FRENTE DE COMBATE (Cuasi Novela) - CAPITULO 3
Publicado en Oct 23, 2009
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CAPITULO 3
 
Pardo Bazán recorre con la vista los párrafos de su diario personal:
Roncan los motores de la columna; es una larga serpiente mimetizada que repta la carretera. Aúllan los neumáticos con la fricción material del caucho con el asfalto. En la caja del camión nos turnamos en dar seguridad a la unidad. Consiste en que dos del grupo se sienten al final de la caja con el fusil y atento al exterior -una simple rutina, jamás pasa nada-.
Me llega el turno a mí lo espero con ansiedad, pues allí el aire es fresco y uno se entretiene con el paisaje. El camión esta cubierto por lona y el olor a transpiración penetra las narices por el aire viciado.
Llevamos varias horas de viaje. Perdí noción del tiempo, aunque el tiempo contado en horas y minutos o días significa poco para mí, vale computarlo a partir de los meses que estoy en el servicio y los que faltan por terminar. Me acomodo en la dura madera del asiento, intercambio chistes con alguien. Rojas le quita el rasquetee a Cáceres, hay una avalancha de risas, lo despiertan, se produce un dialogo violento y jocoso:
- ¡Che Cáceres, Cáceres! Llegamos.
El Soldado Cáceres se despierta, se despabila, al hacerlo patea a Silva que esta sentado en el piso. Este le descarga una avalancha de improperios e insultos.
- Pelotudo de mierda; negro asqueroso, queré que te rompa la cara. La respuesta viril no se hace esperar.
- Probá boludo viejo. Es el duro léxico del cuartel. Están a punto de irse a las manos cuando Cáceres nota que le falta el casquete. Es en el ejercito el casquete es una prenda de la que no se puede prescindir y preocupa a quienes lo pierden, se podrá andar sin medias y tal vez sin calzoncillos, pero jamás sin casquete. Con voz inquisidora e inquietante pregunta:
- ¿Quién tiene mi casquete? Hay casi un llanto en su voz.
Risas. nadie responde. Rojas con su sonrisa aprueba el silencio de todos. casi con desesperación vuelve a preguntar:
- ¿Quién tiene mi casquete?
Rojas -el apuntador de Madsen- con una sonrisa siempre expresada miente:
- Pardo Bazán tiene tu casquete; cayó ahí -señalando con el dedo un lugar entre mis piernas- y él lo agarró.
Todos afirmaron que soy yo el que tiene el casquete, Cáceres se las toma conmigo:
- Dame el casquete pelotudo, dice insistente.
- Deja de hinchar las bolas, le respondo.
- Dame el casquete hijo de puta. Y amaga pegarme. Al mismo tiempo me tira un culatazo de fusil a la rodilla, me duele. Pero más duele lo de hijo de puta; pese a los muchos meses que estoy en el cuartel no me acostumbro a estas expresiones que no tienen otro significado que una demostración de desprecio,  respondo, le doy un golpe con el caño del fusil. Se para, quiere volver a golpearme, hago lo propio y cae el casquete a sus pies, quien lo tenía lo devuelve. Termina la cuestión. Aprovecho para desquitarme verbalmente. Risas, risas... Se apagan lentamente como iniciaron y vuelve el silencio, solo interrumpido por el ululante zumbar de los motores. Algunos camiones bajan a un camino de tierra, es parte de la columna que se separa, en esta quedan diez camiones de transporte y tres de custodias.
Encabeza el convoy un camión de usos múltiples, en su cabina va el conductor y el Teniente Chotas, un hombre joven de pelos duros, rostro rojo, ojos soñolientos, de mirada enérgica e incansable, ahora tras un largo viaje cabecea un momento de relajamiento en el que debe estar soñando con su esposa e hijos.
Detrás se encolumnan los diez camiones de carga y cierra la oruga perezosa, otro “usos múltiples todo terreno”, es el que nos lleva a nosotros, el sargento Velázquez va en la cabina, en la caja nos acompaña el Cabo Primero Otto, Jefe de Grupo. En el vehículo va el segundo grupo y su jefe el Cabo Primero Maciel; en el ultimo el tercer grupo mandado por el Cabo Romero.
