La vida junto a mi abuela.
Publicado en Nov 04, 2009
Prev
Next
El hecho que este bordeando los noventa años, es un suceso tan insignificante como la historia a la cual me voy a referir. También parece ser poco relevante el que diga que tengo a mi abuela viva, de hecho, no conozco a nadie que sea mejor considerado o más querido por tener su abuela con vida, aún cuando esa abuela prácticamente te doble la edad; sin embargo, y con toda la sinceridad que esta historia merece al ser contada, esa percepción de significancia cambia cuando después de un pequeño cálculo, nos damos cuenta que la viejecilla debería estar por sobre los 180 años.

De mi abuela me hice cargo yo. Soy hijo único de madre soltera y desde hace mas de cuarenta años que soy huérfano. No estoy casado ni tengo hijos, tampoco hermanos; como ven, no tengo a nadie que me ayude con el cuidado y las mañas de mi abuela. Tal vez si eso es lo peor, estar solo. Es que con la edad aparece el cansancio y también van apareciendo las mañas, es como si se fueran instalando en nuestra mente en la medida que se instalan las arrugas en muestro cuerpo o como se instala la decoloración al blanco en nuestros vellos y pelos. Ante todo soy honesto y también reconozco que tengo las propias, se que mis desvelos por mantener nuestra casa limpia van más allá de lo considerado “normal”, si es que existe algo normal en mi vida; se también que con la edad las personas comienzan a dormir menos, pero no pegar los ojos por más de veinte minutos cada noche es casi ridículo, más todavía si esto se mantiene por años; pero se también que no estoy frente a ustedes para contarles intrascendencias de mi vida, sino para hablarles de la progenitora de mi madre. Partiré por lo más básico, mi abuela es vieja. Vieja, sorda, sucia, egoísta e hipócrita, además padece de locura senil; no logra mantener la cordura por más de algunos minutos, salvo cuando maneja con impresionante rigor, las grandes mezquindades que constituyen su diario vivir. Inventa cosas inverosímiles que rayan en la estupidez. Levanta complejas tesis para ocultar hechos concretos; como cuando invento que los vecinos habían entrado por la ventana de la cocina para amenazarla con un cuchillo y robarnos las galletas que ella se ha comido durante décadas. O cuando dijo que era un gato el que abría el refrigerador para sacar los bombones helados y servírselos sentado viendo televisión. Algunas veces también descollaba una desconcertante genialidad. Un día negó haberse orinado en los sillones, dijo que había sido el nieto de su amiga Marta. Si el nieto existiese tendría prácticamente mi edad, lo raro es que la viejecilla consiguió un babero que tenía bordado el nombre de Samuel…!! El hijo de Marta!! y que mantenía sobre el sillón como una prueba de su verdad. Por momentos me hizo dudar y hasta la fecha no sé si lo bordó ella haciéndolo parecer antiguo o si efectivamente Samuel estuvo en casa meándose por los sillones. A veces pienso que me está enloqueciendo.

Hace años tuve una relación con una mujer mayor con dos hijos pequeños a los que mi abuela llamaba “mis nietecillos”; sabía que no podía optar a más teniendo a mi abuela en casa, así que acepte vivir la relación de la mejor manera posible, sin embargo, a los nietecillos los asustaba escondiéndose con un cuchillo tras la cortina del baño, se metía bajo la mesa a la hora de almuerzo para agarrarles las piernas por sorpresa y asustarlos de tal manera que no pocas veces se ahogaron. Algunas veces les rompía los juguetes y otras tantas la encontraron metida dentro de sus camas esperando la hora de dormir para gritarles en las orejas. Así las cosas mi relación no duró mucho.



