NUESTRO PARAÍSO
Publicado en Nov 20, 2016
Vivíamos en la Jungla, no sabía muy bien el motivo, pero eso me hizo fuerte, me hizo ser yo, la primera, la más astuta de las serpientes, la que ganaba las guerras sin utilizar ningún veneno de mi posible lengua viperina de aprendiz de mujer, que puede herir si quiere y a quien quisiese. Me llamo Ximena, y mi hermana gemela Abril, la dulce y tierna, además de ser incluso más bella teniendo los mismos rasgos que mi madre nos dio, unos rasgos de princesas. Ella, aunque era frágil, cubría su corazón de valentía, si es que alguna leona nos quería arañar entre la maleza; y yo la dejaba pelear para que aprendiera a defenderse de las garras de las malas reinas consortes.
No sé muy bien quien nos hizo nuestra gran casa que, aunque de campo, de fieras estaba rodeada cuando surgía la temerosa niebla que trae la oscuridad de la noche. Quizás fue mi padre, del que recuerdo su semblante arrogante bajo un buen corazón falto de una amorosa caricia, de alguien a quien él realmente amase. Lo recuerdo riendo y enseñándonos a lidiar las fieras, como él hacía, porque era abogado y sabía de que estaba lleno este Mundo, que el ser humano estropeó con tanta maldad oculta bajo la ciénaga, la que todos visitan al menos una vez en la vida, aunque sea por la curiosidad de lo que escondiera bajo el fango de sus rincones. Creo recordar a su amigo, algún escritor a quien yo quería besar cuando creciera, pues era guapo con derroche. Solo tengo nostalgia de esas dos personas, no de mi madre, creo que no la conocí, aunque sé que me habla las noches de Luna Llena, lo sé porque el viento nos alerta de algún lobo hambriento, si es que demasiado se acerca; también nos hace sonreír, a pesar del miedo que también llega, rozando nuestro pelo indomable, como el de un pequeño animal salvaje cuando su madre no lo asea. Esa Primavera, el día en el que Abril siempre más risueña se encuentra, decidimos darnos un baño, ya no haría frío cuando saliéramos y la brisa secase nuestros bonitos cuerpos, que aún de niñas se vestían delante de la Naturaleza. Nos hicimos una corona de flores, y de un baúl sacamos dos vestidos iguales pero de diferente color, uno celeste como el cielo, y otro verde como la hierba. Cogí el verde, el de la Tierra, los sueños se lo dejaba a ella. Y nos pusimos a bailar con la única canción que nos sabíamos, quizás de alguna abuela, y justo cuando empezábamos a dar vueltas, mi padre, acompañado del escritor, llamó a la puerta. No supimos que hacer, si abrazar a quien tanto sabíamos que nos quería, o esperar por si algún llanto apareciera. Con su espíritu fuerte, nos cogió las manos, se puso a dar vueltas con nosotras, y despertó de nuevo nuestro amor por quien nos cuida y alimenta, porque siempre había comida en esa casa, sin que yo supiera cazar, y ni mucho menos ella. Mientras el escritor esperaba fuera vigilando por si algún peligro acechara entre las sombras alarmadas por esa inesperada visita, mi padre nos susurró dulcemente, de rodillas, cerca del oído:” Ya siempre estaréis conmigo, esto fue solo un ensayo para conocer el dolor antes de disfrutar del Mundo y de sus quimeras, ya no tendréis nada que temer porque mientras crecíais sin preocupaciones entre la Naturaleza, yo aprendí a ser un padre soltero, quien os cuidará y protegerá, haciéndome amigo hasta de las más peligrosa de las Fieras…”
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