Luca
Publicado en Jul 07, 2015
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Era la noche de graduación de los últimos cursos del Instituto, recuerdo bien la tediosa obligación de tener que asistir a una misa por la noche en la iglesia del pueblo, ésta era realizada exclusivamente para los graduados y los estudiantes, que en realidad, eran pocos, yo diría que unos cuarenta graduados nada más, a dicha ceremonia litúrgica, ni siquiera eran invitados los padres, puesto que después de terminada, nos llevaban a un retiro espiritual en unas cabañas a las afueras del pueblo, como era costumbre en nuestro colegio religioso. Nunca creí en dios y si en realidad éste existía no quería tener nada que ver con él, me parecía un ser despiadado y desalmado, odiaba ese colegio, pero cuando mis padres murieron, la única familia que me quedó fue mi abuela  Isabel, ella es una persona bastante creyente y religiosa, posee una gran cantidad de bienes y un buen estatus económico, por tal razón, fui enviado al Instituto San Vittolo Di Siglio, un colegio privado de un elevado estrato social, económico y educacional, pero como todo lo que tiene que ver con demasiado dinero, el colegio es religioso, allí somos internados durante toda la semana y solo tenemos vacaciones a final de año. Cada año, nos envían a la misa de graduación para felicitar a quienes se gradúan y nos permiten ir con ellos a las cabañas para compartir por última vez con quienes parten del instituto.

Empezó entonces la ceremonia religiosa con motivo de la graduación, eran las siete de la noche, yo no quería entrar pero como de costumbre me obligaron, recuerdo que en el colegio tuve demasiados problemas con mis profesores y con los sacerdotes por mi forma de pensar, en medio de la misa, recordé algo que me causo mucha gracia y sin querer, o quizá si con un poco de intención, solté una risa que retumbó en ecos dentro de la iglesia, el sacerdote me miró de una manera inquisitiva, casi como si me quisiera sentenciar a la hoguera, detuvo su discurso y me regaño en medio de gritos y manoteos, yo no me quedé atrás y le contesté de una manera fuerte y grosera, los profesores me reprimieron haciéndome sentar y guardar silencio, mientras la misa avanzaba y uno de los alumnos empezó a leer de la biblia unos salmos, el sacerdote se acercó a una estudiante la hizo levantar de la silla mientras me señalaba y le decía algo al oído, ella me miró, sonrió de una manera tan especial que por un momento me iluminó el alma, si es que la tenía, dijo algo al sacerdote y empezó a caminar desde la primera banca hasta la última, donde se encontraban las criptas de las iglesia, yo me quedé viéndole de manera estupefacta,  estaba sentando en la penúltima silla, cuando ella pasó y me miró de reojo, pude notar que su belleza me estremecía completamente, un escalofrío me recorrió el cuerpo entero, entonces me pregunté por qué jamás la había notado en el instituto, aunque yo era una persona solitaria y retraída, a ella la hubiese notado rápidamente, no le di importancia a mis cuestionamientos e instintivamente me levanté de donde estaba y me dirigí hacia ella, cuando llegué donde se encontraba, estaba mirando fijamente hacia una de las bóvedas de la cripta, entonces dirigí mis ojos hacia donde su vista apuntaba, le dije susurrando por encima de su hombro -sí, ahí se encuentran los restos de mis padres-, ella me miró, volvió a sonreír sin decir una sola palabra, sentí por primera vez lo que era tener sentimientos, lo que era sentir la exaltación del alma, sus ojos expresivos color negro azabache, su hermoso cabello entre un rojizo incendiario y un negro oscuro, lacio y largo como una cascada de colores intensos, usaba unas gafas de lentes transparentes que resaltaban sus marcadas y grandes cejas, una sonrisa deslumbrante y un lunar en la parte inferior derecha de sus sonrosados labios, era la osada encarnación de las diosas Freyja y Afrodita en la tierra.

Me llamo Lucía, me dijo de manera cariñosa y amigable, me miró fijamente mientras me preguntaba -¿y tú, por qué eres tan problemático?-, dejó esa pregunta suelta en el aire y antes de que yo respondiera, susurró, -mi labor terminó, ya te entretuve mientras finalizaba la ceremonia- sonrió y se fue caminando lentamente hacia la puerta donde se reunió con otros estudiantes, mientras yo quedé perplejo, sintiéndome encantadoramente engañado, un sensación jamás experimentada por mí, no sé si fue ella, el momento, quizás el lugar, pero hubo algo mágico en ese encuentro, la manera astuta de atraerme con su mirada, la sublime invitación de acompañar su silencio con el mío, el perfecto encuentro de observación en aquel extraño y poco recurrente lugar, o tal vez su presencia abarcando mi espacio lúgubre y sombrío, no podría, ni podré nunca encontrar una explicación o unas palabras para describir ese bello momento, solo puedo exaltarlo con una palabra que se queda corta comparada con ella y con lo que generó en mí, perfección, lo único que enmarca cada suceso en esa iglesia desde que la vi.

