La Víctima
Publicado en Jan 03, 2023
Lamentarse solo, completamente solo, no le funcionaba, ni a él ni a nadie.
El alivio que produce compartir un dolor nunca surge si estás solo. Había compartido sus penas tantas veces, que conocía la gran diferencia que hay al estar acompañado, contar con alguien dispuesto a escuchar sobre el dolor ajeno, el que aqueja en ese momento, pero esta vez, no había nadie. Estaba completamente solo y sabía que por ese hecho, el alivio nunca aparecería. Sí, su fascinación por lamentarse se había vuelto obsesiva, le encantaba ser una víctima. El narrar a otra persona sus penurias y la afectación que estas tenían sobre él, lo hacían sentir que le importaba a otros. Observar sus rostros de consternación mientras narraba lo sucedido, era extraordinario. Lo que sentía cuando veía las expresiones en el rostro de quien lo escuchaba, lo satisfacía, aliviaba y liberaba de la desesperación que habría tenido por haberse tragado su propia pena. Narrar a alguien más lo sucedido, lo recomponía y en ocasiones, lo llevaban a aceptar con resignación su destino de víctima permanente. Lo escuchaban y la sensación de ser tomado en cuenta, aunque fuera por minutos, le satisfacía tanto, que prefería, por mucho, ser considerado una víctima que un valiente capaz de solucionar sus dificultades por sí solo. La compañía para lamentarse siempre la limitaba a una persona. Sabía que buscar a más de una persona como consuelo abría la posibilidad de refutaciones, alterando el convencimiento y la piedad para su pena y más que consejos de alivio recibiría reprimendas por ser una víctima. Hoy estaba completamente solo. El silencio envolvía todo y la obscuridad, estaba a punto de complementar el patetismo del ambiente. La situación en que se encontraba era la peor, una pena inmensa y la inminente imposibilidad para liberarla. Estaba vez no habría palabras de consuelo y lo peor era que nunca más habría nadie para consolarlo. La muerte de su hijo Federico, ocurrida dos días antes, era la mayor pena que había tenido en su vida y hoy no tenía con quien compartir el dolor extremo. Lo había velado y enterrado solo. En la mañana fue el sepelio. De quienes lo conocieron, sólo había estado él, ahí, parado, inmóvil, escuchando la cadencia con que caía la tierra al ataúd que los dos que habían cavado la fosa horas antes, ahora arrojaban con una mejor coordinación de la que tuvieron al cavar. El día estuvo soleado y un círculo con colores del arco iris rodeo al sol durante todo el sepelio, un efecto que nunca había visto y que por unos segundos lo llevó a pensar en una presencia esotérica de Federico, pero que nunca alcanzó a cambiar, aunque fuera un poco, la profundidad de su pena. No podía pensar en nada positivo. Sufría demasiado, seguiría sufriendo y nunca más se aliviaría.
Página 1 / 1
Agregar texto a tus favoritos
Envialo a un amigo
Comentarios (0)
Para comentar debes estar registrado. Hazte miembro de Textale si no tienes una cuenta creada aun.
|