FRENTE DE COMBATE (Cuasi Novela) - CAPITULO 2
Publicado en Oct 23, 2009
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CAPITULO 2
 
Mario se apretujó dentro de la tienda; estaba amaneciendo en el monte donde el grupo había establecido el campamento tres días antes. Los pájaros de la selva elevaron al limpio cielo de verano su canto; no lejos murmullaba un arroyuelo lo que había definido que acamparan allí. Eran ciento veinte compañeros; a él lo habían reclutado hacia poco tiempo. Estaba en su pueblo de 12.500 habitantes escuchaba por la radio y leía en los diarios que un grupo de hombres se había levantado en armas. Mario tenía solamente 17 años; ojos oscuros piel cobriza por el sol subtropical de su provincia. Pelo corto y duro; había terminado el Bachillerato y esperaba hallar trabajo en el pueblo; tal vez la empresa maderera lo empleara como administrativo, sería un puesto compatible con sus estudios secundarios; su padre y su abuelo habían trabajado allí y dos de sus hermanos lo hacían aunque la compañía pagaba con cheques era un trabajo seguro y alcanzaba para comer todos los días cuando volvía de la Escuela Secundaria se juntaba con Luis Romero, hijo del jefe  del correo; con Pablo Bieckert, su padre era propietario de uno de los tres almacenes de ramos generales de la zona y unos cinco mozos más que hablaban de temas generales. Su padre Aparicio Rodas, se había jubilado en la compañía y trabajaba de sereno en el almacén de los Bieckert.
Todas las tardes se reunían  en su bar donde pocos parroquianos bebían su caña y charlaban sobre temas triviales. Pocas veces se hacía una mesa larga y comían entre los jóvenes y los mayores. Sino cada grupo hacía su conversación sin que nadie los molestara hasta casi las diez de la noche, hora a la que cada uno rumbeaba a su casa.
- Ta’ jodida la cosa con los “alzados”. Comentó Luis.
Era la forma en que se le denominaba a la guerrilla. Que poca o ninguna acción tenia en aquella provincia del Nordeste del país.
- Así parece. -Le contesto Pablo- Parece que los rusos están metidos en la cosa.
- El Ejército nunca ni aparece por acá, la guerra es en las ciudades grandes, acá no hermano, por suerte. Dijo Andrés, uno de los contertulios.
Pero un día nos ha de llegar el llamado para el Servicio Militar y tal vez nos manden a pelear.
- ¿Con nuestros hermanos?- Se interrogó Mario y lo hizo también por el grupo.
Pardo Bazán terció un poco en la conversación.
- Entre hermanos. así nomás es la cosa. A mí también me van a llamar para el Servicio y según dicen que por mi número de sorteo me van a llevar a la Capital, allá esta jodida la cosa y tal vez tengamos que enredarnos con los tiros del gobierno y la guerrilla, dijo acongojado uno de los muchachos que participaba de la conversación.
- ¡Ta’ loco vo!. Yo no peleo ni que me obliguen; dijo Mario golpeando la mesa. Tengo primos en la guerrilla y seria triste matarnos entre parientes.
- Que se le va a hacer. Es la ley de la vida dice mi mamá. Con estas palabras Pardo Bazán terminó la reunión; el padre de Luis lo llamaba para entregarle un sobre con escudo del estado y una leyenda que decía Ejército. Era llamado al servicio militar. Se fue a su casa a compartir con su madre viuda los últimos momentos de plena libertad.
El grupo siguió discutiendo los aciertos de uno u otro bando.
Bieckert pensaba que los guerrilleros - son unos bandidos con ellos no hay ninguna seguridad. Yo y mi papá apoyamos al Ejercito, el ejercito es la patria misma y yo cuando me reciba de bachiller, voy a ser soldado, oficial del ejército, iré a la escuela de la capital y me verán las gurisas que me levanto con el uniforme.
