Padre e hijo caminan hasta el rincón más alejado del patio.
Anochece.
La brisa les trae el aroma del tibio atardecer.
Se han descalzado.
Sus pies se hunden en el césped húmedo, susurrante.
Avanzan cuidadosamente,
como pisando un sitio sagrado que no quieren profanar.
Llegan, por fin, a los límites del terreno.
Una planta de crisantemos.
Delicadamente, el padre quita algunas hojas secas, malezas,
suavemente, con devoción,
como quien acaricia un objeto de culto.
El hijo lo mira y lo deja hacer.
Ninguno habla.
Los recuerdos y el dolor se mezclan…
Mamá trayendo la pequeña plantita, sus manos frágiles acomodando la tierra alrededor,
días y días de cuidados amorosos.
Nunca la vio florecer.
El padre se levanta con dificultad y gira hacia su hijo.
Sus ojos se encuentran,
en su mano hay una flor blanca.
 
                                                            Patricia E. Álvarez Celia