Es una línea recta extendida en el desierto. Asfalto sobre la arena que atraviesa la ciudad y, también, se pierde en ambos cabos por un exceso de luz sobre su lomo. Vinieron por ella, se dice que de noche. Quisieron ser como nosotros y llegaron a pasear por las calles sin que lo supiéramos hasta mucho tiempo después.
   Llegaron del espacio, cuentan los periodicos de la época. Y dejaron alguna estela de polvo dorado en el bosque que solo vive como una ilusión compartida.   No sé si cuanto se contó aquellos días de noviembre es cierto; en plena  guerra de Corea la excitación en la América profunda andaba disparada por el pánico a la invasión de los comunistas, siempre en la ciudad tuvieron terror a convertirse en una bandera roja.
    No sé si les llegaron seres espaciales que con su inacción les mostaron que el mal se encontraba dentro. En cualquier caso, década tras década siguieron observando la carretera que se perdía en ambos cabos... por si llegaban los comunistas.
Mi abuelo era uno de los imbéciles que poblaban la pequeña ciudad del estado de Arizona. Las leyendas que se desprendían de sus labios resecos no eran cosa de magia si no el relato idiota de una historia menor. Ciertamente, la Guerra Fría creó monstruos en la América de desiertos y polvaredas que cegaban los ojos.
 Barcelona, noviembre de 2014.