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Desear la muerte de un igual, bueno, hasta de una mascota, en mis tiempos de niño y adolescente, en el siglo XX, era condenable en extremo, más cuando eres egresado de un familia católica donde siquiera imaginar mujeres desnudas era pecado y Dios podría castigarte. Esa situación ya pertenece a mi pasado remoto, pero pensar en la muerte de otro, incluso desearla o alegrarse porque ha ocurrido, ya no me es tan condenable o criticable. En estos tiempos hay cada hijo de puta, que no merece sólo perecer y desaparecer de la faz de la Tierra, sino incluso una agonía prolongada. Esta nueva visión debe ser resultado de mis últimas experiencias de vida, las del siglo XXI, que en tan sólo veintitrés años me ha dado más información, opinión, amenaza y odio descarado, que todos mis años anteriores, llevando a confirmar que el hombre es malo por naturaleza y que no tiene remedio. Ninguna promoción religiosa, terapia o intervención lo cambiará, repito, es esencia humana y estas, son tatuajes existenciales permanentes. Hoy califico como los hipócritas más repulsivos a quienes sin el mínimo asomo de recato destruyen y lapidan condiciones humanas en pos de un falso bien común. Una falacia cínica que sólo busca aprovechar la desesperación de la gran mayoría, más de setenta por ciento de los seres humanos a nivel global, para consolidar su poder egocentrista, un negocio, una religión o una visión personalizada. Hoy sucede en mi país, México y en todo el mundo. Surgen improvisados. Personajes implacables que no les importa mentir sin recato con tal de conseguir voluntades. Seres que acusan sin pruebas y actúan basados en lo que opinan. Basta su opinión improbable para juzgar, sentenciar, condenar e incluso declarar una guerra. Por lo anterior son detestados y desean su desaparición. A los que deseamos su fin y el de sus secuaces, nos llaman miserables. Desde luego, no nos ofende. Nos parte más el daño irreparable que están haciendo en los países que confiaron en ellos y que hoy sólo pueden recuperarse con su desaparición. No hay más. Si mueren los López Obrador, los Maduro, los Putin me alegraré, porque la probabilidad de recuperación de países se eleva una vez que estén libres de estos ególatras. Surgiría la gran oportunidad de volver a empezar, pero esta vez considerando, seriamente, no volver a repetir la vivencia de la pesadilla. ¡Mueran mil veces los autoritarios del mundo! Lamentarse solo, completamente solo, no le funcionaba, ni a él ni a nadie. El alivio que produce compartir un dolor nunca surge si estás solo. Había compartido sus penas tantas veces, que conocía la gran diferencia que hay al estar acompañado, contar con alguien dispuesto a escuchar sobre el dolor ajeno, el que aqueja en ese momento, pero esta vez, no había nadie. Estaba completamente solo y sabía que por ese hecho, el alivio nunca aparecería. Sí, su fascinación por lamentarse se había vuelto obsesiva, le encantaba ser una víctima. El narrar a otra persona sus penurias y la afectación que estas tenían sobre él, lo hacían sentir que le importaba a otros. Observar sus rostros de consternación mientras narraba lo sucedido, era extraordinario. Lo que sentía cuando veía las expresiones en el rostro de quien lo escuchaba, lo satisfacía, aliviaba y liberaba de la desesperación que habría tenido por haberse tragado su propia pena. Narrar a alguien más lo sucedido, lo recomponía y en ocasiones, lo llevaban a aceptar con resignación su destino de víctima permanente. Lo escuchaban y la sensación de ser tomado en cuenta, aunque fuera por minutos, le satisfacía tanto, que prefería, por mucho, ser considerado una víctima que un valiente capaz de solucionar sus dificultades por sí solo. La compañía para lamentarse siempre la limitaba a una persona. Sabía que buscar a más de una persona como consuelo abría la posibilidad de refutaciones, alterando el convencimiento y la piedad para su pena y más que consejos de alivio recibiría reprimendas por ser una víctima. Hoy estaba completamente solo. El silencio envolvía todo y la obscuridad, estaba a punto de complementar el patetismo del ambiente. La situación en que se encontraba era la peor, una pena inmensa y la inminente imposibilidad para liberarla. Estaba vez no habría palabras de consuelo y lo peor era que nunca más habría nadie para consolarlo. La muerte de su hijo Federico, ocurrida dos días antes, era la mayor pena que había tenido en su vida y hoy no tenía con quien compartir el dolor extremo. Lo había velado y enterrado solo. En la mañana fue el sepelio. De quienes lo conocieron, sólo había estado él, ahí, parado, inmóvil, escuchando la cadencia con que caía la tierra al ataúd que los dos que habían cavado la fosa horas antes, ahora arrojaban con una mejor coordinación de la que tuvieron al cavar. El día estuvo soleado y un círculo con colores del arco iris rodeo al sol durante todo el sepelio, un efecto que nunca había visto y que por unos segundos lo llevó a pensar en una presencia esotérica de Federico, pero que nunca alcanzó a cambiar, aunque fuera un poco, la profundidad de su pena. No podía pensar en nada positivo. Sufría demasiado, seguiría sufriendo y nunca más se aliviaría. Pensaba esporádicamente en morirse, "Todos lo hacen", se dijo, pero esa noche, su muerte era un pensamiento constante y ya había empezado a angustiarlo.No sabía cómo o cuándo moriría, pero eso no importaba ya, el pavor estaba en su ambiente.No quiso acostarse a la hora acostumbrada, quería confirmar que se encontraba bien. Inhalaba profundamente y exhalaba con fuerza, sin ningún problema. No le dolía nada y hasta tenía un poco de hambre. Se acordó del dicho del enfermo con hambre.Estuvo despierto cuatro horas más de la hora habitual en que se acostaba. Antes de entrar en la cama, inhaló y exhaló, otra vez profundamente y con fuerza, esperando un ahogo, nada. Se revisó los dedos, se miró en el espejo. Todo bien.Entró en la cama, se tapó, pero justo antes de alcanzar el switch de la lámpara para apagarla, sintió un fuerte piquete en el muslo. Aventó las cobijas y saltó de la cama. Volteo para ver qué lo había picado. Era un alacrán que al verse descubierto huyó a toda velocidad.El dolor del piquete era intenso y empezó a sentir adormilada la extremidad. Busco las llaves del coche, pero al sentir dificultad para respirar se dio cuenta que no llegaría lejos. Marcó a su ex, pero por la hora, su llamada se fue al buzón. Ya no pudo hacer otro intento. Mientras más se agitaba, la falta de oxígeno se agudizaba. Dejó de intentar su rescate. Al final escuchó una voz, "Te hubieras acostado a tu hora." ¿Puedes considerarla una meta?No, no puede ser una meta. Es un anhelo legítimo, porque si te preguntaran si te gustaría pasar a la Historia, te garantizo que tu respuesta sería un ipso facto SÍ. Sin embargo, si el anhelo lo conviertes en una meta, la condición aleatoria implícita en el suceso EXTRAORDINARIO de pasar a la Historia, se contaminaría irremediablemente y lo que pudo haber sido un resultado natural, gentil y merecido, se convertiría en una consecuencia manipulada que siempre acarreará resultados negativos.Un ser que se fija como meta pasar a la Historia, se convierte de inmediato en un obsesionado y las obsesiones dan al traste con las buenas intenciones, los ideales auténticos y las prácticas desinteresadas. Perseguir trascender a la posteridad es de locos. El que lo persigue, tiene que torcer la realidad y va a terminar con el ego y la existencia vapuleada. Pasar a la Historia, sólo ocurre. Actúas, logras algo trascendente, se recuerda tu logro y a ti, por llevarlo al cabo, punto final. Eres parte de la Historia. Así funciona. Sin embargo, pasar a la Historia, no siempre es positivo. Puedes ser recordado como el gran héroe o como el despreciable villano. Opera en ambos sentidos, pero en ambos casos, no es resultado de ninguna planeación. Los verdaderos héroes no salvan calculando pasar a la Historia y el truhan, no causa daño esperando no ser olvidado. Ambos actúan por una causa, pero pasar o no a la Historia, no depende de ellos. El pasar a la Historia lo convierten en una meta, generalmente, los personajes reconocidos o con poder. Se creen capaces de manipular la realidad, una locura, porque eso implica el posicionamiento como un ser omnipotente. En esa posición, de inmediato lo planeado empieza a tener desviaciones y se fuerza la corrección. Se pierde lo auténtico de las acciones benéficas, la meta de pasar a la Historia será superior a cualquier otra y para redondear la locura, se pretende alcanzar esta meta, en vida. Bajo esa premisa, puede que sí se pase a la Historia, pero como un dequiciado más de los aparecen en todas las épocas de la Historia de la humanidad.Pasar a la Historia es un accidente existencial inesperado. Trabaja, aporta y comparte, no te garantizo tu paso a la Historia, pero si, que te sentirás muy satisfecho contigo mismo y que los beneficiados por conocerte nunca te olvidarán. -Pues resulta que ahora platico más con extraños, me dijo . -Lo entiendo como un síntoma de envejecimiento. -Tampoco me refiero ya a nadie de usted, a todos los tuteo. -También yo, responde Juan, confirmando que lo atiende y que no es un ladino por hacerlo también.-Debe ser bueno notar los cambios en uno mismo, comenta Juan. También dice que bromea más con extraños y soy más sarcástico, afirma con media sonrisa de truhan. -Además, cuando platico, lo hago con cambios de tono, una actuación que obliga, al que me escucha, a no quitarme la atención. -Temo hablar sin sentido. Hablar y hablar y recibir por respuesta un escueto sí o un inexplicable, no. O que ya nadie me escuche. Hablar sólo para mí, preguntar y responderme. Pisar la frontera de la locura. Sin embargo, sé que va a pasar y ese día, cuando me dé cuenta, faltará poco para olvidarme de todo. "Toma mi INE.", le dijo, de una manera tan natural, que Luis lo tomó. Sin embargo, no entendía qué sucedía. Incluso llegó a pensar que se trataba de una broma con cámara escondida. "Te la van a pedir.", insistió "el Raro" que le entregaba su credencial de elector. Luis vio la credencial, pero sin poner atención. Seguía sin entender, pero ya no le importó, porque la luz de su tren apareció en el túnel. Hizo por regresar la credencial. "El raro" fingió que la tomaría, pero antes de siquiera tocarla y cuando este sintió la cercanía del tren, se arrojó a la vía. Luis se apartó de inmediato, lo hizo porque quería evitar que la sangre del "Raro" lo salpicará, pero no hubo sangre. Sólo escuchó con detalle el tronido de los huesos al ser aplastados por el paso del tren. Nunca olvidaría ese sonido, pero en ese momento, no lo sabía. El tren se detuvo. De inmediato todas las personas en el andén se aglutinaron observando ansiosas la parte frontal del tren. El cuchicheo alcanzó los niveles de una colmena. El zumbido continuó aumentando. Palabras de horror, calificativas, especulativas y concluyentes iban y venían. Eran palabras al aire que no completaban una oración entendible. La policía llegó junto con los paramédicos. Luis sabía que la presencia de esto últimos era inútil, pero no dijo nada. Uno de ellos bajó a las vías. Ni siquiera preguntó si habían quitado la electricidad. Fue hasta que cayó sobre una de estas que, por la expresión de su cara, cayó en la cuenta de su omisión. No pasó nada. La electricidad se cortó desde que el tren frenó. El operador lo había solicitado. El paramédico miró debajo del tren como quien busca un desperfecto. Alcanzó a ver ropa que estaba muy alejada de la parte frontal del tren. Calculó a qué distancia podría encontrarse. Estimó que el cuerpo estaría a mitad del segundo vagón. Caminó por la parte central, entre las vías de ida y vuelta hacia el segundo vagón. Justo cuando había llegado a la mitad del primer vagón, no lo pudo creer, un tren apareció en el túnel detrás de él. No tuvo tiempo de nada. Lo arrolló sin más. Gritos abiertos, incontenibles de horror y desesperación surgieron en ambos andenes. El tren se detuvo, pero ya había hecho trizas al paramédico. En esta ocasión si lo reventó. Una gran mancha de sangre apareció de inmediato en el costado y en los cristales del primer tren, el que había arrollado al “Raro”. Los usuarios podían ver todo desde el andén frente al tren Ambos andenes estaban repletos de usuarios, ya era la locura. Los compañeros del paramédico buscaban como descender a las vías. Sin embargo, la razón los contuvo. Si ya no había electricidad, ¿cómo pudo llegar otro tren? La electricidad puede cortarse en un solo sentido explicaron las autoridades. Nadie pensó en cortarla para ambos sentidos, cerrar la estación o desalojar a los usuarios. Hasta ese momento, la policía indicó a los usuarios que debían abandonar la estación y buscar otro medio de transporte, ya que esta permanecería cerrada por muchas horas, tal vez días. La gente empezó a arremolinarse en las escaleras de ascenso a la superficie. Cuando ya estuvieron en la calle todos corrieron a buscar un transporte alterno. Luis caminó sin prisa, pero se detuvo en seco, como si hubiera olvidado algo en el andén. Se dio cuenta que aún tenía en su poder la credencial del “Raro”. Pensó en entregarla, pero al leer los datos que contenía, se dio cuenta que era su homónimo, Luis Ángel Alcántara Benítez y la fotografía, su misma imagen. Había presenciado su propio suicidio. Lo estúpido, siempre será considerar seguir la ruta difícil. De por sí la vida es complicada, ¿para qué la complicas más? Eso que se conoce como el esfuerzo extra, que siempre reditúa mucho más que lo convencional y lo "lógico", si consigues lo que buscas, implicará obligatoriamente la desaparición de lo que hoy defines como confort, pero que, para los triunfadores, seguramente equivaldrá a vivir al día (existir el día). Para un conformista, lo difícil nadie debería considerarlo. Sobre todo, cuando se ha "comprobado" que hay una ruta fácil que remunera con prontitud, con menos riesgos y te dará, casi de inmediato, tranquilidad. En cambio, en la dificultad, nunca sabes que esperar, aunque si confías en ti, siempre hallarás una salida, dalo por hecho, pero esto último no lo consideras, porque como conformista es muy difícil que llegues a una situación de reto, ¿por qué?Empezaré diciendo que las recompensas en dinero son las más poderosas cuando de motivación se trata. Siempre marcan la pauta para la acción. La recompensa en metálico es lo que despierta el interés. Lo que reditúa y la rapidez de obtención, se convierte en lo prioritario. El dinero seguro y fácil es la meta que todos persiguen, pero que muy pocos alcanzan. Es como sacarse la lotería y en su mayoría, los métodos para alcanzarla no son aceptados o rayan abiertamente en la ilegalidad. Mencionando además que los logros rápidos, también suelen ser los más efímeros. Al alcanzar una meta, además de tu satisfacción, buscas una recompensa y el reconocimiento en cualquiera de sus formas. Quieres comprobar resultados positivos, además de hacerlos prácticos y tangibles. Quieres una remuneración justa, pero sobre todo, buscas la permanencia de tu teoría y práctica, quieres que sigan tu receta y ser recordado como el primero en intentarlo, en implementarlo y en lograr la meta tal como la planteaste. Consiguiendo lo anterior, obtienes el privilegio que trae consigo la diferenciación, el primero, dejar de ser uno más.Ser diferente implica desviarte de lo que todos hacen. tomar el camino difícil, el que todos evitan. Inicia por no aceptar a ciegas lo que todos califican como "la única opción". No alinearte con lo convencional. Intentar abiertamente nuevos acercamientos, que seguramente implicarán más trabajo, con el aderezo de que todos consideren que estás equivocado, apostando a que fracases. La alegría por tus éxitos y lamentos por tus fracasos, no siempre son sinceros. Tendrás muchos rechazos y los que apoyaban tus hipótesis, ahora que son prácticas, te rechazan. Otra batalla, ahora interna, que que tendrás que librar, ¿podría ponerse más difícil? Sí, siempre, pero no debe importarte. Siempre debe escoger la ruta que te diferenciará, la que nadie toma, la más difícil, tal vez, pero que es la única que te dará lo que buscas, como lo buscas y que además, permitirá la permanencia de tu logro y la tuya.Lo difícil paga más. Lo original vale más. La autenticidad remunera mucho más que lo cotidiano, pero no debe ser la causa de haberte decidido a actuar. Estará implícito, pero será una consecuencia del logro de la meta, no la meta misma. Trabaja, sacrifica y actúa para ti, te aseguro que la recompensa por todo lo invertido te hará sonreír por el reto de tu vida. Es un hecho, la insatisfacción es incómoda y así debe ser, porque teniendo esa sensación a cuestas, no es posible que permanezcas pasivo, aunque hay casos que prefieren soportarla, esos son los que más sufren. Sin embargo, por más indolente que seas, la insatisfacción continua es insufrible. La insatisfacción, siempre está contigo, en mayor o menor grado, todos estamos deseando todo el tiempo algo más. Mientras respires, siempre habrá “algo” que te incomoda o sientes que te falta. Cuando ese sea el caso, lo mejor sería que pusieras manos a la obra, para terminar el “sufrimiento”. Sería tu momento para tu gran reto, pero si no tienes insatisfacción (irreal). Si estás conforme con lo que tienes y estás convencido que lo continuarás teniendo, tu zona de confort es inmensa y tu probabilidad de trascender, ínfima. Ahora eres un producto terminado que sólo espera que todo acabe, incluso este ensayo. ¿EL GRAN RETO? Las áreas de confort cada quien las vuelve inmensas, incluso, algunas las han hecho tan grandes que tan sólo buscar acercarse a sus fronteras requiere de un gran esfuerzo. Razón suficiente para que muchos prefieran no intentar nada para salir de ahí. Al grito de "Soy mediocre, pero me gusta.", su vida transcurre de manera banal y con muy bajas expectativas. Cuando menciono un gran reto me refiero a lo que implica cambiar para ser “mejor”, desde nuestra perspectiva. De entrada hay que modificar rutinas y eso, en sí mismo, ya es un gran reto. Imagina la percepción que tienes de inicio, vas a dejar de ser lo que eres aunque como eres te sientes cómodo, pero al mismo tiempo, sabes que estás mal y no eres feliz, además de que constantemente te sientes inútil e intrascendente. Tienes que cambiar comodidad por TU aprecio. Para empezar, además, de modificar e introducir una o varias rutinas, también requieres cambiar e introducir hábitos, pero lo fundamental, lo obligatorio y lo más difícil es, ahora sí, confiar en ti mismo. Tal vez sea la primera vez que lo vas a intentar, no importa, la confianza en ti es indispensable para, no avanzar, colocarte en el camino hacia TU ÉXITO. Grábate esto, si no confías en ti, todo esfuerzo es inútil. TU FORTALEZA Todos tenemos debilidades y fortalezas. ¿Cómo está tu balanza al respecto? Tú crees que lo sabes perfectamente, pero no es así, ni siquiera sabes cuáles son realmente tus fortalezas o si lo sabes, no te lo crees del todo, pero sí crees en tus debilidades, ciegamente. Por el momento, no importa, es otra historia, pero tiene todo que ver con el nivel de confianza que tienes en ti mismo y en cómo te irá cuando decidas motivarte. Regresando a la insatisfacción, tenerla, es un buen síntoma. Te posiciona como un inconforme “sano”, una posición que, dentro de los parámetros normales, te mantiene consciente de que siempre puedes mejorar y te motiva a conseguirlo, pero que si la llevas al extremo, te convierte en un obseso perfeccionista el cual nunca hallará la manera de salir de su insatisfacción. Tus fortalezas existen, tal vez no lo sepas, porque no crees en ti. Es verdad, estás muy lejos de tus sueños, ¿por qué? ¿Has hecho todo lo necesario para alcanzarlos? Sé la respuesta. ¿Cuándo empiezas? No hay fecha aún. ¿Por qué? Pretextos. Esa ha sido la historia de tu vida,…hasta hoy. TUS RUTINAS Las rutinas de mejora van desde levantarte y acostarte temprano, o más temprano de lo que hoy acostumbras, hasta establecer actividades obligatorias que persigan una meta clara y evidente, por ejemplo, Actividad, ejercicio. Meta, salud, imagen, motivación. Actividad, práctica y revisión de tu trabajo. Meta, mejorar desempeño, perfeccionar y alcanzar un nivel de calidad. Actividad, leer una hora diaria. Meta, actualización, reafirmar conocimientos o descubrir nuevos. Fundamental y obligatorio, tus rutinas debes llevarlas al cabo con gusto. Lo sé perfectamente, si hay algo posicionado como monótono, son las rutinas. Sin embargo, la meta que persigues debe ser tan ansiada, que esta, en sí misma, sea debe transformar en tu motivación para realizar la rutina que has establecido. Lograrlo, será la cumbre del control de ti mismo, porque controlas tu motivación. Con esto estás varios pasos adelante del promedio. Un escalón arriba de la confianza en ti mismo, de ese tamaño es el logro de tener la virtud de controlar tu motivación. Controlando tu motivación. Te deprimes y los pensamientos derrotistas pueden arrastrarte hasta el fondo de la auto compasión, lo cual, seguro lo has experimentado alguna vez, más que consolar o reanimar, te hunde aún más en ese patético estado en el que te convences que eres un incapaz. Claro, es sencillo vapulearte, sólo tienes que pensar lo peor de ti y eso, es increíble, pero se logra con tal facilidad, que parece que la preferencia de la mayoría de los seres humanos es ser víctima en lugar de un triunfador. Naturaleza humana lo llaman, yo lo llamo temor a enfrentar los retos que encontrarás antes de lograr tus metas. ¿Y si hicieras lo contrario? Si en lugar de vapulearte, de posicionarte como víctima, te enalteces y te visualizas haciendo lo que siempre has querido. Porque sabes qué quieres, ¿correcto? Si no, desde ahí hay que empezar y tienes aún un largo trecho por delante. Siempre has querido hacer o tener algo, sencillamente porque consideras que te haría feliz. Cada quien tiene un concepto de felicidad diferente, tú tienes el tuyo. No importa cuál sea, lo importante es la motivación que tengas para actuar y empezar a avanzar en esa dirección. TU MOTIVACIÓN Es tuya, porque sólo puede surgir de ti. Tú eres la única fuente de las visiones de logro que te harán empezar a moverte. Te verás haciendo lo que quieres. Reproducirás en tu mente escenas de ti haciendo lo que más deseas, una y otra vez, hasta que te convenzas de que es viable, entonces, se convertirá en un disparador de tu confianza y de tu audacia. A diferencia de soñar, en tus visiones de logro consumado hay muy poca fantasía. Sabes que puedes conseguirlo y quieres conseguirlo. Sabes que implica un sacrificio de todo lo que hoy “disfrutas”, horas de sueño, de diversión, pero no te