortunado de la historia, mano derecha en todos tus aprietos, jamás explicó por qué era zurdo. El doctor Zocotroco, autoridad sin réplica, inspirado consejero, creador de la sala de espera y famoso en todo el mundo por sus aportes a la ciencia médica. Siripo, inteligente y leal, portador de las mejores cualidades caninas en la península escandinava. Lucio, caballero nacido a media noche en la edad del oscurantismo y gobernante de la Selva Negra. El viejo barco, sin el cual no habrías sido ni bracero en el más humilde de los puertos nórdicos. Tu joven tripulación, tan dispuesta a las arengas: "Uno para todos y todos para uno" decías en los momentos cruciales, siempre que ese "Uno" fueras tú. Menos mal que Dios en su infinita sabiduría dio a la pobre Helga ideas para el desquite: Cuando el Sol de verano se posaba en las montañas de Thor y la excitación hacía presa de la gente ansiosa por observar la proeza cada 14 de julio, ella, refregando tus espaldas, te dejaba más limpio que la brisa y más lustroso que los cerdos, o te hacía dormir a la intemperie después de tus enormes francachelas. Aunque no aprediste a leer fueron suficientes saco, escudo y maza, hacha, lanza y espada para tus desvaríos, sin descontar los cuernos que nunca te faltaron. Cuando dijiste a Hamlet que "en tiempo de los apóstoles había unos bárbaros que se subían a los árboles para matar los pájaros", muchos pensaron que además de analfabeto eras bruto. ¡Yo nunca estuve de acuerdo! Con ello demostrabas tu refinada calidad poética. Leí acerca de tu ancestro lapón y finés, de tus fonemas derivados de las Runas, de la pasmosa habilidad que tenías para el comercio, lo mismo que de otras muchas cualidades de tu vida y circunstancias. Dejo, sin embargo, a la posteridad la reseña de tus viajes y diabluras, en el recuerdo de aquellos que vivimos con humor y buena voluntad, hasta el día en que La Gran Recaudadora llegue a cobrar con su guadaña el más temido de todos los impuestos.
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