Mario escuchó en silencio. Un primo suyo, le había hablado de “los patriotas” que peleaba para que el Ejército dejara el gobierno en manos de civiles y terminara con la represión. Mario no tenía bien en claro que era la represión y quienes eran los patriotas. El rubio de cabellos rizados, alto y espigado Bieckert, decía que los patriotas son los militares, su primo oscuro como él los “alzados”. Tenia muchas confusiones. Hasta que un día fue con su primo a una reunión de “alzados”. Estos no tenían ni señas de los guerrilleros que mostraban las revistas, estaban vestidos como él. Pero hablaban muy bien de estrategias militares y política de liberación, del nuevo día del comunismo, es decir la acción armada para alcanzar los objetivos que políticamente no podían lograr. Ya sea por no contar con suficiente consenso en la comunidad o ya sea por que los militares no daban apertura política. se embelesó con los discursos inflamados de los barbudos que le dirigían a él, Mario Rodas, todo su bagaje de conocimientos. Dos eran médicos y uno enfermero; otros tres eran maestros como su primo y un cuarto no pudo terminar sus estudios de abogacía y ejerció la docencia primaria en su pueblo hasta tanto fue enganchado por los irregulares. Tras largas horas de charla, la comida y la sobremesa comenzó el asalto final de los barbudos para convencer a Mario. Todo estaba preparado. Le mostraron el fusil, brillante y engrasado. Le explicaron que ese era el camino de una patria grande.
El sería un soldado de la libertad. No hubo mucho que presionar en esa alma adolescente, sin despedirse de sus padres marchó al campamento.
**********
Escuchó las voces de sus compañeros y tomo el fusil. Ya no brillaba tanto como el que le mostraron en la cena del bautismo del nuevo camarada. Lucía opaco, aunque bien engrasado. ya no tenía balas de salva como los difíciles días de instrucción en el espeso monte. Tenía balas de verdad que mataban. Había hecho un curso intensivo para oficial. Pero solo le hallaron plaza como jefe de grupo. Allí estaba el campamento. Ciento veinte personas, hombres, mujeres, jóvenes. Todos ellos parcos y tristes, esto lo asombró mucho, él era un joven alegre antes de esto. Ya no había marcha atrás, solo para adelante. Muchas veces los grupos de trabajo volvían fatigados, sucios, heridos, algunos no volvían. Jamás se les ocurrió preguntar porque.
Otra cosa que le llamó mucho la atención es que hablaban de guerra y de combates y nunca trajeron prisioneros. En una oportunidad escuchó voces en un monte cercano y vio algo increíble, torturaban a un hombre. Recostó su cabeza contra un árbol y vomitó. Al rato escuchó unos tiros. Había terminado la agonía del individuo. Solo vio que tenía botas de soldado. Ese día lloró en la tienda. Lloró mucho, pues pensó que tal vez fuera uno de los amigos suyos que un año antes estaban en la cantina y fueron al servicio militar. ¿Porque harían eso? Torturar y matar a un hombre.
Con el claro de la luna que brillaba tras las sierras, intentó llegar al lugar, algo le decía que tenía que ver quien era el mártir. Pero la guardia del campamento no se lo permitió. Volvió a la tienda y escuchó como en la carpa del estado mayor se discutía frenéticamente sobre un proyecto que debería cumplirse y que aseguraría la presencia guerrillera en las provincias del nordeste del país, en su provincia.
**********
Tomaron un desayuno fuerte. Eran irregulares, pero tenían una disciplina férrea, salieron a trotar y hacer practica de tiro, los profundos valles encajonados en las sierras apagaban las detonaciones. Mario se esmeraba en su función militar, tenía que ser valiente, le prometieron que en tres días tendrían que marchar a un objetivo importante y él tendría su bautismo de fuego. El joven revisó su armamento, un fusil, la pistola, cuchillos, municiones y cuatro granadas que no eran de verdad debían acostumbrarse a llevarlas para cuando fuera a la guerra patriótica que sus barbados maestros le habían metido en la cabeza como justa y él aunque dudaba un poco pensaba que era así. Le dijeron que él sería administrador de la empresa maderera de su pueblo  cuando la revolución se hiciera con el gobierno. Que todo sería del pueblo y ya no habría diferencia entre ricos ni pobres. Esto le gustaba a Mario y pensaba: seremos iguales al Dr. Lucas, don Bieckert, el Comisario, el Juez.
¿Cómo ser todos iguales?, cavilaba. Él quería ser igual que otras personas que eran mejores que él, pero no peor de lo que el mismo era. No podría igualarse con Pepe el contrabandista, ni con Nico que golpeaba a su mujer. Menos aun con Antonio que decían que robaba a la empresa maderera, Antonio era el administrador y sabían todos que era malo, grosero y corrupto. Si él fuera administrador de la Empresa Maderera sería bueno, haría una biblioteca y pasaría cine gratis para los jóvenes. ¿Cómo ser todos iguales?, no habría alcalde ni juez. La policía no podría actuar. Y si dicen no más que serán todos iguales y después sigue todo como siempre: ricos y pobres; jefes y mandados; privilegiados y parias. Y si dicen que son todos iguales, porque aquí hay jefes de Grupo, de Secciones y Estado Mayor. “Porque las decisiones del Estado Mayor no la discutimos todos”, había pensado Mario. Después recorrió imaginariamente con la mirada el día del triunfo, cuando llegaran a su pueblo después de haber vencido. El aparecería como oficial sobre un tanque de guerra. Pues le dijeron que a medida que la lucha se fuera incrementando tendrían tanques y aviones. Sin estos elementos había dicho el Comandante Pedro, no habría triunfo. Ellos eran solamente la punta de lanza de una gran ofensiva.
