Me encontré con él llegando a mi casa. Miraba de reojo a unas niñas jugando. Me detuve a su lado preguntándole como le iba en la pega. No me importaba, quería saber qué mierda pensaba. Con esos ojos mirando a unas niñas no podía ser otra cosa que en sexo. Me miró asustado. Se dio cuenta que llegue a su lado en silencio. Mi pinta será. Me dije. Un gallo alto de gabardina negra y una mochila colgada en un hombro. Dijo que nada. Que estaba bien. Que terminarían los arreglos de la plaza esta semana. Sonreía el muy maricón. Y volvió a darle una mirada a las niñas. Era otoño. Hacía calor para ser septiembre. Le insistí en la pregunta. Me dijo “señor”, me dijo “terminamos esta semana”, me dijo “hasta luego” sin que yo se lo hubiera dicho antes. Me quede ahí unos instantes más. No quería que dejara de sentirse incomodo. Le dije que hace cuando empezaron las obras de esta plaza. Me dijo que como dos meses. Cinco, le corregí. Cinco, verdad, me contestó volviendo a tomar su pala y volviendo a mirar a las niñas. Veía sus faldas, veía sus pelos, pero no las veía como niñas. Quise preguntarle por qué las miraba así. Pero era obvio. Cuántos años tiene, pregunté sacando un cigarro y encendiéndolo. Se puso medio nervioso. Le dije que vivía cerca. Que qué lo ponía nervioso. Contestó con un enredo de palabras que intentaban explicar su edad (cerca de 50) que había estado en la cárcel por “error” más de 13 años, y que esta era la primera pega que conseguía porque sus papeles estaban manchados. Recordé que hacia menos de un mes un tipo intentó asaltarme a la salida de un regimiento donde había ido por asuntos de trabajo, primero me pidió fuego, se lo di. Luego me siguió un rato comentándome que necesitaba monedas, que le di, luego me dijo que necesitaba más, que yo tenía más en el bolsillo, que había estado en la cárcel por asesinato, entonces me contuve, le pregunté qué cuanto tiempo, dijo que 3 meses, le dije que eran pocos, se rio el muy infeliz, comentando con su coa que había dado 15 puñaladas al hueón por que no le dio un cigarro. Te dieron poco tiempo, le dije, se rio el infeliz, si tienes moneas, me dijo, dámelas todas y no pasa nada. Sentí que las manos me hervían, atrás suyo sus amigos que eran 5, nos miraban y otro se acercaba por detrás mío. Sonreí confiado. Le di un par de monedas y le dije que no tenía más. Me dijo “menos mal que te avivaste”, típico de que “o si no” me hubiera asaltado. Metros más allá, subiéndome a la micro y mirándolos desde la ventana de esta supe de la que me salvé, o de la que se salvó él y sus amigos. Yo iba armado, y no tenia reparos en darle un par de tiros y luego acá no ha pasado nada. Pero es de sabios vencer sin ir a la guerra. Y la mediación era lo mío. Había pasado mucho desde aquella vez en que me asaltaran y quedara tirado en la calle hecho un manojo de carne y sangre. Y no iba a pasar de nuevo por lo mismo. Volviendo a mi amigo el obrero, eche humos por la nariz y le dije que eran bonitas, me miró asustado, le sonreí, le repetí lo mismo, son bonitas, la rubiecita es la más bonita, me dijo que sí… que él tenía nietas y todo, le dije entonces que esa era mi hija, se sonrojó, le dije que tuviera cuidado, o si no sus 13 años no serian nada comparado con otras cosas, se cayó, sonrió nervioso y se fue con su carretilla. Lo mire irse por entre la plaza y llamé a la niña rubia preguntándole por sus padres, ella me dijo que estaban en la casa, le ordene que fuera buena y que volviera con ellos y le dijera que uno de los que arreglaban la plaza la había estado mirando raro. Ella, obediente, se fue a su hogar.
