Semblanzas de mi abuelo
Publicado en Nov 09, 2009
Cuando enviudó, dejó el hogar de tantos años y entrañables recuerdos, para vivir con su hija. Casada con un viajante de comercio, las frecuentes ausencias del esposo, motivadas por el trabajo, se hicieron más llevaderas en su compañía. Un rasgo que lo definía, era su empeño en colaborar y dar solución a los pequeños y grandes problemas. De uno especial, fui protagonista. Ocurrió cuando imprevistamente llegué al mundo, y sin opción ni tiempo para pensarlo, debutó como partero. El nuevo día, sorprendió a la flamante mamá, extasiada con su primogénita y al valeroso abuelo, internado de urgencia, con un pico de presión. La alegría de serlo, apuró su total restablecimiento y poco después, se reintegró a sus antiguas labores y a las que se sumaron con la nueva adquisición. Al año, llegó otra nieta, pero esta vez, para tranquilidad de todos, fue sin sorpresas y en una clínica. El primer día de clases me acompañó a la escuela y no dejó de hacerlo hasta que terminé el ciclo primario. Cada mediodía, volvíamos, presurosos a reponer energías con los alimentos con que mamá nosesperaba. Aprendí a reconocer los olores, que delataban su incursión en la cocina, por las aromáticas hierbas que cultivaba en su huerta. Albahaca, romero, tomillo, orégano, salvia, entreveradas con el perfume a lavanda, azahar y jazmín, conjugadas para crear esa atmósfera singular, íntimamente ligada a los recuerdos de mi infancia. Conservo intacta la imagen de ese hombre alto, delgado, generoso, maestro rural en su juventud. Sus manos curtidas por el trabajo, adquirían la suavidad de la seda al pasar las finas hojas de papel de arroz, de algunos de sus preciados libros. Atesoró conocimientos y experiencias de vida, que compartió a diario con quienes se los requerían y en especial, con nosotros, su familia. Excelente narrador, bajo su tutela, recorrí el planeta, escalé montañas, me aventuré por intrincadas selvas, seguí el tortuoso cauce de los ríos, me agoté en interminables desiertos. Conocí sabios, guerreros, escritores, poetas, artistas, desde aquellos surgidos en los albores de la historia hasta los contemporáneos y desde acontecimientos importantes hasta domésticos, asociados a cada circunstancia. La palabra expresiva, acompañada del gesto, quizá algo exagerado, bastó para trasportarme a través de los tiempos hasta la época actual. Esos fascinantes hechos, descriptos y narrados con sencillez, en los que participábamos niños y adultos, nos hacían reflexionar y llegar a la conclusión, de que el hombre, causa y efecto de sus acciones, en situaciones repetidas, no aprende de sus errores. Su espalda empezó a doblegarse y a medida que yo crecía, él se encogía. A mi ingenua curiosidad, le dio esta respuesta: - “Cada hora que pasa, me acerca más a la tierra, morada final. Tú, niña, como flor que nace a la vida, te elevas a la luz” Al notar la tristeza que en mí, provocaron sus palabras, agregó: – “ Nadie debe sufrir por eso. Cumplimos un ciclo y me siento satisfecho porque he cumplido el mío. La prueba eres tu, flor de mi simiente”. El eco de esas palabras sigue vivo en mí, a pesar del tiempo, que inexorable, nos marca el destino. Valentina, mi nieta, simiente de tu simiente, se entretiene con sus muñecas, ajena al molino de mi pensamiento. Desde donde estés, sabrás que estoy cerrando mi ciclo, con la mente despejada y el corazón ligero como lo aprendí de ti, que entre tantas cosas, me enseñaste a aceptar con dignidad lo que es imposible cambiar.
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