Todos lo respetarían en el pueblo como respetan al Dr. Lucas; al Juez, al Alcalde o al Comisario. Tal vez el mismo sería nombrado Alcalde.
No, mejor Juez. tal vez como ahora era militar, lo nombraran Comisario. Si, era ese el rol que al le gustaría desempeñar y no ser administrador de la Compañía. Ser Comisario.
Recordó que por su pueblo pasaron pocos Comisarios, llegaban jóvenes y algunos hasta se jubilaban allí. Desde que él tiene memoria esta don Siríaco. Hombre muy respetado por todos y temido por los ladrones y bochincheros del pueblo. Don Siríaco no usa arma, raro en un comisario. Pero él si usaría una pistola rusa. Tal vez cuando le dieran de alta como oficial le dieran un sable largo. A Mario Rodas Oficial de la Revolución, entregado por la Partía.
**********
Se acercó a él, Lucia, una chica de 30 años, licenciada en economía, oficial del grupo, ella era soldado - enfermera. Simpatizaba con  Mario. Hablaban de política y del futuro revolucionario, lo que Mario no sabía es que sentía amor por ella. Un cosquilleo que lo volvía a la adolescencia. Cuando llegó al campamento se había acostado con tres chicas, ahí la vida entre hombres y mujeres era distinta. Eran soldados, no importaba el sexo, dormían en una misma carpa de campaña y solían tener debilidades “carnales”, solamente. El Comandante Pedro había hablado claro; nadie puede enamorarse en serio aquí, tenemos que lograr un objetivo superior. No obstante Mario se dijo para sus adentros emocionales: después de todo, incluso yo, formaré un hogar.
Lucia era delgada y morena, como la mayoría de las chicas llevaba pantalones cortos y botas de soldado, solo una blusa sin nada debajo. En todo lo demás era un soldado común y corriente: armas y correas; acero y balas; fusil y bayoneta. Otra máquina como él lista para la guerra. Preguntó a Lucia:
- ¿Porque crees que Pedro, habla tanto de la paz y estamos empeñados en la guerra?
Ella respondió:
- Yo admiro a Pedro como jefe espiritual, político y militar. Yo fui reclutada en la universidad y no aquí. El destino me trajo a este lugar, pues faltaba una enfermera. Nada más que por eso. ¿Y tu como viniste?
- Ni yo sé muy bien. Un primo mío que salió una noche de tarea y no volvió. Me invito a cenar. Pedro parecía un Dios con su barba y su fuerte postura como jefe, me habló de la revolución, la igualdad, la erradicación de la miseria, la persecución de la corrupción y me entregó como regalo de mi inocencia este fusil que se oxidó con mi sudor que lo cargué más de un año y no sé todavía para que.
Le contó a Lucía su proyecto de ser comisario y rieron juntos de la idea. Ella le contó su fantasía, se casaría con Pedro y tendrían muchos hijos. Pedro será un diputado a la asamblea popular y trabajará por leyes justas. Mario no rió. Sintió que le aguijonearon el corazón, casarse con Pedro, ¡qué tontería!.
**********
Mario Rodas se sentó a comer en torno de la mesa precaria del campamento. Miraba de tanto en tanto a Lucia. Casarse con Pedro, pensaba, ¡que estupidez!. Pedro habló con serenidad en la sobremesa, no lo hizo como político ni como filosofo, sino como militar:
- Mañana la revolución les dará la oportunidad de tener vuestros bautismos de fuego, -se refería a los recientemente enganchados como Rodas que nunca habían ido a la lucha- No pueden andar con titubeos, retirarán armas adecuadas y si alguno no vuelve será héroe del país nuevo que dejaremos por herencia a las generaciones que nos sucederán. Nadie podrá decir que no fuimos generosos con nuestra sangre para que las cosas marcharan. Recordó a los héroes de la lucha por la libertad y la independencia nacional y remató:
- ¡Soldados Viva la Patria!
- ¡Viva! respondieron, Mario estaba medio aturdido.
