Un martes de febrero
Publicado en Nov 01, 2022
Prev
Next
Por Roberto Gutiérrez Alcalá
 
-¿Vas a ir a la fiesta de Pico?
-No sé.
-Rudy, sí. Me lo dijo Nena.
-¿Y a mí qué?
-¡Ay, sí! Ahora resulta que no te importa.
-Cállate, estúpido. Mejor trata de salir de aquí.
-No se puede.
Mago bajó la ventanilla; luego reclinó su asiento y se recostó en él con los ojos cerrados. Intempestivamente, la cabina del auto se llenó de polvo. Entonces, Mago se incorporó, subió la ventanilla y volvió a recostarse. Afuera danzaron en el aire varios papeles y una que otra bolsa de plástico.
Cuate estiró los brazos y las piernas, y bostezó; después prendió la radio. Anuncios. Cambió de estación. Más anuncios. Finalmente decidió apagarla.
 
Cuate alzó los ojos: una enorme mosca estaba posada sobre el parabrisas. El viento seguía soplando con furia. Cuate se adelantó en su asiento para observarla mejor. El insecto recorrió un tramo del vidrio, se detuvo en un punto y se frotó las patitas; luego emprendió el vuelo y se estrelló contra el parabrisas repetidas veces.
Mago encendió un cigarro y se puso a hojear una revista que había sacado de su carpeta.
-Dame uno, ¿no?
-Tú tienes.
-No, ya se me acabaron.
-Compra entonces.
-Ándale, nada más uno.
-¡Qué bien friegas! –dijo Mago, y le extendió la cajetilla a su hermano.
Durante un rato, Cuate se dedicó a echarle a la mosca el humo de su cigarro. Mago, por su parte, acabó de fumar el suyo, aventó la revista sobre el tablero y se dispuso a dormir. No había nada más que hacer.
 
Conforme el tiempo transcurrió, la fuerza y el empuje de la mosca disminuyeron. Ya casi no volaba para estrellarse una y otra vez contra el parabrisas; ahora más bien se dedicaba a vagar con extrema lentitud a lo largo y ancho del vidrio, como tratando de encontrar una rendija que le permitiera salir a la intemperie. De cuando en cuando zumbaba un poco.
 
Hacía calor, mucho calor. Un pequeño torbellino de polvo pasó bailando junto al auto, mientras a lo lejos una sirena de ambulancia empezaba a crecer como una ola. La cara y el cuello de Cuate se perlaron de sudor. Mago giró en su asiento pesadamente.
-¿Ya?
-No.
-Carajo.
-Ni modo.
-¿Qué horas son?
-Las tres.
Cuate alargó un brazo, cogió la revista de Mago y la hojeó; luego se mordisqueó una uña y dirigió la vista al frente: la mosca proseguía deambulando de aquí para allá.
 
Cuando Cuate terminó de limpiar con un pedazo de papel los residuos de mosca que habían quedado embarrados en la portada de la revista, del auto de al lado descendió un hombre con el rostro pálido y convulso. El viento le alborotaba el cabello. Caminó hasta la banqueta de la avenida y se puso a vomitar; después se restregó la frente y la boca con un pañuelo y vio hacia donde estaba Cuate. Una expresión de horror concentrado saturaba sus ojos. Cuate se quedó mirándolo fijamente, como hipnotizado: le hacía recordar una película de monstruos y jorobados.
El hombre guardó el pañuelo en el bolsillo trasero de su pantalón y regresó a su auto. En ese momento, la sirena de ambulancia chilló con más potencia y comenzó a alejarse poco a poco, como la resaca de una ola. Cuate se desabotonó la camisa.
-Mago..., ¡Mago!
-¡Qué quieres!
-¿Me das otro cigarro?
-No.
-Por favor.
-No.
-Bueno, entonces... 
-¡Entonces qué!
-No, nada, sólo estaba pensando que a lo mejor no podré prestarte...
-¡Métetelo por donde te quepa!
-Está bien. Que conste, ¿eh? Yo sólo quería un cigarro, un triste y apestoso cigarro.
-Sí, claro. Siempre quieres “un triste y apestoso cigarro”, pero ajeno. Así quién no.
-Bueno, yo te iba a prestar...
-¡Ya te dije. hazlo rollito y métetelo por donde te quepa!
-¡No me grites!
-¡Eres un idiota!
Mago continuó dormitando en su asiento. Cuate intentó de nuevo oír algo en la radio. Anuncios. La apagó violentamente.
Hacía calor, mucho calor.
El viento seguía soplando.
 
Cuate giró la cabeza hacia la izquierda. Entonces vio que más allá de las hileras de autos se erguía, majestuoso, un edificio en construcción, de unos veinte pisos de altura, al que sólo faltaba ponerle algunos ventanales en la parte superior y pintarlo.
Cuate se percató de que junto a uno de los muros laterales colgaban, a buena altura, dos albañiles en un andamio de madera. El sudor le bajaba por la frente hasta los pómulos. Cuate se lo quitó con el puño de la mano.
 
