Hoy me he quedado sin coche
 
Ha sido poco menos  como perder un amigo. Un amigo que me ha acompañado muchos años. primero de recién nacido,  precioso, presumiendo de olor  a coche nuevo. Siempre pegadito a mí. Compartíamos setenta kilómetros diarios en los cuatro viajes que me hacía hasta La Quinta. Soportamos los calores del verano, y las colas interminables desde más allá de Rio Verde cuando aún no estaba hecha la Autovía. Se sabía, como Platero, el camino de ida y vuelta de memoria. Jamás me dejó tirada. Yo a él sí. Un par de veces le dejé sin alimento para sus venas, porque era parca en almacenar gasolina. No me lo tuvo en cuenta. En esos años, apenas si estuvo enfermo un par de veces. Lo llevé a su casa natal para que lo chequearan bien. Le sustituyeron varias piezas, como a cualquier ser humano. Le extirparon algún órgano y se lo sustituyeron por otro nuevo, como a los humanos nos intervienen  las cataratas, o nos extirpan la vesícula, solo que a él siempre le suministraron órganos fácilmente conseguidos a buen precio en su casa matriz. Hoy, se ha ido definitivamente de mi vida apenas en diez minutos. Creo que es una costumbre japonesa dar gracias, cada día a algo  y a todo aquello de lo  que nos servimos, por permitirnos que nos deje utilizarlo. Yo te doy gracias a ti por haberme llevado a bordo, sin quejarte nunca de que no  te cuidara demasiado, ni  te dedicara una excelente higiene como te merecías; gracias  por no haberme reprochado que no lo hiciese, por tu “afecto” incondicional. Adiós amigo  adiós…
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