FRENTE DE COMBATE (Cuasi Novela) - CAPITULO 1
Publicado en Oct 22, 2009
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FRENTE DE COMBATE

Se aclara a los lectores que los hechos,
lugares y personajes
como así
nombres de personas
e instituciones son
imaginarias y creación
del autor.
Cualquier
circunstancia que tenga relación
con la realidad
presente o pretérita
es mera y pura casualidad.

EL AUTOR

A mi ahijado
y muy querido sobrino:
Alberto Tercilio “PACHO” Mascaraño
con mi mayor afecto
y muy especial estima.

A Horacio Juan Müller




CAPITULO 1

El joven Juan Pardo Bazán, Recibió de manos del Jefe de Correos la correspondencia oficial con sello del ejército. Leyó ligeramente las líneas y supo que no se le enviaría a la Capital. Se lo convocaba a realizar el servicio militar en un regimiento de su provincia, en el nordeste de su país; a tan solo ochenta kilómetros de su casa. Realizó un comentario a sus amigos en el bar y recorrió las calles del pueblo en silencio. Sentía cierto orgullo, el patriotismo le inflamaba el alma, el Servicio Militar - Obligatorio en su país - le permitiría conocer nuevas facetas suyas y de la administración. No tuvo miedo. Entró a la humilde casa de madera en un barrio de clase media del pueblo de la zona centro de su provincia en el interior. Se sentó a la mesa y comentó a su madre y hermana la buena nueva. La madre lloró un poco, la hermana hizo lo contrario:
- Que se haga macho. Ahí va a aprender a comer cualquier cosa y salir con la ropa arrugada.
- Ojalá que no te pase nada; cuídate de los guerrilleros. Decía lloriqueando la madre.
- De qué guerrilleros hablas mamá... si no hay guerrilla acá, vivimos todos tranquilos. Enfatizó el joven con un poco de humor.
La hermana expresó:
- Acá a mil kilómetros de la Capital, lo único que va hacer es juntar bosta de caballo y ranear todo el día.
Como era costumbre en la casa miraron televisión hasta que terminó la emisión del único canal provincial.
Por la mañana temprano el joven se levantó y entró al dormitorio de su madre la despidió y salió con paso firme a tomar el ómnibus que lo llevaría a la ciudad en cuyo suburbio se encontraba la más grande guarnición militar del nordeste. Se encontró con decenas de jóvenes ansiosos como él, para marchar a cumplir con el deber. Abordaron un viejo ómnibus, que bramaba y se retorcía con crujidos. Su capacidad era para 25 pasajeros y habían entrado como mínimo ochenta jóvenes, que cantaban, hacían bromas groseras y se manoseaban. Curioso el hecho que tenían que presentarse al otro día y sin embargo estos jóvenes marchaban con gran anticipación, no querían llegar tarde a la cita con la patria.
Las ultimas horas de libertad - sabían que en el cuartel les esperaba una larga temporada de rigidez militar - las gastaron comiendo, bebiendo, buscando alguna habitación en los hoteles del pueblo para dormir bien, saliendo con putas o emborrachándose. Para muchos estas dos ultimas actividades eran primerizas.
En cada cruce de calle, en cada bar se encontraban amigos, conocidos o se hacían rápidos compañeros ante el común destino de estar un año encerrado.
A las cuatro de la mañana entraron al cuartel, reflectores poderosos calentaban el aire, diez controles antes del acceso definitivo. Vallas y advertencias que decían: “el uniforme no acredita identidad, pida documentos”.
Luego la arrogancia militar. Hombres de armas que se creen superiores:
- Dejen las bolas afuera acá y por un año los únicos machos somos nosotros... Exclamaba un cabo mal encarado.
Los amontonaron en una dependencia muy amplia y los tuvieron allí hasta el mediodía. De tanto en tanto se los llamaba por el número de sorteo. Así se formaron las compañías.
No faltaban las chanzas de los suboficiales:
- ¿Haber quien sabe conducir?
- ¡Yoooo! Gritaba alguno, pensando que de esta manera le sería fácil evadir las exigencias del servicio, los puestos de choferes eran de los más codiciados. Cuando llegaba al lugar tras un interrogatorio del que, el candidato a chofer pensaba salir airoso, le daban una carretilla, esto provocaba la risa de todos, y distendía el ambiente.
Otra,
- ¿Quién es músico?
No en forma tan espontánea, alguno que lo era decía ingenuamente:
- Yo... Señor.
- Muy bien recluta, venga para acá, su misión será tocar el pito Sargento. Nuevamente risas, ante la ridiculez del pobre joven que volvía a su sitio cabizbajo.
¡Por fin la comida! Muchos la rechazaron, siempre hubo en la vida civil un generalizado prejuicio hacia la comida en las colimba. Así mismo no se rechazó nada porque hubo quienes comieron su propia ración y la de los que no lo hicieron, eso sí, las galletas nadie las despreció.
Al terminar el día estaban en los dormitorios pero aún faltaba lo mejor.
Un cabo recién recibido. Esto es decir de la misma edad o menor que los reclutas hacían gala de sus flamantes tiras:
- Esto es una iglesia, el único que habla en la iglesia es el cura, el único que habla acá soy yo.
- ¡Sentarse, pararse! Algún discursito hasta que por suerte a la cama. Cuando se creía que terminaba el primer día nuevamente:
- ¡Levantarse! Sonidos de pitos y gritos de
- ¡Arriba, arriba!...
Todos semi - dormidos escuchaban que algunos se habían perdido o confundido de compañía y los estaban buscando. A otros los traía de otras cuadras.
Finalmente la palabra milagrosa:
- ¡Acostarse!
El clarín sonó tocando silencio.
- ¡Arriba, arriba, levantarse!
Las ordenes de los suboficiales y comenzó el baile.
- ¡Al pie de la cama!
- ¡A los roperos! Bramaban los cabos y sargentos, los reclutas inexpertos se tropezaban, echaban parte del equipo de cocina lo que motivaba las reprimendas verbales:
- Están dormidos reclutas, los vamos a despertar:
- ¡Poner la mano en la nuca, sentarse, pararse!... Unas doscientas veces.
Se les enseñó a reconocer el uniforme y el orden en que debían vestirlo. esto era solo la muestra de la odisea.
Salieron a desayunar, en fila de a uno, el matecocido estaba muy caliente y algunas galletas mohosas. Hubieron quienes lo tomaron, para otros estaba muy caliente y no pudieron hacerlo.
Tras limpiar y guardar el equipo de desayuno, al playón. Allí si que hubieron quienes lloraron y sufrieron mucho.
- ¡Carrera mar!, ¡Cuerpo a tierra!, ¡Rodilla a tierra!, ¡Sentarse!, ¡Pararse!...
Y el orden cerrado:
A propia voz:
- ¡Saludo uno!, ¡Saludo dos!, ¡Derecha dre!, ¡Izquierda Isquier!, y la presentación a los superiores, la formación por estatura, el paso redoblado, el reconocimiento del fusil, las posiciones de ataque contra la guerrilla, los descansos en el campo, las raneadas al borde del desmayo, y la amistad anudada en la misma suerte, tanto entre soldados como entre soldados y suboficiales y soldados y oficiales.
El primer día en el polígono de tiro. Los nervios, la emoción... y el constante acoso de los superiores.
La primer licencia. La llegada a casa con el uniforme mimetizado. El asombro de los vecinos. El llanto de las madres. Las candidatas a novias merodeando. Cinco días y de vuelta al cuartel.
Hasta que llegó el día tan esperado, la jura de lealtad a la Bandera Nacional.
Se practicó tantas veces. Hubo tanto desfile y movimiento vivo y la esperanza que después de la jura se aliviarían las cosas. Les dieron uniformes nuevos, pomada para los borceguíes, todo estaba listo para el gran momento.
Viajaron en camiones hasta la segunda localidad en importancia de la provincia donde se haría la jura y posterior desfile.
La lluvia malogró parte de la fiesta. En el camino desayunaron emparedados de milanesa, era el 20 de junio de 1977. Finalmente el acto muy solemne se hizo en un tinglado, toda la instrucción tan especial fue pulverizada por las circunstancias ya que el apretujamiento y la mala acústica del lugar no permitía siquiera los movimientos más elementales.
El Gobernador de la Provincia, el Jefe de Regimiento, autoridades de las Fuerzas de Seguridad, Intendentes y Secretarios, docentes y asociaciones tradicionales. Todo presto para el gran momento. El Jefe de Regimiento vestido de gala y botas altas esperaba con indisimulada ansiedad que el acto comenzara, su ayudante de campo impartía instrucciones que luego ratificaba hasta que finalmente y ante la impaciencia de todos expresó:
- La jura de lealtad a la Bandera Nacional se hará en el mismo lugar donde se encuentran.
Comenzó el acto, se guardó un minuto de silencio, hablaron el intendente y una docente y finalmente el momento sublime para los soldados: la jura.
- ¡Regimiento! llamó la atención el ayudante del jefe...
- Fir... mes... ¡Al hombro, presenten Arm... A la Bandera de Guerra vista dere... cha!
Los movimientos fueron cautos, con la bayoneta puesta en el fusil apenas lo hicieron. Ya que un movimiento firme podría herir al de al lado a la altura de la cara. Recio el jefe de regimiento expresó:
- ¡Soldados... Juráis a la Patria seguir constantemente su Bandera y defenderla hasta perder la vida!
- ¡Si juro!... Exclamaron los seiscientos jóvenes y la banda irrumpió con una diana de gloria y hubo aplausos, se soltaron palomas y muchos no entendieron muy bien lo que pasó porque no se escuchaba casi nada, porque llovía a cántaros y el ruido del agua y el viento sobre el tinglado con techo de chapas de cinc más el eco impedía oír, aunque a otros como a Pardo Bazán el pecho se le inflamaba y las lagrimas le quemaban los ojos ya que sentía una hermosa satisfacción de jurar lealtad a la bandera...
Comieron un locro y se aprestaron a volver. Hubieron quienes encontraron que el locro fue lo mejor de la salida. La lluvia era persistente y el silencio en el camión total. Algunos dormitaron, otros hablaron despacio. Hasta que llegaron al cuartel.