Salieron afuera y descansaron un largo momento, luego los llamaron para retirar las armas; se acercaron a una choza reforzada con bolsas de tierra y cajas metálicas bien mimetizadas con el ámbito de la selva.
Les dieron fusiles, relucientes metralletas livianas. Pistolas granadas y minas. Según el rol de combate asignado. Parece que la cosa va en serio se dijo a si mismo Mario. “A donde carajo iremos”. Estoy seguro que no a pasear. Ahora me doy cuenta porque no volvió mi primo. ¿Habrá muerto?
En silencio colocó las balas en el peine de la metralleta. Dos compañeros montaban una Ametralladora Pesada Rusa (A.P.R.). Lentamente, casi sin respirar giró el mecanismo de colocación de detonantes en las granadas. Hasta que todo estuvo en orden, buscó con la mirada a Lucía; pero no la halló, con Pedro no estaba, pues él erguido con su uniforme leopardo daba ordenes y supervisaba con su estado mayor los operativos. Mario solo pudo escuchar que los ingenieros saldrían antes. Tenían una tarea muy importante que realizar; al otro día seria el  operativo “Tigre”.
Se acomodaron la ropa, los botines, las pistolas en lugar cómodo para salir tirando, se ajustó la correa para tomarse bien de ella al hacer puntería para disparar. “¡Disparar carajo!”. ¿Contra quien?, no contra los soldados. No contra nadie, se dijo a sí mismo y un frío le corrió por la columna vertebral; en que se había metido. ¡Matar! Matar a hombres como el.
- “¡La puta que soy boludo!” Dijo en voz alta y siguió meditando en silencio: si alguno de los muchachos está en el servicio y lo mato  justo yo que amo la paz. Lloró bastante, diciendo a cada tanto:
- “¡La puta que soy boludo!”.
**********
Mario cenó junto a Lucía esa noche. Ella estaba con una remera liviana en vez de la chaqueta de guerrero, su piel blanca bañada por los haces de la luna, se volvía de bronce cuando las llamas de las lámparas perdían el amarillo, de sus luces pálidas. No tenia nada debajo, sus pechos fuertes llenaban la blusa, esto molestó a Mario, el oficial de la guerrilla que no tenia mando aun por bisoño. Quiso estirar su mano para acariciar la de ella suave y limpia. No tenía rastros de pintura sus uñas, ella era un soldado más; de otro sexo sí, pero un soldado más. Sintió ganas de invitarla a caminar por los trillos cercanos. Pero cada vez que quería hacerlo, ella parecía que adivinaba su intención y lo dejaba como en el aire con alguna salida ocurrente o una pregunta sobre su familia. Esta ultima pregunta le recordó el hogar en el pueblo provinciano, miró la hora, eran las 20:00 su “mamá” seguro que rezaba a la virgen. Y preguntaría a la madre de Dios porque fue así con ella, porque la abandonó. De pronto todo le pareció tan extraño, los barbudos, Lucía, las mesas precarias y sucias; los fusiles; su uniforme. Todo era como un sueño. Se golpeó la cara fuerte para ver si estaba despierto. Recién Lucía pudo apreciar que no lo escuchaba, que estaba ausente por completo.
- ¡Mario... Mario! Exclamó la chica tomándolo fuertemente del brazo.
- Si, ¿que sucede? Pero el contacto de su piel con el de aquella mujer que admiraba y amaba le inyectó calor a sus venas. Apuró la comida y le dijo:
- Está linda la luna, vienes conmigo a pasear.
- Claro, dijo ella. Los dos limpiaron la mesa, tomaron sus cosas, las lavaron en un arroyuelo cercano y las dejaron en sus respectivas carpas. salieron del campamento, pasaron por la carpa del Estado Mayor. Pedro estaba parado -siempre parado- daba instrucciones al estado mayor y a un selecto grupo de oficiales, jefes de grupo y sección. No le dio importancia. Tomó de la mano a Lucia y con el corazón acelerado por el contacto con ella marcharon a un claro de la selva.
Se sentaron sobre un tronco y charlaron de cosas sin importancia de la vida de cada uno. En el campamento la vida personal no existía, solamente en función del grupo, se era soldado primero, después humano, patriota y por ultimo ciudadano. Juntaron sus manos, sus labios, sus cuerpos, la luna sonreía detrás de  las nubes y fluyeron con gozo sus intimidades. Despojados de la cuestión biológica que hoy a Mario le pareció sublime, atemporal y distante; pero a la vez tan dulce y tibia, Lucía dejó escapar su condición de soldado y patriota y se convirtió en unos instantes en una mujer común y corriente que ama y sueña con un hogar sencillo. También ella dudó de su rol en la guerrilla, pero ya estaba allí y era imposible volver. Decidieron mantener en secreto, no su salida; pues fueron vistos; sino el momento de libertad y humanismo que vivieron en el espacio de cielo que dejaba ver el tupido bosque subtropical.