importa. Estás convencido de que vale la pena. Es lo que has buscado y sabes qué hacer, cómo y cuándo. Lo que es inmediato, lo que tienes a la mano y con lo que arrancarás para llegar hasta donde puedas. Es un gran avance, pero seguramente tendrás que parar, porque para la siguiente etapa requerirás otras cosas como, inversión. Lo que has avanzado ya es evidencia de que hablas en serio, de que has empezado, ya tienes algo tangible y una estrategia para seguir adelante. Sin embargo, la realidad es requieres financiamiento. En este punto es donde tienes que vender tu idea, y debes hacerlo de tal forma que tu pasión, tu creatividad, tus ganas de logro, tu originalidad, tu autenticidad y tus números los transmitas y de ese modo consigas lo que requieres para continuar con la siguiente etapa o con todo lo que resta de tu proyecto. Presentas y logras cubrir los aspectos de convencimiento que te he mencionado. Te apoyarán, porque tendrán tu visión del éxito y considerarán que será una realidad y lo mejor, que sólo tú eres capaz de llevarlo al cabo. ¿Alcanzar lo que descrito te motivaría? Desde luego, por eso sigues adelante con una confianza que ahora te escurre, porque los hechos han demostrado que puedes. Tu confianza está en su nivel más alto, tal vez como nunca. Se ha enriquecido exponencialmente. Ahora debes controlarlo, guardar el equilibrio y la serenidad. No sentirte omnipotente y no pecar de soberbia. Confías en ti y sabes motivarte, pero debes ser prudente, sabio. Avanzas hasta donde puedes por tu cuenta. Compartes tu visión y convences. Puedes seguir avanzando y logrando. Consigues tu meta, que es tu éxito, pero no es el final. Nunca hay final. Siempre hay insatisfacción por algo, vuelves al camino, pero ya con mucha experiencia. Ahora será más fácil, pero aun así, hay que trabajar, eso nunca para. Tendrás de nueva cuenta acciones obligatorias, pero ahora las disfrutas más, porque ya sabes que te llevarán a que suceda lo que esperas. Disfruta. "Merkel, ¿seguro? Merkel. ¡Ay carajo! Suena muy jefa."Sí, pero no la vas a conocer. Va estar dos semanas de capacitación". Tus recuerdos te trasladan hasta ese momento, el de tu "capacitación". Dos semanas recibiendo volúmenes industriales de información que sólo se acumularon en un cerebro con poco espacio y mínima capacidad para procesarla. Sin embargo, a la pregunta acostumbrada, "¿Alguna duda?"La respuesta también fue la acostumbrada,"No." Es la acostumbrada, porque como ser humano "normal", sabes que es la única viable en cualquier capacitación del ámbito laboral en donde, tener dudas, es sinónimo de estupidez irremediable. La realidad, sí exacto, esa que nunca enfrentas y por lo tanto, no quieres ni te atreves a enfrentar en ese momento, te llevaría a responder,"¿Puedes repetir todo desde el tema uno?"A LAS DOS SEMANASLIega Gertrudis. Para empezar no se apellida Merkel, es Méndez y como todos los ya capacitados se presenta con una gesto que es un signo de interrogación perfecto. Como todos los recién " capacitados", no tiene idea de nada. Sí, dos semanas perdidas de su vida y su primera pregunta lo confirma,"¿Cuál es mi lugar?"Contesto con toda la mala leche posible, "¡Qué importa! Siéntate donde quieras."Traducción, "Por tu cara, sabemos que no tienes idea de nada. Te diría que te sentaras en donde hicieras menos daño, pero en cualquier lugar donde estés, lo harás. Eso será por los próximos dos meses, ¡todos los días! No te hará mal sufrir un rato."Mi jefa me esta viendo de reojo. Habla perfectamente el "sarcasmo avanzado" y me conoce. "Bájale cabrón. Tú no vas a lidiar con ella. Ya sabes que la voy a tener que sacar del hoyo. No la hundas más."Se ha sentado junto a mí. Volteó, la veo y cuando voltea, sonrío. No digo nada, puro lenguaje corporal.Suena el teléfono, primera llamada, un timbrazo, dos, tres, cuatro, antes del quinto, detectó que no sabe contestar el teléfono. Me levanto y le muestro como contestar, ¡levanto la bocina! "NASA, this is JC speaking"Me observa con la boca abierta. Sé que le hablan de RH, por eso actúo y me burlo,"Es para ti."Me mira atemorizada.La ayudo a terminar su angustia."Es de RH."Me arroja la estúpida sonrisa, que todos saben qué significa,"Te odio cabrón". La empleas para lo bueno, o al menos lo que tú calificas así, y para lo que haces a propósito u omites.Generalmente utilizas justificaciones para tu maldad. Lo bueno, lo aplaudido socialmente, pocas veces requiere ser justificado. Por lo tanto, en este "delirio" me concentraré en la justificación de tu maldad."¿Qué he hecho?", te cuestionas y para que tú mismo te lo preguntes, debe tratarse de una acción terrible. Tú mismo lo reconoces. Tal vez pudiste haber actuado de otra manera, pero buscaste lo mejor, generalmente para ti y por eso tienes que justificar tu decisión, ¿buena o mala? Las consecuencias la calificarán.¿Por qué justificar?Por remordimiento. Justificas creyendo que lo malo, lo puedes transformar en algo bueno, o en una audacia o un en atrevimiento que te posicionará como un valiente quitando de tu espalda el calificativo de miserable.Justificar puede ayudar a tu posición, pero sólo si la utilizas de manera esporádica. Sólo así, las justificaciones valen. Si te la pasas justificando tu "errores" serás considerado un estúpido. Serás una equivocación que respira, que se justifica tanto, que parece buscar el perdón no por lo que ha hecho o dejado de hacer, sino por ser un estúpido. Se dice que el fin justifica los medios. Puede ser, pero lo relativo en todo lo que sucede en esta vida vuelve a establecer la pauta existencial, ya que lo maléfico o benéfico de tu acción está en la consideración de quién lo ejecute, de quiénes observen y a quiénes afecte. Sin embargo, la justificación "oficial" siempre vendrá de quien lo planeó, ordenó y tal vez lo ejecutó.Las justificaciones pueden ser válidas si lo esperado con la acción es tangible, si es una esperanza o una visión pueden permanecer en el nivel de atrevimiento o estupidez. Lo tangible es lo que otorgará la calificación definitiva. Las justificaciones no deberían existir, pero son, si quieres ponerlo así un mal necesario. Un justificación es motivada por la falta de confianza al tomar un decisión. Vas a actuar, pero no estás seguro completamente de que sea lo correcto, aquí precisamente es donde aparece la justificación para explicar por qué hiciste o dejaste de hacer algo.La justificación se diferencia del pretexto porque hay decisión, acción y consecuencias. Los pretextos buscan justificar, están dentro de la explicación o fundamento de tu justificación y aparecen, la mayoría de las veces, por qué no se tomó una decisión de acción. Los pretextos son para los mediocres y conformistas. Las justificaciones son para quienes actúan. Son muy superiores a los pasivos.Los pretextos no aplican a las buenas acciones nunca. Los pretextos no van con los audaces que justifican acciones con resultados. Repito, la justificación puede ser un mal necesario, pero bien preparada, tanto en narrativa como en su viabilidad de hacerla tangible, te llevan al convencimiento, que al final es lo único que se buscas cuando .justificas. A veces lo piensas, otras, lo aseguras, pero siempre, invariablemente, lo relacionas con lo que no te funcionó ese día. Ese es precisamente el hilo que jalas hasta convencerte de que toda tu vida es un desastre. No exagero, porque mientras vas deshilando, la idea crece más y más, porque mientras no intentes pensar en otra cosa, estarás perdido. Sin embargo, salir del laberinto en que te has metido en ese momento, es imposible.Ya provocaste sentirte derrotado, pero ahí no para, viene la segunda etapa, la frustración. Te hundes más y empiezas a considerar los "si no", si no lo tuvieras, si no lo hubieras conocido, considerado o hasta si no fueras tú. Esta última, es la estupidez mayor y total, considerarte un mal para ti mismo. Lo más terrible, TÚ generaste el sentimiento. ¿Es el fondo? No, siempre puedes hundirte más. En realidad nunca llegas al fondo. El fondo es la muerte.¿Hay solución?Siempre y debes llevarla al cabo inmediatente, empezando por detener el castigo de tajo.¿Cómo?Reflexiona, tienes aspectos positivos, fortalezas y características únicas para destacar. Tu problema, el más grande, es que lo ignoras y si no, lo peor, la pereza que te abraza es descomunal, al grado que prefieres odiarte que salir del agujero, pero vuelvo a la posición de la ignorancia de virtudes y de lo que eres muy capaz. Se escucha ridículo, pero es real. Te cuestionas de manera natural, si puedo ser, ¿cómo puedo encontrarme en una situación tan aberrante? Porque nunca te has arriesgado, bueno, lo aclaro, nunca lo has intentado siquiera. Es obvio, el que no se mueve, se hunde.Tú, yo, todos tenemos días nefastos, pero también días fabulosos, que hoy tal vez sean los menos, los más esporádicos, pero ahí están. Tal vez no recuerdes qué sucedió para que un día fuera fabuloso, pero si es posible, repite la pauta.Sin embargo no basta saber que eres capaz. Tienes que convencerte y lo más importante ACTUAR. Vas a volver a fracasar, pero ahora no lo verás como lo esperado, ¡nunca más! Tienes que verlo como un aprendizaje, para que en tu próximo intento, porque habrá un próximo intento o mil más, claudicar ya no será opción, Ahora en tu nuevo intento modificarás, adaptarás y lo conseguirás. Eso es vivir manteniéndose a flote, pero si además, si empiezas a nadar, amigo, tu vida será fabulosa. Planeas, siempre esperanzado, "¡Todo saldrá bien!". ¡Ayy, esas visiones! Son tan alentadoras y necesarias. Motivan. Te hacen sentir capaz, pero cuando aparece la realidad y tan poco resulta ser como lo veías en tus sueños... . Es lo normal. ¿Entonces? Pues nada, soñar no cuesta, pero la realidad, coño, ¡como afecta!Vivir en la realidad, "con los pies en la tierra", como se dice, amarga. Soñar, bueno imaginar lo que quieres y a veces, lo que puedes ser, se vuelve y te vuelve ocioso. El ocio es inacción y la inacción muerte. Estar muerto en vida es lo peor. No hay planes, no hay futuro, sólo el presente, que dicho sea de paso, para los muertos en vida, es una mierda.¿Qué queda? La primera respuesta que me viene a la mente es, reinventarse. Mira que estupidez, es lo mismo que decir renacer, porque además la muerte es final. Nada se mueve, ni para atrás ni para adelante. Sencillamente, no hay que morir en vida.La realidad es que no has muerto. Respiras y ¿estás sano? ¿Sí? Con eso basta. ¿Qué está pasando entonces?Vives tu realidad, pero no te gusta o no la soportas. Transformación, ¿de tu realidad? No, además no puedes, porque la realidad es una consecuencia y tú, la causa. Por eso eres TÚ el que debe transformarse.Exacto, el problema eres tú, no quienes te rodean. ¿Ya lo digeriste y aceptaste? Ahora inicia.Contesta, ¿qué quieres? Una pregunta sencilla con respuestas complejísimas, ¿por qué? Porque quieres todo de golpe sin entender que muchas cosas son consecuencias de otras. ¿Dinero? Es consecuencia del trabajo o de la escasísima buena suerte que pudieras tener. La probabilidad, muy cercana a cero. ¿Salud? Consecuencia de buena alimentación, ejercicio y vida equilibrada, sin excesos. ¿Amor? Consecuencia de tu comportamiento y empatía. Rebusco la pregunta, ¿CAUSA de qué consecuencias quieres ser?Hay que trabajar para todo, pero mucho más para que haya consecuencias por tu esfuerzo. Ahora piensa, ¿cómo haces que las consecuencias sean las esperadas? Tú, como causa, debes ser capaz de prever lo que producirán tus acciones. Esa es TU GENIALIDAD, porque si lo logras, tocarás el éxito permanente. Serás la causa, siempre, de lo que quieres. Resumiendo, tú cambias para ser la causa de lo que quieres. Sabes que hacer para tener las consecuencias esperadas y haces lo necesario. Logras y empiezas a acumular experiencia. Ahora perfeccionas. Quieres más rapidez, calidad o estética en los resultados. De nueva cuenta, mejoras lo que haces, la causa para que el resultado y que la consecuencia sea lo que has imaginado. Así funciona esto del tan anhelado éxito. Si lo percibes, ¿correcto? Hay mucho trabajo por delante, pero eres sobradamente capaz. Dices que te respetas, pero no te sirve de nada. No eres feliz, aunque el supuesto respeto por ti siga abanderando tus pasos para continuar como un mediocre ser promedio.Lo sabes perfectamente, en la mediocridad no puede haber admiración y por lo tanto, nada respetable. Ser promedio es ser nada, no existir, respiras, pero nadie se percata de ti. Si te mantienes ahí por mucho tiempo, continuarás respirando, quién sabe cuánto tiempo más, pero cada vez habrá menos esperanza de recuperar lo perdido, las oportunidades y el tiempo. Es el peor estado, tal vez estás conforme, pero no feliz."Nunca voy a estar así", te repites todos los días a ti mismo, porque "te respetas", pero sigues sin mover un maldito dedo para modificar una micra tu estado de vida. Tu existencia se ha convertido en un laberinto que al parecer, no tiene salida, por lo que ni siquiera tienes la intención de buscarla. SÍ LA HAY, pero de entrada necesitas lo que parece ser lo más básico y sencillo del mundo, pero que para muchos no lo es, saber QUÉ QUIERES.Parto de que esto no lo leerán adultos menores a cuarenta y cinco, ellos aún no consideran este estado. "Y ¿si no soy feliz?", no se lo preguntan, aún. Mientras más cerca de cuarenta y cinco estés, cuarenta seis, cuarenta y siete, por ejemplo, es mejor para empezar a cuestionarte, de manera auténtica, si realmente eres feliz y tienes lo que quieres o lo que pensabas que tendrías. Esta es la máxima confirmación de tu felicidad, ¿es real o ficticia? Por otro lado, mientras más alejado estés de los cuarenta y cinco hacia arriba, el proceso es más caótico. Sin embargo, en ambos casos, si buscas mejorar radicalmente y te respetas, tienes que reconocer que no tienes lo que SIEMPRE has querido y establecer de una vez tus metas VIABLES para conseguirlo. con viables quiero decir que las puedes conseguir, física, mental, social y económicamente La primera meta, la más lógica e inmediata es dejar la mediocridad atrás, en pensamiento y acción. Después establecer una fecha para alcanzar estar en la senda hacia esta meta, si esta es más lejana a tres meses, estás jugando y sencillamente no te tienes respeto. Recuerda esto, para ti, el tiempo ya es mucho más que oro.Ya lo sabes, nada nuevo, olas de pretextos de toda índole empezarán a aparecer. Mi respuesta, aunque todos son reales y viables, también, TODOS, tienen solución y todos pueden ser superados. Hoy hay un debate respecto a si la Meritocracia es una falacia o no. Yo y seguramente, tú, fuiste educado bajo la premisa de que el esfuerzo bien dirigido hacia una meta SIEMPRE DE LOS SIEMPRES, produce recompensas, rendimientos, beneficios o como que quieras llamarlo. Decir que la Meritocracia es una falacia, equivale a decir que "el sueño americano" no es para todos y desde luego que no lo es. Si no te mueves en esa dirección, ni el "American Dream", ni la Meritocracia premian.La Meritocracia se plantea como un concepto político donde el Estado gobierna la sociedad y se encarga de proporcionar las oportunidades las cuales, si las aprovechas, vas a "ascender" social y económicamente. Más claro ni el agua, el Estado proporciona medios, pero TÚ tienes que valerte de estos y aprovecharlos, el ochenta porciento o más del trabajo es tu responsabilidad. Esto en una sociedad de primer mundo, fuera de esta, es otra historia, una cuesta más empinada y donde el cien porciento es tu responsabilidad.No importa de dónde vienes, tu pasado y tu presente, siempre respeta quien eres y siempre incrementa este respeto, todos los días, luchando por lo que quieres. Eres capaz de lograrlo por el simple hecho de haber contemplado la posibilidad de poder SER MEJOR. La primera visión e ideas para alcanzarla nunca son las definitivas, pero estás capacitado para moldearlas y conseguir la meta que te has planteado. Buscar vivir en la situación en la que imaginas que serás realmente feliz. Es el máximo respeto que puedes tenerte y lograrlo, lo distribuirá entre todos los que te aman. Dedicación a lo que produce. Nuevas rutinas, prácticas y búsqueda de resultados INMEDIATOS, son los que valen y los que más motivan para seguir avanzando y conservar intacto el respeto por ti mismo. La afirmación hace parecer que voy en contra de las virtudes de la paciencia y la tolerancia, pero por otro lado, abiertamente condeno el que no haya acción, que es el único medio de que lo que deseo se vuelva tangible. Voy más por esta última interpretación, espero lo acepten. Inicio diciendo que tu tiempo, recursos, oportunidades, conocimientos e información son muy limitados. Tienes algunos recursos a la mano, pero la mayoría sólo están en tu imaginación, lo cual significa que no aportan nada. En ese momento es cuando consideras esperar, pero esperar no es una opción cuando se trata de perseguir tus metas, porque en la espera nada cambia y alguien tiene que generar el cambio y si no eres tú, ¿quién entonces? Jack Welch lo menciona en sus principios, “Controla tu destino o alguien más lo hará por ti.”. Algo que realmente quieres, sólo puedes conseguirlo tú. Has esperado mucho tiempo por lo que quieres, por pereza, falta de agallas y temores injustificados, pero lo concedo, ni siquiera sabes por qué. Tu visión de la meta que persigues es difusa, amorfa, tienes una idea general, pero detalles, casi ninguno. Ha pasado mucho tiempo desde que por primera vez lo imaginaste, pero, ¿qué ha sucedido? Sigues esperando, “pacientemente”, tal vez resignadamente, porque no te atreves a avanzar. Lo llamas paciencia. Te engañas, porque no aplica para los casos de omisión y desidia. ¡Deja de esperar! Empieza la actividad y ve por lo que buscas HOY. Establece rutinas y marca fechas para tener avances. No te vuelvas loco. No te hundas en la obsesión, pero tampoco dejes de hacer un sólo día algo que contribuya y signifique progreso para lograr tu meta. Todo, mucho o poco, de lo que hagas, es positivo, aun si no sucede lo que visualizabas, como lo visualizabas. No soy un optimista ciego. Estoy consciente de que las cosas inesperadas, malas, nefastas y deprimentes ocurren, pero aun inmerso en el caos, siempre hay algo que puede utilizarse, algo que te lleva a cambiar perspectivas, estrategias y sin querer, tal vez, convertirse en la nueva solución. El gran pecado de la gran mayoría es esperar a “mejores” tiempos, condiciones, personas, ingresos, finanzas, clima, gobierno o lo que se te ocurra, ¡nunca sucederá! El momento ideal para iniciar el camino hacia tus metas no existirá jamás. El mundo no es perfecto. Tu vida y la de nadie, es perfecta, siempre encontrarás un pretexto para no hacer, ¡lo que deseas! ¡Increíble! ¿Correcto? Serás patético. La manera más sencilla para eludir responsabilidades es prorrogar y aunque mentalmente no claudiques, ya lo has hecho, tu plan nunca iniciará. Te mantienes en la misma posición y mientras no asumas y EJECUTES tu responsabilidad, continuará será una idea que has tenido por mucho tiempo. Hoy es el mejor día para empezar a perseguir tus metas y al decir hoy estoy tomando mucho tiempo, AHORA es el mejor momento para empezar a escribir, pintar, leer o estudiar, para hacer lo necesario para hacer tus sueños realidad. Das el primer paso. Sigues incrédulo, pero llevas diez segundos actuando, no sabes qué hacer o si lo que haces servirá de algo, pero en tu mente está la idea de lo que quieres. Es la primera vez que te mueves o tal vez lo has hecho antes, pero hoy estás más convencido de querer y de poder alcanzar lo que te propones. Aún no hay detalles, pero has iniciado. Un avance enorme, ¡fabuloso! Considerando que tu otra opción era esperar. Has dado el primer paso, ahora viene la segunda etapa, que puedes compararla con el segundo día en un nuevo trabajo. Ya penetraste lo desconocido, ahora puedes marcar tus coordenadas, que debes hacer en el tiempo que destinarás a concretar tu sueño. Recuerda, ya es una responsabilidad, dejó de ser una idea, ilusión, ocurrencia, hobbie. Quieres alcanzar una meta y ya estás convencido que tienes que trabajar con disciplina. ¿Quieres verlo como tu segundo empleo? ¡Perfecto! Servirá para que te involucres más y te vuelvas más creativo en el diseño de tus rutinas. La vida es corta y no tienes tiempo que perder. Esperar es una pérdida de tiempo. Lo de hoy es la acción, pensada, meditada, estratégica, con una finalidad. Recuerda siempre, sin acción no hay vocación. Tu espera realmente es cobardía, piénsalo. Todo el mundo está igual que tú disimulando e improvisando todo el tiempo. Es naturaleza humana y una necesidad en una sociedad tan competitiva. ¿No sabes simular? Estás perdido. Tu honestidad sin filtros sólo podría estar respaldada por tu posición alta en la sociedad y por muchos ceros en los saldos de tus cuentas. Si no cumples estos requisitos, serás tachado de orate, antisocial y por lo tanto, despreciado.Lo natural es simular. No puedes ser cien por ciento honesto ni cien por ciento falso, simula, improvisa y transitarás sin mayores conflictos al través de una sociedad a la cual engañas, pero que le gusta que la engañes. Así las cosas en esta civilización moderna del siglo XXI, que provoca luchas y busca transformaciones en temas intrascendentes, que parecen más una distracción de una realidad cruel y aplastante.Ya lo sé, estoy envejeciendo y mi visión del mundo y de la vida se transforma. Cada vez menos cosas se me hacen importantes y radicales. Puedo vivir expuesto a diversos puntos de vista. Respeto y mis discusiones y defensas son selectivas. Mi manera de simular se ampara en el silencio. Calladito me veo más bonito y lo llevo a la práctica. Sin embargo, esta vez tenía que externarlo y dejar evidencia. El verbo al que me refiero, debe contemplar la transformación de las palabras plasmadas en una hoja en blanco, en una narrativa especial que, por qué no, roce la calificación de arte. Quiero ir más allá de una manera de comunicación. La comunicación al través de la escritura tiene la intención de que lo comunicado soporte el paso del tiempo o que sea una evidencia. Ambos fines son muy básicos, para lo que pretendes como escritor. Buscas crear y trascender. Que tui creación, permanezca, se recuerde con facilidad y desde luego, quién la creó. Que se relea, se comparta y se difunda como algo que vale la pena, porque es extraordinario, porque es edificante. Si lo logras, por fin, podrás llamarte escritor. Escribir en su estado más rudimentario consiste es trazar símbolos o letras en papel, ordenados para formar palabras. Con el acomodo de las palabras se expresan las ideas. Se acomodan en una hoja en blanco describiendo creencias, situaciones o un hecho. La forma en que son utilizadas y su acomodo, es lo que atrapa o desalienta a un lector. Leerá por el título del escrito, por las primeras palabras, por tu nombre o por casualidad. Eso es todo. Así aparece la oportunidad de que sea reconocido tu trabajo. Al final todo se reduce a ser leído y a que el lector lo disfrute.SER ESCRITOR Trabajarás mucho, practicarás, ensayarás, destruirás, reiniciarás, volverás a destruir, todos los días. Para soportarlo debes tener la capacidad para manejar la frustración.