TERCILIO (Biografía de un hombre sencillo) TEXTO COMPLETO
Publicado en Sep 06, 2009
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TERCILIO (Biografía de un hombre sencillo) 

En memoria de mi padre, quien vivió tan poco, para que sea eterno en la memoria de quienes lo conocieron y amaron.
 
EL NACIMIENTO DE TERCILIO
Juan Sartori, se acomodó por enésima vez sobre el banquito de madera. Y por enésima vez encendió un cigarro de chala; al que había hecho con proverbial paciencia: picado fino el tabaco negro de cuerda; deshilado suavemente en la palma de la mano izquierda mientras sostenía en sus labios la reciente hoja de chala ya preparada para armar el cigarro.
La luna de junio brillaba esplendorosa por sobre la serranía azul y un viento suave de otoño movía las hojas del parral cercano -Juan miró y midió con ojo de agricultor las posibles ganancias que le dejaría la plantación de tabaco, mirando el rozado nuevo que bajaba por una pendiente leve.
Recostado en un horcón del galpón veía entrar y salir a la matrona que atendía a Doña Catalina, su esposa que estaba a punto de darle su tercer hijo, sintió el relincho de su caballo preferido en el potrero y más por hábito que por necesidad encendió el encendedor para dar lumbre al cigarro, una llama viva y humorosa resplandeció en la noche bajo el galpón y dibujó unos arabescos fantasmales sobre su cara; el encendedor hacía rato que dejó de funcionar a bencina y lo hacía con un plebeyo querosén más barato y accesible, aunque producía una llama amarillenta y humosa.
Dentro de la casa de piso alto y de tablas una conjunción de lampiones a querosén ayudaba  a una partera y a una comadre de Doña Catalina. Juan escuchó inquieto el llanto de la casa, al rato una mujer se perfiló en el umbral de la casa y su figura tosca a contra luz se perfiló en el pórtico, dirigiendo la voz hacia el galpón le dijo en portuñol  "Joao e un pia" como un reflejo espasmódico Juan Sartori encendió su encendedor y le dio una bocanada profunda al "lio de chala" y no pensó mucho en ponerle un nombre al hijo recién llegado, era el tercer varón que su mujer le daba, la conclusión era sencilla al primero lo llamó Primo; al segundo Segundo al tercero, Tercilio y san se acabó.
Con la buena nueva Juan entró a la casa dentro de unos diez años El Tercilio sería una mano más a la zafra de la vid; era el 24 de junio de 1926.
Cinco años después, Juan, Catalina, Primo, Segundo, Lucia, Aníbal, Quinto y Virgilio que eran los demás hermanos sabían que el tal Tercilio sería diferente a los demás. Gustaba de andar limpio y bien peinado, era rubio y de ojos claros, pero tenía una inclinación diferente a los demás le intrigaban otras cosas del mundo agrícola en el que vivía, hojeaba cuanto diario y revista caían en sus manos; le gustaban las máquinas y los motores, solía escaparle a los trabajos pesados y comenzaba a hablar ingeniosamente, lo más sorprendente que lo hacía en perfecto castellano, cuando en su familia casi nadie lo hablaba.
Solía escuchar absorto los relatos de los mayores y reproducirlo de acuerdo a su punto de vista.
Comenzó a descubrir con el carbón primero y con el trazo del lápiz, después, formas, palabras y números e intuyó que por ahí y no con la asada estaría su destino.
Rumbeó gustoso a la escuela y caminaba con afán los muchos kilómetros que la separaban de su casa. Halló allí un ámbito propicio para su forma de ser y destacó de entre sus hermanos y condiscípulo, pues por su aplicación, capacidad, lectora y discernimiento en torno suyo se sentaban ahora compañeros de escuela, hermanos y primos a escuchar sus relatos sobre temas que él leía, pero que su imaginación agrandaba y adornaba a circunstancias cotidianas.
Tanta era su aplicación y esmero que el maestro lo promocionó dos grados en un año, hecho que le hizo ganar fama de sabiendo, y en forma contraria a sus hermanos mayores no abandonó la escuela y en una época que era difícil terminarla a los 12 años obtuvo su certificado de terminación de estudios.