Partimos hacia las cabañas a las afueras del pueblo, las busetas nos habían esperado afuera de la iglesia, mientras los profesores revisaban y pasaban lista una y otra vez, cuando acabó todo este alboroto, las busetas partieron hacia nuestro destino, obviamente yo había buscado ubicarme en el mismo transporte que en el de Lucía, pero como siempre mi mala suerte lo impidió, puesto que teníamos que ir organizados por orden de grupos, lo que me dio a entender que ella era de un grupo igual al mío, ya que los de los salones inferiores ya habían partido y los superiores aún esperaban por ser confirmados en la lista, ella no se había ido en las primeras busetas y tampoco se encontraba en quienes faltaban por irse, por tal motivo presumí que acaba de partir con las tres busetas de mi curso, el camino fue bastante largo, medité mucho sobre si buscarla o no al llegar a nuestro destino, pero decidí que lo mejor era que lo decidiese la suerte, si por alguna razón me topaba cerca de ella, le hablaría una vez más, en caso de que sucediere lo contrario, dejaría pasar la oportunidad, llegué a esta conclusión después de media hora de meditar, cosa que nunca me pasaba, siempre fui certero y frío para mis decisiones, esto, he de confesar, que me molestaba demasiado.

Llegamos entonces a las nueve de la noche a dichas cabañas, allí pasaríamos tres días, para la sanación del espíritu como lo llamaban los sacerdotes y monjas, quienes eran los directivos, para mí era un espacio de acercamiento con la naturaleza y para el resto de estudiantes y algunos maestros era la oportunidad perfecta de dar rienda suelta a sus deseos, ya que los directivos nunca iban allá y solo nos cuidaban diez profesores, que a decir verdad, siempre se ofrecían porque ya sabían que se la pasaban de lo mejor allí entre ellos y con los alumnos. Entonces fue ahí cuando mi mente empezó a jugar con mi cordura, haciéndome preguntas sobre si lucía sería de esas estudiantes que son desenfrenadas, quizá fuera más calmada o de pronto fuera como yo, un poco solitaria, debo aclarar que aunque yo fuese un poco antisocial, me gustaba mucho beber licor para perderme por un momento de la realidad, ni hablar de ciertas drogas que lograban subirme un poco el ánimo, por eso en el instituto siempre fui conocido por todos los que les encantaba la fiesta, la noche y la perdición, pero no porque quisiera hacerme de algunos amigos o de alguna clase de compañía, no la necesitaba, hasta que ella apareció y entonces no podía dejar de preguntarme sobre ella y sus gustos.   

Empezó la ceremonia de celebración, los profesores como regalo habían contratado un Dj para ambientar la noche, había mucho licor y drogas, obviamente que de estas últimas no conocían los docentes, a la una de la madrugada, la gente estaba ya de mucho ambiente, la mayoría se encontraba dentro de la piscina, yo simplemente me llevé una botella de mi whisky favorito, un par de píldoras y la infaltable hierba natural, mientras caminaba por ahí, me gustaba mucho estar solo y poner música en mi celular, me encontraba recostado en la verde y húmeda zona natural, mientras observaba las estrellas, de repente, algo inesperado sucedió, vi algo más hermoso que el mismo cielo de la noche surcado por sus blancas estrellas –vaya sorpresa- me dijo ella mientras se encontraba de pie con sus pies cerca de mi cabeza, ver su rostro sin duda iluminó el mío, no supe que decir, solo observaba sus ojos, ella se sentó a mi lado y luego se recostó con sus manos encima de su abdomen y sus pies cruzados, nunca había estado tan nervioso, sí que era molesto, -me parece muy descortés de tu parte no brindarme un trago si quiera- dijo con una voz suave y dulce, yo reaccioné inmediatamente brindándole una copa, la tomó de un solo golpe, me miró fijo mientras sus labios pronunciaron unas palabras que ocasionaron un terremoto emocional en mí, -me caes bien, sabes, hace varios días que te observó y créeme, eres de todo mi agrado- no creo- respondí, -realmente me has observado mal, no soy del tipo de personas que agradan a otros, creo que te equivocaste-, sonrió sorpresivamente me dio un beso en la mejilla muy cerca a mis labios, me miró fijamente y aludió a mi comentario diciendo –nunca suelo equivocarme y sé que esta vez no es la excepción-, me guiño un ojo y se fue lentamente de ese lugar, yo sentí que mil fechas me atravesaban de un solo golpe, que hermosa mujer, pensé mientras la veía alejarse.    