¿La meta? Llegar al punto en que, aunque no sea la perfección, se acerca mucho a esta. Crear un sello, tu marca de estética narrativa que, combinada con tu originalidad y profundidad de ideas, deben atraer lectores que serán los que calificarán tus escritos como arte. Al mencionar la palabra arte se establece que requieres algo más que la práctica, la rutina y la constancia, requieres un sentido de creación excepcional, ese nadie enseña, simplemente lo tienes o no. Está intrínseco en ti. Lo desarrollas al través de la práctica, del ensayo, lo introduces en tu trabajo, lo externas y entonces, si gusta, se vuelve arte.Interviene la condición de Sprezzatura. Sin embargo, tenerla, no te libra del trabajo disciplinado. Tenerla, facilita tu trabajo, tu perfeccionamiento y acelera que alcances TU estética narrativa ÚNICA, aunque no lo garantiza. LA RUTINA Puedo establecer objetivos. Escribir mil palabras diarias, escogiendo temas al azar, temas serios o escribir sobre la pared blanca de la habitación, las nubes o las manchas de café en las tazas. Reseñar publicaciones, artículos y opiniones de tu interés.Escribir dos días en inglés y cinco en español, publicando por lo menos cuatro artículos por semana en días establecidos y en plataformas seleccionadas. Además, en el “tiempo libre”, escribir cuentos y novelas, las cuales deben estar terminadas en un tiempo límite.Lo importante e ineludible para conseguir tu meta es la acción con disciplina. Tienes que cumplir la rutina que establezcas. La falta de inspiración, el pretexto universal de escritores y aspirantes a serlo, en realidad es pereza. La inspiración aparece si te ve trabajando, de otra manera siempre estará alejada de ti. EXPECTATIVA Obtener una estética narrativa y se reconocido por esta.Poder escribir sobre cualquier tema que te atraiga y poder hacer un trabajo espectacular, en lo referente a contenido y atracción para los lectores.Recuerda, la gente no lee, tienes que invitarla a leer con un buen título y atrapar su interés con el primer párrafo. Continuar con tesitura a lo largo de todo el escrito para que, al terminar, de inmediato busque el nombre del autor. Si lo logras, tus próximos ensayos acaban de asegurar un lector. Es la gran estupidez. Lo escucho y con eso basta para que deje de poner atención. La molestia que me provoca, lo mal que se oye o se lee, hace sentir de inmediato que algo está mal.El lenguaje inclusivo, sólo incluye estupidez y una forma nefasta de hablar. ¿Realmente existirá una mujer que levante la voz en reclamo porque en un discurso dije, "Los" y no, "Las y los"? Además, con esa manera de hablar o escribir, ¿en verdad incluyo? No, sólo destrozo un idioma de siglos por un derecho que tiene que ver más con acciones que con que se "adorne" como hablas o escribes, pero en un país donde se tergiversa todo, la igualdad de género no podía ser excepción. Incluir es educar. Educar para que mujeres y hombres tengan las mismas oportunidades. La oportunidad de competir sin ventajas para nadie. Sólo evaluar resultados de esfuerzos, preparación y ejecución.Las mujeres triunfadoras, ¿odian a los hombres? No, detestan la mediocridad, la victimización. Los hombres triunfadores, ¿odian a las mujeres? No, confían en ellas, tal vez más que las mismas mujeres, porque saben que llegaron a donde están, a ser sus iguales, por un esfuerzo superior provocado por su diferencia de género. Basta de hablar o escribir incluyendo, es una barbaridad. Las mujeres inteligentes y preparadas no lo requieren y los hombres se escuchan hipócritas. ¿La vida puede colocarte en la posición de no desear nada más? No, eres tú el que se coloca en esa posición. La posición de elegir no desear más, podría surgir por la vivencia de una tragedia, la cual superaste y te lleva a un agradecimiento por lo que ahora tienes, colocándote, voluntariamente, más allá del deseo, ya que conociste y además, sobreviviste un infierno.Puede ser una forma de equilibrio, si lo quieres ver así. Viviste el extremo de lo trágico, ahora lo que sea que venga en tu vida sólo puede calificarse como bueno. Tú único deseo es nunca más experimentar la tragedia. Sólo eso.Personalmente, no acepto la omisión voluntaria del deseo. No puedes quedarte estacionado nunca. El deseo es un combustible de vida. Nada se mueve sin el impulso de un deseo y no puedes permanecer inmóvil por mucho tiempo.Desear después de sobrevivir una tragedia, no es un abuso , un reto al destino o un malagradecimiento. Es una visión retorcida. Por qué no afirmar que estás vivo por una razón superior, verlo así involucra un mayor compromiso contigo. Te aleja de un tergiversado agradecimiento, que no ayuda en nada ni a nadie, incluyéndote. La nada no es viable mientras respires. Siempre hay algo por hacer y por que seguir adelante. La nada no es opción, si no lo fue para el pasado y presente, mucho menos para tu futuro.La nada no es penumbra e inconsciencia, porque existes y la obscuridad y el silecio lo percibes. La nada la tienes sólo cuando estás muerto, vivo, es imposible. Sucede en medio de la desesperación, dejas de razonar y lo que se te ofrezca como solución inmediata a tu angustia, sueles tomarlo sin ninguna consideración de las consecuencias. La probabilidad de cometer un error es altísima.El consejo "banquetero" podría ser, no tomar decisiones desesperado, que equivale a recomendar a que no actues en una emergencia. En situaciones de emergencia es el instinto el que guía la acción y aunque lo racional está presente, si interviniera, tal vez te mantendría inmóvil. En la desesperación y en una emergencia lo racional fácilmente puede dejar de ser opción. Actúas para salvarte, para rescatar, para terminar de tajo con una amenaza o situación que te afecta. Lo que persigues en primera instancia es estar bien, todo lo demás que rodea a la situación que te llevó a actuar, incluyendo las consecuencias de tu decisión, es secundario. Deja de importar lo que alguna vez consideraste esencial, por ejemplo, el dinero. Te salvarás junto con tu familia, pero lo perderás todo, tendrás que empezar de nuevo, para muchos no hay tiempo de pensarlo, para otros será la decisión más difícil, rascarán buscando otras intentado que el perder todo sea la última opción y finalmente está el que decide que prefiere morir a quedarse sin nada. Como se ve, lo racional es nulo o casi nulo en situaciones extremas. La decisión tomada va de la mano de la pasión, amor, ambición, egoísmo, antes de pensar en una solución planeada. Así se actúa en la desesperación. ¿Qué hacer?Si estás orillado a una decisión pasional, esta tiene que incluir que prevalezcas y si es viable, lo que necesites para salir adelante y superar la situación, incluyendo familia. ¿Primero tú? Sí. Es indispensable para mantener la posibilidad de continuar.Lo presentado son situaciones extremas, inimaginables, pero de las que nadie está exento. Actuar con prudencia puede considerarse indolencia, porque en la desesperación las virtudes se transforman en obstáculos. En la desesperación nada funciona igual. La normalidad es una ilusión y lo catastrófico crece hasta desbordarse. Sin embargo, antes de que eso suceda reaccionas para librar tu aniquilación. Tu instinto de supervivencia te saca a flote. En el caos empiezas a considerar con seriedad lo irracional, una locura, si quieres tomarlo así, pero en la desesperación aparece como lo más viable si te va a permitir continuar.Te decides por la locura. Todo es inesperado, un reto nuevo a cada segundo. Las opciones se reducen, hasta que sólo queda hacer lo que nunca pensaste que harías. ¿Qué es esto? ¿Matar? ¿Robar o chocar un auto a propósito? De ese nivel es la inconsciencia en la desesperación. Buscas sólo una solución inmediata, a cualquier costo. Ya no importa lo que conlleve. Una vez que has "superado" la amenaza, la razón empieza a aparecer paulatinamente. Evalúas primero los daños y las consecuencias que estos tendrán. ¿Son reparables o irreparables? Lo cual se traduce en corregir y continuar o iniciar de cero. Luego llegan las cifras, costos, multas, indemnizaciones. ¿Qué has hecho?El arrepentimiento. Debiste haberlo pensado antes, pero para quienes hemos estado ahí, sabemos que no es viable. Es la ruleta donde ganar es que sigas respirando, que es lo único que mantendrá viva la alternativa de un nuevo comienzo. La afirmación parece ser tan obvia que debería ser obligatoria para considerarse cuerdo. Sin embargo, hoy, los seres que solían aplicarla en su diario andar por la vida, la eluden y los que no lo hacían, bueno estos pobres siguen alejándose años luz del piso. ¿Cuál es la causa? Lo que he denominado, la desesperación pandémica. Lo explico. Cuando te obligan a modificar, o de plano, abandonar tus rutinas, sufres una transformación. La probabilidad de que sea para mal es altísima, ya que estás cambiando algo que te gustaba hacer y dominabas, por migajas de lo que hacías o por nada. Al ya no tener posibilidad de llevar al cabo tu rutina voluntaria, vas a perder tu equilibrio mental. Así de drástico. Los cambios no son tan bienvenidos para la mayoría, menos los obligatorios. Cuando ya conoces un proceso, lo adoptas, incluso lo disfrutas, por esto mismo, cuando hay un cambio, el mínimo que sea, te afecta y no lo aceptas con entusiasmo. Sin embargo, es sabido, que lo único que no cambia es que siempre habrá cambios. El cambio de rutinas que hoy vivimos es necesario y obligatorio, no queda más que aceptarlo o morir. La nueva sociedad está creando ambientes de desesperación, sobre todo entre los más jóvenes, lo cual es un peligro, ya que al frenar la actividad de los más activos, afectas un desarrollo social, para el cual ninguna sociedad del mundo está preparada. Los adultos mayores, maduros y próximos a serlo, nos controlamos y en muchos casos, disfrutamos el aislamiento. La energía de la juventud es la que es incontenible socialmente. No poder liberarla, es un castigo de la vida para ellos. Así lo ven. Por más racional, objetivo, optimista o esperanzado que se quiera ser, esto es una trastada para sus vidas. Me pongo es sus zapatos, en sus condiciones y seguramente por sus cabezas transitará la idea de que lo que viven, no es vivir y de ahí partir hacia el resto de la locura como víctima de la desesperación pandémica. Los expertos estiman que esto se termina en dos años. ¿Cuántos lo aguantarán, se adaptarán o los aceptarán? La rebeldía se incrementará después de los años COVID. Esta pérdida de libertad justificará a los jóvenes a vivir al extremo, perdiendo, los que nos calificamos como maduros, denominamos la consciencia de la realidad. Empiezas a creer en ti porque las situaciones que vives hoy empiezan a rozar lo positivo. Estás lejos de tus metas vitales, tus sueños, pero sabes que estás haciendo lo correcto. Esta sensación no es ilusión, es tu realidad, estás haciendo lo correcto y estás auténticamente convencido, por eso la satisfacción.Seguramente estás desviado de tu visión de felicidad, pero en el ámbito tangible actual estás satisfecho. Piensa, eres excepción, la gran mayoría no le gusta lo que hace y por eso su desempeño es promedio, a lo más, o abiertamente mediocre. En tu caso, lo que haces para vivir seguramente no es lo que siempre buscaste, pero estás arrasando expectativas de tu empleador y destacas. Es motivación pura que te ayudará a cimentar la base de despegue hacia tus metas vitales, hacia tus sueños.Ahora, si ya estás haciendo lo que soñaste y con éxito, no sólo eres excepción, eres un elegido para disfrutar la máxima felicidad que es sencillamente, hacer lo que realmente deseas, todos los días y si además tienes una remuneración en cualquiera de sus formas, estás en una condición existencial inigualable.Lo sabes, los más mundanos, viven insatisfechos con lo que hacen y sólo cumplen. Los excepcionales disfrutan lo que hacen y cumplen y aunque no es su meta vital, además de cumplir, exceden expectativas. Los elegidos son los seres más felices, ya que están en el camino directo a alcanzar sus sueños. Para ser un elegido, más allá del mandatario esfuerzo y sacrificio, esta la selección frente a la opción de tener que dejar de ser excepción para ser un elegido. Es en esta encrucijada donde la mayoría prefiere conservar sus sueños como tales y mantenerse en la comodidad el éxito tangible . Sin embargo, ¿por qué no obtener lo mejor de dos mundos?Si eres mundano y quieres ser elegido, primero tienes que liberarte para llegar a ser excepción. La tarea es ardua, muy ardua, ya que implica modificaciones radicales de rutinas y cambios de hábitos. Muy pocos lo logran.A diferencia del mundano, las personas que son excepción hacen lo que les gusta y además con éxito. Tienen una base sólida para que, paralelamente, emprendan lo necesario para convertirse en elegidos. Ante la encrucijada del sacrificio de cambiar lo que tienen por un sueño, la probabilidad de mantener vivas ambas opciones es alta. Pueden tener lo mejor de dos mundos. Desde luego no será fácil, requerirá de un esfuerzo excelso, ya que, más allá del trabajo arduo y de a disciplina inquebrantable, deberán vencer la tentación del conformismo por ya ser exitosos. Al igual que los mundanos intentando convertirse en excepción, pocos de los excepcionales logran convertirse en elegidos. La tentación de contar con el éxito asegurado, es casi imposible de sacudir. Si lo consigues y además te conviertes en un un exitoso elegido, serás uno de primer nivel.Resumiendo y finalizando. Sólo tú sabes lo que realmente quieres y eres capaz de lograr. No des más vueltas a las opciones, estas están ahí, ponlas en práctica y lucha por alcanzar tus metas con todo, tu felicidad como ELEGIDO bien vale el precio que tendrás que pagar. Cuando estuvo frente al público y el silencio total de este le hizo sentir el frío de una tolerancia obligatoria, decidió improvisar, además, después de lo sucedido, ya no tenía opción. Sin embargo, sacó de su bolsillo izquierdo tres papeles escritos a mano en tinta verde. Recordó que lo había hecho así, porque en un momento del discurso, el que había planeado, levantaría alguno de los papeles, mostraría la tinta verde y diría, "He escrito este discurso con esperanza.". Ahora agradecía no haber hecho tal cursilería.Acomodó los papeles frente a él y empezó a hablar, "Soy Leopoldo Godinez Zúñiga y la oportunidad que tengo de estar hoy frente a ustedes me fue otorgada en otras circunstancias."El público mantuvo su silencio congelado, lo que contribuyó a mantener el frío del salón y la impenetrabilidad del ambiente.El auditorio veía a Leopoldo, ¡todos lo miraban fijamente! De frente, con la expresión de quien reta a otro a atreverse a hacer una barbaridad.Leopoldo estaba intimidado, pero no lo demostraba. Continúo con su improvisación,"Las circunstancias me colocaban en la soñada posición de convertirme en el nuevo ministro que conduciría a este país a alcanzar sus ideales y donde cada uno de sus ciudadanos tuviera al menos dos oportunidades para ser mejor. ¿Por qué dos? Porque las primera, por la sorpresa de que apareció, la incredulidad que sea nuestra o lo que ustedes gusten, en la mayoría de los casos no se aprovechan. Sin embargo, en el país que visualice, sí habría segundas oportunidades, para que la mayoría de estas, fueran aprovechadas.".Se detuvo esperando una reacción, pero no hubo ninguna, a tal grado lo impresionó la magnitud del silencio, que imaginó que hablaba frente a un auditorio vacío. Esto lo intimidó aún más, por eso buscó en sus notas si tenía algún tema que pudiera hacerlos reaccionar. No encontró nada. Todo hablaba de esfuerzo, de trabajo, de amor a lo que se hace, de altruismo y demás conceptos tan intangibles que se podrían borrar con un soplido. No había escrito nada de regalar metálico o comida. De reducir o quitar obligaciones, de cambiar leyes o de consentir a unos a costa de otros. No mencionaba quitar riqueza y repartirla. No, hablaba de más obligaciones para los ciudadanos que tendrían que estudiar y obtener buenas calificaciones forzosamente por la sencilla razón de que ya no les costaría un céntimo. Hablaba de que los maestros se prepararían, tendrían un título y la capacidad inagotable de transmitir conocimientos en sus especialidades. A cambio de lo anterior, tendrían un salario digno y junto con los médicos, serían los miembros de la sociedad más admirados, apoyados y mejor remunerados por prestar, con la máxima calidad posible, sus servicios profesionales.Continuó el discurso, "La oportunidad, al surgir, ya es en sí un éxito, en cualquier sentido, tanto la que surge para el desarrollo, entiéndase educación, como la surge para mantenerla viva, entiéndase salud y acceso inmediato a otros servicios de abasto, como agua, energía, etc."Silencio. Al parecer sabían lo que implicaba llegar a tener esto y no les gustaba. Preferían ser cuidados y tratados como mascotas de un gobierno que les daría lo mínimo que requirieran (¿según quién?) sin tener que trabajar por ello. Lo único que se pedía es que hubiera lealtad al que les regalaba y se debía reflejar en las votaciones, mientras estas aún existieran. La posición del público, era la esperada en un país donde se decía que hablar de comunismo era una exageración.Continué y dije con atrevimiento, "Podemos tener lo mejor todos, pero tenemos que trabajar mucho." Surgió el cuchicheo como un reclamo indirecto. Iba en sentido contrario de lo prometido por el gobierno y la realidad no les gustaba. "Hay mucho dinero, pero muy mal distribuido, los menos tienen más, pero mucho más, y no es justo. Lo tenemos que repartir.". Es lo que les dijo el gobierno, que se encargaría de hacerlo. Los pobres, desesperados, los apoyaron. Era la opción salvadora de una situación ya insostenible para ellos. Así ganó el gobierno. No con planes de generación de riqueza, no, prometiendo quitar y repartir. Por lo anterior, mi planteamiento, de crear las opciones para generar riqueza fue repudiado y ridiculizado. Lo entiendo, la desesperación te lleva a preferir soluciones inmediatas, lo terrible es cuando son un engaño, un fraude que en algún momento pueden dejarte en una situación peor de la que te encontrabas.¿Cómo convencer a alguien que lo que vale la pena toma tiempo, pero perdura, cuando no come todos los días o no tiene un techo fijo? Hablas con la verdad, presentas la realidad. Mencionas esfuerzo, trabajo y recompensa, pero cuando tu auditorio está desesperado, el silencio marca la pauta.Terminé mi improvisación diciendo, "Estoy convencido de lo que se debe hacer y seguro que mi solución es la correcta, pero también entiendo su inviabilidad en un país donde 70% de su población vive una pobreza desesperante. Renunció."Bajé del estrado y en ese momento el estruendo de los aplausos me confirmó que mi país estaba perdido. “La vacaciones revitalizan si sabes aprovecharlas.”, se dijo al cerrar el último archivo. El lunes tendría su primer día de vacaciones después de quince años de trabajar por su cuenta, por fin podría disfrutar haciendo lo que le viniera en gana, claro si tu definición de disfrutar equivale a sentarte a escribir y leer libros de principios del siglo XX por horas. Bueno, en eso de los gustos, cada quien tiene sus deleites. A partir del lunes, tenía una semana entera para hacer lo que quisiera, así, tal cual. Sin embargo, nada le atraía más que disfrutar la soledad y el silencio de su departamento, lo cual empezó a anhelar una semana antes. No necesitaba nada más. Su gozo estaba en el encierro, lo sabía y lo tendría. A las seis de la mañana del lunes encendió la Lap Top, apareció la pantalla de Word en blanco, pero para su sorpresa nunca apareció la inspiración para llenarla. Recordó en un instante todo lo leído y escuchado, con mucho escepticismo, respecto a los bloqueos de inspiración, desaparición de musas y sencillamente, a no tener la mínima idea de qué escribir. Siempre le había parecido una ridiculez y en su postura, cargada de la soberbia de “nunca a mí”, hoy se derretía frente a la situación de no saber qué escribir y no tener idea de por dónde empezar para corregir tal situación. En el peor momento, se mantenía inmerso en la inactividad desesperante del inútil, del incapaz que incluso, ya al extremo, lo llevaba a cuestionar su vocación de escritor. Así iniciaba el periodo de relajación y creación que había vislumbrado por varias semanas. Lo consideró una oportunidad única para alcanzar sus metas de escritura y lectura, pendientes, las que cuelgan de la más trillada de las justificaciones, falta de tiempo. “Así pasa con los planes de todos, tu planeas y lo incontrolable te desvía.”, se dijo asimismo, para después continuar, “Porque pensar, imaginar y diseñar ilusiones lo puedes haces con tal sencillez, que todo, en ese instante, se vuelve viable, pero cuando aparece la realidad, esta se convierte en una bestia que fulmina todo, incluso lo que siempre consideraste un hecho.” Ahora correspondía el turno a la frustración, como siempre, ¿y el momento de enfrentar la realidad? También como siempre, una vez más, no apareció. “¡A todos nos ocurre!”, se gritó asimismo. Lo hizo en voz alta, como si quisiera justificar el desvanecimiento de una ilusión más. Sin embargo en esta ocasión, la simplista justificación no tuvo cabida. Dentro de sí surgió la necesidad de retar a lo evidente por primera vez. Ya era hora de modificar su repetitiva perspectiva y pensar, aunque sólo fuera por un instante, que lo que quería era posible. Tenía que reinventarse. El verbo surgió sin más reflexión. Era indeterminable el origen, pero de inmediato lo colocó de nuevo en el terreno de la confianza, por lo menos para intentar lo que se había propuesto semanas atrás y no claudicar antes de mover un dedo. Hoy la justificación era el bloqueo, mañana qué sería. “No puedo vivir justificando.”, se repitió mentalmente. REINVENTARSE Se lanzó a su transformación de golpe. Tenía que reinventar sus creencias, convencimientos y aprender a respirar su nueva realidad. Ya no tenía otra opción si quería lograr esa ansiada recarga. Volvió a sentarse frente a la laptop. Escribió, “Soy”, sólo esas tres letras. Los planteamientos, descripciones, hipótesis y creencias en referencia a la palabra le alcanzaron para escribir setecientas veintiséis palabras. El escrito lo describía con honradez, pero seguía con la tendencia hacia el desequilibrio, poniendo más énfasis en sus debilidades y apenas mencionando sus fortalezas. Se castigaba y hasta cierto punto promovía su incapacidad, ¡era una locura! Tan fácil que hubiera sido escribir lo mismo en sentido contrario. Por lo tanto, surgió la pregunta obvia, “¿Por qué sigo sin creer en mí?”