Era un pájaro diferente en el nidal de agricultores, muchas personas pusieron sus ojos en él y quisieron enseñarle oficios varios y apadrinarlo, algunos los aprendió con esmero como el de ser carpintero. Pero sus aspiraciones estaban lejos del arado y la ruda tarea agrícola, quería ser independiente, delinear su rutas, elevarse en vuelo propio.
LA VENDIMIA
A las cuatro de la mañana de un día martes del mes de diciembre de 1935 la casa de Juan Sartori vivía un bullicio diferente mientras doña Catalina encendía el fuego para dar el desayuno a Lucía, Primo, Segundo,Tercilio, Aníbal, Quinto y Virgilio, Juan con sus dos hijos más grandes se encaminó hacia el galpón donde daba el último toque a más de veinte tijeras para cortar los cachos de uva; encendió un fuego grande sobre el que puso una olla negra de grandes dimensiones para cocer un guiso para unas cien personas. En tal día en su casa sería el "ayutorio" todos sus vecinos unas 10 familias completas vendrían a cosechar las uvas y pisarlas en una gran tina para hacer luego el vino.
Salió al chiquero con Primo y Segundo escogió un cerdo grande y gordo al que sacrificaron y comenzaron a limpiarlo. No había amanecido aún cuando varios paisanos suyos, dos alemanes y un criollo lo estaban ayudando en todo. En tanto que en la cocina Doña Catalina y sus comadres comenzaban a servir un rico desayuno consistente en te con leche, pan casero, manteca, ricota, crema de leche, dulce de caña con duraznos, uvas, naranjas...
El bullicio iba en aumento las chanzas entre los hombres, el cuchicheo entre las matronas y el juego de los niños y los adolescentes algunos que se miraban ya con ojos de hallar durante el día el amor de su vida.
La caña áspera y fuerte el vino "patero" (pisado con los pies) era la bebida de los hombres.
Apenas el sol despuntaba alegre y fuerte en el horizonte decembrino todos: hombres, mujeres, jóvenes, viejos, adolescentes y niños... Tomaron sus canastas y tijeras yendo al parral.
Mientras tanto en plena tarea, allí en medio de la plantación las tarantelas que salían de un acordeón y una guitarra; que de cuando en cuando todos coreaban en italiano alguna canción familiar le ponía ritmo de alegría.
Como hormigas fueron llevando las canastas a una gran tina redonda de madera... Cuando el sol comenzaba a quemar el semblante hacia media mañana las mujeres salieron a ver los detalles de la comida que compartirían.
Promediando el día volvían todos bajo la acogedora sombra de los grandes árboles: a tomar un trago de caña, vino, mate o un jarro de agua recién sacada del pozo. La mesa estaba servida, pulcra, limpia, tablas sobre caballetes: lechón asado, guiso de pollo, pan salado y dulce, jugo dulce de uva como refresco para las mujeres y niños, limonadas, mandioca, batatas era la comida sencilla y abundante de los trabajadores de la tierra.
Antes de comer se lavaban las manos, la cara y cada cual se sentó donde quiso la charla era amena y divertida alentada por el alcohol que ya hacía efecto en algunos. Antes de comer se levantó al cielo una plegaria por la buena siembra para que no falte el pan por la salud la familia y la amistad.
Apenas terminaron de comer Tercilio con 9 años se acerca a su padre y en portugués le da cuenta de sus anotaciones en una libreta: cantidad de canastas, peso aproximado del producto y posible rinde, Juan lo escuchó atentamente y daba cuenta a sus amigos de las cualidades de su tercer hijo en cuanto a escribir y calcular.
