Charlotte
Publicado en May 30, 2015
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Una porción pequeña de salmón, espárragos, rodajas de tomate, palmitos y palta trozada dispuesta en un plato sobre la mesa de la terraza, al lado de una copa de vino Chardonay, era el almuerzo que Charlotte, se había preparado aquel domingo de primavera. Se sentía satisfecha consigo misma después de la experiencia con Jean-Pierre, ese pintor extravagante que la había retratado desnuda a sus cincuenta y cuatro años. Nunca pensó que haría una cosa así, menos después de ocho años de viudez. Su hijo no se lo perdonaría nunca, nunca, pero cuando Rose-Marie se lo presentó hace tres meses, ella tampoco lo imaginó. La propuesta fue directa. ¿Qué dices? Lo que escuchas, quisiera retratarte desnuda, ¿desnuda?, sí desnuda, pero a mis años, no crees que es una burla, que dices, tienes curvas que cualquier mujer las quisiera. Toma aquí está mi tarjeta por si te animas, me la entregó y se alejó dejándome meditabunda. No me atreví a contarle a Rose-Marie, a pesar que somos amigas de pequeñas, pensé que se reiría de mí. ¿Qué dices amiga? No creerás que Jean Pierre hablaba en serio, imagínate a tus años, siendo la modelo de un pintor como Jean- Pierre, hubiera sido su respuesta, la conocía bien y no dejaría de burlarse una y otra vez. Lo cierto es que no recordaba hacía cuanto tiempo no recibía una propuesta tan directa. Días más tarde, nos juntamos en un café del centro. Su apariencia era tan seductora como su forma de hablar. Jean Pierre, era seis años mayor, y muy preocupado de su apariencia, practicaba yoga, no bebía ni fumaba, y todas las mañanas corría por el parque. Su camisa blanca, le asentaba bien. La conversación los llevó a sus infancias y se rieron juntos de sus andanzas colegiales, ella misma se asombró del timbre renovado de su risa y cuando subió los cuatro pisos que le llevaron al departamento de Jean-Pierre, volvió a sentir el rubor de la adolescencia que dormía en algún rincón de su memoria. El departamento era pequeño, sombrío, y la austeridad en que él vivía, le sobrecogió, más no le impidió continuar a lo que iba. Se sintió incómoda, cuando  le indicó un viejo sofá donde dejar su ropa, mientras preparaba el atril. Se fue quitando la ropa y los prejuicios fueron apoderándose de ella, al llegar a su ropa interior, estuvo a punto de salir arrancando y olvidarse de todo, pero al darse cuenta que ni siquiera le mirara ni una sola vez, le dio el aliento suficiente para continuar. Despojada de sus ropas frente a un desconocido, el tiempo le pareció una experiencia abrumadora, en ése instante vulnerable la sensación de verse  haciendo el ridículo se apoderó de ella, y aun cuando deseaba salir corriendo  sus piernas no se movieron, menos cuando se le acercó con una sábana para que se tapara mientras acomodaba sus utensilios. De pronto el profesionalismo de Jean- Pierre  hirió su orgullo de mujer, en ningún instante aquel hombre le había mirado con otros que no fueran meramente profesionales, estaba como abstraído en la tela, los pinceles, la lámpara que buscaba acomodar, la inclinación del atril, y el ángulo perfecto que necesitaba antes de empezar. Todo ese preludio le hizo sentirse como un objeto más de la habitación, uno de los pocos que la vestían; por allá su cama deshecha, un velador, una silla con ropa desordenada, una vieja cómoda, y por todo el resto de la habitación, muchas telas, algunas a medio acabar, las más de colores fríos, tristes y apagados, alguno que otro tenía la fuerza de los rojos, amarillos o anaranjados. Los azules al parecer eran sus preferidos. Le llamó la atención la arrogancia desplegada en ciertos bosquejos, así como la pobreza de ideas en otros. Se sintió confundida ¿Qué hacía en esa habitación con aquel hombre que apenas conocía? se cuestionaba intranquila - tapada con tan solo una sábana, a sus años era inaceptable su comportamiento de adolescente, parada torpemente en la habitación. De pronto en un acto desesperado por desprenderse de tales pensamientos, fijó su mirada en las manos de Jean- Pierre, esos dedos largos bien cuidados se movían como gacelas entre los tubos de óleos amontonados en una deteriorada caja de galletas irlandesas que acostumbraba a comer como única merienda en sus noches de inspiración. En aquel instante, entendió que estaba frente ante un verdadero artista. La sesión fue más breve de lo que esperaba, se había sentido cómoda a pesar de su desnudez, de algún modo le permitió liberarse de sus tapujos, los ojos de Jean- Pierre siempre estuvieron fijados en la tela, de cuando en cuando le miraba con la atención de una ave rapaz sobre su presa, y se volvía a compenetrar en su trabajo, como si de ello dependiera cada minuto de su existencia. Le vio abstraído en el tiempo y en el espacio, y como su brazo diestro se movía armoniosamente frente a la tela, al tiempo que la paleta bañada de colores parecía acompañarle con movimientos acompasados, la expresión de su rostro, a ratos parecía desvariada, como si estuviese poseído, embriagado de pasión, y toda su figura convulsionaba en un acto de entrega extrema. La tela en blanco,  lo atraía de un modo vertiginoso, se apoderaba de todos sus sentidos, le hipnotizaba y le hacía presa de su delirio, la respiración agitada a ratos, se mezclaba con inhalaciones profundas de aire, que le devolvían la serenidad, antes de volver a la locura. El episodio le dejó extenuado, y dejó caer su cuerpo en el respaldo de la silla, al tiempo que sus brazos se convertían en dos extensiones inertes que salían de su dorso implorando descanso. Se cubrió con la sábana y se acercó a apreciar su trabajo, resaltaban entre tonos azucarados sus senos tornasolados por una luz que caía sobre ellos y parte de su rostro en las penumbras de un fondo ceniciento. A pesar del trazado aún inconcluso, la sensualidad de sus líneas y el erotismo afloraba aún en los tibios colores. Si bien los trazos de sus rasgos apenas le reconocían, la  satisfacción consigo misma fue completa, por lo que se inclinó a  besar la frente de Jean-Pierre en un gesto de agradecimiento.
El abandonar la habitación, y bajar las escaleras, fue como ir volviendo de un trance que la tuvo atrapada en una nube de paz y abandono, como no sentía hace años.
A pocas cuadras se sentó en un café, y encendió un cigarro. Se evadió de la realidad al compás del humo, para regresar con una sonrisa que iluminó su rostro, tanto así que acaparó la atención de un hombre de sus años, que ocupaba una mesa distante a pocos metros de la suya, y que aparentaba prestar atención a la lectura de un diario que tenía abierto entre sus manos.
El sol del mediodía, le besó sus mejillas, y el reflejo en la ventana de la terraza, la encontró radiante y luminosa, como las hortensias que decoraban el balcón. Se llevó un bocado de salmón y paladeó la frescura del vino y brindó por la vida, por sus años, por la locura vivida y por Jean – Pierre.
 
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Foto del autor Esteban Valenzuela Harrington
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Descripción

Vida cotidiana, oportunidad, locura...

Palabras Clave: Locura

Categoría: Cuentos & Historias

Subcategoría: Ficcin



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