. Sin pensar respondió, “Porque nunca has conseguido nada que valga la pena”. “Tienes un MBA.”, le dijo la voz. No la identificó, pero lo escuchó perfectamente. La voz continuó, “Desde luego vale la pena, pero lo más importante, te diferencia del promedio.” ¡Ahí estaba la clave! Para reinventarse tenía que aprovechar al máximo lo que lo diferenciaba. Pensó en lo que destacaba. La lista no pasó de tres verbos. El primero, escribir, pero, ¿sólo él lo pensaba? No recordaba que nadie más se lo hubiera mencionado. En ese momento el conflicto interno revivió, partiendo de la coincidencia que pudiera haber entre lo que él pensaba de sí mismo y lo que los demás pensaban. ¿Cuál era la realidad? Reinventarse tampoco iba a resultar sencillo, sobre todo si iba a considerar lo que los demás pensaran de él, en cualquier aspecto. Tenía que aprender a confiar en sus creencias, pero sobre todo convencerse de que estaba en lo correcto y si como un adicional los demás también lo pensaban, sería bueno y si no lo pensaban, sería bueno. “La confianza en ti mismo es insustituible.”, se dijo. “Si no la tienes, nada bueno te sucederá.”. Para reinventarse la necesitaba y lo sabía. Lo que no sabía, mejor dicho, no imaginaba, era lo difícil que es que uno mismo crea en sí mismo. “Paradójico que sea más sencillo creer en los demás que en uno mismo.”, pensó. Sin embargo, tenía que hacerlo, no tenía opción. ¿Qué haría? En primer lugar listar lo que tenía que hacer, pero como una práctica obligatoria. Crearía rutinas y las transformaría en hábitos. Se apegaría a estos sin pretextos. No justificaría las omisiones y las evitaría al máximo. Si estaban bajo su control, nunca sucederían. Los principios estaban establecidos. “Sencillo, como todo lo que se piensa e imagina.”, se dijo Ahora venía el turno de la realidad. “¡Otra vez la devastadora realidad!”, pensó, pero de inmediato detuvo el mal agüero. “Para esta, no hay más que la acción”, se dijo y sonrió. En ese instante volvió a la laptop y leyó lo escrito. Si de tres letras produjo más de setecientas palabras, era capaz de escribir lo que quisiera, de cualquier cosa sobre la que tuviera una opinión. Lo importante era hacerlo constantemente. Apegarse a una rutina en cuanto al ejercicio de escribir, pero sobre todo, de publicar y difundir sus ideas, que debían cumplir con tres requisitos, uno, debería gustarle la narrativa, dos, atrapar y motivar a continuar la lectura y tres, conocer y aceptar las vulnerabilidades del texto, pero sobre todo, tener los argumentos de defensa, en caso de requerirlos. Si lo lograba, no tardaría mucho en aumentar sus seguidores, ser leído y lo más importante tener crítica. Ahí estaba la rutina y lo que debería arrojar para reportar efectividad. ¿El requerimiento de esfuerzo era superior a cualquiera que hubiera tenido? Sí. ¿Había otra opción? No, pero por fin estaba convencido de que lo que haría le daría una recompensa. Esto último lo llevó a otro cuestionamiento, ¿por qué quería reinventarse? ¿Recompensa o logro? Podría responder que ambos, pero sería una mentira, quería la recompensa y con eso dio al traste con la autenticidad del logro. Debía ser al revés, del logro surgiría la recompensa, como un añadido, pero no podía ser la meta, así no funciona, no tendría ningún valor. Se engañaba, no podía definir el logro puro. La definición, como todas las que hasta ahora le complicaban la vida, era sencilla y consistía tan sólo en su disposición de lograr lo que buscaba sin esperar recompensa. Llevarlo a la práctica, no era tan sencillo, por eso su respuesta fue un no rotundo. El reinvento quedó cancelado. Como todo el mundo, he mentido. Desde luego, siempre dentro de lo que puede considerarse un rango aceptable, al menos socialmente, en cuanto a frecuencia e intención. No podría ser de otra manera, es lo común entre los seres humanos, porque mis mentiras, como las tuyas, nunca han provocado desastres fatales ni afectado irremediablemente la vida de nadie. La sociedad actual ya está muy descompuesta y más que ir en un sentido que nos lleve a vislumbrar una mejora, vamos en sentido contrario, directamente al caos social y ecológico que irremediablemente hundirá a nuestra civilización en muy pocos años.En este ambiente de descontrol y descomposición surge la maldad personificada por seres que aprovechan de que algunos no entiendan lo que está sucediendo, ya que, lo que un día funcionaba, hoy ya no o tal vez ya ni siquiera existe. La realidad de lo nuevo, de lo moderno, empieza a omitir a los retrasados. Estos se convierten en presas de los mentirosos, que se aprovechan de esta descomposición, simplemente haciendo lo que mejor hacen, mentir con el mayor descaro y las peores intenciones destructivas buscando exclusivamente un beneficio personal. Entre un mentiroso profesional y un mitómano compulsivo, el mentiroso es el peor, porque este miente para conseguir lo que quiere sin considerar las consecuencias. Miente para alcanzar una meta personal, social o política que puede, incluso, parecer noble, pero cuando la realidad acomoda las cosas en su lugar, tarde o temprano pone al descubierto la perversidad que conlleva cualquier mentira, mostrando abiertamente que esta, siempre será una traición. Sin embargo, a pesar de la condena ética de la mentira, sigue creciendo el número de mentirosos. Son los depredadores de los olvidados, atrasados, ingenuos e ignorantes de cualquier sociedad. Han existido y destruido en todas las épocas, sobre todo cuando han tenido el poder, pero al final, generalmente son descubiertos, desafortunadamente a destiempo, pero siempre se les califica igual, como traidores. Sin embargo, esta posición no convence a los mentirosos, ni siquiera la consideran. El motivo es sencillo, siempre les será más fuerte el beneficio esperado que considerar la opción de detenerse. Proseguirá su plan de mentira y buscará conseguir algo fundamental para consolidar su éxito, mantener el engaño el mayor tiempo posible y si es viable, por siempre. Por otro lado, está el mitómano, al que hoy se le considera un enfermo. Una enfermedad provocada por su inseguridad que lo lleva a mentir, pero a mentirse así mismo. En el siglo XXI algunas enfermedades se han convertido en una justificaciones para acciones condenables socialmente. Los "enfermos" son considerados víctimas, cuando se cuestionará su intención, en este caso, la de mentir. Sin embargo, la realidad es el mitómano, aun calificando como un enfermo, también es un mentiroso, ¿justificado? Nunca. El hecho de mentir no tiene justificación, porque el motivo de mentir es aprovecharse de alguien. Tal vez si hubiera inconsciencia, podría disculparse, pero si hay consciencia respecto a lo que se persigue, como es crear o modificar una apariencia, situación, el resultado de un acontecimiento o un estatus, es totalmente condenable.Carmen Martín Gaite lo explica mucho mejor con un estilo que podría considerarse poético, "A veces pienso que se miente por incapacidad de pedir que los demás te acepten como eres. Cuando te resistes a confesar el desamparo de tu vida, ya te estás disfrazando de otra cosa, le coges el tranquillo al evento y de ahí en adelante es el puro extravío."Tú y yo mentimos. Lo hacemos por conveniencias reales o imaginarias y cuando somos descubiertos por los involucrados, sólo entendemos porque lo hicimos tú y yo, pero los afectados, nunca. Ese es el instante cuando la mentira se convierte en la más detestada acción, la cual, por más argumentos y explicaciones, nunca podrás justificarla. ¿Se puede justificar una mentira? Nunca, por lo que provoca. Sin embargo, si el resultado es el control de un desastre, podría alcanzar el olvido de los involucrados y se deja pasar.La mentira al ser descubierta, ¿deja de ser mentira? Sí. No en la esencia del hecho, pero sí al traer y hacer surgir lo verdadero en la realidad. Ahora la realidad contiene el hecho de que mentiste, pero lo afirmado no existe y nunca existió. Es una gran vergüenza para el mentiroso e incluso para el enfermo de mitomanía .El tiempo de duración de una mentira está directamente relacionado con la profundidad de dolor que puede provocar. Mientras más tiempo transcurra antes de que una mentira o mito sea descubierto, más dolerá y mayor será el odio de los afectados contra quien la perpetró.Premisa existencial, mentir nunca es bueno, aunque la intención de hacerlo pueda parecerlo. Mientes para lograr, para convencer, proteger o evitar. Sin embargo, lo que traiga como resultado, al estar basado en una ficción puede considerarse falso y lo falso no tiene valor.El mitómano, crea el mundo que le parece adecuado para su comodidad y conveniencia. Su finalidad va dirigida a una satisfacción personal, A diferencia del mentiroso, no conlleva ningún tipo de altruismo y es muy posible que, en ocasiones, ni siquiera está consciente de que está mintiendo. Se convence de que dice la verdad. Pierde el control. Es descubierto y entra en una de las más profundas de las depresiones una vez que entiende que ha perdido la confianza de todos quienes lo rodean.Los mitómanos son muy convincentes. Son seres audaces del engaño que afirman con tal seguridad la mentira, que hacen dudar incluso a conocedores del tema. Eso sí, si fallan y son descubiertos, dejan se convierten enseres sospechosos de por vida. Se vuelven radiactivos para la sociedad, teniendo, en la mayoría de los casos, que abandonar para siempre el círculo en el que se desenvolvían.Ni mitómano ni mentiroso. Ser catalogado como tal es la perdición social total. Si eres conocido, nunca lograrás recuperarte. Lo único que te queda es un nuevo y eso, muy pocos lo consiguen. Pedirte que no mientas equivale a pedir que nunca te enojes, tal vez es irreal, pero no dejes de intentarlo todos los días. Menos mentiras más autenticidad. Lo auténtico es una de las condiciones más valoradas en todos los rubros. Estamos rodeados de todo tipo de finales. Mi afirmación no es, ni por asomo, extraordinaria. Sin embargo, si te detengo un instante a reflexionar sobre esta y te llevo a evaluar lo que has logrado antes de que estos aparezcan, el desperdicio de tiempo, de esfuerzo, de oportunidades, puede resultar caótico. De inmediato surge tu arrepentimiento, incluso deprimente, por no haber hecho, por no haber dicho, por el tiempo desperdiciado. Lo mismo sucede con los inicios, también estamos rodeados por estos. A diferencia de los finales, los inicios conllevan esperanzas. En los finales pocas veces hablas de esperanza, pero muchas veces de fracaso. FINALES Son conclusiones. Pueden ser definitivas, temporales, voluntarias, obligatorias o necesarias. Estos últimos son las que me interesan y son a las que me referiré, ya que el que sucedan, son tu decisión. Los finales NECESARIOS deberían surgir cuando una situación se vuelve perjudicial para ti y por lo tanto de inmediato contemplas ponerle fin. El fin ahora es una necesidad y debe hacerse sin darle más vueltas al asunto, porque si no, la situación perjudicial va a fulminarte. En efecto, considerar un final necesario aparece en una situación extrema. Los daños que te está provocando son evidentes. Sin embargo, en ocasiones, aunque los percibes, los sientes, los vives todos los días, también los justificas. La justificación de inmediato va a pulverizar tu decisión de terminar con la situación que te está matando. Un final puede ser sufrimiento o alivio, todo depende de ti. En una situación que te está perjudicando, ponerle fin, nunca es demasiado tarde. Los finales tardíos no existen. Cuando una situación perjudicial termina contigo, te mata, es lo único que podrías calificar como un final tardío. Lo que es un hecho es que mientras más tardes en decidir concluir, más consecuencias negativas tendrás. El tiempo empeora lo malo y las justificaciones incrementan el engaño. Reduces tus opciones y dificultas salir adelante. Dices saber los que puedes soportar, pero aguantas mucho más de ese supuesto límite por desconfianza, por conformismo o incluso, por pereza. La situación caótica, aunque te lastima en todos los sentidos, la soportas porque la justificas, incluso puedes sentirte culpable. Es cuando surge la resignación. Dejas de contemplar el poner fin a lo que te está matando. En ese momento, sólo te resta esperar la muerte, no necesariamente física. Pasas a ser un nombre que sólo EXISTIÓ. Nadie está preparado para un final necesario, sin duda los finales inesperados son más digeribles. En cambio, cuando la decisión de terminar viene de una reflexión provocada por el apabullamiento evidente, ya sea social, psicológico, marital o personal. Por este deterioro, la angustia ya está arraigada en tu consciencia, ya sufres y además, sientes en lo más profundo, que lo peor está por venir. El optimismo en este punto es imposible. Sin embargo, aunque no lo percibas inmediatamente, los finales necesarios auténticos siempre serán un alivio. Paran tormentas, dan claridad a tu vida y si eres capaz, te ponen en la ruta hacia TU felicidad, la más importante de tu vida. ¿Cómo detectar la necesidad de un final necesario? Primer síntoma, eres infeliz con lo que tienes. Lo que vives ya no lo disfrutas y no tienes manera de transformar esa sensación. No lo aceptas aún, pero la situación de amargura que vives, es voluntaria. Tú tienes la decisión de seguir o terminar. ¿Difícil decisión? De las más difíciles, sobre todo cuando sientes que al “LIBERARTE” no tendrás opciones. ¿Qué hacer? La solución es retomar y hacer las actividades que realmente amas. Es tu única salida, pero si no sabes lo que amas, no tienes nada. Es vital SIEMPRE, aunque te encuentres bien, llevar a la práctica tus gustos, tus pasiones y tu vocación oculta, sí, aquella que sólo guardas para ti. Ten en cuenta que en algún momento, puede ser tu salvación, tu ruta de escape en tiempos de crisis. Las pasiones reales siempre son opciones. Surgen porque, además del gusto intrínseco que tienes por estas, tienes la facilidad para llevarlas al cabo con prestancia y calidad. Puedes considerarlas como parte de tus fortalezas. Tus pasiones son salvavidas en tiempos de crisis y salvoconductos seguros a tu felicidad en tiempos de paz. Amar lo que haces es lo único que te garantiza la felicidad. Te mantendrá alejado de los finales necesarios que, aunque son una solución y pueden darte una nueva opción de vida, son como los seguros, necesarios, pero nada deseable utilizarlos. Cuando se fue la luz, la ficticia sensación de terror que generalmente aparece en ese momento, se vio incrementada por los gritos de pavor fingido, que otros vecinos del edifico, los más jóvenes, emitieron justo al aparecer la obscuridad. Después, volvió el silencio total. Era como si, al igual que la muerte de la energía eléctrica, también hubieran muerto los seres que habitábamos el edificio ubicado en la esquina de Álvaro Obregón y Cuauhtémoc. Ya sumido la obscuridad negra y callada, opté por evaluarla, Me asomé a la ventana para calificar la afectación. Me encontré con una calle totalmente obscura, lo que me llevó al lastimoso pronóstico de que estaría sin luz el resto de la noche. Mis opciones se redujeron a sólo dos. Acostarme en ese momento, aunque apenas pasaban de las nueve de la noche o a salir. La primera la deseché inmediatamente, porque estaba seguro que no podría dormir. El silencio en medio de la obscuridad me incomoda y traslada a revivir mis preocupaciones, malos recuerdos y malas experiencias, por ende, me angustia. La segunda, salir, tampoco era la mejor idea, porque ni siquiera tengo coche. Tendría que caminar al azar hasta llegar a una calle con luz, pero no sabía qué distancia y por cuánto tiempo tendría que hacerlo en medio de la obscuridad en la ciudad con mayor índice de asaltos y homicidios en el mundo. Me tumbé en el sillón de la sala para decidir mientras observaba en el techo el reflejo de las luces de los vehículos que transitaban por Álvaro Obregón. No tardó en llegar la primera angustia, mi teléfono tenía menos de 20% de pila y pronto estaría incomunicado, “¿Si tengo una emergencia? Creo que lo más conveniente es salir.”, me dije. Me levanté y caminé hasta tocar la pared para que fuera mi guía hacia la puerta. Avancé con lentitud y una vez que alcancé la manija, abrí. Me encontré con una obscuridad peor, impenetrable con la vista, pero aun así salí. Cerré la puerta con llave y caminé despacio por el corredor. De nueva cuenta busqué asirme a la pared para utilizarla como guía. Me dirigí hacia las escaleras. Mientras más avanzaba, más miedo sentía. Era como si me dirigiera hacia algo inesperado y negativo. Pensé en volver al departamento, pero no lo hice. Bajé con lentitud extrema las escaleras. Cuidaba que cada uno de mis pasos se ajustara perfectamente al escalón que correspondía. Sólo escuchaba mis pasos, no se oía ningún otro sonido. Era como si el edificio estuviera vacío. Por fin alcance la calle. La negra obscuridad pasó a ser gris y pude ver mejor gracias a las luces de los coches. Sin embargo, a la distancia, no alcanzaba a ver luz. Los alrededores del edificio seguían en la penumbra. Decidí avanzar hacia la calle Monterrey, calculé que sería un kilómetro de distancia. La avenida Insurgentes debía tener luz. Me metería a un café y ahí esperaría a que se restableciera el servicio. Imaginaba que caminaba por una ciudad recién bombardeada donde las calles estaban completamente vacías y salvo los coches y yo, éramos lo único que se movía. Aunque los autos avanzaban a velocidad normal, no lograba ver a los conductores, era como si no trajeran. Contrario a lo que pensé, mientras más me acercaba a Insurgentes, el tránsito se redujo y la obscuridad empezó a ser más densa. Me preocupó que después de cuatro cuadras no hubiera luz. El problema debía ser enorme. Me encontraba a doscientos metros de Insurgentes sin luz y ahora además, completamente solo. Sentí miedo. Lo que estaba viviendo era totalmente anormal. ¿Qué había pasado? Intenté recordar lo que estaba haciendo antes de que se fuera la luz. La imagen que me llegó me impactó. Me vi tomando dos cables y conectando la clavija. Cogí ambos extremos al mismo tiempo, electrocutándome de inmediato. Caí fulminado en medio de la cocina. Quería suicidarme y lo había conseguido. Estaba muerto. Sólo me quedaba esperar que amaneciera, pero nunca pasó. La luz nunca volvió. El respeto por mí y por lo que me rodeaba dejó de ser prioritario en una época. Fuerte mencionarlo así, directamente, porque parece que me olvidé de mí y me dejé arrastrar para vivir a la deriva, pero no fue así, en realidad, sólo dejó de importarme qué pensaban de mí los demás e hice lo que disfrutaba sin considerar si me convenía. Fui sutil conmigo mismo y rocé la felicidad pura, pero como ocurre con los días de asueto, sólo fue un momento, que terminó mucho antes de lo deseado.De nuevo estoy en mi rutina existencial. Lo sutil se ha desvanecido y he vuelto a encadenarme a mis costumbres sociales. Estoy de vuelta, y con esto me refiero a que he vuelto a tomar en cuenta la opinión de los demás. Dejo de ser sutil y aunque no esté de acuerdo, me reservo y cuido lo que digo, lo que hago, lo que escribo y, en ocasiones, hasta lo que pienso. Bueno, en realidad me cuido de "pensar en voz alta", lo otro sería el extremo final y definitivo de la subordinación. Amanece. Estoy listo para enfrentar la continuidad de mi vida. Me escucho e intento reparar la monotonía expresada diciéndome, "Estoy listo para perseguir lo mejor para mi futuro.", pero me siento ridículo. ¡Desde luego que no es lo mejor! Sin embargo, es lo único para lo que hoy alcanza mi valentía. Lo sé, me mantengo dentro de una zona de confort rodeada de vallas, que no sé cómo ni cuándo, me convencí de que son insuperables. ¿Convencido, porque hoy supongo que lo qué tengo ahí dentro es lo que me conviene? Patrañas, porque aún sigo harto de mí y, además, deseando volver a ser agudo, ingenioso, sutil. Hacer lo que más me gusta y quiero, así, sin más vueltas y sin más consideraciones. ¿Será tan difícil? Muchísimo, sobre todo para los dependientes y cobardes. Esto último, pensé si lo escribía o no, pero sí, como yo. Uno de los seres que más amo en esta vida, me dijo, "Por temor has dejado ir muchas oportunidades", y seguiré perdiendo más, porque aún mi supuesta comodidad, tiene más poder que mi convicción de que no estoy haciendo lo que deseo. Si no modifico, continuaré siendo congruente con la sociedad, con los que me rodean, con los que me aprecian y seguiré viviendo tal como NO QUIERO. La escena era grotesca, doce pájaros muertos sin ojos, colocados uno detrás de otro, debajo de su cama. Lo único que se le ocurrió es que alguien lo estaba embrujando y que cada pájaro representaba un mes, “¡Por eso no paro de toser!”. Sin embargo, la queja no impidió que encendiera el cigarro, aunque había prometido dejar de fumar. “Mañana será otro día y otro año”, se dijo esperanzado mientras inhalaba el humo rasposo que le provocó asfixia hasta que volvió a toser con fuerza, pero ahora con un profundo dolor en el pecho. Dejó el cigarrillo en el cenicero y tomó un trago de agua con cautela para evitar que la tos lo sorprendiera mientras la tragaba. Lo logró. Dejó el vaso en el buró. Volvió a tomar el cigarro y lo apagó resignado. Intento inhalar aire, pero no pudo completar lo que pretendía que fuera un suspiró que lo tranquilizara, porque no dejaba pensar en los pájaros muertos. La escena le daba vueltas en la cabeza, pero aún no se había atrevido a mirar de nuevo, pero sabía tenía que hacerlo. Por fin se agachó. Ya no había nada. “¿Fue una alucinación?”, se preguntó, pero antes de seguir cuestionándose, lo distrajo escuchar en el patio las campanadas, los cohetes y las expresiones de alegría en el patio por el nuevo año. Empezó a toser, pero reprimió la tos clavando la cara en la almohada. Mientras estaba boca abajo, oyó el canto de varios pájaros a la vez, similar a lo que ocurre cada amanecer, “¿Pero en mitad de la noche?”, se preguntó. Era imposible, pero lo seguía escuchando, justo de debajo de su cama. Se asomó temeroso, encontrándose con las doce cabezas de sus invitados a la cena de fin de año. El silencio acaparó todo hasta que un nuevo ataque de tos apareció. Luis Fernando observaba el amanecer con inusual detenimiento desde una ventana del tercer piso del Hotel Majestic, que daba a la Plaza de la Constitución de la Ciudad de México. Apenas pasaban de las seis treinta de la mañana en ese primer domingo de julio que se perfilaba, según el pronóstico del tiempo, a convertirse en uno de los días más soleados del año. Observaba, sin admiración, como surgían de la obscuridad cada uno los edificios que rodean el Zócalo. Era espectacular ver cómo empezaban a iluminarse, simplemente por ser algo poco usual. Sin embargo para Lufer, como le gustaba que lo llamaran, no representaba nada extraordinario, sólo lo consideraba un amanecer más, tal vez diferente, pero nada más. -¿Cómo es posible calificar de extraordinario lo cotidiano?