Historias de un terremoto
Publicado en Sep 15, 2009
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La mañana del 19 de septiembre de 1985, un ciudadano estaba en el Metro, dirigiéndose a su lugar de trabajo, de repente sintió un pequeño movimiento en el subterráneo de este sistema de transporte, el cual duraría aproximadamente cincuenta y siete segundos; tiempo suficiente que necesitó un terremoto  para destruir una buena parte de la capital. Cuando dejó de ser topo y salió a una  realidad presente, se encontró en un ámbito no conocido. Su cuerpo fue sacudido por un choque de espanto, y vio enfrente de él una de esas escenas crueles de filmes dedicados a la guerra, en donde el objetivo es la destrucción de lo que ha hecho el hombre con su esfuerzo. Observó únicamente personas  que gritaban, lloraban y corrían desconcertadas hacia un rumbo desconocido; no comprendiendo una realidad pasada, transformada, pues se veían solamente heridos, caminando llenos de sangre en todo el cuerpos y muertos entre ruinas de lo que antes fueron edificios coloniales y modernos. Se temían explosiones. El gas envolvía el aire, ya de por sí contaminado por los dos millones de autos y el  inmenso número de industrias localizadas en el centro de la República. Los más fuertes, se recuperaron, adaptándose rápidamente al horror, y comprenden que deben organizarse inmediatamente para dar ayuda de rescate  a un sin número de lesionados atrapados entre losas de concreto, vigas de acero. Mientras ellos comienzan a trabajar sin ninguna herramienta, sin ningún elemento de protección, simplemente con el corazón en las manos descubiertas que a los pocos minutos empiezan a sangrar por las heridas sufridas. Él se comporta cobardemente, y es la primera vez, que le tiene miedo a la muerte, angustiado huyó del lugar, dejando solos a esos héroes anónimos, los cuales mostraron el peso de su organización y participación, logrando  salvar un sin número de vidas, gracias a su voluntad y esfuerzo ante la desgracia, la cual tomó en su lienzo negro la vida de miles de personas.
Hasta hoy, los mexicanos creen que, el gobierno tiene una deuda pendiente con la persona que se creía cobarde y comprometió su vida en un edificio a punto de caer; con el hombre que dejó de lado la búsqueda de trabajo para cargar escombros, para el hombre que no podía ver sangre y dio los primeros auxilios a los heridos que encontró a su paso, para el vecino que cobijó y alimentó a quienes todo lo  habían perdido y a uno de los tenores españoles más conocidos del mundo de la ópera, quien cuando se encontraba organizando una brigada en alguno de los doce edificios destruidos en Tlatelolco, fue entrevistado por unos de los más populares corresponsales de esa época, el cual preguntó: ¨si él no tenía miedo de perder su preciada voz para su próximo concierto en esa noche tenebrosa y fría¨; consternado por esta estúpida pregunta, pero sin perder su caballerosidad  contestó: ¨Querido, ¿a quién le importa mi voz, cuando ante mí hay cientos de personas esperando como yo, una señal de vida de algún familiar atrapado en algunas de las ruinas de esta ciudad herida?¨.
Entre ayuda civil, incapacidad gubernamental y preguntas estúpidas se trabajó para rescatar vidas de recién nacidos, niños, niñas, hombres y mujeres de algún hospital, edificios o departamentos destruidos.
Se recogieron escombros, combinado muchas veces con un miembro desprendido de un cuerpo humano, los cadáveres encontrados, fueron reunidos en un campo deportivo para su identificación. Por consiguiente el lugar donde se tiraban estos escombros se volvió una nueva fuente de trabajo, a causa de que se podía encontrar algún ahorro perdido, antes de ser escondido en algún colchón de un desconfiado de la banca; también los elementos de construcción podían ser reutilizados en algunas de esas cabañas construidas por hojas de lata o de cartón, así como un anillo de oro que fue retirado de un dedo mutilado entre esos desperdicios.
Pasado el horror se vuelve a la calma, se sacan conclusiones, se dan números de heridos y fallecidos. Se pide ayuda económica internacional, pero también se descubre, que gran parte de los edificios dañados son gubernamentales, en los cuales no se cumplieron especificaciones de construcción, es decir, donde se construyó con acero y concreto con menor resistencia a la tensión y compresión, pero que en la bitácora -libro donde se escribe toda el historial del trabajo elaborado- aparecen números correctos en toneladas y metros cúbicos. Posiblemente esos volúmenes faltantes se encuentren en alguna de esas colonias en las que se construyó una residencia con piscina, sobre un terreno expropiado por algún servidor público de la ciudad.
Arquitectos e ingenieros éticos se suicidan, los otros se asocian con alguna persona de la esfera política, para formar  compañías de construcción, las cuales serían encargadas de levantar la ciudad, esta vez desvastada por la mano de la naturaleza y no por un español vagabundo que todavía en las clases de historia se le llama ¨el conquistador¨ y no el asesino de la cultura Azteca.