**********
A la diez de la noche, hubo reunión con los nuevos, los que recibirían el bautismo de fuego al otro día en la operación “Tigre”. Pedro y Julio su lugarteniente y ocho oficiales superiores, quienes conformaban el Estado Mayor del Regimiento Revolucionario del N.E. (R.R.NE.) estaban preparados, pálidos por sus largas barbas; escuetos y serios. Aburridos como todos los jefes. Las tres mujeres que formaban el Estado Mayor no eran más simpáticas como mandaba el reglamento eran soldados y después humanas. Pedro, habló - la cantinela de siempre sobre la patria y la revolución, el poder en mano del proletariado, etc.- hasta que llegó un momento inesperado por Mario y sus amigos. La verdad, la cruda realidad de todo Ejercito, que era solo un número. A Mario se le asignó el Nº RRNE127-0-1 (Significaba entre otras cosas Regimiento Revolucionario del NE.-127-Oficial 1 Jefe de grupo). Debían aprenderlo de memoria hasta el amanecer, ya no tendrían nombres, sino números y Claves de Guerra. A Mario le bautizaron como Teodoro, Camarada Teodoro. Allí a la edad de 18 años y algunos meses y días más, había muerto Mario Rodas. La revolución lo mató para dar nacimiento al Soldado Ciudadano Camarada Teodoro. A Teodoro se le asignó el comando del Grupo 11; por lo que debería añadir a su número y letras de clave ese número.
Era tan sencilla la vida allá en el pueblo; pensó. Pero no todo estaba dicho Mario o Teodoro; según el susto se le iba o volvía tenía más para aborrecer de su condición de militar de la revolución que enorgullecerse.
Se dieron las instrucciones de combate; a medida que Pedro les leía Mario sentía que una mano fría que no era la suya le recorría la espalda, mientras otra apretaba su garganta y le rogaba que llorase.
Firme en su postura de jefe escuchó con todo el terror que cabía en su pecho; el resto lo hacia rebotar pues sino se desmayaba. Las instrucciones a través de la voz ronca de Pedro:
- 1 Tirar a matar
- 2 No traer prisioneros. Somos un grupo comando y no podemos arrastrar gente.
- 3 Remate inmediato de prisioneros.
- 4 En caso de caer prisioneros o heridos los compañeros matarlo de un certero tiro en la cabeza o suicidarse; si no hay coraje con el tiro, con una píldora que todos tendrán en una cajita metálica colgada al lado de la medalla de identificación.
A Mario le corría un sudor frío por todo el cuerpo y la mano de la espalda le dañaba en tanto que la de la garganta lo convirtió en una estatua. Pero el Estado Mayor no había concluido aún. Un joven de veinticinco años, estudiante universitario encaró  a Pedro:
- Yo no he hecho causa con la guerrilla para ser más asesino que nuestro enemigos. Me retiro Pedro, tu y tus locos barbudos soñadores son tan asesinos como ellos o tal vez más. No me quedo, nadie de ustedes debe quedarse, nos hablaron de una patria nueva y nos metieron al matadero. Pues si no te mueres de un tiro de soldado te mueres de un tiro de tu propio jefe; o en el mejor de los casos te mueres por el veneno de una píldora. Pedro, tu y tus compinches pueden meterse vuestra revolución, fusiles y píldoras mortíferas en el culo, decía esto gesticulando y gritando, desencajado.
Pedro no reaccionó. Hizo señas a la guardia; señalando con cuatro dedos la cantidad de hombres que debían intervenir. Llegaron hasta el joven revoltoso que había tirado el fusil al suelo, lo apuntaron con sus armas; este golpeó a uno pero fue en vano;  cuatro expertos lo redujeron y llevaron cuatro metros más lejos de donde estaban los otros, lo ataron contra un árbol, vendaron sus ojos; los jóvenes lloraron, otros bajaron la cabeza, los demás sintieron náuseas se vomitaron en posición de firmes. A diez pasos más dispararon,  lo fusilaron.
Pedro retomó la conversación -se escuchó el tiro de gracia dado al desdichado como si nada hubiera ocurrido y punto-
- La revolución no tolera traidores.