-, se preguntó. -¡Es una tontería! Es como calificar el soplido del viento como hermoso. Simplemente ocurre y ya. La cotidianidad no es extraordinaria.- Nada lo conmovía. Todo lo calificado como “poético”, amaneceres, atardeceres, puestas de sol, estrellas fugaces y las auroras boreales, eran lo mismo. Sin embargo, verlo mirando el amanecer, podría confundirse con una transformación, pero no era así, la realidad era otra, porque aunque alcanzaba a ver el avance de luz, lo que realmente le interesaba era el movimiento aleatorio de las personas que empezaban a llegar a la plaza. Observaba su arribo por diferentes accesos, sin ningún orden. La gente aparecía por la calle de Madero, a su izquierda, y la salida del Metro, que le quedaba justo enfrente. Había llegado a la ciudad la noche anterior. Traía consigo sólo un consigo un viejo veliz que contenía la muda para un día y un estuche de guitarra negro, muy desgastado que, como en las antiguas películas de gánsteres, contenía un rifle de caza Remington nuevo y con el cual pensaba matar al azar a un desconocido. Lo había decidido un mes atrás cuando su hermano Jacobo se burló de la insignificancia de su vida, pero además, resaltando que era incapaz de hacer algo al respecto. En un principio lo tomó como un comentario más, sin sentido y muy alejado de la realidad. Sin embargo, días después, cuando dicho por Jacobo seguía dándole vueltas por la cabeza, empezó a considerar con más seriedad la afirmación. Empezó a preguntarse por lo que valía la pena en su vida. No alcanzó a decir más de tres. Luego comparo lo que imaginó lograr hace cinco años con lo conseguido al día que vivía. Nada, absolutamente nada. Es más sentía que había tenido un retroceso. Tal vez Jacobo tenía razón. Le había estrellado en la cara su verdad, extrayéndole la angustia y vergüenza del fracasado. LAS SIETE Las siete de la mañana en punto. La plaza ya está totalmente iluminada por la luz solar. Lufer estaba cumpliendo la primera media hora de observación y ahora intenta ahora, concentrarse diferentes puntos del cuadro simultáneamente. Comienza a disfrutar el día, porque ya tiene en su mano derecha la acostumbrada e insustituible taza de café, pero además, ha pensado a vislumbrar el asesinato como la mejor manera de liberar su frustración. La plaza empezaba a llenarse, aunque aún era muy temprano. Los únicos edificios abiertos eran La Catedral y las puertas del mismo hotel Majestic, pero era un hecho que las personas que arribaban a la plaza superaban por mucho a las que la abandonaban. De todos modos, no le interesaban las multitudes. Sólo una persona moriría esa mañana. El que llegaran en grupos o solos era una ventaja. Facilitaría la selección… -¿Me facilitará?-, se preguntó. -¿Cómo podía ser sencillo? De ninguna manera. ¿Cómo voy a seleccionarlo? ¿Al azar? No importa. ¡Claro que importa!- Los cuestionamientos empezaron a acumularse en su cabeza hasta que apareció la duda definitiva, -¿Vas a matar por matar? No puede ser así. Debe tener un significado.- LAS SIETE TREINTA Y NUEVE Casi veinte para las ocho de la mañana. No había establecido una hora específica para el disparo. Planeaba que fuera entre las diez y diez y cuarto de la mañana. Sin embargo, seguía indeciso respecto a la forma en qué seleccionaría a la víctima, -¿Cuáles debían ser sus características?- Era increíble e imperdonable que no hubiera pensado en eso. Respiró profundamente y reflexionó. Todo lo que estaba a punto de hacer, partía de un principio, no iba a matar sólo por matar. No era un inadaptado descargando su furia contra la sociedad. Era una demostración de existencia y trascendencia que involucraba agallas y audacia. Sabía lograrlo o no, lo sacaría de su frustración existencial. Eso era lo más importante. Su acción, matar, no era cualquier cosa. Detallando su significado, era privar a un ser, para siempre, de sus recuerdos, de su presente y de, tal vez, la infinita ilusión de un futuro. Era su decisión, unilateral, arbitraria, tal vez injusta y egoísta, pero que lo liberaría al devolverle la confianza en sí mismo. Ya inmerso en su “filosofía del asesinato”, imaginaba dos opciones para seleccionar a la víctima. La primera, tenía que ser un solitario, hombre o mujer, que en apariencia, no podía ser de otro modo, representara a la soledad. La segunda, fulminar la vida de un “triunfador”, aquel que está acompañado por lo menos por una persona y que también, de cierto modo, refleja el éxito en sus gestos, en sus ademanes y movimientos, pero, además, está rodeado del amor de sus acompañantes. Un ser que proyecta un futuro iluminado. Matar a alguien así de un solo tiro, terminar de tajo con todo lo que pudo ser y representar a sus seres queridos, reducía la vida a la fragilidad una hoja en medio de una ráfaga de aire, un insignificante latido de corazón, un respiro, haciendo valer de lleno la premisa, “El mañana no le es prometido a nadie”. LAS OCHO TRES Inició la búsqueda visual de su objetivo. Encontró muchos “solitarios”, pero no más de tres “exitosos”. Entonces surgieron más cuestionamientos, -¿Y si el solitario es un ser bondadoso, productivo y con aportaciones reales para su comunidad? ¿Y si el exitoso es un egoísta, cuyos logros son resultado del aprovechamiento de situaciones y personas? ¿Quién merece viviendo? ¿Quién merece morir?- Considerar la infinidad de variables, buenos y malos comportamientos, pensamientos, intenciones y acciones, era imposible. -No hay alternativa, una selección más, basada en el azar. La víctima,… ¿víctima?-, se cuestionó, dudando nuevamente de su retorcida filosofía de lo que denominó, “asesinato representativo”. -¡Por favor! ¿A estas alturas no sé si es lo correcto? No puedo dudar. Lo pensé, lo medité y lo he repasado por veintidós días y ahora qué, ¿la “buena conciencia”?!-, se reclamó en voz alta. Detuvo la búsqueda. Recorrió con la mirada el interior de la habitación. Apagó la lámpara que continuaba encendida. Vio que aún quedaba café en la jarra. Sirvió todo en la taza que había dejado en el buró. Se sentó en la cama, el rebote del colchón provocó que derramara un poco, nada grave. Dejó la taza de nuevo en el buró y se recostó. Puso ambas manos detrás de la cabeza. Observó el techo. Miró con detenimiento su blancura, como si buscara en esta, el olvido de sus dudas, pero no desparecieron. Sólo quedaba resignarse. Aún no tenía decidido quién sería el objetivo. Sabía que nunca sabría si su selección sería correcta o justa. Tampoco tenía idea lo que su acción provocaría y mucho menos, su magnitud. Lo tenía que aceptar, su visión, aunque la había repetido una y otra vez durante casi un mes, no tenía ni pies ni cabeza, pero por otro lado, sentía que tenía un compromiso ineludible, porque quería vivir a toda costa y si no hacía realidad su visión de probarse asimismo y tener éxito. Reflexionó sobre la última palabra que había pensado, “éxito”, y, ¿si no lo tenía? Escaparía, pero si era detenido, no se suicidaría. No era una opción. Después de confirmar que el disparo había dado en el blanco y que la persona seleccionada había muerto, se retiraría con calma. Sabía de antemano que la probabilidad de una huida exitosa, era altísima y aunque podrían atraparlo, hasta cierto punto dependía casi totalmente de él. Si era atrapado, iría a la cárcel. Enfrentaría las consecuencias sin más. OCHO VEINTIOCHO Sintió que el momento lo alcanzaba. En menos de dos horas alguien tenía que yacer muerto sobre la plancha del Zócalo. Decidió que sería un solitario. –Es lo más práctico.-, se dijo. Amplió su reflexión. No le gustó pensar así, de una manera tan simplista, lo hacía verse como un desequilibrado. Lo que menos quería es que se le considerara un loco, porque no lo era, aunque a muchos les iba a parecer lo contrario. Su premisa de homicidio, aunque sencilla, iba mucho más lejos de sólo matar por matar, era “Matar y morir para trascender”. Trascender a una sociedad en la que, la gran mayoría que la compone, tan sólo es “un montón más”. Ahí terminó el va y viene de las argumentaciones. Lo haría, pero a diferencia de los días anteriores, no estaba ya tan convencido. Su idea se había transformado, no había duda. Resurgía con toda su fuerza la lógica de lo inmoral e injustificable de su acción. -¿Por qué? ¿Qué está fallando?-, se preguntó. LAS NUEVE Estaba paralizado, porque las dudas lo envolvían. Su otrora convicción respecto al asesinato y la trascendencia, se tambaleaba. El arrepentimiento empezó a penetrarlo y avanzando rápidamente dentro de él. Terminar con un supuesto sufrimiento finalizando la vida. Trascender, al través del recuerdo del evento y de las personas más allá de la muerte. Destacar como ser humano, impactando. Dejar una huella permanente por un acto único que lo liberaría a él y al asesinado de una existencia mediocre, de seguir viviendo como un indiferenciado. Sin embargo, parecía que ya ninguna de las justificaciones era suficiente. -Es una gran locura-, se dijo sintiendo el coraje que trae consigo la aceptación de un error. Todo lo planeado, lo organizado, los visto en sus más profundas meditaciones, acaso, ¿había sido en vano? La profunda situación de duda, la redondeó un sentimiento de pánico. Sin embargo, estando en la frontera del caos, creía que la situación aún era controlable. -No detendré mi plan. Hoy va a morir alguien. Más allá de moralidades, creencias y demás suposiciones sociales, lo que haré. No es una locura. Lo he pensado, lo he meditado, morir tiene que ser una doble trascendencia. Los vivos, recordarán el suceso y los muertos serán mártires. Volvió su mirada al techo, como si esperará que de este cayeran las justificaciones. Se complicaba lo que en un momento parecía resuelto. -Desde luego que nadie quiere morirse, bueno, nadie en su sano juicio y mucho menos con una vida hecha, pero no se trata de querer. Como todo en esta existencia, desde que somos concebidos, todo es resultado de la casualidad. ¿Quién decidió nacer? Y la verdad sea dicha, pocos deciden morir.- Tampoco era un argumento convincente. ¿Habría alguno? Ninguna situación existencial puede justificarse totalmente. -Mi justificación, la casualidad de trascender y con suerte, cumplir un deseo, bajarse de este recorrido llamado vida, ¿por qué no? Sigue siendo una locura, pero lo voy a hacer.- NUEVE TREINTA Y CUATRO No lo pensaría más, era lo mejor para tomar la decisión definitiva. Tenía que darle menos vueltas a las cosas, en ocasiones puede ser lo más positivo. Aunque que de antemano sabía que el riesgo a equivocarse se incrementaría, pero no le importó. Tomó el rifle del estuche, lo reviso detalladamente comprobando la perfección de acabados y funcionamiento. Cargo cinco balas que, aunque sabía no las utilizaría, prefirió tenerlas ahí. No estaba de más. Puso el seguro y lo colocó junto a la ventana. Volvió a recostarse en la cama. Una vez recostado intentó nuevamente lo imposible, poner la mente en blanco. Ya no dudaba, estaba decidido y lo llevaría al cabo. No más justificaciones, temores o arrepentimientos. Respiró hondo antes de levantarse y asomarse por la ventana. Le sorprendió ver cómo había aumentado el número de personas en la plaza. Revisó los puntos de acceso a la plaza, detectando de inmediato a varios seres solitarios, todos ellos excelentes candidatos con la viabilidad para desaparecer de la faz de la Tierra ese soleado día. Fijo su mirada justo debajo del asta bandera, donde rondaba un hombre, que a la distancia parecía joven, no mayor de treinta y cinco. Al parecer esperaba a alguien, porque no paraba de moverse y revisar su móvil. Estaba nervioso, “¿Por qué?”, se preguntó en voz muy baja Surgieron las lucubraciones en las que todo era posible, incluyendo que matarlo pudiera ser un escape para el pobre hombre. Tomó el rifle, apuntó hacia el asta bandera. Cuando el hombre apareció en esta, disparó. Un segundo después este se desplomó. Dejó de ver por la mira. Le sorprendió que después de casi veinte segundos nadie se hubiera acercado. El hombre yacía inmóvil en el piso justo debajo del asta bandera, pero la gente que por ahí transitaba ni siquiera lo volteaba a ver. Fue casi dos minutos después que el grito de una transeúnte llamó la atención de otras personas. Nadie lo tocó. Lo rodearon. Aparecieron los celulares, unos para hablar otros para filmar. DIEZ ONCE Se alejó de la ventana con tranquilidad, guardó el rifle en el estuche, cerró la ventana y salió de la habitación. Caminó con normalidad por el pasillo hasta el elevador y apretó el botón del restaurante. Antes de alcanzar el piso, escuchó los murmullos de las personas que ahí se encontraban. Salió y se dirigió a pedir una mesa. Dos o tres minutos después de haber llegado, lo condujeron hasta una mesa cercana a la terraza con vista al Zócalo. Todo parecía tranquilo. Se sentó y recibió el menú que le ofreció el mesero. Lo revisó rápidamente y pidió fruta, un omelette de queso y café. Una vez que el mesero se fue, Lufer se levantó para asomarse y ver la plaza. Cuál sería su sorpresa al ver que no había nada fuera de lo normal. Las personas caminaban distraídas, con toda tranquilidad. Miró en dirección del asta bandera, todo normal, nada que destacar o fuera de lugar. DIEZ TREINTA Y DOS Regresó a la mesa totalmente sorprendido y confundido, tanto que no escuchó al mesero ofreciéndole más café. Cuando no tuvo respuesta, sencillamente avanzó a la siguiente mesa. -¿Qué está sucediendo?-, se preguntó, sin esperar tener una respuesta. Todo estaba viviendo estaba fuera de toda lógica. Una duda irracional lo invadió, ¿Realmente disparé? ¿Di en el blanco? ¿Murió? No lo soñé, ¡claro que no!- Era la primera vez que sentía el pánico del “sin sentido”. No podía concebir que todo lo que había hecho fuera producto de su, ahora torcida, imaginación, porque si así fuera, estaba sumergido en las profundidades de la esquizofrenia más extrema. Llegó su desayuno el cual empezó a comer muy lentamente. Hacía pausas muy prolongadas entre bocado y bocado, porque reflexionaba sobre cada detalle de lo que le estaba sucediendo aglutinando en su cabeza diferentes versiones, supuestas explicaciones y miles de recorridos mentales de lo que había hecho aquella mañana. Buscaba una sola respuesta lógica, pero esta no surgía por ninguna parte por más vueltas que le diera al asunto. Ricardo, el mesero que lo atendía, detecto la lentitud con la que comía. Un síntoma inequívoco de que algo no estaba bien. En primera instancia lo observó con extrañeza, pero con discreción. La inmovilidad de Lufer no tardó en despertar la curiosidad de los comensales a su alrededor. Algunos no dejaban de observarlo comentando entre ellos lo extraño de esa situación inédita. Una paradoja en todos los sentidos lo que vivía Lufer en ese momento queriendo probar que había matado, cuando lo lógico sería desentenderse de una situación de homicidio. Dejó el tenedor sobre el plato. Miró a su alrededor y vio los con indiferencia los rostros que lo observaban y comentaban Pidió su cuenta y se retiró a su habitación. ONCE TRES Abrió la puerta de su habitación con cautela. Todo estaba ahí tal como lo había dejado después de haber disparado. Se asomó por la ventana, sorprendiéndose de encontrarse con decenas de personas corriendo o moviéndose con la prisa provocada por una situación de angustia y desesperación. Una ambulancia de la Cruz Roja llegaba en ese momento abriéndose paso entre multitud con una escandalosa su sirena, que de ninguna manera podía pasar desapercibida. Subió a la plancha del Zócalo y se dirigió al asta bandera. -Sólo va a levantar el cuerpo-, pensó Lufer. Sin embargo, en ese momento apareció la preocupación al reflexionar sobre lo que estaba sucediendo, -¡La Cruz Roja no recoge cadáveres! Un balazo en la cabeza y una hora después, ¿aún vive?- Prosiguió con su asombro al pensar sobre todo lo ilógico de la situación. ¿Desde su habitación podía ver a la persona que había herido con todos los pormenores que rodean un suceso así y desde la terraza del restaurante, no? Era una locura total. Salió de la habitación corriendo. Tomó el elevador, llegó al restaurante y sin hacer caso a nadie se dirigió a la terraza para comprobar la recolección del cuerpo, pero no había nada. Las personas transitaban normalmente y la ambulancia no se veía por ningún lado. ONCE VEINTIOCHO Mientras bajaba las escaleras para salir a la calle y comprobar que sucedería cuando estuviera al nivel de calle, pensaba que la realidad sería lo encontraría cuando estuviera justo debajo del asta bandera. Sentía una ansiedad que lo orillaba más y más al miedo sin control. Su respiración se aceleró sin control, cayendo en una hiperventilación que provocó que rodara el último tramo de las escaleras. No supo más sí. DOCE CUARENTA Y CUATRO Despertó en un sillón de la recepción oliendo un algodón impregnado de alcohol. Las manos suaves de la recepcionista sobre la frente le hicieron recordar a su madre, pero desechó de inmediato el recuerdo. Milagrosamente sólo eran golpes. No había sangre. Intentó levantarse, pero se sintió muy mareado. No lo manifestó, por lo que, aunque se incorporó, continuó sentado. Respiró hondo para comprobar que todo estaba bien. Le ofrecieron agua azucarada o una Coca Cola. El diagnóstico era que se le había bajado la presión. Lufer agradeció las atenciones, -Ya me siento mejor, muchas gracias. Recibí un mensaje y me he preocupado de más, pero estoy seguro que todo está bien.- Poco a poco la gente empezó a dispersarse. Lufer permaneció sentado unos minutos más, pero después de diez, decidió había llegado el momento. Se levantó e intentó caminar hacia la puerta que daba a la calle de Madero. Se levantó apoyándose con los dos brazos y se mantuvo en pie un instante hasta comprobar que no se desmayaría. Volvió a respirar profundamente y comenzó a avanzar. Las personas que se encontraban en recepción, no le quitaban la vista de encima, más que por curiosidad, por prevención, dispuestas a auxiliarlo en caso necesario. Así lo entendió Lufer. -Si supieran lo que he hecho, estarían dispuestas a lincharme-, pensó para sí mismo. Una vez en la calle, sintió la luz del sol en la cara, experimentando una sensación que jamás había tenido. Se sentía observado. Mientras cruzaba la calle para llegar a la plancha del Zócalo, volteaba con desesperación por sentir que alguien lo seguía o lo observaba. Llegó hasta el asta. La rodeó revisando cada detalle del piso. No había nada extraño. Ubicó la ventana de su cuarto en el hotel Majestic detectando el cañón de un rifle. Fue lo último que vio. “Aunque pudiera parecer trillado, buscar e internarse en la vida ajena, por vicio, cada vez es más común y menos peligroso, sobre todo cuando se trata de mujeres a las cuales se pretende masacrar socialmente.” Lo leyó con lentitud, tal vez con demasiada, como si intentara localizar un error que lo convenciera de olvidar el texto y lo obligara a desecharlo, al igual que a Marie, pero en este caso no halló nada que lo justificara. Para él, el texto tenía esa validez intrínseca que te hace sentir que lo creado, roza la perfección y aunque Jean nunca lo había experimentado, percibió que esta vez, estaba muy cerca. Marie había decidido irse, ¿por qué? No lo sabía, pero suponía…. “No. Nunca es meritorio suponer...”, se dijo, “…la suposición es ficción.”. Sabía que lo había traicionado, aunque no podía comprobarlo. “¿Cómo llamar a esta posición de estar seguro sin pruebas?”, se preguntó. Prendió la laptop e inicio el relato. “La conocí en Pigalle.” “¡Alto! Eso no es verdad. Ni siquiera recuerdo dónde la vi por primera vez.” “Cenamos y la convencí de que al día siguiente me acompañara a Louvre.”. “¡Mentira! ¿Pigalle, Louvre, París? ¿Qué estoy pensando? No conozco París, Marie era María y yo, Juan, no Jean.”. La intempestiva vuelta a la realidad lo frustró, pero al mismo tiempo, lo motivó a seguir escribiendo. Sin embargo, lo único que consiguió fue incrementar su frustración, porque, en ocasiones, escribir reafirma el fracaso y de ser sustantivo perdido se transforma en un adjetivo demoledor. La única realidad válida en ese momento es que María se iría y Juan quería vengarse, “¿Cómo puedo vengar el abandono?”, se cuestionó. “No es posible. La venganza no encaja en estos casos. No puedes, si prefieren alejarse de ti voluntariamente. En definitiva, la venganza no funciona para el abandono”, pensó. Desechó lo que había escrito. Incluso el texto que anteriormente había rozado la perfección, llegó al fondo del cesto de la basura. “La mujer abandona por capricho”, escribió. Observó la oración sin sentir nada y la desechó. “María me abandonó por inútil”. Le agradó más, aunque su auto calificación no le agradó nada. “Plasmar la realidad nunca es fácil, pero si no lo hago, todo será ficción.”, se dijo. De nuevo estaba frente a la página en blanco, pero antes de teclear la primera letra, escuchó un quejido en la habitación contigua. Abrió la puerta y vio que María había despertado. Al verlo estalló. Estaba fuera de sí y si no hubiera sido por su invalidez, le hubiera sacado los ojos. “¿Por qué me sigues teniendo aquí? Déjame ir ya. Olvídate de mí. ¡No quiero estar contigo nunca más”, le gritó con odio evidente. Juan no respondió y aunque sentía la mezcla de coraje y repulsión suficiente para atacarla, se controló. Permaneció observándola en silencio, sólo pensando, “¿Será suficiente destrozarla para sentir la satisfacción de la venganza?” No lo sabía. La observó unos segundos más y cerró la puerta lentamente. Se colocó los audífonos y volvió a escribir. “Tal vez nada de lo que hiciera contra ella lo dejaría satisfecho, aunque haya pensado que vengarse lo satisfaría, no estaba seguro y eso, le angustiaba, porque arrepentirse y perdonarla podría ser peor, incluso podría aparecer la violencia y no se sentía capaz de controlarla”. Leyó lo escrito y confirmó que vengarse era la mejor opción. Continuó, “Se levantó y caminó al cuarto donde se encontraba María. Antes de abrir la puerta intentó escuchar lo que ocurría en el interior. No escuchó nada. Se alejó de la puerta confundido, incluso confirmó que estuviera detrás de la puerta correcta. Volvió a intentar escuchar. Silencio absoluto.” Dejó de escribir “¿Qué carajos?”, se preguntó. Se paró frente a la puerta de la habitación, respiró profundamente y la abrió con lentitud. Ahí estaba, tirada en el piso con las muñecas ensangrentadas. Se acercó, sintió su pulso, tal como lo había hecho hacía dos horas. “Está muerta, se mató, te traicionó. Tienes que vengarte.” Tomó el mismo vidrio que utilizo María para cortarse y sin pensarlo, se lo clavó en el cuello, directamente en la yugular. “Si tan sólo lo hubiera hecho antes que tú.”, pensó mientras todo se obscurecía a su alrededor. “Todo el esfuerzo para el día que vivimos. Así debe ser, toda la concentración y voluntad para el día que se vive. El momento lo merece todo.” Puede ser que este pensamiento evoque un tanto lo esotérico, pero más allá de parecer una premisa mágica, encierra una realidad, si el pasado y el futuro no existen, es inútil actuar basados en estos. Si sucedió o suponemos que sucederá, no vale de nada. Sólo el presente vale. La frase, “Siembra hoy para cosechar mañana”, es válida, aunque sólo describe la posible consecuencia de un instante vivido, desde luego, sin ninguna garantía. ¿Por qué es tan difícil vivir el momento? Porque es muy complicado comprender que cada instante es el primero y el último de tu vida a la vez y la invalidez del ayer surge inmediatamente. Tienes que vivir el momento, el ahora, como si en ese instante hubieras llegado al mundo. Un instante no tiene que ser la continuación del que le antecede, puedes empezar a vivir y convertir en realidad el “borrón y cuenta nueva”- Vivir pensando en lo que viene, no es vivir. La intensidad tu consciencia en cada instante lo es, sobre todo cuando esa consciencia se dirige a algo positivo. Ya lo dijo Charles Bukowski, “La vida puede acabar tan de repente…Nunca conseguimos sacar todo el partido a nuestros momentos. Qué triste.”