**********
El clarín anunció que un día comenzaba. algunos se hicieron ilusiones vanas, pensaron que todo sería como se le había dicho que luego de jurar a la bandera se pasaba piola. Nada que ver. Salto rana, carrera, cuerpo a tierra, la instrucción anti - guerrillera, la instrucción de guerra convencional ante el posible conflicto por diferencias territoriales, donde había que cavar pozos de zorro y posiciones para la artillería, cruzar la pista de combate y la gimnasia les hicieron ver la realidad, la movida continuaba, como en las películas pero sobre el propio cuero.
Habían pasado los meses de la dura instrucción. Ya estaban ambientados al rol de soldados en el cuartel. Pardo Bazán y otros muchachos con estudios secundarios eran aspirantes a oficiales de la reserva nacional. Pero vivían y sufrían como cualquier soldado, en aquella compañía de Infantería, que había ganado el concurso de mejor compañía de la Brigada por tercer año consecutivo y su jefe estaba dispuesto a que continuara de esa manera. Se transpiraba y se hacían machos allí, en serio. Pero también se hacían muchos amigos.
El país no andaba muy bien que se diga; la guerrilla había aflojado bastante, pero el ejército y las demás fuerzas de seguridad le daban con todo. Solo se mantenían algunos brotes de violencia aquí y allá que no permitía bajar la guardia. Amen de esto el país se puso en conflicto con su vecino del oeste por problemas de dominios territoriales. Nuevos regimientos se formaron y reforzaron la frontera directa, pero también había que cubrirse de un vecino ambicioso y expansionista con antecedentes imperiales por el este y por si este quisiera aprovechar la oportunidad para hacerse con la provincia donde los jóvenes estaban haciendo el servicio militar. Ya había antecedente muy negativos, puesto que con tal país se había perdido casi el doble de la extensión de la provincia. Era para esa altura a unos diez meses de incorporados soldados viejos, cancheros. Se los mandó al Noreste de la provincia a una guarnición sin importancia, eso sí eran muchos. Había que impresionar a todos, a los vecinos con quienes estaban por pelear y al que aprovecharía la pelea. En la lejana ciudad de la frontera formaron un regimiento nuevo, con compañías diferentes. Como su función era solo estratégica y no importaba un serio riesgo para el vecino expansionista, ya que dejaron de lado las armas modernas y automáticas para luchar contra la subversión y la posible guerra con el país allende la cordillera y les proveyeron fusiles Máuser; Ametrallador Madsen y Ametralladoras Colt. Todas estas armas eran unas verdaderas reliquias, algunas se veían en las tradicionales películas de vaqueros del fines del siglo XIX. A los soldados le llamaba la atención las largas bayonetas “Solingen” . Pasada la novedad de las armas, el uniforme. La vida del cuartel se volvió más sencilla y monótona.
**********
Se terminó la tarde de instrucción y llegó el momento del baño. Los alineaban sobre una tarima de madera y los rociaban con agua a presión de un camión regador. Se peinaron y decidieron ir a la cantina del regimiento. Una vieja casa semiderruida. Allí el Club de Soldados despachaba sandwiches y gaseosas. Un hormigueo de soldados se encontraba junto a la cantina. Charlaban, bromeaban.
Trataban de sobre llevar la vida del cuartel de la mejor manera, les faltaba poco para terminar el periodo del servicio militar obligatorio.
PARDO BAZÁN ANOTÓ EN SU DIARIO:
“Veo a un joven de mi pueblo y me acerco a el, hablamos de nuestra familias; nos sentamos a compartir nuestra merienda. Los soldados cobramos “un sueldo” que bien administrado permite tomar una gaseosa y una galletita dulce por merienda. La tarde como todas en el subtrópico, era melancólica. De pronto se escuchó el tambor tocando ¡atención!; correspondía arriar la bandera. La banda se formó rápidamente y cada uno cualquiera fuese la posición que tenía con respecto al mástil; se erguía en la posición militar de firmes. Los uniformados hacían el saludo de práctica; los que estaban de educación Física en la correcta postura de firmes. Comenzó la oración al creador de la Bandera; penetró en los pechos.
Caprichosamente el paño ondeaba, se confundía con la tarde violeta del tibio atardecer. Rendido los honores a la enseña vuelve el bullicio. Un joven imita la voz de un suboficial y expresa:
- ¡Continuar!... Vuelvo a mi botella de gaseosa y a mi emparedado; quiero entablar el dialogo con el joven de mi pueblo. Pero debo irme; ya llaman de la Compañía a formar; de un trago agoto mi bebida, con un bocado me como el “sándwich” y tomo el trote rumbo a la compañía.
*********
Es un hormigueo continuo la formación; ya que se debe formar por estatura; algún gigantón se retrasa y rompe la columna. Así una y otra vez... Vuelta a empezar.
El auxiliar de semana Ex - Soldado ascendido a cabo por la movilización no puede poner orden.
- ¡Cabo Mono!... Le dice algún ex - compañero desde la fila.
