EL APARTHEID
Publicado en Oct 12, 2015
En la cárcel, él cogió esa sombra femenina como un escudo para taparse la rutina de golpes nocturnos donde la imaginaba acariciada por sus dedos. En libertad, fueron juguetones sobre esa piel negra, saboreada con su lengua. Mientras absorbido por humedades internas, respiraba cada doblez de ese orgasmo de mujer, olvidando en esos momentos la vanidad de la raza blanca: destructora de las coreografías de paz en las que él creía con todos su defectos, los cuales ya no llegaría a soportar la de piel negra, cuya imagen quedó impresa con su sangre sobre uno de los blancos muros renegridos en otro cuarto de esa cárcel.
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Federico Santa Maria Carrera
En insinuante y pequeña prosa de buena factura, nos has mostrado un innegable flagelo de la humanidad.
Mi saludo y mi afecto, Carlitos.