Me recuesto sobre una de las barandas del camión, miro el paisaje que es acogedor, marchamos en un camino de cornisas; a un lado una abrupta barranca del otro un profundo terraplén. Algo, dentro de mí me hace soltar el seguro del Madures, lo cargo, luego tomo la manivela, oprimo la cola del disparador y cierro el perno, así el fusil queda cargado y percutado. Como el Máuser por su mecanismo suele ser de difícil manipuleo en un espacio chico como el de la caja del camión, con solo levantar la palanca y cerrarla el fusil queda listo y armado para hacer fuego. Al culminar la acción el jefe de grupo me reprocha, le explico que es muy seguro tener el arma en ese modo.
Me hace un reproche ante el temor de que se me escape un tiro.
Coloco el fusil con el cañón hacia arriba, entre mis piernas pero no modifico mi postura. Siguen diciendo que es peligroso, me callo. La columna ingresa a un largo cañadón, la sierra fue horadada para hacer más leve la cuesta, paredes de piedra a ambos lado. Unos doscientos metros habrá que cruzar. Todos nos extasiamos con el paisaje.
Tenemos miedo, se nos habló mucho de los arteros ataques de la guerrilla, y este era un lugar ideal para que actúen. Pero la guerrilla no andaba activa por el norte del país.
Cuando la columna llega a mitad de camino, ocurre lo inesperado, lo nunca soñado. Un trueno, una explosión brutal y seca vuela el camión del Teniente Chotas.
Nadie quiere creer lo que ocurre, se estima que el vehículo militar choco con un vehículo civil. Suena una descarga cerrada de fuego de armas de todos los tipos, metralletas, fusiles, ametralladoras. Pareciera que estuviéramos en el polígono, no es así, nadie reacciona, chispean los proyectiles apátridas golpeando la chapa, suenan como martillazos. No quiero creer lo que veo, mi Jefe de Grupo el Cabo Primero Otto tiene  la cabeza destrozada y su propia sangre me salpica. Salto fuera del camión, me imitan y siguen sonando los disparos, llueven balas, sus aullidos de muerte me estremecen. Mis compañeros caen gravemente heridos o muertos sin saber que ocurre, como queriendo retener la vida en el grito postrero. La vida se les escapa por los agujeros de las balas traidoras.
Cae Cáceres, el del casquete, en un ultimo intento carga el fusil, la muerte lo sorprende queriendo defender su vida. Es el caos, los malditos que nos atacan estudiaron todo, explosiones, tiros, muerte. El Sargento Silencio grita ordenes, explota uno de los camiones, la tierra tiembla, como cuando en el pueblo se producía explosiones en la cantera, la honda expansiva me tira contra el suelo, esto me salva la vida, una ráfaga de ametralladora barre el lugar, grito algunas ordenes -soy jefe de equipo de mi grupo- nadie escucha, cada uno actúa impulsado por el espíritu de supervivencia que debe alentarnos. Los soldados Chad y Amaro abastecedor y apuntador del fusil ametrallador preparan el arma. Están a punto de abrir fuego, en un acto de arrojo que me pasma, el arma se traba, no la de los atacantes que los matan. Cargo el fusil, no apunto tiro, ni siento mi propio disparo, solo un sacudón en el hombro, estoy aturdido, tengo mucho miedo. Cientos de detonaciones ahogan mis gemidos, apagan mis temores, hunden en el olvido mis pensamientos. Debo luchar. Yo que amo la paz.
Los perros eligieron bien el lugar, no tenemos salida, alguien ordena correr hacia el frente, lo hacen. Como jefe de mi equipo dispongo que mi grupo se quede detrás de los camiones en una depresión del terreno, donde hay un desagüe, todos responden, nadie se mueve. Nos salva la vida. Adelante el camino está minado, sus alaridos se pierden con el sonido brutal de la explosión, la misma desmorona parte de una pared de roca natural, caen algunos de los atacantes.
Por fin diez, veinte fusiles nuestros responden al ataque. Tan pronto e inesperadamente como comenzaron, cesan los disparos. Comenzamos a reaccionar salimos de nuestro escondite provisorio, ordeno que un Madsen opere por la derecha hacia el fondo de la columna, no se hace repetir la orden los soldados Rojas y Amarilla salen agazapados, una ráfaga barre al resto del barranco es estéril, ya no están allí, el enemigo tras el artero ataque gana el amparo del tupido monte.
**********
Rojas estima que ya no hay peligro, me levanto, hay gritos, llantos, soldados, sub - oficiales muertos, mutilados. La columna es una pequeña mueca de papel aplastado por la enorme bota de un gigante. Un soldado partido en dos, lloramos, yo estoy dando gracias a Dios que vivimos.