Mario se pregunto ¿quien carajo es traidor? Y de ultima es cierto, quien me mandó a meterme en esto, y mi primo que no volvió; lo habrán rematado o tomó la píldora. Pensó si Lucia debiera disparar contra el cuándo estuviese herido o al contrario, el contra ella, el no lo haría aunque el resultado fuera la señal de Pedro indicando a los cuatro tiradores que lo fusilarían. Y se dijo muy íntimamente solo para sí, como hablando al alma:
- “La puta que soy boludo”.
*******
Pardo Bazán anoto en su diario:
“Sin mucho esperar nos llevaron al comedor. Una caballeriza bien limpia, por supuesto, servia al efecto, racionamos en silencio; un guisado que como siempre tiene de todo. Volvemos rápidamente a la Compañía, debemos realizar los últimos toques para la tarea de mañana. Guardamos los elementos de rancho y nos encolumnamos frente a la sala de armas. Observo que entregan a los primeros dos cartucheras, más las dos que tenemos son cuatro. O sea que en lugar de cien contamos con doscientos tiros. Los del “Madsen” -fusil ametrallador- llevan 20 cargadores banana. retiro mis cartucheras y municiones; llego a mi equipo y acomodo los cartuchos en las fundas. Entra el Capitán... Nadie ordena atención, como estamos solo nosotros, una sección en la cuadra esta parece vacía. Dialoga con el encargado de la sala de armas:
- ¡Cabo Primero González!
- ¡Ordene mi Capitán!, responde el joven de cuerpo grueso, tez blanca, pelo negro y gruesos bigotes.
- ¿Ya esta todo listo? indaga el Capitán.
- Si mi capitán, es la segura respuesta de González.
El Capitán llama al Cabo Gómez.
- ¡Cabo Gómez!
- ¡Ordene mi Capitán! Gómez responde con voz enérgica y correcta postura militar. El Capitán ordena:
- Vea que esta gente -por nuestra sección- se acueste pronto.
- En claro mi Capitán, responde el “Mono”.
Todo es vertiginoso como son las cosas aquí en el cuartel cuando quiero asumir razón de tiempo ya estoy acostado, pero no puedo dormir, el remanente de la compañía entra en la cuadra, el ruido es infernal, por suerte no tendremos que esperar la rutina cotidiana para acostarnos. Hoy lo hicimos antes y con mayor rapidez, aquí esto no deja de ser una ventaja agradable.
**********
Me recuesto semi dormido entre sueños oigo el lejano toque de silencio; se apagan las luces, se oyen las ultimas voces de alguien que no quiere dormir.
La luna de verano, inmensa vuelve la noche plena de nostalgias quien mira en esta hora la cuadra dormida estima que todo esta en reposo. ¡Que ingenuidad! A pesar del silencio y la quietud, cientos de soldados se fugan del cuartel para llegar junto a sus novias, madres y hermanas. A reunirse en un bar con amigos. Si, cuando la mente escapa no hay fusil que la detenga, ni guardias que soliciten “orden de salida”...
Yo mismo escapo... En un segundo llego a mi casa, abrazo a mi madre...
Al mismo tiempo esbozo unos versos y al momento me hallo en un aula de la universidad escuchando a mi profesor de filosofía.
Vuelvo al cuartel me despierto, mi cuerpo esta bañado de transpiración a pesar del calor me tapo con la manta de lana, por los mosquitos. Miro a mi lado, junto a mi esta Rojas, el apuntador de mi grupo. Sus juveniles manos acarician el Madsen, sus labios se estiran en una sonrisa. ¿Con quien estará soñando? ¿Con su novia?
Observo a Gutiérrez que se debate nervioso ante su equipo; su cara muestra pavor, imagino que sueña con la guerra. Que está inmóvil del temor; a pesar de ver un tanque acercarse no puede moverse grita...
- Noooo
Y despierta cuando ya los dientes apocalípticos de la oruga mutilan su cuerpo. Se sienta en la cama de campaña, sus ojos desorbitados por el miedo miran en torno, todo es silencio. Vuelve a acostarse y de inmediato se duerme. Estimé que soñaba con el tanque, días pasados tuvimos instrucción militar y conocimos algunos, se nos explicó sus funciones de guerra y quedamos asombrados. Es el tanque el terror de la infantería indefensa. Así como a Gutiérrez suceden múltiples hechos, algunos sueñan que en un combate son héroes, otros con la fama fácil del fútbol o el boxeo, pero todos como yo sueñan con volver. Caigo en el letargo donde todo es confuso, no obstante despierto y rezo mi diaria plegaria, junto con el amén llega el sueño.
