Sobre el otoño diseccionado
Publicado en Dec 10, 2019
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La muerte es un espejo que revela las vanas gesticulaciones de la vida.
Octavio Paz
La vejez del ser humano es un proceso ineludible de este tren sin regreso que se llama vida, ocaso reflexivo y profundamente melancólico de lo que fue, de lo que jamás volverá a ser. La persona es considerada senil a las edad de 65 años donde fue plenamente útil, fuerte, independiente, la vitalidad, la energía, los sueños eran asequibles dada su condición de adulto ajetreado y exacerbado por los devenires diarios, problemas con los hijos, discusiones con parejas, amantes, antiguos amores del albor de la vida que ahora al posarse enfrente de un espejo les devuelve una imagen desconocida al mirar dedos arrugados y deformados que alguna vez danzaron en cabellos y acariciaron mejillas fulgurantes, se mira, se tocan el rostro y lo sienten opaco, triste y donde alguna vez unos ojos furtivos y asechadores contemplaban el café de la mañana, el parque donde prometió jugar con sus hijos, las mariposas volando encima del gris asfalto y que ahora se colocan por encima de unos parpados más caídos que su ánimo el adulto mayor se siente  irreconocible, enajenado; las rodillas ya no se pueden inclinar para rezarle a su dios y pedirle con las manos apretadas, la espalda encorvada y el pecho lleno de amor por unos hijos, nietos, personas que lo han olvidado, funesto reflejo de la sociedad que aparta y segrega al “viejo”. He escuchado personas irresponsables y confundidas que piensan en voz alta y cuando miran a alguien mayor dicen unos apotegmas crueles como “sólo está robando oxígeno, o ya huele a panteón” dado que ni el oxigeno se paga —aún— ni el olor de los sepulcros embota tanto a los sentidos que llegue a confundirse con un anciano inerme y desprovisto de lenguaje que usan los jóvenes. Estos mismos jóvenes inmiscuidos en esta vorágine comercial y adquisitiva han perdido la empatía por lo que serán; esta sociedad que busca la delectación constante o se engaña a sí misma a través de cánones estéticos y materiales han perdido la noción que ellos serán los viejos, los que estorban, los enfermos que nadie quiere cuidar y que se miraran postrados en una silla de ruedas agudizando la vista y parando la oreja para escuchar el clico repetitivo de los hijos por ver quien cuidara a su padre, frases como “a mi ya me tocó cuidarlo o tengo planes con mi familia” lastimaran los sentimientos que ni los años deterioran, es más, pienso que se interiorizan los errores, si fue una vida de la que no se sientan orgullosos. Hablando con doña angélica —o Angy como la llamaba su esposo viéndola despertar y pidiéndole un café mientras él se paraba a orinar cada mañana por 51 años dificultándose con el paso del tiempo y mirando sobre la almohada una metamorfosis singular en el cabello pasando del color de la noche al color de la nieve— nos cuenta un poco la situación que ella vive a sus 70 años.
Los planes de la mañana era ir a la clínica del seguro social número 57 que se encuentra en el conjunto habitacional la margarita para acompañar a mi esposa a su cita en ginecobstetricia a las 11:15 de la mañana y pensé: ¡Claro!, un establecimiento nosológico será el lugar ideal donde encontrar alguna persona mayor con quien poder charlar. Me subí al camión e intenté leer ya que el recorrido era de poco más de 1 hora, leí un rato, pero el constante serpenteo y los baches me lo impidieron, abracé a mi esposa ya que durante el embarazo se ha vuelto muy sensible y miré por la ventana tratando de identificar a los viejitos—este término no es peyorativo sino sumamente afectico para mí—, la ciudad reverbera de gente adulta, una ola demográfica de senectud se nos aproxima. Censos del INEGI han predicho que para el 2050 la población en México será más “senil que juvenil”.