La música sonaba fuertemente, como si se confabulara con lo que en ese momento sentía, creo que fue una noche única, no recuerdo nunca, estar solo y sentirme tan acompañado por un recuerdo, era como si aún estuviese allí, su sonrisa era sin duda lo que más me atraía, me tranquilizaba completamente, en medio de mi borrachera y mi letargo, poco a poco fui quedándome dormido mientras repetía una y otra vez aquel efímero beso, por un momento reconocí que me sentía alegre de haberla conocido, de haber ido a esa misa, de haber estado en el lugar correcto y en el tiempo indicado. Sentí como un leve rocío acariciaba mi cara, abrí lentamente mis ojos y observé un bello amanecer, ahora empezaba a entender ese sentimiento que no comprendía al leer algunos poemas de Bécquer, empezaba a entender que a veces la soledad es una cura para el alma, cuando se tiene un vivo recuerdo que nos calienta en medio de la fría lluvia, por fin empezaba a encontrar un sentido y un propósito, logré, entonces, comprender el amor de mis padres que hasta el final se amaron como si fuese el primer día.

Eran ya las nueve de la mañana, yo estaba en mi habitación, como siempre, era una habitación solo para mí, puesto que es la más alejada de las cabañas y a nadie le gustaba, por tal razón era mi favorita, tenues rayos de sol se colaban por la persiana de mi ventana, suaves murmullos se escuchaban a través de ésta, lo que me indicaba que ya la mayoría de los profesores habían despertado, así que tomé una ducha, me alisté y me dirigí al restaurante para desayunar, habíamos pocos estudiantes a esa hora allí, el resto aún dormían, pero entre esos pocos, se encontraba ella, tan serena, siempre sonriente y con un gesto de cordialidad hacía los demás, era hermosa, el sol iluminaba su encendido cabello, que se movía en un suave vaivén, como tentando el viento al rozarlo, era un placer poder observarla.

Me levanté de la mesa, me dirigí a llevar los platos a la cocina y ella me siguió, me dio un suave toque en la espalda mientras me decía –Vas a lavar los platos, que hombre más juicioso- mientras me guiñaba el ojo, cada cosa que hacía generaba en mí una explosión emocional, era increíble, algo era seguro, lograba confundirme con sus gestos, ante ella no sabía cómo reaccionar o que decir y no era porque no tuviera experiencia con las mujeres o porque éstas me pusieran nervioso, eso no era, de hecho siempre tuve suerte con las mujeres, esto se debía a mi capacidad de ser directo y entrador, pero con ella era diferente, me sentía con un nudo que no dejaba que fluyeran mis acciones naturalmente y eso hacía todo más difícil. La miré detenidamente, con mi ojos fijos en los de ella, –Deberíamos hacer algo hoy, solos tú y yo-, le dije muy seguro de lo que quería, ella movió su cabello hacia atrás, sonrió mientras decía –por fin, casi que no me invitas a hacer algo, no siempre puedo ser yo quien dé los pasos por ambos, nos vemos a las seis en el lago, no me quedes mal-, sonreí mientras asentía, caminé a mi habitación y por un instante más, me sentía especialmente feliz. 

La espera era interminable, eran casi las seis y estaba ansioso por verla, miré hacia las cabañas y  venía ella caminando, la tarde se moldeaba a su figura, es como si el universo y ella fueran hechos a medida el uno para el otro, el viento que la acariciaba suavemente mientras jugaba con su pelo, creando un espectáculo de belleza ante mí, sus radiantes y brillantes ojos lograban opacar la luz tenue del sol al atardecer, hubiese podido estar observando esa escena eternamente, me quedaba perplejo ante tanta perfección, ella sonrió –eres cumplido, eso me gusta-, me dijo suavemente mientras me miraba con sus grandes ojos fijos, destapó una botella de vino que traía en sus manos, nos sentamos en el césped mientras servíamos en las copas, ambientamos el momento con unas hermosas tonadas de Fernando Delgadillo, recuerdo bien que hablamos por horas, la noche era ideal, despejada con una luna llena que iluminaba todo a nuestro alrededor, el viento era suave y apacible, la brisa apenas se sentía y la conversación era siempre amena, no recuerdo una sola pausa, brindábamos por todo y reímos casi en todo momento, fue una noche especial y única, un recuerdo que siempre guardaré.  