Ordeno que mi grupo haga la rutina de comprobación de puestos, que hoy es trágica. Comienzo:
- Jefe de Equipo A. Continúa:
- Tirador uno.
Silencio
- Tirador dos.
Veo que faltan los servidores del Madsen, sigue:
- Tirador tres
Silencio
- Apuntador de equipo B
- Abastecedor de equipo B
- Auxiliar de equipo B
(Falta Cáceres, el Jefe del equipo B).
- Tirador cuatro
- Tirador cinco
- Tirador seis
Es este el momento que puedo comprobar la magnitud del combate y la desgracia que se ensañó con nosotros, decenas de heridos, muertos...
Corro hasta donde está el Sargento Velázquez (silencio) le informo acerca de las bajas del grupo, me confirman en el mando del mismo. Uno de los más integro, en los demás son pocos.
Silencio pregunta por el Teniente Jefe de la columna, corro hacia donde comenzó el combate, el Teniente Chotas tiene una inmensa flor roja en lugar del ojo y veinte impactos más en el cuerpo. Su diestra aun aferra su Ballester Molina, la tomo, la reviso, había agotado el cargador, se la entrego al Sargento Velázquez como símbolo de mando. La toma. Comprendo que todo lo que me rodea es un gran holocausto, no sé de donde me surgen las fuerzas para tomar la decisión.
Ordeno una comprobación de puestos, faltan dos hombres, mas de los que ya tomaron plaza en mi grupo. Lo completo con cinco Madsen, tiradores y yo.
Juntan cientos de municiones, es la locura, querer reprimir el ataque en un golpe de mano, en silencio los hombres se preparan, si el combate se hace abierto menos posibilidades tenemos. No obstante dispongo el operativo y se me ocurre algo ilógico, demencial, terrorífico, pero valido para la ocasión, abro una de las cajas del transporte que queda sano. En una segunda tapa el membrete dice  “minas”.
Lo abro, allí están, parecen unos platos de juguetes, anaranjadas, rojas y amarillas, con un seguro tapado con una cinta adhesiva que dice “no tocar”. Hay un manual, lo tomo, las instrucciones están en ingles. Mis compañeros ya están junto a mí, algunos soldados sin que les solicitara, opinan. La cosa anda. Todos dan un si con la mirada, en ese momento comprendo que soy el jefe. No el Sargento tirado en el suelo con un brazo astillado por un proyectil. Concluyo que el que da ordenes soy exclusivamente yo. Dispongo la acción, el parque se compondrá de quinientos tiros por hombre, sable, agua, nada más. Todo atado al cuerpo. Nada se oirá, va ha ser un golpe de mano, no puedo permitirme ningún error. Nada se me enseñó en la instrucción todo lo aprendí husmeando las conversaciones de los comando, oficiales o suboficiales que habían participado en el centro del país en operaciones contra guerrilleros. Dividí las minas, a cada uno les toco unas siete u ocho. Excluí de la obligación de llevarlas a los que tenían Madsen que cargaban con dificultad hasta quince cargadores.
Llenamos totalmente las caramañolas todo esta listo. En un extraño paraje de la selva frondosa del subtrópico siendo las 15 : 30 del verano tórrido y caluroso, emprendemos la aventura que nadie puede imaginar que sea llevada adelante por un grupo de soldados derrotados.
Ordeno:
- Grupo Teniente Chotas. En honor al jefe muerto en combate. Esto estimula a los hombres sin necesidad de discursos preparados.
Vuelvo a ordenar por señas: doy vuelta la mano en forma de molinete, el puño cerrado lo detengo hacia adelante, de forma tal que la señal es la que ordena, todo en silencio al subir la barranca digo:
- Cargar
Y se oye el “Clac - Clac” de los Máuser al cargar. Nadie coloca seguro, todos saben que en cualquier momento puede ocurrir el encuentro.
No quiero pensar más, ordeno.
- ¡Avanzar!
“¿Hacia donde vamos? No sé. La patria llama, ya no importa si hemos de volver”.
**********
En tanto que Mario Rodas apuntó en sus recuerdos:
En el monte se levantaron todos. Los que irían a la operación “Tigre” y los que quedarían en el campamento para mantener enlace con el Cuartel General -en la capital del país- hacer la reserva y escalonar agua para quienes emprendieran el camino. Veinticinco kilómetros a pie y con equipo. Grupos volantes salieron antes que nosotros a establecer el camino y fijar hombres postas que indicarían la dirección correcta y despejada para llegar al objetivo. No se podía tropezar con campesinos. No por temor a que ellos lo delatasen, sino porque simplemente debíamos matar a toda persona que nos viera.
