LA GRIETA

Era necesario afrontar a la grieta
que dormida en el vértice
de una dimensión oscura
amenazaba con sus ronquidos.

No sabía yo si era un canto
de los cartones apilados para el fuego,
o la sombría rebelión de los átomos,
abriendo una ruta
en una indecente carcajada.

No, nunca ha sido lícito
permitir a las oscuras grietas
algún protagonismo lírico,
eso, hasta ahora.

¿Quién habría de sospechar siquiera
de su despertar errático
y sus gloriosos canticos
a las chispas de luz?

Me era perentorio encarar
a la subversiva grieta
y exigirle en nombre de la palabra
una conducta formal y rigurosa.

Y así calló por un instante,
casi eterno.

Golpe tras golpe,
como granos de salitre
en medio de una lluvia ácida
marchaban las sombras
dibujando los ángulos
de la inicua geometría.

Los fotones se miraron perplejos:
¿No hay alguien que detenga
el cacofónico estertor de las palabras?   

Enamoradas hasta el delirio,
despertando el hálito sublime
llegaron ante mi las sombras
palabreando una pasión desenfrenada
de no se qué misterios.

Entonces comprendí
que las grietas eran extraños puentes
sustentados en las bóvedas del signo.

Ahora que estoy durmiendo
en la corteza de una burbuja
me parece oír a las grietas
invocando el dolor
de su ignoto estallido.

¿Y tenía que ser yo,
el que comprendiera su dolor?

E.D.A