Trabajando en una de esas tantas nuevas compañías constructoras, él adquirió experiencia  profesional con la desgracia y no por un buen plan de vivienda nacional. Se necesitaba embellecer a la ciudad para recibir a los diferentes equipos que participarían en la copa mundial de fútbol, y a los turistas que observarían dichos partidos.
 Trabajando doce o quince horas por día, pero con un sueldo precario y sin seguridad social, participó en la coordinación de la construcción de viviendas nuevas y remodelación de edificios coloniales para reubicar a los afectados del sismo.
Un sábado, cuando se le pagaba a esa gente trabajadora, la cual siempre está levantando muros de tabique,  y que por lo general nunca llega a tener una vivienda propia, fue asaltado por personas bien vestidas y con las caras descubiertas. Presentándose como supervisores, le preguntaron por el salario semanal de los obreros, no si antes mostrar a dos elementos plateados dirigidos a su sien. Perdiendo el habla por la sorpresa,  observó directamente dos cuevas inmensas, esperando que salieran en cualquier momento, ese cobre que transforma la vida en muerte. Inmediatamente, uno se dirigió a una visita que él había recibido por primera vez. Miró a su amigo amenazado, quien en el pasado le había ofrecido comida y su casa para salir a buscar un sitio de trabajo, fue entonces que recuperó el habla, organizó las ideas, entregando el dinero a los supervisores disfrazados. Favorablemente el día siguiente era un domingo libre, donde ellos se pudieron recuperar de la diarrea que había ocasionado este suceso.
 Ante la desgracia, algunos se aprovechan.  Y poco, a poco él se fue dando cuenta que se volvían a cometer los mismos errores de antes, es decir, esta vez se respetaron las especificaciones constructivas, pero muchos de los técnicos se las ingeniaron para aumentar sus ganancias con el aumento en el número de trabajadores de las obras.
 Por otro lado él no podía entender porqué ganaba más un maestro de obra (sin discriminar a esta persona, puesto que su trabajo es también importante) que un arquitecto, de manera que, su salario neto era insuficiente para satisfacer sus primeras necesidades. Apenas le alcanzaba para comer tres veces por día, comprar un libro literario o revolucionario de un escritor latinoamericano, visitar al dentista regularmente para mantener sus queridos dientes en buen estado, mandar cada mes cierta cantidad de dinero a sus padres, o ayudar a  terminar sus estudios profesionales a unos de sus amigos. Pero a pesar de que no podía ahorrar, logró recuperar algunos kilos que le faltaban, puede opinar sobre política, ha conservado hasta la fecha su dentadura completa, sus padres pudieron comprarse medicinas que  en el Seguro Social faltaban, pero sobre todo, su patria, ha ganado un profesionista productivo procedentes de familias pobres, que por lo general, se tiene que integrar a un trabajo para participar con el presupuesto familiar después de terminar la secundaria, sin la posibilidad de continuar con un estudio universitario. Además, rotundamente, él se negó a participar en el robo de la ayuda económica internacional, la cual permitió reconstruir la ciudad, aumentando con esto, su lista de supervisores enemigos, pero no la lista con trabajadores fantasmas.
El rostro de la ciudad se fue recuperando. En el lugar donde hubo muerte y destrucción, se construyeron plazas y se plantaron árboles, los edificios coloniales abandonados que fueron construidos sobre  lo que fuera una gran ciudad de pirámides, hechas de piedras sobre un lago, pegadas con caracol, se transformaron en hermosos edificios para albergar a personas que perdieron sus viviendas en los sismos de septiembre del ochenta y cinco. Entre bromas, algunos colegas suplicaban a sus dioses por otro terremoto. El fin de esa hermosa tarea estaba por llegar. Y en un futuro inmediato él se integraría nuevamente a ese grupo de personas sentadas sobre un banco de  esas plazas recién construidas, con un periódico en  mano buscando un nuevo sitio de trabajo.
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Foto del autor Carlos Campos Serna
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Descripción

Recordando el terremoto de Mxico del 19 de septiembre de 1985.

Palabras Clave: Entre ayuda civil incapacidad gubernamental y preguntas estpidas se trabaj para rescatar vidas de recin nacidos nios nias hombres y mujeres de algn hospital edificios o departamentos destruidos.

Categoría: Cuentos & Historias

Subcategoría: Relatos


Creditos: a los hroes annimos. Fotografo annimo

Derechos de Autor: Carlos Campos Serna


Comentarios (1)add comment
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Carlos Campos Serna

Amigos, por lo general no me gusta comentar mis textos, pero no se que pasa con el servidor, que mis escritos se pierden y ni en mi perfil los puedo ver. Quizás, con este auto-comentario funcione el sistema y ustedes puedan ver este texto. Por cierto ya lo hice en otro y que creen, ! bingo!, funcionó.

Abrazos..
Responder
September 15, 2009
 

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