En la mesita de centro tenemos varias fotografías; una de ellas es de cuando la abuela era joven. No cabe duda que era una mujer hermosa, para mi todo en esa époce era bello. Aparece en un balneario de la zona central con un traje con pierna y rayas horizontales, se notaba que su cuerpo no tenia nada en envidiar a las modelos de hoy, al contrario, era mucho más generoso. Ahora, sin embargo, sufro de arcadas cuando comparo lo imagen de la fotografía con el adefesio que se acerca arrastrando los pies, expeliendo un tufo a descomposición propio de una morgue. Cuando era joven el asco lo sentía peor aún, pensar que ese cuerpo desdentado, ajado, lampiño, sucio y maloliente tenía su sexo quizás en que condiciones. Una vez le pregunté si no le molestaba saber que le faltaba poco para morir y si tenía o no apetito sexual. Sabía de antemano que nadie en su sano juicio pensaría siquiera en tener sexo con semejante larva en proceso de putrefacción; lo que no sabía era que la viejecilla aún se satisfacía a si misma cuando sentía la necesidad. Tampoco sabía que no tendría miramientos en contármelo, después de todo sigo siendo su nieto. A mi edad, ahora ya no pienso en preguntarle nada, al menos sobre eso.

Algo que no he dicho hasta aquí, es que la cara de mi abuela era prácticamente la misma que tenía de joven, de hecho, es la misma, solo que ahora le cuelga su piel, y los lunares se fueron ensanchando hasta convertirse en manchas de un negro deslavado. Particularmente horrible era la piel que le colgaba desde el cuello; se me venía a la memoria la imagen de un cuello de pavo viejo, pero esta era peor, los pliegues no lograban ocultar su extrema delgadez y el color seguía siendo mortuorio. Otra cosa que no he dicho es que soy escorpión y que tengo exactamente 96 años.

Desde que murió mi madre que mi abuela me esta pidiendo que la acompañe al cementerio a ver al que fuera su tercer marido, que dicho sea de paso no es mi abuelo pues no es el padre de mi madre. No se porque lo venera yendo cada domingo a “verlo”, pareciera ser que su demencia le ha hecho olvidar las golpizas que sufrió; no se, lo cierto es que de no ser así, yo no hubiese podido soportar todos estos años.

Siempre vamos por las tardes de los días lunes, cuando no va nadie al cementerio, tengo que llevar galletas de chocolate y un vaso que después lleno de agua para la que la vieja remoje las galletas que sus encías gelatinosas no pueden morder. Ella se sienta al costado de la tumba y le murmura cosas inentendibles, salidas quizás desde lo mas profundo de su locura. Ese es el inicio del rito. Parado a sus espaldas, lunes tras lunes pienso que cuando ella por fin muera, jamás la visitaré, pero así como van las cosas a veces me pregunto si será ella la que muera primero.

Como les decía, espero que la viejecilla se siente a un costado de la tumba, luego a que se arrodille después de la última galleta, para recien tomar el fierro que hacia de soporte de la cadena; cuando termina de persignarse hecho mis manos atrás y con todas las fuerzas de mis años le propino un feroz fierrazo en la base del cráneo. Su cara cambia de expresión, sus labios se repliegan formando múltiples arrugas y dejando a la vista sus encías desnudas cubiertas de baba chocolateada. Son fracciones de segundos. Su cabeza se tuerce animalezca hacia la espalda, dejando el fierro envuelto en pellejo; los ojos parecen aflorar de sus profundas cuencas y en breve vuelve a la normalidad. Dejo que se afirme de mi brazo y comenzamos a caminar de vuelta a casa, a la espera del próximo lunes, cuando nuevamente me pregunte si será ella la que muera primera, y comience nuevamente el ciclo.
Página 1 / 1
Foto del autor Glen E Lizardi F.
Textos Publicados: 6
Miembro desde: Aug 07, 2009
1 Comentarios 308 Lecturas Favorito 0 veces
Descripción

Un cuento para sangre fría.

Palabras Clave: misterio horror terror

Categoría: Cuentos & Historias

Subcategoría: Terror & Misterio



Comentarios (1)add comment
menos espacio | mas espacio

Verano Brisas

Glen: Si continúas así, cautivarás a todos los lectores de Textale. Yo ya lo estoy. Cordialmente, Verano.
Responder
November 05, 2009
 

Para comentar debes estar registrado. Hazte miembro de Textale si no tienes una cuenta creada aun.

busy