Después de unos besos, mientras nos dejamos llevar por la pasión de la noche y nuestros cuerpos y almas se fundieron en un solo ser, todo fue perfecto, fuimos silencio el uno en el otro, nunca había sentido algo igual, luego, decidimos ir a mi habitación, eran ya las tres o cuatro de la madrugada, el tiempo no importaba en ese momento, estuvimos horas en mi habitación, hablamos mientras estábamos abrazados encima de la cama, -sabía que no me había equivocado contigo- repitió mientras sonreía, se levantó y caminó directo a la ducha, su silueta se dibujaba de manera perfecta contra la luz del sol que se reflejaba a través de las cortinas, era como si cada paso fuera una pincelada simétrica sobre un lienzo fino, mientras se duchaba, yo me quedé completamente dormido con una cálida y placida sonrisa dibujada en mi rostro, -dulces sueños-, me dije para mí mismo.
Desperté por la bulla del exterior, me levanté y me senté sobre la cama, fue cuando vi una nota encima de la mesa de noche, debían ser las dos de la tarde, abrí la hoja de papel para mirar su contenido.

“Sabía que no me había equivocado contigo, me encantó conocerte y espero podamos encontrarnos más adelante a través de los años, mientras tanto llévame como un recuerdo que jamás se marchitará en el tiempo, así como yo te llevaré en mi mente por siempre y si la vida se encarga de juntarnos de nuevo, espero que la llama que encendimos aún siga siendo tan fuerte como lo fue esta noche. Gracias.
Lucía.”

Ahí fue entonces que entendí por qué nunca quiso contarme cuál era su apellido, ni darme detalles de su vida, simplemente hizo de ella un recuerdo en mí, no sabía que sentir en ese momento, pues eso fue lo que me encantó de esa mujer, su misterio su forma de hacer las cosas, por otro lado me sentía vacío, engañado, estaba feliz por cómo fue todo, pero triste porque no sabría si la volvería a ver o no, fue un fin de semana perfecto, quizá irrepetible.
La busque en el campamento, traté de buscarla en el instituto, intenté encontrarla por mucho tiempo, pasaron quizá seis o siete años, nunca encontré alguien que si quiera se le compara, solo tenía aventuras con mujeres pero no quise jamás comprometerme, ya había hecho mi carrera como abogado y ahora era el encargado de los bienes y negocios de la familia, era una persona exitosa con bastante dinero, podía darme todo los gustos que quería, excepto el de encontrarla a ella, por más dinero que invertí nunca pude hallar si quiera un pequeño rastro, sentía que ese vacío en mi perduraría hasta poder volver a verla, era casi como un castigo, aunque su recuerdo siempre me acompañó mis noches en soledad, el mismo recuerdo me atormentaba, sin saber si algún día la volvería a ver, pero algo era seguro, mientras pudiera la seguiría esperando, sin importar el tiempo.

Exactamente habían pasado diez años, me encontraba tomando un café a las tres de la tarde, en un pequeño local cerca de mi casa, leía un libro de Baudelaire, cuando una hermosa mujer se acercó a mi mesa con una botella de vino y dos copas, me miró fijamente, me sonrió de manera amigable mientras decía –sabía que no me había equivocado contigo-, recuerdo haber sentido un escalofrío que recorrió completamente mi cuerpo, no había cambiado en nada, era como si el tiempo nunca hubiese pasado, como si aún siguiéramos en aquella habitación, tanta espera valió la pena, se sentó y hablamos durante horas, me contó todo sobre ella, excepto el por qué se fue aquel día, siempre fue  un secreto que guardó para ella, así transcurrió el tiempo, fuimos a mi casa, estuvimos horas hablando sobre la cama, ella me abrazo, se acercó a mi oído y de manera suave dijo unas palabras que hasta el día de hoy siguen acompañándome siempre que me acuesto junto a ella, “dulces sueños”.
 

Camilo Henao Valencia.
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Descripción

Un joven conoce a un mujer que cambiar su vida para siempre, pero no todo ser como lo espera y tendr que combatir contra el tiempo guardando un recuerdo que ser su privilegio y castigo.

Palabras Clave: Recuerdo despedida encuentro instituto tiempo vino lienzo perfeccin.

Categoría: Cuentos & Historias

Subcategoría: Relatos



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