Corre para interceptar el anónimo agresor cuando del otro lado de la desordenada fila que alcanza ochenta metros se oye otra voz deformada:
- ¡Cabo Mono!...
Vuelve sobre sus pasos y la hilera explota en tremendas carcajadas. Con la voz entrecortada por la ira exclama:
- ¡Cuidado soldados, cuidado... Porque les voy a bailar!
Su cuerpo delgado se estremece, brillan sus ojos negros profundamente encajados en sus cavidades, dado el color negro de su piel el Cabo Gómez es sinónimo de Mono. Pero su cara mucho ayuda a que se lo compare con el simio.
Impotente ante la situación llama al Sub - Oficial de semana un Sargento Primero de Banda, movilizado como infante ante la emergencia nacional de cuidar las espaldas del país ante una posible guerra; el suboficial no está muy contento con su nueva situación de revista; llega al lugar y ordena:
- ¡Atención!...
- ¡Atención! ¡Atención! ¡Atención! suena el rugir de casi doscientas voces, a destiempo muchos como Pardo Bazán, se muerden una sonrisa. El Sargento Primero, delgado, alto, de ojos chicos, pelo duro y mejillas y nariz rojas por el vino y el calor da risa. Parece un payaso, su andar es torpe. Vuelve a ordenar:
- ¡Atención!... La voz se le abocina por el esfuerzo. Ya nada reprime las carcajadas, pero la respuesta al comando es unísona y el grito se pierde en lo profundo de la llanura y halla algo de eco en el verde monte. El Sargento Primero no tiene ganas de molestarnos y ordena:
- Van a pasar adentro -la rutina de siempre- tomar los elementos de rancho y salir a formar de nuevo en silencio, acota.
Vuelve a ordenar:
- ¡La fila de adelante, adentro! ¡Trote mar... adentro! ¡Como un tropel increíble de toros comienzan a entrar. El bullicio es enorme, los de la fila del medio se pasan a la primera y los de atrás a la del medio. Así cuando ordena pasar la ultima fila; quedan solo veinte; cuando en cada una suele haber entre 70 y 80 soldados. Pero hoy, este aspecto no interesa a nadie.
**********
Entran a la cuadra, edificio en forma de “T”; un ambiente de veinte metros por siete y otro algo menor, de siete por cinco. Allí caben doscientos soldados, con equipo completo, no puede haber en otro lugar hacinamiento que iguale a este.
Comienzan a preparar los elementos de rancho: cuchillo, tenedor, cucharas, platos playos y hondos, jarro. Todo de acero. No falta un recluta -como llaman a los torpes- que echan el equipo completo sobre el piso de cemento; de todos lados le llegan los insultos. Así como este se suscitan cientos de casos. Dentro de la cuadra nadie debe hablar, sin embargo nadie se calla. Unos se sientan, otros cambian golpes. Los demás discuten o charlan. En su diario Pardo Bazán anota: “Me siento sobre mi equipo; el que da sobre la pared. Saco de mi bolsa un libro, leo versos clásicos. Pasa Rojas el apuntador del fusil ametrallador Madsen, me patea, le mando una lluvia de insultos, me manda a la puta. Al momento llega otro joven sonriente e impecable, una especie de galán que siempre se las arregla para no hacer nada y estar cada vez limpio; sonriente me devuelve el libro.
- ¿Lo leíste? pregunto en forma ingenua.
- ¡Ta’ loco vo!; si tu libro no tiene ninguna figura para mirar y se ríe. Nos reímos todos del chiste, pese a mostrar mucho mundo y cancha apenas lee, es agricultor como su padre y para los agricultores solo hay tiempo para el trabajo duro, no se lee en el campo, se trabaja”.
Los cinco minutos para preparar los elementos de rancho pasan volando. Entra el Cabo Gómez, a medida que va pasando por el centro del improvisado dormitorio le llueven los insultos. Ningún sub - oficial es tan odiado como Gómez, su ascenso de casualidad se le subió a la cabeza y grita ordenes por cinco Sargentos veteranos. Se remueve impaciente, inquieto, quiere descubrir quien es el insolente que lo ofende e insulta, manda:
- ¡Atención! la respuesta es una burla, se demoran en responderla; algunos quedan sentados, otros ni miran al cabo que bufa, brama y ordena:
- ¡Cuerpo a tierra soldados! ¡Cuerpo a tierra! nadie se tira, yo tampoco, recostamos las manos sobre el suelo y dejamos los traseros levantados. El cabo improvisa un sermón. La risa todo lo cubre con un tono de burla. Sus ojos se llenan de lagrimas nadie obedece. Vuelve el sargento primero, se impone su experiencia, manda:
- ¡Atención!
El trueno de voces responde:
- ¡Atención!
El sub - oficial vuelve a ordenar
- ¡Descanso! y continua - Atender acá, los soldados que van a dar seguridad a la columna de mañana se van a formar adelante y racionar primero. Luego vienen a la compañía y se encolumna en la sala de armas para retirar armamentos y municiones.
Escucho con atención es mi sección que va a partir a la madrugada para dar seguridad a una columna. Vuelve a hablar el Sargento Primero:
- Los soldados -todo se repite- que van en comisión mañana ¡Trote Mar Afuera!
Salimos trotando obscurecía.

