-¡La niña!- gritó la madre.
Y  la niña lloró cuando vio la luz del día.
Después la vi jugando, con los pies descalzos,
entre las calles de su pueblo,
con su muñeca de trapo entre los brazos
y la inocencia en su sonrisa.
-¡La niña!- gritó la madre.
Y la niña ya no era una niña,
se hizo mujer bajo el sol de día.
Como el trigal que dora sus espigas,
sus sueños maduraron,
para entregarlos como un tesoro
al mejor de los poetas.
Y la niña ya nunca jugó.
Ahora levanta con gotas de su llanto
los frutos de su vida.
Se mece en la terraza de su casa
con su propia niña.