Dios, el destino o que coo?
Publicado en Apr 22, 2017
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El sol estaba a tope, la carretera hervía como un comal puesto en la estufa.

     Desde las alturas, se ve un auto rojo, moviéndose como una hormiga, rapidísimo, como si el conductor acabara de salir del cine de ver “Fast and Furious 8” al parecer es un Chevy, mirándolo por atrás se ve más jodido que desde las alturas, se distingue desgastado y maltratado, en la cajuela achatada del auto se distingue una estampa que dice, “No se karate, pero se putazos” sin lugar a dudas, es el vehículo de Ramiro, un obrero armador de la Mazda, ubicada en Salamanca de clase media-baja, seguro viene del trabajo. La verdad es que se quedó, desde hace cinco minutos sin frenos.

     No te mentiré, querido lector, sinceramente no viene pensando en su familia, ni en lo vana, momentánea y asquerosa que fue su vida, él, viene pensando en que fue mala idea irse a la cantina y después al prostíbulo con sus amigos ayer domingo, cuando pudo, haber invertido ese dinero en arreglar los frenos que andaban fallando desde hace días. 

     El Chevy, variaba su velocidad, según las cuestas y los valles que se adaptan al terreno de la carretera, pero de que iba rápido, iba. El volante comenzó a temblar por la velocidad, Ramiro se puso el cinturón de seguridad que obviamente no se había colocado desde el principio, ya que como todo joven de clase media-baja que maneja Chevys, piensa que los accidentes le pasan a cualquiera menos a ellos, claro, porque son jóvenes y los jóvenes no chocan.

     Abrió la puerta para tantear que tal sería la suerte si se lanzase fuera del vehículo, miró la banda asfáltica pasar de manera asesina, y las llantas giraban como aspas de licuadora, esa no era la mejor opción, cerró la puerta. Metió el freno de manos, pero por la velocidad que traía, sólo produjo un humo momentáneo y una peste a balatas que abordó hasta la cabina. Él no sabe nada de freno de motor. Pasó por encima de un bache, el carro se sacudió, y sonaron detrás del asiento del chofer, unos embaces de caguama, que ya no regresarían a la tienda. Qué triste, alguien iba a echar de menos esos embaces vacíos y apestosos, pero nadie extrañaría a Ramiro.

     Fue en esta parte del viaje mortal, cuando Ramiro se puso filosófico, pensó como en toda ante sala a la muerte, en lo poco que había vivido, lo mucho que desperdició en cosas estúpidas, y en todo lo que ya saben que uno piensa antes de colgar los zapatos, igual que cuando nos da una fiebre del demonio, y sentimos que vamos a morir, comenzamos a añorar cuando estábamos sanos y a maldecir las cosas tontas que hicimos y las que no.

     Cualquiera sabe, y de no saberlo, que aquí se entere; en estos casos donde las llantas no tienen dueño, siempre es mejor, dar un giro brusco al volante, para que el vehículo ruede sobre sí mismo, esto siempre es mejor, que un choque directo. 

     La muerte estaba cerca; se imaginaba como encontrarían su cuerpo, que partes resultarían más lastimadas, cuáles valía la pena intentar proteger, y cuáles no. Entonces, recordó a ese fantasma, ese ente al que el hombre grita para pedir ayuda, le imploró desesperadamente un milagro, utilizó esa patética apología de no merecer la muerte “por ser buena gente”.
Esperó unos segundos. No recibió respuesta. Ya había tomado la decisión, giraría el volante, lo tomó firme, se agarró al asiento hasta con las nalgas, como si tuvieran propiedades adhesivas, allí va, a las tres… uno, dos. Algo apareció adelante, era un pequeño lago, y no tenía una barra de contención guardando el perímetro, rápidamente cambió de idea, dirigió el carro fuera de la carretera, el auto entró en el fango, patinó, brincó, y cuando llegó dentro del agua, se detuvo, como un milagro; aflojó las nalgas, y exhalo.

     El Chevy rojo sale de un depósito de cerveza, cruza la calle, espera que el semáforo se ponga en verde, está frondosamente sucio, hasta la mitad de la puerta. Una estampa nueva cubre a una estampa vieja, que al parecer intentaron arrancar, pero por la calor de meses al sol se adhirió al auto como un tatuaje, esta nueva estampa brilla, sobre el carro sucio, muestra una leyenda que dice, “Yo amo a Jesús, mi fiel amigo”.
 
 
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Foto del autor Cristian Ismael Martnez Nieto
Textos Publicados: 8
Miembro desde: Apr 20, 2017
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Descripción

Somos vctima de nuestras circunstancias, no dueos de nuestros ideales. Por medio de Ramiro, observamos como somos moldeados por el destino; no es una historia con fines religiosos, sino, para el que sabe leer entre renglones, todo lo contrario.

Palabras Clave: Jesus religin moraleja risa humor destino tragedia

Categoría: Cuentos & Historias

Subcategoría: Humor



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