La huida
Publicado en Jan 12, 2018
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Por Roberto Gutiérrez Alcalá
 
Acababa de escapar de sus captores, arrojándose contra el cristal de la ventana de aquel infame cuartucho. Extrañamente, ni su cabeza ni su rostro, ni sus brazos ni sus piernas lucían herida alguna. Sólo sentía dolor en las muñecas de las manos, causado por los trozos de mecate con que lo habían mantenido maniatado durante quién sabe cuántos días, y, también, una terrible hipersensibilidad a la luz del sol por haber permanecido con los ojos vendados desde el momento en que lo metieron en un auto para secuestrarlo. Ahora corría por una calle solitaria en la que se levantaban, a ambos lados, unas casuchas miserables. Aquel lugar era absolutamente desconocido para él. Se detuvo, tomó aire por la boca y volteó hacia atrás. A lo lejos, entre brumas y destellos luminosos, vio que uno de sus captores lo seguía. Impulsado por el pánico y la desesperación, volvió a emprender la huida. A cada zancada que daba, tenía la impresión de que en cualquier instante podía tropezar y rodar por el pavimento. Saltó una barda de ladrillos y se halló en un terreno baldío. Avanzó a trompicones por un suelo irregular, atestado de matorrales secos, piedras y basura. Varias ratas se desperdigaron en todas direcciones a su paso. Empezó a experimentar una fuerte opresión en el pecho por el esfuerzo que estaba llevando a cabo para correr a esa velocidad vertiginosa. Giró la cabeza: su perseguidor ya estaba dentro del terreno baldío y cada vez se acercaba más a él... Llegó al otro extremo del terreno, saltó otra barda y cayó en el patio de una casa de una sola planta. Abrió una puerta de metal y continuó su camino desbocado a través de una cocina diminuta y, después, de una estancia oscura repleta de muebles viejos y olorosos a humedad. Salió a otra calle, tan desierta o más que la anterior, y prosiguió su marcha enloquecida y sin rumbo. El ladrido de unos perros se dejó oír en algún sitio como el estallido de un sinnúmero de cohetes. Desfalleciente, a punto del colapso, les pidió a sus piernas que no lo fueran a traicionar... Miró sobre su hombro izquierdo y escuchó claramente el jadeo de su captor. Pensó en sus hijos, en su esposa, en sus padres, y, como si se tratara de un milagro, sus piernas comenzaron a moverse con la potencia de una locomotora. No lo podía creer... Poco a poco, la distancia que lo separaba de su captor, de aquel criminal cruel y desalmado que tanto lo había hecho sufrir, fue creciendo más y más. Sonrió. El sudor le escurría por la frente, el cuello, el pecho... Más allá, en el cruce de aquella calle con una avenida muy transitada, divisó, con la vista ya completamente recuperada, una patrulla de la policía y, junto a ella, parados, a dos policías que lo miraban con atención. Una alegría inmensa lo invadió. ¡Estaba salvado!, pensó. Cuando estuvo a escasos metros de ellos, sin embargo, comprendió de golpe, por su sonrisa burlona y despectiva, que aquellos individuos uniformados eran cómplices del sujeto que lo venía persiguiendo y del resto de la banda que lo había privado de su libertad. El terror más espantoso que jamás hubiera podido imaginar lo envolvió como una camisa de fuerza. Los policías salieron a su encuentro. Él se paró en seco y avistó la avenida. Aún tenía una oportunidad, la última, sin duda: precipitarse hacia ella e intentar atravesarla. Era eso o regresar al cuartucho y padecer, de nuevo, miedo, frío, hambre, golpes, burlas, humillaciones, el infernal encierro. Tensó los músculos de todo su cuerpo y se puso en movimiento... Los policías se quedaron atónitos, viendo cómo se les escurría de entre las manos. Esquivó uno, dos, tres autos antes de advertir, con el rabillo del ojo, un tráiler que se abalanzaba sobre él...
Entonces despertó.
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Foto del autor Roberto Gutiérrez Alcalá
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Descripción

Palabras Clave: Captores pánico desesperación cuartucho perseguidor patrulla policía cómplices golpes burlas humillaciones encierro

Categoría: Cuentos & Historias

Subcategoría: Ficción



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