La zona céntrica por donde pasaba el autobús me mostraba una cara de tantas de la sociedad polimorfa que no veía o tal vez no prestaba atención al espejo del futuro, terrible oráculo que no pasa inadvertido dada su complejidad de entender y aminoramiento de importancia. Una escena que me permitió ver la ventanilla-escenario del autobús en mi mente me llamo quisquillosamente la atención, una señora de aproximadamente 70 años de edad iba de la mano de alguien que al parecer era su hija ya que solo puedo entender que alguien que le debe todo sea capaz de devolver un poco de lo que recibe, meramente desinteresado, esto me hace conjeturar que hoy en día hay muy pocas instituciones públicas y privadas que vean al adulto mayor en su totalidad y no sólo en la enfermedad ya que son los propios hijos que ahora cuidan de sus padres, vuelta irónica y justificada de la vida, esta dependencia de alguien—el padre depende del hijo—, este aminoramiento de las funciones fisiológicas y motrices lo llevan a un estadio infantil. Un retorno a lo que se fue, a lo que hace mucho tiempo se fue y que se ha perdido en el bosque lleno de insectitos, de humo y recuerdos de los primeros años. La araña de la memoria tejía recuerdos y los destejía olvidándolos y sólo guardando los necesarios, pero ahora esta araña se ve mermada y en casos extremos vencida por enfermedades crónicas-degenerativas como el abominable Alzheimer. Despejando la seriedad de las cosas y llegando con atraso a la clínica subí al tercer piso del hospital y la primera impresión fue la de una pareja de encantadores ancianos muy bien presentables— y con esto no se da por sentado que la senectud  no es sinónimo de  decrepitud aunque estos términos se entrelacen en un campo semántico que para algunos es primo-hermano de la inutilidad— que difícilmente bajaban escaleras que postergaban sus vacilantes pasos aunque dispongan de otra extremidad más: el bastón.
Mi esposa acudió al escritorio de una señorita asistente para entregar su cartilla médica y esperar a que un joven rechoncho y con sudor en la frente le llamara. Mientras yo pensaba a quién entrevistar, mi miraba se dirigía hacia los carteles pegados cerca de los marcos de las puertas por donde entraban y salían personas apuradas y con papeles del IMSS; leía los siguiente: prenatal, ginecobstetricia, imagenología y en un rincón geriatría, por azar ocupaba el fondo de la sala principal y se quedaba al último de manera análoga a la vida, o a la importancia que tiene la vejez en México. Despedí a mi esposa cuando gritaron su nombre y entró un poco nerviosa y con la mano en la cintura para representar su estatus de embarazada. Caminé por el pasillo de la vida hasta el rincón abyecto de la vejez, aunque el cartel de manera acusatoria me decía “Geriatría”. Había dos ancianos un hombre y una mujer, el hombre mayor de 60 pero menor de 70, la mujer apenas llegaba al septenario de años, pensé; como nunca conocí a mi abuelo materno y con mi abuelo paterno trato de manera exigua y lacónica, subconscientemente elegí a la mujer para entrevistar, aunque si me lo permiten fue una charla más amena. La mujer vestía con una blusa de color nácar y chaleco café, zapatos negros cerrados —que al parecer eran lo bastante cómodos— y falda negra, usaba lentes y el cabello pintado de castaño, aunque las canas se asomaban en la raíz como diciendo «no nos puedes ocultar, talvez disfrazar, pero ocultar no». Para mi fortuna había un asiento al lado de ella vació y parecía estar sola así que no lo pensé tanto y me senté junto a ella.
El nerviosismo de un hombre ante una mujer es evidente, aunque la diferencia de años sea de más de 40. Con credencial en la bolsa del pantalón que me identificaba como estudiante de psicología y las preguntas en mi mente ya que defiendo la postura de una charla más amena para entrar en confianza con el cliente/paciente para usar una jerga más psicológica que usar una entrevista estructurada. Noté que alguien acompañaba a la mujer, era otra mujer de aproximadamente 30 años que inferí que era familiar, me presenté como estudiante de psicología mostrando mi credencial y una sonrisa torcida y pregunté si podía hacer algunas preguntas acerca de como se vive con los padecimientos de la edad, la calidad de vida y el entorno. Tuve que ser muy específico en