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Foto del autor Diego Luján Sartori
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Miembro desde: Jun 30, 2009
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Descripción

El joven Juan Pardo Bazán, Recibió de manos del Jefe de Correos la correspondencia oficial con sello del ejército. Leyó ligeramente las líneas y supo que no se le enviaría a la Capital. Se lo convocaba a realizar el servicio militar en un regimiento de su provincia, en el nordeste de su país; a tan solo ochenta kilómetros de su casa. Realizó un comentario a sus amigos en el bar y recorrió las calles del pueblo en silencio. Sentía cierto orgullo, el patriotismo le inflamaba el alma, el Servicio Militar - Obligatorio en su país - le permitiría conocer nuevas facetas suyas y de la administración. No tuvo miedo. Entró a la humilde casa de madera en un barrio de clase media del pueblo de la zona centro de su provincia en el interior. Se sentó a la mesa y comentó a su madre y hermana la buena nueva. La madre lloró un poco, la hermana hizo lo contrario: - Que se haga macho. Ahí va a aprender a comer cualquier cosa y salir con la ropa arrugada.

Palabras Clave: Servicio Militar Argentina guerra sucia colimba jura de lealtad a la bandera ceremonial castrense cuartel regimiento soldado teniente sargento soldado recluta fusil uniforme

Categoría: Cuentos & Historias

Subcategoría: Relatos


Derechos de Autor: Diego Luján Sartori

Enlace: dielusa@hotmail.com


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