Antes de perderme en sus amenos brazos pienso que la guerra no existe.
Es Imposible. Solo puede ser un sueño...
**********
Por la mañana siento que alguien golpea mi pie derecho, me despierto.
- Es hora de levantarse, me susurra el imaginaria. Como estoy junto a la pared donde se halla la puerta de entrada soy el primero en despertarme, luego sigue con los demás. Me siento, quito el tapón de un tramo de mi colchón neumático, este se desinfla con un silbido que siempre me causa placer escucharlo. Despierto a Rojas; continuo desinflando mi colchón; me levanto bromeando ya con mis compañeros más cercanos, me pongo el pantalón de combate, las medias. Luego el borceguí. Rojas mucho más rápido que yo, se ha prendido el correaje y procede a guardar el equipo. Ya estoy vestido, me prendo el correaje.
Doblo la manta, arrollo el colchón, comienzan a llegar los suboficiales de la sección y se inicia el alistamiento.
Salimos afuera, la luna ilumina con tanto esplendor que parece ser de día ya, nos aseamos.
Ordenan entrar, guardo mi toalla y mis elementos de aseo, tomo el jarro, antes de salir coloco el sable en el tahalí
Ya estamos bien despiertos, nos dan galletitas para tres días. espero en la fila para recibir el “mate”, especie de infusión con yerba mate, leche y azúcar. Me llega el turno; coloco el jarro, me sirven, voy a sentarme en la orilla del camino en un barranco. Con detenimiento saboreo mi desayuno, no logro tomar tres tragos del “mate”, ni consumir dos galletitas cuando nos mandan adentro. Caminando tomo a largos sorbos el liquido demasiado caliente y finalmente tiro el remanente. Tomamos el Mauser, la bolsa de rancho y la improvisada mochila con mantas y el colchón neumático. Salimos a formar, lo hacemos a la orden del encargado de sección Sargento Velázquez, el Sargento luce impecable y rasurado. Admiro al sargento, siempre esta así.
Grita ordenes, manda hacer silencio.
- ¡Atención!
- ¡Atención! respondemos todos. Tomando perfecta posición militar el Sargento infunde respeto.
-Formar señores, formar en silencio. Silencio señores.
Tantas veces pide silencio el sargento que lo hemos apodado precisamente “Silencio”.
Las cuatro cartucheras llenas de municiones pesan, más la carmañola, el fusil, sable, bolsa de rancho. Tenemos tanto equipo encima que parecemos mercenarios, de los que aparecen en las películas o como los que muestran los diarios y revistas. El sargento “silencio” se arregla la ropa y ordena hacer lo propio.
- Arreglarse la ropa en silencio; ¡Silencio señores!
Ya rugen los motores, sobre la calzada se encolumnaron unos treinta vehículos de transporte o otros diez todo terreno.
Llega el Capitán Moreira, raro apellido para un oficial y parece gustarle su esencia criolla, lo acompaña el Teniente Chota, jefe de nuestra sección
El encargado de sección ordena:
- Sección ¡Fir... mes! Al señor Jefe de Sección ¡Vista dere... cha! Su voz suena ronca y autoritaria. El Suboficial se cuadra ante el Teniente, con fuerte sonar de tacos, saluda.
- Buenos días  mi Teniente.
- Buenos días Sargento responde el oficial - algo dormido aun-.
- La sección formando sin novedad, mi Teniente, informa “Silencio”.
- Bien marche Sargento. Es la escueta respuesta del oficial.
- Voy a marchar, mi Teniente. El Sargento, gira en perfecta media vuelta, estallan los tacos al juntarse y pone gallardía a la ruptura de marcha. Forma junto a nosotros, en la cabeza de la formación. Aún murmura:
- Silencio. Hacer silencio.
El Teniente Chotas, con poco animo ordena.
- ¡Vista al fren...te! Al hombro Ar... Un ruido uniforme y los fusiles se acomodan en los hombros, un segundo, tan solo un segundo y ya nadie se nueve. Vuelve a ordenar:
- Al señor Jefe de Columna. ¡Vista dere...cha!
Los demás jefes hacen lo  mismo, los encargados de los choferes, de intendencia, cocina.
Una vez presentadas las fracciones vuelven a la formación.
El Capitán Moreira saluda:
- Agrupación... ¡Buenos días!
- ¡Buenos días! responden más de cien voces. Me emociono, siempre me asombra la fuerza que este trueno encierra.