este punto y ser lo más profesional en la entrevista, la señora con gusto aceptó y la mujer joven asintió. Me presente y ella lo hizo, su nombre era Angélica Cruz Gonzales de 70 años de edad, con domicilio en la 59 oriente entre 36 y 38 sur. Su edad mental era acorde a su edad cronológica, su aseo adecuado, el uso del lenguaje conciso y correcto, aunque su capacidad auditiva con el paso de la edad se aminoró hasta llegar a usar hoy en día un aparato auditivo, me refirió después que padecía miopía y por eso usaba lentes. Comencé con las preguntas después de elaborar un adecuado “rapport”; no transcribiré las preguntas y su respuesta como mecanógrafo de dependencia gubernamental sino sintetizaré y daré opiniones, sensaciones y emociones que viví en ese momento.
Después de pasar de las preguntas recabadoras de información a las que elaboré la primera pregunta que hice fue ¿Cómo se siente en estos momentos?, tuve que elevar el tono de mi voz y acercarme lo más que podía en la medida permitida para que doña Angy percibiera mejor mi voz, me dijo «deja subirle a este mentado aparato». La respuesta fue «me siento cansada con este chingado seguro que me tiene de ida y vuelta». «¿Y emocionalmente como se siente?» «tratando de sobrevivir hijo». Doña Angélica es una señora de 70 años de edad originaria de la cuidad de Tlaxcala y con residencia en puebla desde hace 30 años, enviudo hace dos años ya que su marido “Armando” sufrió un paro respiratorio y vive con su hija y su nieta y su bisnieta. De padres campesinos conoció su esposo en el año del 68 cuando el de oficio albañil viajó a la ciudad de Tlaxcala específicamente al pueblo de Panzacola para laborar. Se casaron tuvieron 4 hijos, 3 hombres y una mujer con que es más chica y con quien vive después de que se separo de su esposo. Para doña Angelica el mundo ha cambiado de una manera radical y brutal. «Hace años no se ven las cosas que se miran ahora joven, la gente es mala, hay mucha violencia y nada más miro a mi nietecita (su bisnieta de 7 año) que se le pasa en el celular». Generacionalmente el mundo cambia, las personas piensan que las cosas ya no son como antes, como debieran ser. El adulto mayor ve un mundo tecnológicamente avanzado, con dispositivos que a veces no pueden manejar por falta de entendimiento, reducción de sus capacidades físicas (artritis, debilidad visual, auditiva), e incluso falta de interés «yo ya estoy vieja para saber eso del “interne”».
«No joven como cree, yo hace años que me olvidé de eso, ya ni se cómo se usa». Respecto a su sexualidad doña Angélica refiere que hace años no tiene relaciones, como mínimo 10 años, fue muy explicita en este tema «mi marido fue el primer y único hombre en mi vida, desde chamaca mi madre me dijo que con el que me casara me quedara, le aguante muchas cosas, hijos de otras mujeres, golpes, borracheras, pero eso si fue un excelente padre». Quiero ahondar en esta pregunta; el machismo en la cultura mexicana fue una constante durante años, la mujer se veía obligada a aguantar todo porque así fue educada, veía patrones que se repetían, pero lo justificaba con el hecho de que a sus hijos no les faltara nada. En cambio, al hablar de la situación sentimental de su marido los ojos automáticamente se llenaron de lágrimas «imagínese joven después de 50 años de estar con el de la noche a la mañana se va, no se imagina cuanto me dolió». El duelo constante de las personas de la tercera edad es un punto que se debe manejar, ayudarlos a entender que la vejez es un proceso constante de duelos que preparan al terreno para el punto final.
La cultura del ahorro es escasa para el mexicano «yo vivo de la caridad de mis hijos y de lo que me deposita el gobierno en el banco, nunca ahorre, siempre fueron mis hijos primero y ya despuesito mis nietos». Doña angélica refiere que ella trabajo toda su vida en labores domesticas en casas ajenas y su esposo siempre trabajo en la construcción, empleos informales que no cotizan para el seguro social y si ahora está asegurada es por parte de su hija, cabe mencionar que ella esta en tratamiento de asma y tiene diabetes.