Lucia sería del grupo pero quedaría a dos kilómetros atrás del objetivo con medicamentos y camilleros. Pedro, modificó esta postura inicial y se instalará a cinco kilómetros con equipo de radio. Si las cosas saliesen mal, poco o nada podría hacer el equipo medico. Partimos.
Junto a los senderos los soldados postas, dejaron marcadas algunas señales que solo es Estado Mayor descifraba. Cada tanto pasaban varios minutos tirados sobre el suelo para poder abrir paso. Nadie los debería ver, pues sino correría la sangre antes de lo debido.
Anduvieron como cinco horas, hasta que corrió la voz que estaban ante el objetivo. Mario pudo apreciar cual era el objetivo. Solo un cañadón artificial rompiendo el paisaje, por donde al fondo corría la carretera. Unos cuarenta metros de alto. Nos instalaron estratégicamente todo lo que podría brillar se cubrió con tela mimetizada, y así esperamos largas horas”. Pedro y el Estado Mayor se instalaron a tres kilómetros de un cerro anterior al que estaba Mario, lejos de la carretera con poderosos prismáticos estudiaban el ambiente. Luego solo Pedro se instaló con ellos, los demás quedaron a buen resguardo. Mario habló con su compañero de al lado, Pantaleón. Tenía una Bazuca, lanzacohetes.
Le preguntó si era su bautismo, le indicó que sí. Que no sabía bien porque estaba ahí, no tenia familia en la ciudad, el grupo era su familia, le preguntó contra que tendría que disparar, le señaló que aún no sabía, Mario tampoco.
Al momento pasaron dos oficiales, informando acerca del rol que tendría cada uno en el combate. Otro compañero junto a Mario tendría que ametrallar con una “pesada” la caja de los camiones de una columna; el de la bazuca, disparar exclusivamente contra los tres primeros camiones hasta hacerlos volar. Los tres primeros que quedasen sanos de las minas puestas por los ingenieros. Mario tenía metralleta y granadas, tendría objetivos personales, los que bajaran de los camiones para repeler el ataque, lanzar granadas y ametrallarlos. Cada cuatro o cinco minutos cruzaban autos; ¿cómo no estallaban las minas?. Los ingenieros las estarían controlando a distancia. ¡Carajo! Disparar granadas y balas contra los humanos, cosa jodida la guerra. Los oficiales escudriñaban el horizonte a escasos kilómetros por el terreno irregular.
Mario, Pantaleón y otros se aburrían, Mario muchas veces bebía agua, pensó en su familia, una mano fría le tocó la espalda, otra le apretó la garganta y si tuviera que rematar heridos y miró a los de al lado, y meditabundo pensó:
- O si ellos a mí, la puta que soy boludo en la que me he metido. La puta que soy boludo.
Sintió la cara mojada, se la tocó y vio que estaba llorando, no tenía miedo hoy en el combate, sino luego, cuando en las noches poblada de árboles verdes le atormentasen los muertos. Por primera vez pensó en el hogar lejano, en su madre la que abandonó sin pensar en su dolor. El pueblo, los amigos... Temió que se notara que lloraba y trató de controlarse. Al lado los demás estaban serios. Los oficiales y el Estado Mayor demostraban mucho aplomo y serenidad. Las manos imaginarias apretaban como reales y no puedo evitar temblar. Se oyó una voz clara y rotunda:
- ¡Ahí vienen, ahí vienen, ahí vienen!
Las radios se silenciaron. Solo hubo una comunicación en clave a través de ellas, tres silbidos y luego silencio absoluto. Perezosa era la columna que avanzaba hacia donde estaban apostados.
Mario escuchó las explosiones y se sobresaltó, los de la ametralladora pesada cumplieron con su función: ametrallar las cajas de los camiones, llenas de soldados y equipo. “Yo debo esperar aún, me controlo, tengo objetivos personales o sea que debo tirar contra soldados, humanos”, pensó lloroso y con miedo. Pensó en la medalla de los próceres y se vio ilusionado con un orgullo y sentimiento nacionalista y patriota. Escuchó que Pedro decía por radio que la fase 1 a cargo de los ingenieros había andado 10 puntos, se cumplía la 2da. que era matar a todo lo que se movía.
