Frenaste bruscamente, como tocando el fondo de una idea muchas veces masticada. Al fin tus ojos se anclaron en los míos y las palabras comenzaron a brotar de tu boca, cual pétalos de la fragancia más afrodisíaca:
                               
-         No, no te imaginás mis noches pensando en tus largos cabellos, esos mismos que cubren tus alas desplegadas, yo sí te veo volar a ras de suelo, mientras la gente prosigue, mundana, en su ignorancia… y en el día me sorprenden tus letras que se desdibujan, que se deslizan formando confesiones de amor envenenado, agónico de realidad… Cuántas veces me sentí, convencido, la carnada desnuda del azar…? De este destino que nos une a medias…? Fabricando roces obsoletos que se desvanecen en las rotundas ganas que tengo de asirte por completo, de firmar indeleble, un pacto eterno… Por qué…?
                …Por qué no…?
 
Y yo, sin inmutarme, abrí la puerta; con recaudo absoluto reuní mis pedazos en la billetera, traspapelé las ansias junto a las boletas, y mientras indolente hojeabas el diario de turno, me encaminé hacia nuestro más huidizo cliente, a cobrarle la módica suma de $ 87.30.
 
 
 
Abril, 2000.