**********
El Capitán vuelve a ordenar:
- ¡Vista al fren... te! ¡Descansen Ar...! ¡Des... canso!
cumplimos las ordenes en forma pareja, a esta altura somos una máquina, un equipo que no es individual, desarrollamos una función de grupo, en orden de la situación armada. Dejamos de ser individuales para ser colectivos. Nos convertimos en engranajes de la maquinaria de la guerra. Las largas horas de orden cerrado no fueron en vano.
- Atender acá -dice el Capitán Moreira en jerga netamente militar-.
Todos giramos la cabeza hacia él. En ese momento llegan corriendo los enfermeros que nos acompañaran, solicitan autorización para formar.
El Capitán escuetamente ordena:
- ¡Formen! Los enfermeros son la tradición en llegar tarde y pasar los días ociosos. Toman un trote apurado y forman. Habla el Capitán:
- Atenderá acá... (una pausa) demás está decirles que deben... tener los ojos abiertos, solo quiero recomendarles algo: Esos camiones que van adelante llevan explosivos. Sí explosivos, (Su cara muestra un gesto de asombro como imitando la nuestra). Así que imagínense si a algún dormido se le escapa un tiro y da en una sola granada, volamos todos. Así que vuelvo a recomendar prudencia. Lo mismo va para los choferes, demás esta decirles que deben conducir con cuidado, un vuelco puede ser fatal para todos y sobre todo para ustedes... ¿Entendido?
- ¡Si mi Capitán -respondemos.
Llamó a los oficiales:
- Los oficiales, reunirse conmigo. La tropa en descanso.
Todos miramos a nuestro jefe y mientras nos relajamos; tratamos de leer los labios del Capitán Moreira.
Con impaciencia esperamos la orden de embarcar.
Vuelve el Teniente Chotas y ordena:
- Los suboficiales proceder a embarcar cada uno su grupo. Lo mismo sucede con los choferes.
Nos instalamos en los tres primeros camiones, yo como soy del primer grupo lo hago en el primero. me siento, suben los demás, en la caja esta prohibido hablar, todos tienen tema, algunos mastican galletitas.
cuando todo esta dispuesto, el Capitán Moreira ordena:
- En marcha.
Los camiones lentamente comienzan a moverse. Del primero al ultimo hay casi media hora de tiempo, hasta que la columna toma ritmo. Al salir la banda nos despide con alegres sones marciales. El propio jefe del regimiento Teniente Coronel Flores, nos saluda y supervisa la partida. Dos motocicletas abren el viaje. Una camioneta ligera las sigue, tres camiones todo terreno; los transporte; siete camiones todo terreno, otra camioneta y otra moto la cierran. Doblamos para tomar la carretera asfaltada. Desde lejos observamos el cuartel y nos invade la nostalgia del viaje en los camiones. Silencio y monotonía, partimos.
 
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Foto del autor Diego Luján Sartori
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Descripción

Mario se apretujó dentro de la tienda; estaba amaneciendo en el monte donde el grupo había establecido el campamento tres días antes. Los pájaros de la selva elevaron al limpio cielo de verano su canto; no lejos murmullaba un arroyuelo lo que había definido que acamparan allí. Eran ciento veinte compañeros; a él lo habían reclutado hacia poco tiempo. Estaba en su pueblo de 12.500 habitantes escuchaba por la radio y leía en los diarios que un grupo de hombres se había levantado en armas. Mario tenía solamente 17 años; ojos oscuros piel cobriza por el sol subtropical de su provincia. Pelo corto y duro; había terminado el Bachillerato y esperaba hallar trabajo en el pueblo; tal vez la empresa maderera lo empleara como administrativo, sería un puesto compatible con sus estudios secundarios; su padre y su abuelo habían trabajado allí y dos de sus hermanos lo hacían aunque la compañía pagaba con cheques era un trabajo seguro y alcanzaba para comer todos los días cuando volvía de la Escuela Secundaria se juntaba con Luis Romero, hijo del jefe del correo; con Pablo Bieckert, su padre era propietario de uno de los tres almacenes de ramos generales de la zona y unos cinco mozos más que hablaban de temas generales. Su padre Aparicio Rodas, se había jubilado en la compañía y trabajaba de sereno en el almacén de los Bieckert.

Palabras Clave: Guerrilla ejército soldado guerrillero

Categoría: Cuentos & Historias

Subcategoría: Relatos


Derechos de Autor: Diego Luján Sartori

Enlace: dielusa@hotmail.com


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