. “Quisiera ser tan feliz como tú”, ¿cuántas veces hemos escuchado o dicho la expresión? Muchas. Que necesitas para entender que TU felicidad es tuya y la de otro, no puede ser tuya. Es una confirmación más de la inutilidad de la comparación, que no deja nada bueno y mucho menos felicidad. La felicidad se fusiona con nuestros gustos, sencillamente porque su concepto varía de persona a persona al grado que mi felicidad puede representar lo más repugnante para alguien más. Las diferencias surgen desde cómo define FELICIDAD, para mí, es hacer lo que quieras, cuándo, dónde, cómo y con quien quieras, resumiendo, sería la TOTAL LIBERTAD DE ACCIÓN. No imagino que alguien no lo acepte esta libertad. Sin embargo, seguro alguien estará en contra y añada o retire algún elemento de mi concepto. Partiendo de la misma lógica de pensamiento, la infelicidad también debe ser personal. Por lo que yo sufro, tal vez es irrelevante para otros o, si no irrelevante, no represente una causa para no ser feliz. A lo que voy es a que no des por hecho que tu felicidad hará felices a otros. Incluso, tu felicidad puede hacer infelices a otros. ¿Paradójico? Para nada. Lamentablemente, pero hoy es común en nuestra sociedad. Los éxitos ajenos crean más infelicidad que felicidad. La envidia destroza a los seres que se comparan y critican. Son entes condenados a la infelicidad perenne. Sólo ve por lo que te hace feliz. Persíguelo hasta que lo consigas. No pierdas tiempo envidiando. No sufras por lo que tienen y hacen los demás. Borra la intención de ser feliz como alguien. Se feliz como TÚ quieres, eso basta. “Demasiados pensamientos respecto al poco sentido que tiene planear. Después de medio de siglo de vida, ¿no acepto que en esta vida lo válido son sólo hechos? Es infantil no poder aceptar que las intenciones no son nada, porque el único que las valora, es el que las tiene.”. Así finalizó Mateo otra rebuscada reflexión. Caminaba hacia el Centro, huyendo de la mala leche de Patricia. “¡Carajo! Sólo busco motivarme y compartirlo. No quiero aplausos. Una sonrisa bastaría, aunque sea fingida, pero no, siempre tiene un comentario desgarrador y destructivo.” Pateó una piedra que fue a estrellarse en el parabrisas de un Chevy, haciéndolo añicos. En dos segundos tomó la decisión que cambiaría todo, correr. De Edison corrió a Reforma, pero justo al voltear la esquina, se estrelló con un policía, este cayó de espaldas golpeándose la cabeza irremediablemente perdiendo el sentido. Intentó ayudarlo, pero no hizo mucho. No tardaron en llegar sus compañeros y como suele ocurrir en esta bendita ciudad, lo arrestaron por sospechoso, ¿de qué? Nadie tenía la claro. Sin ninguna acusación ni acusador, fue llevado a los separos de la delegación Cuauhtémoc. El Ministerio Público sólo le dijo, “Aquí ser sospechoso es lo peor. Por eso, por si son peras o manzanas…”. Había dos hombres en la celda que siguieron su entrada con la mirada. Aunque la iluminación era escasa, pudo distinguir sus rostros y retrete al fondo. Cerraron la reja detrás de él. Mateo avanzó hasta el centro de la jaula, transmitiendo inmediata e inconscientemente su vulnerabilidad. “Tranquilo. Soy Joel y él, el putón, es Martín. Todo va a salir bien, ¿o qué hiciste?”, le dijo uno de los hombres. Mateo no respondió, confirmando su pánico. Joel, que era un manipulador, no dijo más, sólo lo invitó a sentarse junto a él. Mateo obedeció para terminar la incomodidad de estar parado. De inmediato Joel lo tomó del cuello con mucha fuerza en un supuesto gesto de aprecio. A Mateo no le gustó, disparó su miedo y aunque lo liberó después de unos segundos, sonriendo, fue la confirmación de que ya lo consideraba un ente a su merced. Seis horas transcurrieron en medio de la monotonía total, porque ni siquiera Joel y Martín hablaban. Joel como todo buen manipulador, lo observaba. Veía a Mateo inmerso en sus pensamientos, por lo que, agresivamente preguntó, “¿Qué piensas de mí cabrón?”. La respuesta sencilla era, “Nada”, pero hubiera confirmado el pánico que sentía. Por eso mismo tomó unos segundos antes de responder. “En que sabes mucho de esto…”, le dijo “…y quiero saber qué esperar.”, respondió con aparente tranquilidad. Joel sonrió para disfrazar su sorpresa por la inesperada respuesta. “Depende qué hayas hecho.” “Me estrellé con un policía y se rompió la cabeza.” “¿Accidentalmente?”, preguntó Joel. Mateo asintió con la cabeza. “Bueno, eso no importa. Estás frito. Van a chingarte.” “¿Así nada más?” “¿Eres famoso o influyente?” “No.” “Entonces, sí. Así nada más”, concluyó Joel. Para cuando anocheció, por más vueltas que Mateo daba al asunto, sabía que Joel tenía razón. Su tensión creció y se hizo notoria. Joel lo notó inmediatamente y sólo dijo, “Nos vamos mañana.”. Martín, que no había dicho una sola palabra en casi ocho horas, complementó, “A los sospechosos nunca nos pueden comprobar nada.” Joel lo vio con molestia y continuó, “Nos vamos, porque nadie corroboró la acusación, pero no iba a eso. Tú situación es grave. Atacaste a uno de los suyos…” “No lo hice.”, interrumpió Mateo. “No les importa. Ni siquiera si no fuiste tú. Sólo importa que alguien pague.” Mateo lo miró fijamente a Joel con el reflejo del terror en sus ojos. Joel cerró los ojos y aún con los cerrados, le dijo, “Mi consejo, no aceptes tu culpabilidad, pase lo que pase.”. Ahora Mateo no sabía qué pensar, “¿A qué venía ahora la recomendación?” Llegó la cena, pero ninguno de los tres la probó. El policía sólo sonrió cuando vio que ninguno había tocado su plato. Para Mateo, era como si les dijera, “No saben lo que les espera.” Vino la obscuridad y con ella los pensamientos catastróficos para Mateo. Imaginaba una golpiza, una tortura, pero Joel tenía razón, no era culpable. Sudaba frío y la angustia se desbordaba. No durmió. Al otro día, temprano, un guardia se llevó a Joel y Martín. Mateo fingía dormir. Todo ocurría en completo silencio, lo cual se le hizo muy extraño. Ahora estaba completamente solo, sintiéndose más vulnerable. Podría ser atacado en cualquier momento, además notó que no había otros reclusos, lo cual no detectó mientras estaban Joel y Martín. Pareciera que todo estaba preparado para atacarlo. Un guardia llevó su comida. Mateo agradeció con una sonrisa. Al verlo el guardia, le pidió que se alejara, recogió el plato y cerró la reja. “Me van a matar de hambre y sed.”, pensó. Hasta la noche apareció otro guardia. No traía nada consigo. “¿Te diste el lujo de no comer ayer? Vamos a ver cuánto resistes.”. Llegó la mañana del día en Mateo que cumpliría cuarenta y ocho horas encerrado. Ya no pensaba en comida, sino en agua. Estaba tirado en el medio de la celda, tan débil que no alcanzó a levantarse cuando otro guardia se acercó con un plato y una jarra. “¿No la quieres? Perfecto.” El guarda se retiró dejando a Mateo tirado y suplicante. Entre sus alucinaciones apareció el rostro de Joel uniformado llevándose el plato y la jarra de agua. “Era él.”, se dijo así mismo. Recordó el “nunca aceptes la culpabilidad”, pero ahora como una maldición que completó con un, “porque terminarías con nuestra diversión.”. No había más que hacer, estaba perdido. Patricia dejó de verlo dos días, pero no lo extrañó. Lo buscó pasados cinco, pero para ese entonces, Mateo llevaba dos días muerto. “Tengo cáncer”, me dijo con naturalidad, muy inusual, para alguien que sabe que puede tener sus días contados. No la tomé en serio. Creí que bromeaba, porque se refería a enfermedad mortal con la tranquilidad de quien te avisa que tiene hambre, sueño o pereza. No detectó que no la tomé en serio, porque continuó hablando, -Me acabo de enterar ayer. No hay remedio. Me quedan seis meses de vida, a lo más. Claro, tendría que meterme en una burbuja y vivir esos ciento ochenta días como un monje. ¿Tú qué harías? -, preguntó, ahora sí sorprendiéndome. Antes de que pudiera responder, ya hablando estaba de nuevo, “¿Sabes qué es lo primero que quiero hacer? Anestesiar de inmediato este pinche pánico. No se me nota, ¿verdad? Pero me estoy desbaratando por dentro. ¿Te acuerdas cómo definí el miedo una vez?” “Sí, como la sensación de un hilo descendiendo por el recto”, respondí. “Correcto. La diferencia es que estoy sintiendo cinco al mismo tiempo. Por eso quiero anestesiarme. ¿Sabes cómo?” De nuevo, antes de que pudiera responder volvió a hablar, “¡Emborrachándome hasta perder el sentido! Quiero borrar la realidad, aunque sea temporal.” La observé y pensé, “¿Qué le dices a alguien al que le quedan seis meses de vida? ¿Lo siento?” Sólo se me ocurrió fue actuar naturalidad y desde luego, no mencionar nada de la trágedia. Con un ademán, le indiqué que empezara a pedir. “¡Nooo amiguito! Ya me lo han hecho muchas veces.”. No entendí qué pasaba, pero antes de que pudiera preguntarle, me dijo, “Cuando tomo de más y ven lo que acostumbro tomar, con un inofensivo, “voy al baño”, se liberan de la invitación y me dejan, generalmente borracha y sin un quinto para pagar.” Negué moviendo la cabeza, sin comentar nada al respecto. Podría interpretarse de dos formas, como crítica a quienes la habían abandonado o como garantía de que no le ocurriría conmigo. Le hablé al cantinero, “Un Conmemorativo doble en copa y…”, la señalé con el dedo índice esperando su respuesta, “Igual”-, dijo escuetamente, dejando a un lado las exquisiteces de marcas rimbombantes. Le di mi tarjeta al cantinero y pedí que abriera una cuenta. “¿De qué quieres hablar?”, pregunté, pero no esperé a que respondiera. “Supongo que de cualquier cosa. Claro, menos de tu enfermedad”, concluí sin miramientos. Me observó fijamente. Era como si quisiera tatuar ese momento en su mente. Pensé que de ahora en adelante sería así. Reflexionaría sobre todo momento que disfrutara porque empezaría a considerarlos irrepetibles. Acumularía detalles y, tal vez, en su soledad o en su lecho de muerte los recordaría. Era tremendo lo que imaginaba. Me sentí devastado por lo que mi amiga sufriría. “¿Qué nos impide actuar así con los demás siempre?”, me pregunté. “Nunca considerar seriamente que somos finitos, hasta que estas desgracias nos vuelven la realidad inesperada y cruelmente.” Por un momento, ninguno de los dos habló. Observaba su peculiar mirada intentando adivinar qué pensaba. Esperé en silencio que dijera algo. Yo ya no podía hablar. Por fin me dijo, “¿Tienes tiempo? Quisiera detallarte mi último deseo.”. Me pareció ridículo que me preguntara si tenía tiempo. Respondí con un gesto de extrañeza previo, respondí, “¡Claro que sí tengo tiempo! Dime.”. Empezó a hablar. Bajó su tono de voz, indicándome que diría algo personal y confidencial. Me acerqué. Entonces me dijo, “Hace días, estoy exagerando, hace horas, no tenía deseos. Desear, lo consideraba una idiotez. Los deseos los veía como ocurrencias, propósitos irreales que giran alrededor aspectos trillados de salud, economía personal y, ya sabes, todo lo que imagines que es un disparador para tu felicidad.” Iba a proseguir, pero en ese momento llegaron los tequilas, que, para haber estado sentados en una barra, habían tardado una eternidad. Se lo reclamé al cantinero, pero se justificó estupendamente diciendo que la marca de tequila que había pedido no la tenía y la había mandado a comprar. “Eso sí, ahora toda la botella es toda para ustedes.”, nos dijo con una sonrisa y un gesto de agradecimiento por nuestra comprensión. Me convenció. Sin decir nada más, tomó su tequila y de un trago vació la copa. Apareció el gesto de repulsión, pero no pasó de eso. “Disculpa, ni siquiera te dije salud, pero hubiera sido muy paradójico, ¿no crees?”, me dijo sonriendo. “Además, ¡necesitaba tanto este trago! ¿Puede pedir otro? Ahora sí lo voy a disfrutar.”. Llamé al cantinero, pidió y continuó, “Al enterarme que terminaría todo, empecé a desear. Desde luego el de salud en primerísimo lugar, dinero, para nada, y amor, bueno, me daba lo mismo. Es paradójico que al final, desear sea en un consuelo, ¿no lo cree? Ya sé, demasiado tarde. Sin embargo, al fin comprendí lo que se persigue deseando, quitar lo que se interpone entre tú y tu felicidad.” Tomó un respiro y continuó. “La primera noche en calidad de desahuciada, no dormí. Temblaba desesperado por no saber que vendría. ¿Qué sentiría después de mi último latido? ¿Tendría consciencia? Preguntas sin respuesta. Entonces deseé que todo pasara rápidamente, pero al mismo tiempo deseaba, nuevamente, hacer cosas que siempre quise hacer, pero nunca pude o no me atreví.”. Me miró consciente de su incongruencia y de lo evidente que era su confusión. Guardó silencio y bajó la cabeza. Sentí su desesperación por querer hacer, pero sin saber qué. Quería ayudarla a ordenar sus ideas. “Dijiste que quieres hacer cosas que no pudiste o no te atreviste, ¿dime algunas?”, pregunté. “Ya ni siquiera puedo pensar en ellas.”, me dijo con lágrimas en los ojos. Intenté ayudarla, mencionando lo que todo mundo desea. “¿Viajar? ¿Conocer un lugar o a una persona?”. Me miró fijamente y dijo lo que deseaba. “No quiero morir sola.” Supuse que no quería agonizar en soledad, pero no se refería a eso. “Quiero que mueras conmigo.” Mi rostro debió mostrar sorpresa, espanto y rechazo, pero no la detuvo para decirme, “Piénsalo, no tienes que decidir ahora.” La pena por ella desapareció. Pedí la cuenta, pagué y salí del lugar. No volví a saber de ella. Ha pasado un año, supongo que murió, pero no lo puedo asegurar. Ahora, mientras escribo estas líneas, pienso en su desesperación y profundo temor, que seguramente tendremos todos en su momento. Me arrepiento de mi reacción, ¿indignarme frente a una desahuciada? Pude haber hecho algo más digno. Al final, ella mostró más dignidad. Nunca más me buscó, lo cual, al describir la experiencia, me afecta aún más, porque yo tampoco lo hice. No me lo perdonaré, ni siquiera haber tenido veinticinco me justifica. Hoy es el primer día de tu viaje y es extraño que quiera narrar las experiencias de una aventura en la que no estaré presente. Sin embargo, creo que mi preocupación natural, me hace capaz de poder imaginar, describir y narrar tu satisfacción o repulsión a lo que veas, experimentes y por primera vez conozcas. Será interesante. Todo es inventado, desde luego, cien por ciento producto de mi imaginación. Las historias, que redactaré a manera de un diario de viaje, en primera persona, serán resultado de mi creatividad, pero con un toque premonitorio de lo que yo creo que tú harías. Escribiré como si estuviera dentro de tu cabeza, como si supiera lo que piensas y lo que sientes. Es un ejercicio muy ambicioso, lo sé, pero lo voy a llevar al cabo con éxito. Espero que te guste. Primer día. Abril 7, 2017. Ya estoy en el centro de la Ciudad de México, el cual se encuentra tapizado por el sol abrasador que invita a los transeúntes a buscar espacio en las escasas sombras que no están abarrotadas. Son las 4:00 pm, la hora acordad. Llegué a propósito. no quiero arriesgarme a perder la oportunidad de viajar solo por primera vez en mi vida. Sé que será un viaje extraordinario en todos los sentidos, además de que me servirá para probarme a mí mismo de que soy capaz de hacer lo que quiero como quiero y al mismo tiempo va a tranquilizar, en cierto modo, a un padre excesivamente cauteloso y a una madre desconfiada de todo. Voy a Roberto Barrios, Chiapas, muy cerca de Palenque y aunque la realidad es que no sé qué esperar, dentro de mí presiento que va a ser una de las mejores experiencias de vida. Claro que se trata de un viaje con más incógnitas que certezas, eso es lo que lo hace más atractivo, además de la expectativa vivencial y la gran oportunidad de experimentar muchas de las situaciones que más me agradan. Sonrío porque pienso que a nadie he logrado convencer con estos argumentos, pero no pueden hacer nada que desearme que todo resulte como lo espero. Para mis padres todo esto es una locura, una aventura sin pies ni cabeza y con mucho riesgo, pero no me importa, voy a hacerlo. Ya no quiero ni puedo esperar las condiciones perfectas, estas nunca llegan. Me voy seguro de que la voy a pasar bien y de que todo va a ser como lo imagino. Al momento en que escribo esto, ya hemos tomado la carretera. Son casi tres horas después de nuestro encuentro en el Zócalo. La idea es viajar de noche, lo cual es fabuloso ya que tengo el don de dormirme de inmediato en cualquier vehículo en movimiento. Antes de cerrar los ojos, reviso discretamente a las personas que componen el grupo con el que conviviré once días, todos parecen agradables, creo que no podía ser de otra manera. Además, para estar aquí, deben tener ideas, creencias y pensamientos similares a los míos. Va a ser una excelente experiencia. Segundo día. Abril 8, 2017 Ya ha amanecido. La luz del día permite ver el verdor de la selva en todo su esplendor. El calor es sofocante, pero no me molesta. Ya estamos muy cerca de Palenque. Podría decirse que ya llegamos, ya que nuestro destino final se encuentra a cuarenta minutos de las ruinas. ¡Fabuloso! No he conversado más de la cuenta con nadie. Seguimos en el proceso de conocernos. Todos lo hacemos con cautela. No sé aún con quién congeniaré más o con quién menos. Sólo me limito a actuar como parte del grupo, mostrando mi disposición para cooperar con lo que se me pida. Se parece mucho al primer día de clases en una nueva escuela. Hemos llegado a Roberto Barrios. Es una comunidad en medio de la naturaleza. Leí que la población es de 1,650 personas. Martina, que es la guía y líder del grupo, nos da las primeras indicaciones respecto a lo que vamos a hacer, los apoyos que vamos a brindar y cómo nos organizaremos para llevarlos al cabo. Después pasa a la logística de acomodo de nuestras pertenencias, cómo dormiremos y dónde dormiremos. Quién nos proporcionará los alimentos y los horarios que tendremos para trabajar, tomar alimentos y recreación. Menciona como aspecto muy importante que es lo que no está permitido dentro de la comunidad. Vamos a ser parte de ellos y tenemos que respetar al cien por ciento sus reglas de convivencia, sociales, higiénicas y de tránsito. Nos disponemos a bajar del camión ya con todas las indicaciones en mente. Pisar esta tierra tan lejana y recóndita me hace sentir como un conquistador. No sé si los demás sientan lo mismo, pero el pensamiento se me hace petulante, desde luego, no lo externo. Me ha tocado estar en el grupo con Samuel, si supiera que se llama como mi perro y con Claudio. Ambos son mayores que yo, Samuel debe tener treinta años y platica que hace dos años se unió a algo similar, pero con los tarahumaras en Chihuahua. “Esos si están muy jodidos. Se mueren literalmente de hambre y frío. Es vergonzoso que en pleno siglo XXI, en México, la economía décimo quinta o sexta del mundo, su población siga muriendo de hambre.”. Le pregunto, si cree que su esfuerzo no valió la pena. “No lo sé”, responde, para después continuar, “Puse mi grano de arena, que de algo debe haber servido.”. Su respuesta me vuelve los pies a la tierra. Sé que no vamos a terminar con las penurias del mundo, pero al menos tal vez contribuyamos para resolver una o dos de todas las que existen. Mi otro compañero, Claudio, no ha vivido nunca esta experiencia. Su meta es totalmente altruista y en cierto modo, percibo que puede llevar un tinte religioso con estas acciones. No pregunto más para no abrir una discusión. Voy a respetar todas las perspectivas de este proyecto, que al final persigue lo mismo, el beneficio de comunidades desamparadas. La noche está a punto de cubrirlo todo. Nunca había visto una tan obscura ni tan naturalmente ruidosa. Sí, así es, miles de seres aparecen con sus sonidos. Al caer la noche, la selva se convierte en una sinfonía espectacular, que sólo se puede apreciar y describir estando aquí. Es una noche decisiva para el arrepentimiento o la aceptación, en mi caso, ya es totalmente de aceptación. Tercer día. Abril 9, 2017. Despierto tranquilo y descansado. Todos parecen estar en las mismas condiciones que yo. El objetivo es levantar una clínica para esta comunidad la cual tendrá la finalidad de atender a tiempo varias enfermedades no graves, pero cuyos síntomas son incómodos para quienes las padecen. Voy a aprender a hacer trabajos de albañilería, quién me viera. No pegaré ladrillos, seré asistente de quién sabe hacerlo. Ojalá una semana baste para concluir la clínica. Por primera vez estoy involucrado en lo que se conoce como trabajo comunitario. El título lo dice todo, pero considero que la definición va más allá del verbo colaboración, que desde luego está implícito. La subjetividad del concepto dispara los sentimientos altruistas y de compromiso de las personas. No hay más, definitivamente tienes que estar convencido completamente de por qué estás aquí y con toda la disposición de llevarlo al cabo con toda tu convicción. Mientras me reporto con Jacinto que es líder de la construcción observo todo lo que me rodea. Sonrisas por todos lados, lo que podría titular una postal como “¡Ganas de hacer!”