Saltaron tres soldados de un camión tratando de emplazar una ametralladora pesada. -son míos- se dijo Mario llorando por dentro, yo amo la paz y vengo a matar compatriotas, sintió la fría mirada de Pedro sobre sus actos y apuntó, su arma funcionó bien, encontraba raro que el enemigo no le tiraba, saltaron las cápsulas vacías rociando el suelo, se sacudía el arma en sus manos y vio como cayeron los jóvenes arrasados por sus balas, de pronto sintió que todo quedo quieto, su metralleta no sumaba su cacofonía a la desgracia general, se había terminado el cargador. Lanzó dos granadas. Tomó la pistola de uso personal y Pedro -siempre Pedro-
- Cambia el cargador boludo, el cargador de la metralleta.
- Claro, por supuesto, Pedro.
Lo hizo y volvió a disparar.
De pronto un sector de la emboscada se desbarrancó, cayeron algunos compañeros. Asió con fuerza su medallón de identificación y tocó la caja de una píldora letal al lado suyo cayó Pantaleón, herido de muerte pero vivo aún, se arrastró hacia él, lo vio.
- Toy jodido hermano, me muero, no me dejes caer prisionero, me dijeron que los torturan terriblemente, mátame hermano, mátame.
Veinte años hermosos perdido en una guerra inútil. No era el camino, no podría, no debía, no era ético lograr con las armas lo que el voto les negaba. Desesperado intentó consolar a Pantaleón.
- Vendrán nuestros enfermeros y te llevarán hermano, no llores, ya vienen los enfermeros.
Pero Pantaleón sabía:
- Los enfermeros no vendrán, están lejos y esto se termina matame, matame hermano.
Mario lloraba y no se animaba a abrir fuego contra ese joven.
Pedro, otra vez Pedro.
- Nos retiramos, para cumplir con la fase tres del operativo “Tigre”. Procedan a rematar heridos.
- Hijo de puta. Pensó Mario
Proceder a matar heridos, como si fuera ganado. ¡Oh Dios!...
Recostó la pistola en la nuca de Pantaleón, le habían dicho que un tiro allí no sería doloroso, levantó el martillo. Los demás comenzaron a abandonar la posición.
Algunas balas rebotaron cerca, el enemigo, si se le pudiese llamar enemigo reaccionaba, lentamente apretó el disparador, no escuchó el tiro, solo vio como Pantaleón se estremeció y quedó como dormido, en su propia línea escuchó otros tiros, “más muertos”, se dijo y corrió hacia los lugares donde se habían establecido los puntos de reunión...
Llegó jadeante, con el pantalón descosido entre las piernas, sucio, con las manos salpicadas aún de sangre de Pantaleón. Pedro reunió al grupo y dijo:
- Les felicito, el que no tiene posibilidades de moverse por sus propios medios debe cumplir con las instrucciones. Había dos heridos en accidente y no en combate, uno en el vientre y otro en la cabeza. Pedro tomó su pistola y dio un tiro a cada uno y partió rumbo al centro de la  selva seguido por sus leopardos, héroes de la operación “Tigre”.
**********
Lucia había escuchado los tiros y estaba algo asustada. Preparó suero y morfina. El medico le dijo:
- Ni suero ni morfina. El que no puede correr se muere, esta operación es de suma importancia para dejar cabos sueltos.
- Tan importante como para olvidarnos de la vida.
Los ojos le brillaban a la universitaria, oficial de guerrilleros.
- Si, es una acción testigo, piloto diría, si esto en grande anduvo bien se hará una o dos por cada provincia. Estimo que habremos matado a unos 50 soldados como mínimo.
- Cincuenta soldados, están locos, tendremos al Ejército, la Gendarmería y la Policía encima en pocas horas y eso si no nos bombardean.
- Bombardear -expresó el medico que también era del Estado Mayor- no lo harán, aún tienen algo de escrúpulos por  la población civil.
- Y nosotros los llamamos asesinos, sin embargo en la orden del día hay que matar a campesinos si por accidente nos ven. ¿Donde están los ideales de la revolución?. Le pregunto llorando.
- Ocurre que si no somos realistas, pragmáticos, nos morimos. Y si nos morimos no hay revolución ni gobierno proletario, nada. Habremos muerto, sido torturados al pedo. No querida, los milicos mataron a muchos de los nuestros y morirán y sino no se terminan los tiros.
