Veintiuno de junio
Publicado en Oct 16, 2009
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Hoy es el día. Si, es hoy. Hasta cierta hora de la mañana estuve más o menos tranquila, pero ahora, mientras termino de arreglarme ansiosamente ante el espejo, la inquietud crece poco a poco. Me observo de cerca pasando los dedos lentamente sobre la cara. Primero la frente, luego las mejillas, el mentón; explorando cada milímetro, cada huella escondida. Si cerrara los ojos podría leer con las yemas las historias ocultas en esos surcos incipientes. Los extremos de los labios se curvan en suave pendiente, provocando un rictus amargo. Si empujo levemente casi puedo recuperar la sonrisa de hace veinte años, la que tanto le gustaba. Pero es sólo un efecto fugaz en el que no vale la pena insistir. Miro el reloj. Es tarde. Me apresuro recogiendo el pelo sobre la nuca. Algunas hebras plateadas en las sienes reclaman un tinte demorado, pero ya no hay tiempo. Él llega a las seis y tal vez ni siquiera lo note. Apenas un toque de ese perfume que encendía pasiones ya olvidadas y salgo al rotundo gris de este invierno prematuro. Unas pocas calles me separan de la estación desde dónde partió detrás de su sueño. Mis pasos forman extraños ecos sobre el envejecido tablado y me arriesgo a tararear alguna tonadita que me ayude a conjurar tantos fantasmas. Por fin, me paro expectante bajo el reloj, igual que siempre y a la vez distinta, esperando. No necesito vigilar las diminutas manecillas para saber que el tiempo pasa. El declinar ineludible que alarga mi sombra hasta el infinito es una prueba de ello, de igual modo que la plata entre los negros rizos y las marcas en mi piel; indicios, mojones en el devenir de la historia y la paciencia. Empieza a hacer frío. Una persistente brisa del sur remolinea justo en esta esquina, envolviéndome en un manto ocre y crujiente, calándome hasta los huesos, hasta el alma, hasta la esperanza. Lo prometió. Lo prometió al partir y lo reiteró en sus frecuentes, espaciadas, inexistentes cartas. Veintiuno de junio. El plazo para el regreso, la ocasión del reencuentro, el motor de los anhelos. De modo que aquí estoy, como cada año, aguardando el trepidar de los rieles que, sin embargo, permanecen silentes. La noche avanza y él no ha venido. Otra vez me ha dejado atrapada en el oscuro desierto de este andén abandonado. Si al menos me devolviera el alma que se llevó prendida en los labios con el último beso… Pero es inútil. Sé que, aunque ahora me revele con el pobre vestigio de vida que me queda, estaré aquí el año entrante; otra vez, negándome a creer que su olvido lo empujó a otros rumbos, otras caricias y otras risas. Él debería saber que no olvidé, él debería comprender que todavía pinto cruces con el lápiz rojo que cuelga del almanaque de la cocina. Pero, al fin y al cabo… ¿qué importancia tiene? Para él, para el ingrato, esta mujer que desanda el camino como una sombra bajo las gélidas estrellas, ya está muerta.
Patricia E. Álvarez Celia
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Foto del autor Patricia Edith lvarez Celia
Textos Publicados: 12
Miembro desde: Oct 15, 2009
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Descripción

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Palabras Clave: espera aoranza amor desengao

Categoría: Cuentos & Historias

Subcategoría: Relatos



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