. Sólo con ver este ambiente sé que vamos a tener éxito. Mi primera contribución es acercar unos tabiques y ponerlos cerca de Jacinto. La cimentación y aplanado del piso fue hecha antes de que llegáramos por los habitantes del pueblo. Nuestra meta es levantar al menos tres consultorios de tres por tres metros y dejarlos funcionales. En principio, no tendrán techo, los habitantes se encargarán en las próximas semanas de colocarlos con hojas, ramas y madera, tal como lo tienen en sus chozas. He acomodado los tabiques tal como me lo ha indicado Jacinto. Mientras él prepara la plomada, la antiquísima técnica para que no haya ninguna desviación en el levantamiento de los muros. El calor podría considerarse insoportable, pero gracias a la original conversación de Jacinto y comentarios sarcásticos de los miembros de los demás grupos el trabajo se hace muy llevadero al grado que cuando menos los espero ya estamos en el primer descanso. Reviso a todos los personajes a mi alrededor. Es increíble que todo sea tan relajado en estos lugares tan recónditos. Me pasa por la cabeza dejar todo (¿qué es todo?) y no regresar a la jungla, pero de asfalto. ¿Podría vivir así el resto de mis días? No lo sé, tal vez si me pudieran garantizar que voy a estar sano siempre…porque enfermarse aquí, en medio de la nada, debe ser terrible. Me di cuenta de que llevaba al menos diez minutos imaginando una vida selvática. Jacinto no estaba en su lugar, por eso nadie había interrumpido mi sueño. No pasó mucho antes de que lo viera acercarse. Traía dos cocos, me entregó uno de estos. Bebí el agua helada con un poco de ansiedad. Estaba deliciosa y en ese momento era lo mejor de lo mejor. Agradecí el detalle con una sonrisa y me animé a preguntar, “¿Desde cuándo estás aquí?”. No respondió. Me miró con seriedad, como si buscara que ese gesto fuera la respuesta, “No es de tu incumbencia.”. Sin embargo, no me di por aludido y permanecí impasible esperando su respuesta. “Voy a cumplir tres años este verano.”, respondió escuetamente, pero antes de que le hiciera otra pregunta, añadió, “Y no tengo intenciones de irme en mucho tiempo. Esta es la vida que me gusta.”. No pregunté más. Entendí que no venía al caso averiguar más, incluso podría tomarse como una intromisión a su intimidad. Terminé el agua, con arrepentimiento, porque ya no tendría más y el calor iba en aumento. Reanudamos el trabajo y los avances logrados al final del día fueron de orgullo, ya que fuimos los únicos que logramos levantar dos muros completos. La noche se apoderó del pueblo y de mí. El agotamiento apareció con la obscuridad y me hizo, sin mayor esfuerzo acurrucarme sobre mi sleeping y dormir de inmediato teniendo un árbol del hule como techo. Cuarto día. Abril 10, 2017. Despierto antes de que amanezca. No veo nada, pero de nuevo la combinación de los sonidos de la selva con la obscuridad, me cautiva. Permanezco en silencio, sólo escucho los ruidos irreconocibles de insectos y aves que seguramente presienten que se acerca un nuevo amanecer. Es increíble estar aquí. Poco a poco empiezo a distinguir figuras que van emergiendo una a una de la obscuridad, un árbol, un arbusto, una choza, pastizales. “Surge la vida”, así lo describiría si lo estuviera filmando. Cuando pienso en esto, recuerdo la petición que me hizo mi padre, de que tomara fotografías. No he tomado una sola. “Será increíble y muy original captar esto. Intento captar el horizonte, pero no veo nada, todo sigue muy obscuro. Sin embargo, tomo la foto esperando que pueda verse algo después. Al parecer soy el único que ya ha despertado. No sé dónde están Claudio y Samuel, ayer cuando me fui a dormir, ya no los vi. Falta un minuto para las siete de la mañana, ya puedo distinguir perfectamente todo lo que me rodea. “Sí viviría aquí”, me digo, recordando al mismo tiempo la idea que tiene mi mamá de irse a vivir a Campeche y de mi papá de vivir en Progreso, Yucatán. “Sería fabuloso.”, me digo a mí mismo en voz muy baja. Cuando vuelvo a la realidad, veo a lo lejos que se acerca Martina. Le veo el rostro sonriente como si fuera a darme muy buenas noticias. Parada frente a mí, me saluda con unos buenos días muy atolondrados, como si quisiera salir de los formalismos e ir directo al grano. “Te han elegido…”, me dice sonriendo. La observo con un gesto que sólo puede interpretarse con una gigantesca incógnita. Intenta proseguir, pero no puede, la risa no se lo permite. Sonrío y sólo le digo, “Respira hondo. Ahora sí, dime, me eligieron para…”. Sigue mi recomendación, respira profundamente y continúa, “…para que les des pláticas…”, vuelve a surgir la risa, pero ahora son carcajadas. Yo sólo la observo dejándola que se desahogue completamente. Me mira con una sonrisa, vuelve a respirar profundamente, se limpia las lágrimas provocadas por la risa y vuelve a intentar terminar la oración, “…de educación sexual para las adolescentes y alguna que otra mayorcita.”. La miro con cara de sorpresa, aún sin entender, mejor dicho, ¡incrédulo totalmente! Ahora el que inhala profundamente el denso aire de la selva antes de hablar, soy yo. Sin embargo, me he comprometido a apoyar el proyecto y sencillamente acepto lo que me encomiendan con una sonrisa y confirmando, “Perfecto, ¿a qué hora inicio?”. Para la hora del desayuno ya todos saben cuál es mi asignación para ese día. No estoy nervioso ni preocupado, lo que realmente es un reto, es lograr transmitir y convencer sobre conceptos, prácticas y costumbres de sexualidad del siglo XXI en una comunidad que ha basado y justificado su progreso en la práctica y seguimiento de principios respetados por más de cinco siglos. Después del desayuno cada uno de nosotros nos dirigimos a cumplir con las asignaciones de ese día. En mi caso, Martina me conduce hasta una choza en el perímetro del pueblo que hace las veces de un salón de clases. Al entrar, me encuentro sólo con mujeres con edades entre trece y sesenta años, tal vez. Son veinte o veinticinco mujeres las cuales están sentadas en el piso de tierra. Pasamos al frente del salón, el cual queda libre para Martina y para mí. Martina voltea verme solicitando mi consentimiento para iniciar. Me presenta y suelta la pregunta sin ninguna red, “¿Quiénes de aquí saben cómo se hacen los niños? Por favor levanten la mano.”. Para mí sorpresa y supongo que para Martina también, en el salón sólo se ven diez o doce manos levantadas. Desde luego ninguna de las niñas presentes la ha levantado, pero la mayoría de las jóvenes mayores de dieciocho, tampoco. “Esto va a ser más difícil de lo que pensé.”, me digo a mí mismo en voz baja. Después de la sorpresiva encuesta, Martina ya no hace más preguntas y para mi gigantesca sorpresa, pasa directamente a presentarme. Doy un paso al frente, me limpio la garganta y me mantengo en silencio observando las caras de mi auditorio. Todas me están mirando fijamente. Me siento cohibido y nervioso porque no tengo idea por dónde iniciar una plática como estas. Inicio mi discurso, “La pregunta de Martina es de suma importancia…” afirmo, “ya que, en todo lo que hacemos, el no contar con la información completa puede llevarnos a equivocarnos con mucha facilidad.”. Mi afirmación deja impasibles a mis oyentes, lo cual me hace dudar sobre la claridad de mi exposición. Volteo buscando a Martina, pero esta, ya se ha marchado. Estoy solo a merced de veinticinco mujeres a las cuales debo asesorar en referencia a su sexualidad. Intento obtener su atención siguiendo la estrategia de preguntar a alguna de ellas lo que espera de mi plática. Silencio absoluto y tenso que me obliga a iniciar mi exposición describiendo las complicaciones de tener hijos antes de siquiera cumplir los dieciocho. Las mujeres mayores, las que parecen mayores de treinta hacen un gesto de extrañeza, pero se mantienen en silencio. Sin embargo, me atemoriza el que mi plática pueda tocar algún tema “tabú”. Me vienen a la mente infinidad de tópicos, placer sexual, relaciones no sólo para reproducirnos, aborto, anticonceptivos, pero no me atrevo ni siquiera a insinuarlos. Cleotilde, una de las mujeres de mayor edad y partera oficial de Roberto Barrios, que ha traído a este mundo a la mitad de sus habitantes pregunta, “¿La clínica va a atender a las mujeres preñadas?”. La pregunta me saca de balance, primero porque desvía mi atención de lo que considero debe ser una plática formal de educación sexual y segundo porque no sé la respuesta, Otro silencio más, lo cual está convirtiendo mi exposición en una verdadera pesadilla. Llevo casi cuarenta minutos parado al frente y no le he aportado nada. El calor empieza a incrementarse y junto con este, que acelera mi nerviosismo y además me hace sudar como nunca. Las ventanas y la puerta están abiertas, pero siento que la temperatura ya ha rebasado los cuarenta grados. Sin embargo, cuando me acerco a la ventana buscando un poco de frescura y veo a Martina acercándose a la choza, siento un gran alivio. Entra y antes de que diga nada, le pregunto, “¿La clínica va a atender a mujeres embarazadas?”. “Desde luego”, responde con toda seguridad y tranquilidad, sin darse cuenta del gesto de enojo que ha provocado en Cleotilde. Trato de advertir a Martina que Cleotilde se ha molestado, pero no está viéndome. Intervendría, pero no sé qué decir. Martina, pregunta a manera de retroalimentación, “¿Cómo va todo?”. En primera instancia no hay respuesta, pero antes de que prosiga, Cleotilde ya ha levantado la mano, Martina le concede la palabra. “¿Qué se creen ustedes?”, pregunta Cleotilde con altanería manifiesta. Aunque había percibido la molestia de Cleotilde, me sorprendo, igual que Martina, que de inmediato voltea a verme con un gesto que denota la única pregunta que cabría en una circunstancia así, “¿Qué has hecho?”. Tomé el toro por los cuernos y abiertamente informé a Cleotilde que no estábamos ahí para perjudicar a nadie. “Si usted es la experta en partos en el pueblo, seguramente la nueva clínica requerirá de su apoyo. Más allá de los conocimientos requeridos, que los tiene, está la confianza que las personas de este pueblo tienen en usted.”. Martina me volteó nuevamente, pero ahora destacando un gesto de abierta aceptación. Cleotilde se había tranquilizado y se limitó a decir. “Muchas gracias por la aclaración.”. Para este momento llevábamos ya casi dos horas empapados en un sudor pegajoso y no había ningún avance en cuestiones sexuales, por lo que, sin consenso y sin esperar el consentimiento de nadie, decidí tomar un receso de diez minutos para refrescarnos. Platico con Martina sobre la situación. Desde luego no hay ningún reclamo, pero coincidimos que tocar los temas de la sexualidad, política y de sociedad, no nos compete. Lo más que podemos hacer es dejar por escrito lo que pretendíamos exponer y que cada quien decida acatarlo o desecharlo. “No es lo más efectivo, pero es lo más seguro para que no nos echen de pueblo a las primeras de cambio.”. Martina está de acuerdo y me pide que haga un bosquejo para que lo revisemos juntos. Quinto día. Abril 11, 2017. Aunque suspendimos las pláticas de educación sexual, no se desaprovechó el día y pudimos platicar un largo rato con las mujeres del pueblo, conocer un poco más su forma de pensar y de sentir y así, ganar un poco más de su confianza. Después de estar con ellas, concluí que estas mujeres aun con sus limitaciones culturales y sociales, no se diferenciaban mucho de la forma de pensar de muchas mujeres citadinas, en este del siglo XXI y del nivel socioeconómico bajo. Se menosprecian de facto, porque han sido educadas para servir y sus opciones de felicidad se reducen a hacer felices a otros, principalmente a sus hijos y cónyuge. Esa es su máxima satisfacción, lograr la felicidad de su familia, aunque sea a costa de la suya. Preparé un bosquejo de Educación Sexual ridículo. Si lo hubiera hecho para alumnos de primaria, sería ofensivo de su inteligencia, pero no puedo ir más allá de lo permitido por una sociedad desconocida y que muy fácilmente puede sentirse ofendida. Las costumbres hay que respetarlas y aunque se quiera que estos pueblos olvidados de la ciencia, las comunicaciones y tecnología empiecen a ser parte del siglo XXI y en algunos casos aunque sea del siglo XX, debe hacerse con mucha cautela respetando sus creencias, costumbres y tradiciones. Le muestro el bosquejo a Martina, está de acuerdo en que no podemos hacer más. Concluimos que el portavoz de esto debe ser Cleotilde y dejar que decida a quién debe darse este material y cómo debe ser difundido y explicado. Solo nos queda la esperanza de que sirva para despertar el interés de algunas mujeres para conocer más del tema. Sexto día. Abril 12, 2017. Me reúno con Samuel y Claudio para desayunar. Al parecer la forma en que concilié el desacuerdo con Cleotilde ya es del conocimiento del grupo, lo cual me hace sentir bien y me da nuevos ánimos para continuar mi trabajo con Jacinto en la construcción de la clínica. Sin embargo, justo cuando me preparo para ir hacia allá, aparece Martina y me pide que la acompañe a visitar a varias familias. Nuestra misión es que las visitas periódicas de nuestro grupo no sean vistas o consideradas una intromisión. Me resume, “Deben confiar en nosotros y no pensar que de alguna forma los vamos a chingar. Son comunidades a las que les han prometido mucho, cumplido poco y chingado en el proceso. Por la forma como te desenvolviste y atajaste el reclamo de Cleotilde, creo que eres el indicado para negociar, ya no con viejas argüenderas si lo quieres ver así, pero con los verdaderos representantes el pueblo, el presidente municipal, representantes religiosos, representantes de los nativos, etcétera. Veo que tienes mucha idea de qué se trata todo esto. Tu vocación altruista es natural y la transmisión de tus ideas convence. Creen en ti y en lo que les dices y eso es lo más importante, contar con su confianza. Que estén seguros, que lo que estamos haciendo por ellos, es totalmente desinteresado y no esperamos nada a cambio, sólo comprobar que lo que pretendemos, se ha conseguido.” Séptimo día. Abril 13, 2017. Pienso en el séptimo día como una fecha de transición, de cambio. No tengo ninguna base para afirmar que pudiera ser así, simplemente así lo percibo. De cierta manera me siento motivado por ser reconocido como una persona con buena argumentación como negociador. Lo que me ha dicho Martina lo considero trascendente para mis actividades futuras. Ha rellenado mi tanque de confianza haciendo que me sienta muy capaz de conseguir lo que busco al través del debate limpio, argumentativo y que tenga como única finalidad el beneficio de estas comunidades. Cuando Martina me anuncia que hoy tenemos una reunión con el presidente municipal de Roberto Barrios, se devela el misterio de porque percibo que el séptimo día en Roberto Barrios puede traer consigo muchos cambios para mí. La cita será en la tarde, “¿Preparo algo en particular?”, pregunto. “Te lo dejo a tu criterio. Vas a conversar con un ser extremadamente machista. Tú sabrás cómo controlarlo y por dónde llevar la conversación.” Es la única información que recibo, lo cual equivale a si tan sólo me hubiera dicho, “Estas por tu cuenta cabrón”. Llegamos al Palacio de Gobierno con el sol de la tarde cayendo a plomo, todo parece tan oficial, tan formal, que me imagino como un embajador de las que denominaré íntimamente, “Tierras Civilizadas”, que viene a negociar con estos aborígenes la adopción de todas las maravillas que el siglo XXI puede ofrecerles. Recapacito sobre lo que estoy imaginando, mejor dicho, alucinando y me doy cuenta de que la realidad es que ni siquiera sé dónde estoy parado. Voy a conversar el emperador, que además tiene fama de comportarse como una bestia machista y que seguramente ya sabe que yo soy el promotor de una de las modas citadinas, la llamada “educación sexual”. Entramos por la puerta principal sin más trámite y subimos por unas escaleras. Sigo a Martina que a su vez sigue a un empleado muy joven, Inocencio, que incluso es más joven que yo. Nos trata con exagerada amabilidad y respeto. Me imagino como Cortés camino a reunirse por primera vez con Moctezuma Xocoyotzin. Lo único que falta que es nos llenen de regalos, desde luego no llega a tanto. Entramos en una pequeña estancia, quedando frente a un portón de madera que, aunque está cerrado no aísla la conversación de las personas que están adentro. En este caso, parece ser que el presidente está en una llamada telefónica. Me imagino que sabe que todo lo que dice se escucha en su sala de espera. Sin embargo, no se limita con las groserías e incluso llega a referirse a Martina y a mí como “Unos latosos de la ciudad con los que me voy a reunir.”. Martina y yo nos volteamos a ver al escucharlo y sonreímos. Toca otros temas de los que no tenemos ideas y termina colgando la bocina. Escuchamos perfectamente todos sus movimientos. Supongo que es nuestro turno. Oímos sus pasos como se dirigen a la puerta. “No te vayas a reír”, me advierte Martina un segundo antes de que se abra la puerta y aparezca el presidente. No sé qué pensar, pero sé qué si hay algún motivo para reír, no me voy a controlar. Se abre la puerta y de inmediato aparece un ser que con el rostro de Sam Bigotes e incluso de su tamaño. Muerdo con fuerza mi dedo índice derecho para evitar reírme abiertamente. “Buenas tardes coronel”, le dice Martina mientras extiende la mano y este la toma para besarla. Muerdo con más fuerza. Es mi turno, “Buenos días co…”, no puedo. Respiro hondo y simulo que voy a estornudar, vuelvo a inhalar con fuerza y continuo, “…coronel”. La crisis ha pasado. Estamos sentados frente al coronel Maximino Plancarte, presidente municipal de Roberto Barrios desde 2016. El coronel empieza hablar y expresa con la monótona retórica de todos los políticos mexicanos lo que espera de nuestra presencia y de paso también, lo que no espera. “Les agradezco mucho a nombre de Roberto Barrios todo lo que van a hacer por nuestra comunidad, pero una cosa se refiere a curar “gripitas” y otra buscar cambiar costumbres”. Volteo a ver a Martina, esperando que responda algo, pero no dice nada.”. El coronel continua su letanía, “Esta es una comunidad pacífica que por muchos años ha vivido en santa paz. La modernidad, lo acepto, se ha dilatado más que en otros pueblos de Chiapas, pero vieran que no lo extrañamos.”. Se detuvo tres segundos esperando algún comentario de nuestra parte, pero ninguno de los dos abrió la boca, sabíamos que era mucho mejor quedarnos callados. Yo empezaba a desesperarme y más ahora que ya estaba encarnado como el negociador del grupo y además con una confianza desbordada para rebatir cualquier tema con el que no estuviera de acuerdo. Sin embargo, me controlé. Sólo escuché y no refuté ninguno de sus inverosímiles argumentos. Octavo día. Abril 14, 2017. Estoy desayunando con Martina y con todos los demás del grupo, hablamos de diferentes temas, no se toca el de nuestra visita al presidente hasta que Samuel me pregunta, “¿Cómo les fue con el preciso?”. Cedo la palabra a Martina, pero me indica que conteste yo. Parece muy interesada en mi perspectiva de la reunión. “Fue un monólogo político de los años sesenta y setenta.”, respondo. “Presentamos un bosquejo de educación sexual para idiotas, qué además, le pareció escandaloso”. “¿El que me enseñaste?”, pregunta Samuel. “Ese mismo.” “Sí, es para retrasados,”. Me río de su comentario. Martina y yo hemos llegado a la conclusión de que nuestra única aportación que podemos hacer a Roberto Barrios es en materia de infraestructura. No hay posibilidad de ninguna acción social o educativa. Sin embargo, no me desanimo, aunque reconozco que me hubiera gustado muchísimo continuar en mi papel de negociador y aportar más a la sociedad de Roberto Barrios. Continúo con mi desayuno y cuando me estiro para buscar la jarra de jugo, me topo con el rostro de Samuel lleno sorpresa. Martina y yo volteamos al mismo tiempo para ver la causa de su sorpresa. Observamos que el presidente municipal viene hacia nosotros acompañado por tres policías y Cleotilde. Marina me voltea a ver con cara de preocupación, casi segura de que vienen por mí por decir o hacer algo indebido, pero en realidad no tengo idea de lo que sucede y esta situación, más que darme la tranquilidad “del que nada debe nada teme”, acelera mi angustia. “Buenos días”, saluda el presidente municipal, saludo que es correspondido por todos los que ocupamos la mesa con un escueto “buenos” o simplemente con un ademán. Después directamente se dirige a Martina y a mí, “Quisiera hablar con ustedes cuando terminen de desayunar”. El lapso que nos da para terminar de desayunar me tranquiliza casi por completo, ya que, reflexiono, si viniera a detenernos, le hubiera importado un comino lo que estuviéramos haciendo. Aunque nos ha dado tiempo para terminar de desayunar, tenerlo frente a mí, me obliga a apurarme y terminar antes de lo previsto. Martina lo toma con calma, como si le divirtiera verme angustiado y hasta cierto punto, preocupado por saber, lo antes posible, qué es lo que quiere con nosotros. Por fin Martina ha terminado. Jalo la silla para que se levante y nos vamos caminando con el presidente y sus acompañantes. Al llegar a la oficina de la presidencia, me sorprende lo que afirma el coronel Plancarte, “Cleotilde está muy interesada en el programa de educación sexual. Reconozco que no la entiendo, porque si de alguien esperaba un rotundo rechazo era de ella, pero me mejor que ella les explique, mejor dicho, nos explique.”. Cleotilde se pone de pie como una alumna a la que el maestro a pedido que resuma la clase anterior. Se aclara la garganta y nos dice con voz firme, “Leí lo que escribieron y de plano sí creo que nos consideran muy inferiores a ustedes o estúpidos, ¿verdad?”. Martina y yo, abrimos los ojos tanto que nuestro gesto se asemeja más a una expresión de espanto que de sorpresa. Cleotilde nos ve, pero no se inmuta y continúa, “Sólo les faltó decirnos, A ver inditos, deben tener agua y alimento para cuando llegue la cigüeña.”. Sonrió como un gesto para calmar la situación y sin esperar ninguna autorización para hablar, le digo, “Para nada señora, nunca fue nuestra intención rebajarlos. Comprenderá que preferimos parecer estúpidos a que nuestras buenas intenciones sean mal interpretadas y crean que buscamos sus principios escudados en una modernidad que ni siquiera sabemos si les gustara o les será benéfica.” Don Maximino me observa complacido con una gran sonrisa. Por un momento, pienso que, fiel a su tradición política, va a aplaudir. Volteo a ver a Martina, pero para variar, no comenta nada. Cleotilde por su parte agradece la aclaración y después en una forma más tranquila me solicita que nos reunamos para revisar juntos mi panfleto y lo convirtamos en algo que sea realmente útil para el pueblo. Volteo a ver, primero a Martina y después al coronel, ambos mueven la cabeza afirmativamente aprobando la propuesta. “Claro que sí señora Cleotilde, usted dígame cuándo.” “Hoy mismo, después de comer. Nos vemos en la choza que ya conoces a las tres de la tarde. Si es necesario nos quedamos hasta que terminemos. Tengo entendido que mañana se van.”