Lucía siguió preparando elementos para atender a los heridos.
- O sea que hoy se conoce bien el objetivo de la Revolución. Matar milicos, no la felicidad del pueblo. Después si triunfamos habrá que matar curas y luego opositores y finalmente comunistas que no promulguen el mismo verbo que el gobierno, o sea que será sangre ahora, sangre después y sangre siempre, llorando se expresaba.
Escuchó las corridas de los compañeros, llegaron sucios, rotos, cansados, asustados, hubo una breve reunión. La orden de Pedro, reagruparse en el campamento. Dejó a cargo del mismo al Comandante Julio y viajó con tres Oficiales Superiores a la Capital.
Julio de inmediato tomó el rol de Pedro, daba ordenes y coordinaba todo. Hubo 9 bajas. Un éxito total el operativo. Dispuso en medio del monte el descanso de la gente, los heridos leves eran atendidos por Lucia y el medico. Si los guerrilleros eran tristes siempre, hoy parecían románticos y algo alegres.
*******
Mario y Lucia comieron cerca uno del otro, en silencio; Lucia de tanto en tanto se estremecía, le pareció que lloraba. Pero no dijo nada. La luna se filtró entre los árboles de la selva y el campamento se durmió. Escucharon que aviones sobrevolaban la selva.
- Mario... Hoy envejecí unos diez años, dijo algo queda Lucía
- Yo también Lucía- expreso el joven cabizbajo- pero por suerte no viste la muerte. Debí rematar a Pantaleón y maté por lo menos a tres soldados. Soy un perfecto asesino. Tomándose la cara con las dos manos, lloraba.
Lucía aún creía en la Revolución, lo consoló:
- Eres un héroe Mario, cuando triunfemos (aunque para sí consideró lejos esta posibilidad)- serás una persona importante e influyente en el gobierno, tal vez seas Ministro o Gobernador.
- Me parece imposible que sea algún día Gobernador, creo que los elige el pueblo.
Lucía lo corrigió:
- En épocas comunes si, pero en un proceso revolucionario, si ganamos, los gobernadores serán designados por el Estado Mayor Revolucionario.
- ¿Como? - protestó airado Mario- no serán electos por el pueblo
Categóricamente la mujer le dijo:
- No
- O sea que yo vengo a matar y a morir porque los militares nombran gobernadores y torturan al pueblo, y nosotros también torturamos, - lo vi Lucía, vi cuando torturaban a un soldado, y ahora si ganamos nombramos gobernadores, lo que nos falta es ser represores.
- Claro -señaló Lucía- imagínate que si nos hacemos con el gobierno, habrá veces que se tendrá que reprimir...
- Y torturar y matar, y encarcelar y censurar. -Gesticulando Mario- ¡A no Lucia, yo no vine a este maldito grupo a ser peor, vine porque era el tiempo nuevo para los oprimidos y la patria.
- Si habrá tiempos nuevos. Pero no exento de sangre, querido Mario.
Lo abrazó y llevó a su carpa. Hicieron el amor en forma liberal y artera. Era para festejar el triunfo u olvidar la realidad que los atenazaba. Se preparó a dormir, comer o hacer el amor. Vivía la libertad, pensó Mario. Deberé ser guerrillero nuevamente, después que ganemos, pues ninguno de mis sueños se cumple con la maldita revolución. Silencio montaraz. La cruz del sur en el firmamento dio cristiana cobertura a los muertos, la noche triste mortaja. Dentro de la carpa tras las convulsiones del amor, Mario sufrió las convulsiones del desasosiego.
 
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Descripción

Lo abrazó y llevó a su carpa. Hicieron el amor en forma liberal y artera. Era para festejar el triunfo u olvidar la realidad que los atenazaba. Se preparó a dormir, comer o hacer el amor. Vivía la libertad, pensó Mario. Deberé ser guerrillero nuevamente, después que ganemos, pues ninguno de mis sueños se cumple con la maldita revolución. Silencio montaraz. La cruz del sur en el firmamento dio cristiana cobertura a los muertos, la noche triste mortaja. Dentro de la carpa tras las convulsiones del amor, Mario sufrió las convulsiones del desasosiego.

Palabras Clave: Combate gerrilla ejército

Categoría: Cuentos & Historias

Subcategoría: Relatos


Derechos de Autor: Diego Luján Sartori

Enlace: dielusa@hotmail.com


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