Las siguientes preguntas que procedieron fueron inclinadas hacía su calidad de vida, familia y manejo de tiempo libre, no quiero extenderme en este tema sino concluir con ideas y semblanza de la idea general de la vejez.
La cosmovisión del hombre moderno del siglo XXI ha mandado al abyecto fondo de la escala emocional en la dinámica familiar al adulto mayor, la infraestructura es indiferente a los cambios del hombre a viejo, la sociedad olvida que aquel viejo que trabajó durante toda su vida, que lleva en sus cansados hombros el peso de una vida hinchada de risas, llantos, lamentos, alegrías, pesares y penares, constantes duelos y transformaciones. La muerte para el mexicano es motivo de alegría, se celebra, se adorna con papel picado, calaveritas de azúcar, fruta y guisos aromáticos y el aire contaminado de smog adquiere un olor a incienso, se sacraliza la muerte y se adora el recuerdo talvez por culpabilidad o miedo al olvido. La muerte termina con la vida, pero no con el recuerdo. Se vive tanto el momento que se olvida de un impostergable e intolerable futuro, un futuro que no acepta prorroga ni se paga con devaluados billetes que estampan la figura de Rivera o Sor Juana, personajes mitificados hasta el absurdo  y que han roto la barrera de la muerte a través del olvido, empero este futuro que desencadena una incurable ansiedad se niega y se teme, se desprecia y se ignora y cuando llega se sufre de manera vivida, se hace consciente del desprecio que hizo y que ahora recibe sino de su propio entorno si de la cultura y sociedad. El tiempo como lo percibían las antiguas culturas precolombinas es circular, un retorno hacía sí mismo, un punto que despega hacía una parábola que en algún punto empieza a caer y el humano no pasa inadvertido en esta fenomenología. El adulto mayor empieza a sufrir decadencia en su entorno tanto conductual, física y emocionalmente; deja de tener control de esfínteres, hace “berrinche” hasta llegar al punto de derramar el llanto, un llanto de desesperación absoluto al ver que la vida se le va entre los dedos como agua o polvo, “en polvo eres y en polvo te convertirás”. La dependencia genera impotencia ante un mundo dado y las pocas fuerzas que aún conserva son para aferrarse a sus recuerdos, a sus vivencias y no perderse en este laberinto sin salida.
Al final de la entrevista me despedí agradeciendo y caminando de vuelta con mi esposa que tamborileaba el pie como signo de desesperación, le pregunté que le dijeron y me contestó «ya se está moviendo mucho». Las cavilaciones que procedieron me llevaron a la contemplación de la “panza” de mi esposa y la imagen lejana de dona Angy como dos opuestos de la vida, el inicio y el fin, el génesis y el apocalipsis… quizá las muecas sarcásticas y punitivas que nos refleja este espejo llamado vejez sean displicencias del absurdo de la vida, y ahora la piedra temporal de Sísifo cae y nos aplasta sin oportunidad de subir la cuesta.
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Foto del autor Julio Beltrán
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Descripción

La vejez es el ocaso de una vida irreconciliable con la muerte. Así mismo un espejo inconsciente que muestra sátiras, tragedias y erotismo de la vida.

Palabras Clave: Vejez reflejo muerte y vida

Categoría: Ensayos

Subcategoría: Sociedad



Comentarios (2)add comment
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Maria Jose L de Guevara

Cuanta lástima es descubrir en mis precisos instantes de mi retirada los buenos términos y calidad de un narrador de real categoría.
He quedado impresionada con tu estilo de escribir y con la valorización que imprimes a los principios de tus enfoques.
Ojalá nos encontremos en otro lugar.
Un saludo cordial.
María José Ladrón de Guevara.
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December 10, 2019
 

Julio Beltrn

Agradezco el tiempo que se tomo en leer esto, su comentario me ha gustado mucho gracias.
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December 12, 2019

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