Aquellos albañiles apenas se distinguían a esa distancia. Uno llevaba puesta una gorra de beisbolista; el otro, un paliacate rojo amarrado a la cabeza. En medio de ellos había dos grandes botes de pintura.
El andamio oscilaba ligeramente como un péndulo. Los albañiles se asían a las cuerdas que lo sostenían y pintaban con brochazos amplios el muro del edificio.
Mago cambió de posición y murmuró algo ininteligible. Cuate bajó unos cuantos centímetros la ventanilla. Entró polvo pero no la subió. Tosió.
En las alturas, los albañiles parecían niños balanceándose en un columpio.
 
Cuate notó que el albañil de la gorra intentaba pararse sobre el andamio, cuyas oscilaciones se habían vuelto más violentas y pronunciadas. De pronto, uno de sus extremos se ladeó. Una gran cantidad de pintura se vertió de los botes y produjo una mancha informe en la parte inferior del muro. La gorra del albañil voló por los aires.
Entretanto, un lejano ruido de motores en marcha rasgó el silencio que imperaba en la avenida. Sin embargo, Cuate siguió sumido en la visión de aquellos albañiles que ahora trataban de equilibrar el andamio con maniobras apremiantes, desesperadas.
 
La pintura que quedaba en los botes se vació, agrandando la mancha que había surgido en la parte inferior del muro. La poderosa racha de viento que se había desatado momentos antes levantó una densa cortina de polvo que le impidió a Cuate seguir observando. Cuando se disipó, Cuate advirtió que los albañiles ya habían logrado bajar el andamio unos metros, pero como éste se ladeaba cada vez más y su loco vaivén no disminuía, les resultó imposible continuar tal operación.
Los dos hombres empezaron a agitar los brazos en dirección a la avenida, como pidiendo auxilio. Repentinamente, la cuerda que sostenía el extremo ladeado se rompió. El albañil del paliacate cayó al vacío. El otro pudo asirse a la tabla que ahora pendía verticalmente de una sola cuerda. Así permaneció unos segundos. Luego cayó también.
-¡Zas! –dijo Cuate.
 
Cuate se enderezó en su asiento, pues creyó oír un ruido de motores que aumentaba paulatinamente. Los autos de adelante avanzaron sobre el ardiente asfalto. Entonces, seguro de que al fin saldrían de allí, se desperezó, accionó la llave de la marcha y metió primera.
-¡A casa! –gritó mientras aceleraba.
Página 1 / 1
Foto del autor Roberto Gutirrez Alcal
Textos Publicados: 134
Miembro desde: Jun 08, 2009
4 Comentarios 175 Lecturas Favorito 0 veces
Descripción

Palabras Clave: Fiesta ventanilla mosca parabrisas revista torbellino cigarro calor viento albailes andamio polvo columpio tabla autos casa

Categoría: Cuentos & Historias

Subcategoría: Ficcin



Comentarios (4)add comment
menos espacio | mas espacio

juan carlos reyes cruz

"Muy buen relato... "
Este es un breve comentario que tiene --más bien-- la finalidad de demostrar que el texto fue leído.
No obstante, es mejor que pasar y no dejar nada.
Mi opinión sobre el relato es buena, porque --aparte de hallar una buena fluidez y una acabada redacción-- me dejó una reflexión sobre la nula intervención que observamos respecto del acontecer social en estos tiempos.
Todos estos temas se pueden desprender en las participaciones que se dan aquí en la página.
No obstante, una vez --cuando me tildaron de aburrido en mis escritos-- dijeron que hacía unos comentarios que rayaban en la lírica. Todavía no tengo seguridad si aquello fue un insulto o un halago.
En cualquier caso ahora estoy evaluando qué opción es mejor para seguir interviniendo.
Responder
November 02, 2022
 

JUNTALETRAS

Amigo Juan Carlos, yo simplemente me dejo llevar por la impresión que me cause el texto y por el impulso, mayor o menor, de comentar. Intento ser lo más sincero posible.

En cualquier caso, reconozco que el esfuerzo creativo de escribir, lo intento plasmar en mis relatos.

Un abrazo.
Responder
November 02, 2022

juan carlos reyes cruz

Jamás cometería la injusticia --siquiera de insinuar-- de creer que no eres sincero cuando emites un sucinto comentario, pero cuando veo la facundia de tus verbos en cada cuento tuyo quisiera ver explayada la misma locuacidad en tus comentarios, porque la sensibilidad de nuestros egos se nutre con halagos... ¿Defecto...? ¿Virtud...? No lo se.
Saludos
Responder
November 03, 2022

JUNTALETRAS

Muy buen relato.
Responder
November 02, 2022
 

Para comentar debes estar registrado. Hazte miembro de Textale si no tienes una cuenta creada aun.

busy