HELENA DE CALAVERA.-
II
Cándida calaca
desembocada, arremetiendo celos a los versos de la trazada y excitante musa en turno,
e inhumana.
Helena puesta en vilo de las estrellas
imaginar no debe que ando persiguiéndole la sombra
aunque a ella no le entone la infamia aquella
me hincare hasta el abismal entorno de su tinta que de fugaz alucinación arropa y embeleza.
Si yo tan delgada y pálida pego susto y odio al cielo
esta musa conjuga el pálido odio de rabieta cual velo
desde la cruda verdad, la musa tiene que morir
pues aunque es buena y hace mi trabajo
debe de quedar en claro tristes poetas que yo soy la única razón
del enterrador cabizbajo.
Helena siempre fiera en cuestionamientos y asimilaciones de procedencia espectral
predica la poesía gótica cruda, penumbra solemne de tinieblas que alza
y por ese simple motivo es que hoy vengo por su pluma infernal
antes de que en verso y prosa sea yo la que pierda su alma.
Tumba catacumba catacumba la, que la musa me ha descubierto
yo pensaba llevarme su cuerpo mientras ella dormía
mas nunca imagine que pues ella se transmuta en la noche misma
y con tinta sangre plasmar agonía lirica en cada trance.
-Y con que valor me miras- le grito,
-Y con que elocuencia te transformas en  mi- le canto
-Si yo soy la muerte misma ¿crees que en simples chistoretes ando?
-¿Y que mas puedes pedir?-dice la musa muy serena-
-Mi bella rival...si yo también a ti te estoy cuidando-reza la calavera Helena