. Queda cerrada la reunión. Salimos de la presidencia en silencio. Me extraña, que Martina no haya comentado nada. “¿Qué opinas?”, le pregunto. “No sé qué pensar”, me contesta con una sonrisa de preocupación de por medio. Cleotilde es una mujer muy influyente en el pueblo. No sé qué pretende.”, afirma con seriedad. “¿Crees que tiene una doble intención su petición?”, le pregunto con cara de extrañamiento, como diciendo “Aquí no puedo ocurrir eso”. No tengo que hablar para que Martina me entienda. Sólo responde, “Lo sabremos, después de tu reunión.”. Llegué a las tres en punto. La “choza – salón” está vacía. A lo lejos veo a Cleotilde y a los tres policías que los acompañaban en la mañana caminando hacia donde me encuentro. “Buenas tardes. Voy a ser directa, quiero que no se vaya y que se encargue de difundir todo lo que había planeado originalmente enseñarnos sin cambiar una coma. Quiero…”. Levanto la mano derecha indicándole que se detenga, “Lo siento, yo no puedo quedarme. Tengo que regresar. Mi familia me espera. Estudio y tengo otras obligaciones.” Observo su cara de decepción, entonces añado, “Sin embargo, puedo dejarle escrito lo que considero que les puede servir, sólo que alguien más tendrá que encargarse de difundirlo.”. Detengo de golpe mi explicación al verla sonreír. De inmediato me dice, “Ustedes creen qué porque han leído un poco y usan teléfonos como esos, son más que nosotros ¿no?” “Desde luego que no.”, respondo sin saber qué esperar, Cleotilde continúa, “¿Sabes qué si me empeño en que te quedes, te quedas? No respondo. La angustia y la preocupación me han dejado mudo. No sé qué hacer y mucho menos qué decir. Iba a suplicarle que me dejara salir de ahí cuando la alarma de mi teléfono empezó a sonar, me extrañó en principio, hasta que me di cuenta que seguía en mi cama y aún no había partido hacia Roberto Barrios. Roy pidió en voz alta un deseo y Jan aprovechó para hablarle, “Aquí, apréndelo de una vez, todo lo que pidas puede volverse en tu contra.”, le dijo con un tono burlón.Era claro que su inocentada no era nada nuevo para Jan y seguro pasaría directo a formar parte del anecdotario de los recién llegados. A Roy le sorprendía que hubiera emitido un deseo en voz alta, pero más, que Jan se hubiera atrevido a comentar algo al respecto. Sin embargo, no le dijo nada. Siguió caminando detrás de Jan y se metió a su habitación en silencio.Cuando llegó la noche, Roy ya llevaba recostado al menos cuatro horas. No se había dormido, había malgastado su tiempo de reposo en un plan para evitar lo ineludible, la convocatoria para cenar. Estaba a punto de ahogarse en su propia desesperación porque esa noche no quería salir. No quería ver a nadie y mucho menos intercambiar desdichas con desconocidos, pero ya había llegado a la conclusión de que no tenía elección, tenía que presentarse forzosamente y ya le quedaba poco tiempo. Jan le había reiterado, tres veces por lo menos, las penurias de la impuntualidad.Salió de su cuarto y avanzó con un desgano evidente. Ni siquiera sabía si caminaba en la dirección correcta. Sin embargo, sentía como una buena señal el que todos lo rebasaran a toda prisa, era la carrera contra la impuntualidad, la cual ya muchos, entre ellos Roy, estaban a punto de perder.No pasó mucho para que, al final del pasillo, distinguiera un salón medianamente iluminado cuya entrada, por ser tan angosta, estaba saturada. La multitud formó una sola fila que de inmediato empezó a moverse. Gracias a eso, Roy y todos los retrasados, lograron entrar justo a tiempo.Sin siquiera mirar al frente Roy se sentó en una de las mesas del fondo del salón. Aunque la mesa elegida estaba muy alejada del pódium, ya estaba ocupada por tres personas. Sin preguntar se sentó y no hizo por saludar a los que ya estaban sentados. Se acomodó en la silla y guardó silencio al igual que los otros tres que ahí se encontraban. En el salón nadie hablaba, no puedo afirmar que había un silencio absoluto porque lo rompía el sonido del movimiento de las sillas al acomodarse y los pasos de quienes se dirigían a ocupar sus lugares. Sin embargo, todos actuaban como si estuvieran distraídos, desinteresados de lo que ocurría y de lo que ocurriría, además de que lo ignoraban. Roy, lo prefería así.Aunque no era necesaria, una luz blanca muy brillante iluminó todo el escenario y otra de color rojo, se dirigió a un personaje barbado, muy bajito y regordete, vestido con uniforme de militar de alto rango. Al mismo tiempo, detrás de Roy, se escuchó como cerraban la puerta de la entrada al salón. Roy no tenía idea de lo que iba a suceder y al parecer nadie. El hombre vestido de militar se acercó al micrófono, dio tres golpes a este para comprobar que estaba conectado y después de carraspear moderadamente dijo,“Están soñando”.Hizo una pausa mientras revisaba con la mirada los confines del salón. Volvió a carraspear, ahora con más fuerza y continuó,“Sé que no lo creen, pero tampoco creerían si les dijera que están muertos. Siguen siendo fieles a sentir y ver para creer. Escuchar, oír la verdad, aunque esta sea absoluta, tienen que comprobarla.”, una nueva pausa.El orador se retiró del micrófono un momento y Roy aprovechó para revisar a los tres seres que lo acompañaban en la mesa. Quería comprobar, por algún gesto, si comprendían lo que pasaba o, al igual que él, no tenían la más remota idea de lo que estaba sucediendo. Observó primero el rostro de la joven sentada exactamente enfrente de él, parecía ida, como si nada de lo que se estuvieran diciendo o haciendo a su alrededor fuera de su incumbencia. Ni siquiera se percató de que Roy la observaba. Continuó su indagación, ahora fijando la mirada en el personaje que estaba a la derecha de la “ida”. Este lo volteó a ver, pero sin expresión alguna, tampoco le aportó nada. Siguió, ahora intentando hacer más evidente que buscaba una respuesta. Volteó a ver directamente al personaje que tenía a su derecha. Este estaba recostado sobre la mesa cubriéndose el rostro. En su desesperación, Roy le tocó el hombro para que se incorporara. Levantó la cabeza de inmediato. Era Jan, pero en ese momento, su gesto confiado, ya no existía. Roy iba a preguntarle sobre lo que estaba sucediendo, pero antes de que pudiera decir una sola palabra, habló de nueva cuenta el hombre con uniforme,“Esas grandes dudas ante lo evidente los hundirán. ¡Están soñando, créanme!”, volvió a reiterar con más énfasis que la primera vez.Para ese momento, Roy ya empezaba a creerle porque, todo era tan extraño y tan fuera de lugar, que sólo podía ocurrir en un sueño. Para comprobarlo se pellizco el brazo derecho y de inmediato sintió un leve dolor.“No estoy soñando.”, se dijo.Todos en la mesa voltearon a verlo con sorpresa. Roy dudó si lo había pensado o de nueva cuenta había cometido el error de expresarlo en voz alta.“No lo di…”, iba a confirmárselo, pero como seguían mirándolo fijamente. Desechó de inmediato el pensamiento que lo justificaba.Sintió temor, por eso guardó silencio, tanto oral como mental. Sin embargo, su mente empezó a escuchar la pregunta,“¿Así que tú eres el que aún deseas?”Roy no entendía que sucedía. Volteó a ver a Jan esperando este pudiera explicarle, pero este de nuevo estaba recostado y con el rostro cubierto. Iba a tocarlo para que se incorporara de nuevo, pero al sentir la mirada del personaje vestido de militar, volteó al pódium. Era él quien esperaba la respuesta a la pregunta que había escuchado. Roy asintió moviendo la cabeza.“¡Es un sueño o están muertos!”, volvió a gritar el hombre vestido de militar e inspeccionó la reacción del auditorio. No hubo ninguna respuesta. Volvió a recorrer el auditorio con la mirada, pero esta vez se detuvo y vio directamente a Roy, “¿Sigues deseando?”, le preguntó mentalmente.Roy ya no respondió. Se levantó y salió del salón a toda prisa. Una vez fuera, empezó a correr. Huía aunque nadie lo amenazara o persiguiera. Llegó hasta su habitación solo y exhausto. Se sentó en la cama, cerró los ojos y volvió a repetir su deseo en voz alta, “¡Quiero despertar!”.Abrió los ojos, esperanzado en que su deseo había sido concedido, pero no hubo ningún cambió, seguía sentado a la orilla de la cama, solo. Pasaron diez segundos antes de que en su mente apareciera la pregunta,“¿Ahora me crees que estás soñando?”Volvió a cerrar los ojos, pero ya no dijo nada. Me levanto de la cama como cualquier día, como si se tratara de un intracendente 23 de enero o extraviado 29 de agosto, pero después de avanzar sólo tres pasos, caigo en la cuenta de que es 31 de diciembre, el final de 2016 y de la nada surge una extraña motivación para tomar el día en serio y también empezar a tomarme en serio. Es la última oración lo que me tiene aquí escribiendo, aunque lo “de tomarlo en serio y tomarme en serio” lo he practicado durante cuarenta años, no cincuenta y cinco que tengo de vida, porque que durante los primeros quince, no tuve la consciencia o necesidad de cambios. Los resultados de mi consideración de los años nuevos, siempre han sido nefastos. Nunca he conseguido cumplir mis propósitos. Por esto mismo, creí estar convencido de lo inválidos que son estos ejercicios y por lo mismo, me sentí capaz de omitir para siempre todo plan de transformación en función de fechas, acontecimientos, situaciones, numerología, creencias y casualidades, pero no fue así y aquí estoy de nueva cuenta con la tentación de transformarme. Una vez más un final lo tomó como un punto de partida para el cambio, para la mejora, para el logro, intentando modificar lo que no me gusta de mí e introduciendo en mi vida prácticas y hábitos que desde mi punto de vista son positivos. He decidido, una vez más, que puedo sustituir en menos de veinticuatro horas, mis “malos” hábitos por unos “nuevos” y benéficos. Transformar una manera de pensar en veinticuatro horas es ridículo. Lo que siempre ha sucedido y cuya probabilidad de que vuelva a suceder, es muy alta, es que llevaré a la práctica lo necesario para cumplir con mis propósitos, tal vez un día o hasta una semana, en el mejor de los casos, pero hasta ahí. La realidad del día a día, del trabajo y mis preocupaciones intrínsecas, empezarán a hacer borrosa mi visión positiva del día de hoy hasta que, una semana después, ya no pueda distinguirla. Mis malos hábitos, que dicho sea de paso, muchas veces disfruto y me satisfacen , volverán y los hábitos, supuestamente benéficos, desaparecerán. Fin de la historia. Volveré a ser “el mismo”. A diferencia de otros años, siento que en este estoy un poco más consciente de que seguir siendo “el mismo”, catorce mil seiscientos días más, que es lo mínimo que pretendo seguir viviendo, es algo, no para pensarse en serio, sino algo para reflexionarse a profundidad, por lo que esta vez, es casi obligatorio hacerlo realidad. En dos mil diecisiete, a diferencia de otros años, todo debo planearlo. Fijarme objetivos alcanzables, cuyo logro requerirá de un esfuerzo superior y constante para alcanzarlos en tiempo y contribuir para que mi visión se convierta, lo antes posible, en una realidad. Dicho esto, puedo afirmar que estoy listo para iniciar 2017 y dejar de ser “el mismo”. No hay nada más por escribir, sólo, como siempre debió haber sido, me resta ACTUAR. No creo en dios, sí así, expresado con minúscula, porque para mí, el "todo poderoso" sólo es un concepto creado al cien por ciento por el hombre. Estoy de acuerdo con Hitchens, dios no creó al hombre a su imagen y semejanza, fue al revés. En un principio, para explicar los incomprensibles fenómenos naturales, después como la personificación del reposo esperanzador cuando abandonemos esta vida llena de sufrimiento y finalmente, como un arma muy efectiva para la manipulación, el control, la conquista y la justificación de los hechos más atroces de la historia humana. El argumento más trillado para sostener la no existencia de un ser supremo, es afirmar que si existiera un dios, las injusticias, envidias y odios entre los seres humanos, sencillamente, no existirían. Un ser todopoderoso, bondadoso, nunca permitiría una competencia tan injusta. No estaría conforme con que los débiles fueran siempre aplastados, sentenciados, humillados, que dicho sea de paso, generalmente son los más devotos y fieles al concepto de "diosito" junto con todos sus asistentes, santos, vírgenes y ángeles. Por otro lado esta la versión de que si dios existe, es un ente muy ruin, mezquino e injusto, porque no es comprensible que el controlador de todo lo visible y lo invisible, padre de todos nosotros, sea capaz de permitir tal nivel de desigualdad y repugnancia entre sus hijos, entre sus más fieles seguidores, alabadores e incluso, entre los más fervientes promotores de su misericordia. No es posible que exista un ente que, a pesar de ser alabado hasta el exceso y con desgarradores sacrificios, sea tan injusto e indiferente al dolor humano y de otros seres, que supuestamente él también creo. Si existe, es un ente despiadado, porque mide el nivel de la fe de sus seguidores por su resistencia y aceptación del dolor y de las penurias. Adicional a lo anterior, está el convencimiento, tal vez involuntario, no importa, de que todo lo malo y repugnante que sucede en tu miserable vida, sólo será por tu culpa, ¡por tu gran culpa! ¡Que estupidez! Sin embargo, todos creyentes deben vivir tranquilos. Se ofrece que al final del camino encontrarán un cielo lleno de paz y alegría, la recompensa eterna. Un jardín hermoso, cómodo, reconfortante. Nada más conveniente que saber, dar por hecho, que después de esta vida tan miserable y llena de sufrimientos, los que han se han esforzado por ser obedientes y buenos, serán premiados. Los malos, los desalmados que se atrevieron a pensar de otra manera y que nunca obedecieron las reglas "divinas", pagarán por esas faltas, omisiones y abusos. Sin embargo, aquí está un ejemplo de la misericordia celestial. Existe aún la posibilidad de que, incluso los despojos humanos, también gocen del edén, sólo hay un requisito, que antes de su último suspiro, haya un arrepentimiento "sincero", no convenenciero, muy sincero y sin más, serán perdonados. Esta sí es una situación increíble, pero más que increíble, muy injusta. Los buenos, los más fieles y devotos, los que nunca violaron las reglas ni se desviaron un milímetro de su ruta hacia el mentado señor, aquellos que vivieron vidas, muchas veces patéticas, sin quejarse y aceptando lo bueno y lo malo que les era enviado por un dios incomprensible y que todo lo aceptaron con resignación, obedeciendo y aceptando estúpidos lineamientos de toda índole, ahora también tendrán que aceptar que los hijos de perra, los que nunca respetaron nada, al final, con un pinche arrepentimiento cubierto de subjetividad, librarán las penurias eternas del infierno. Lo anterior sólo puede ser calificado como una gran idiotez. La realidad más lógica y natural es que después de esta vida, todos, tanto los más buenos, los santos, los milagrosos, los altruistas, los que se quitaron el pan de la boca para dárselo al más necesitado, los que pusieron la otra mejilla y los más malos, los que robaron, mataron, violaron, los pederastas e incluso los sacrificados en nombre de dios, simplemente desaparecerán de la faz de la tierra y nada más sucederá. Fin de la historia. Todos los muertos han desaparecido para siempre y nosotros también desapareceremos, es la ley natural. Una gran disculpa a los creyentes en una vida perfecta después de esta. Que se entienda, la vida es una temporalidad repleta de coincidencias que suceden una tras otra y cualquier desvío lleva a los que coincidimos a seguir por este infinito laberinto de sucesos que sólo se detiene con nuestra desaparición, léase, muerte. No hay más. Si dios existiera, el mal, con todas su ramificaciones y consecuencias, no podría existir. Para un dios que pregona, "amos los unos a los otros" y que promociona nuestra imperfección y su preponderancia, la premisa, "el que esté libre de pecado...etc.", debería ser el máximo justificante ante la continua repetición de nuestros errores y omisiones y siempre ser perdonados por esta falta. Por otro lado, está la simpleza con que podemos llegar al error, esto da al traste con la omnipotencia del ser supremo por haber creado un ser tan defectuoso, tan endeble, vulnerable y deprimente. Para un ser perfecto, una falta de calidad tan evidente, es imperdonable. Nadie capaz de cometer tal falta, puede llamárse "dios", pero ni siquiera tendría derecho a escribirse con minúscula. ¿Para qué la mezclar lo bueno ? ¿Para qué el libre albedrío? ¿Qué intentaría probar el supuesto ser supremo, el perfecto? ¿Se divierte probándonos? Sería un dios ruin, por lo tanto lo único que puedo concluir es que estamos solos, por nuestra cuenta y algún día despareceremos para siempre de esta experiencia llamada vida. -Escribir es una creencia.-, me dijo, segura de que la cuestionaría de inmediato. -¿Cómo es eso?-, pregunté, desde luego sin causar la mínima sorpresa a mi presumida compañera. -¡Claro, hombre! Es muy sencillo. Creer, es pensar que algo o alguien es real o que tal vez no lo es, ¿estás de acuerdo?- No espero mi respuesta. Continuó, -Lo peor, lo más frustrante de esta condición, es que nunca llegues a comprobarlo.- Guardó un silencio que me indicó que esperaba mi respuesta. -Sí-, respondí simple y escuetamente, sin pensar, sin analizar, por mero impulso. Al ver que no iba a decir nada más, concluyó, -Entonces escribir es creer. Punto final-.Estaba seguro que había notado mi confusión, por eso mismo no me atreví a ahondar más en el tema y mucho menos a lanzarme a hacer un mayor análisis de su premisa. Estaba tan revuelto su plateamiento que sabía que cualquier intento de contribuir o refutar, sólo evidenciaría me endeble posición de "intelectual improvisado".Sin embargo, era de tan mala leche la moza, que continuó esperando en silencio, por unos tres o cuatro minutos más, una respuesta más completa de mi parte, que de antemano sabía, nunca llegaría. Entonces dijo burlándose, -Pues entonces, fin del tema-. Para cuando reaccioné, no sé cuántos segundos después, noté que me veía moviendo la cabeza, tal como si estuviera observando a un incomprensible ente al cual esperaba comprender mirándolo desde diferentes perspectivas, hasta que, en uno de esos ridículos movimientos, la comprensión final y definitiva apareciera esporádicamente. Sin embargo, yo lo sabía muy bien, esos malditos movimientos tenían una finalidad específica, ¡desesperarme e irritarme! Janet continuó haciéndolos sin limitación, sin importarle si la había descubierto o no, si estaba molesto o si, aunque para ella fuera muy remoto, reaccionaría de alguna forma, aunque no fuera violenta. Para mi fortuna, pude darme cuenta a tiempo de sus intenciones, lo cual me programó, ingenuamente, debo aceptarlo, a enfrentarla con una actitud, que yo califiqué como inteligente. Para empezar, fingí ignorar su ataque, esperando que mi reacción fuera considerada más como una posición de tolerancia que de cobardía, pero la realidad era otra, en verdad estaba aterrorizado por haber escogido enfrentarla. Estaba paralizado, ya no pensaba más, ni siquiera hablaba. Ella paró de mover la cabeza súbitamente, como si el hartazgo la hubiera colmado de un segundo a otro. Se levantó y caminó hasta la puerta desde donde, antes de salir, me dijo, -Acabas de conocer la miseria de la cobardía, la estupidez y el engaño, todo en una sesión de diez minutos. Ojalá no lo vuelvas a experimentar, porque entonces sí, estarás perdido-. Salió cerrando la puerta tras de sí.Solo y en silencio, intenté comprender primero lo que sucedía y después lo que había sucedido en esos nefastos diez minutos. No llegué a una conclusión. Mejor dicho, ni siquiera pude imaginar una que fuera parcialmente congruente. Era imposible porque Janet tenía seis años muerta. Acabo de leer un artículo de Fadanelli donde cuestiona la posibilidad de que, al final de una vida, esta pudiera calificarse, esto es, que pudiéramos considerarla un éxito o un fracaso. Sin embargo, me he encontrado que partiendo de la inflexible premisa de que el éxito sólo sealcanzaría si siempre hubiéramos conseguido todo lo que nos propusimos, todoscaeríamos irremediablemente en el rubro de los fracasados. Con la mención anterior destaco la subjetividad de esta evaluación, del éxito en sí y del fracaso. De golpe muestro la imposibilidad de calificar conceptos saturados de opiniones y dependientes de un sin fin de variables. Sin embargo, a pesar de esto, nuestra materializadasociedad otorga, sin la necesidad de muchas bases, los calificativos de exitoso y fracasado a diestra y siniestra, la mayoría de las veces, considerando aspectos puramente económicos o que sólo congratulan al calificador. De vuelta a la realidad de esta existencia nuestra, objetivamente incalificable, caemos de nueva cuenta en la falacia de que sólo los que más tienen son dignos de ser tomados en cuenta. Ahora inician los cuestionamientos, ¿valdrá la pena calificar nuestras vidas? ¿Qué caso tiene? ¿Se puede tener una inalterable meta vital por setenta u ochenta años y actuar conforme a lineamientos lógicos durante todo ese tiempo para alcanzarla? Para mí, todo lo aquí planteado no es más que una esplendorosa pérdida de tiempo. Es ridículo querer vivir buscando un resultado final que nos califique como exitosos, ¿según quién? ¿Nosotros mismos? ¡Patrañas! El resultado real de nuestras vidas es íntimo. Terceros lo podrán calificar, pero nunca tendrán toda nuestra verdad. Lo que hagamos a dejemos de hacer estará en función de nuestra conveniencia, asumiendo o eludiendo los riesgos, lo cual muchas veces nos van a conducirdirectamente a la equivocación, ¿por esa decisión soy un fracasado? Lo descrito en el párrafo anterior y la conclusión me lleva al otro extremo. El calificativode fracasado sería ahora para el que nunca actuara, para el que no arriesgara. El no fallar, la condición de "cero errores" sólo será el patético resultado dela inmovilidad. Mis hipótesis iniciales se han mezclado. Ni califica como exitoso el que nunca se equivoca, ni como fracasado el que arriesga y falla. Lo único que siempre va a permanecer en estos misterios existenciales es la subjetividad total. Es imposible juzgar correctamente una acción, una decisión y sobre todo, una vida. << Inicio < Ant.
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