Terminado el almuerzo hecha una sobremesa que incluyó el relato de alegres anécdotas, chistes, canciones, algún baile y eventuales cantores, el emotivo recitado de otro; la condolencia por la muerte de algún vecino, hacia las 16:00 hs. cuando el sol comenzaba su descenso hacia el ocaso daba inicio a la segunda parte del trabajo que era pisar las uvas, recoger el mosto; los jóvenes hombres y mujeres entraban a la tina y al ritmo de alegres tarantelas pisaban la vid que generosa sangraba en el espeso jugo negro que sería  el vino alegre. Los niños entraban a la tina solo con camisa sin pantalones y saltaban contentos. Tercilio no se deshizo de su pantalón corto de bolsa de harina, hecho a mano por su madre y teñido de azul. Alegre, saltó hasta el cansancio. Salió cuando era casi de noche y buscó el lecho de una adolescente para el descanso escuchando un cuento. Algunas familias recogían sus hijos subían sus herramientas sobre los carros enganchaban caballos o bueyes y comenzaban a retirarse a sus casas alborzados por la jornada de labor, el vino o la caña.
Primo, Lucía y Segundo salieron a tratar los animales, Catalina y sus amigas ultimaban detalles para limpiar la vajilla se cebaban los últimos mates, se daban  las invitaciones para el próximo ayutorio. Lentamente la gente se fue yendo y las voces apagando en los montes que señoreaban casi impenetrable. La finca de Juan Sartori fue apagando las luces del patio y se recogían hacia la casa. Mientras todos sus hermanos menores dormían y los mayores cenaban Tercilio preparaba sus útiles para ir a la escuela preocupado por haber faltado, el día del ayutorio.
Antes de apagar el lampión de la mesa de luz de su dormitorio Juan Sartori realizó un cigarro y lo encendió, para fumarlo con la mirada clavada en el techo sin cielorraso y le comentó a Catalina sus expectativas de producción de vino. Apagó las luces, la casa quedó en silencio; una luna grande de verano señoreó en la noche; un búho dejó oír su canto nocturno; un murciélago sobrevoló los árboles frondosos y desde el monte cercano un puma rugió su voz potente. Desde el cielo Dios tuvo una sonrisa para la gente laboriosa que se entregaba al descanso...
Como era habitual por aquellas épocas fue al servicio militar; a sus superiores no les costó ver sus cualidades de joven disciplinado y destacado en entender y cumplir consignas; de inmediato le dieron tareas de oficinista las que cumplió muy bien por su gran ascendencia también en ese ámbito se ganó el afecto y el aprecio de sus pares y superiores; capaz, disciplinado, atento, vio y asimiló todo lo que pudo de la experiencia del servicio militar; volvió hecho un hombre completo.
Bicho raro entre los suyos salió en busca del pueblo; Leandro N. Alem por aquellos años ya brillaba como una ciudad promisoria, a la sazón, Tercilio estudiaba por correspondencia para ser "Perito Tenedor de Libros"; las ansias de crecer lo dominaban pero junto a esta pasión lo encendían otras dos: el vino, costumbre que le vino de sus ancestros de mojar en vino las alegrías y las tristezas, pero no en pocas dosis de satisfacción sino en torrentes que luego no conocerían otro límite que el de la cruda borrachera y las mujeres. Fueron las cosas que embriagaron sus sentimientos. Cada mañana a escondidas o con el consentimiento de sus eventuales patrones leía el diario.
El adolescente creció en gracia, simpatía, cordialidad y masculinidad, elegante, sobrio, bello, alto, rubio de ademanes caballerescos, conquistó voluntades y tuvo amigos, muchos amigos en el truco, la parranda y la borrachera; muchas mujeres cayeron al embrujo de don de gente y de sus artilugios de amor. A pesar de que trabajaba en una caballeriza poseía dos cualidades de ascendencia social para la época: su caballerosidad y su elegancia. Su ropa era siempre limpia y bien planchada, su sombrero bien armado y sus zapatos negros, con un brillo permanente, en las tertulias y bailes o la vuelta del perro por calles del pueblo lo veían lucir un traje oscuro que acentuaba su elegancia.
Como si fuera poco hablaba castellano, portugués e italiano. Sabía leer y escribir tenía empleo y aún más sabía conducir automóviles ¡Qué perfecto!
Pasaron los años y el joven Tercilio Sartori comenzaba a ser nombrado en la ascendiente clase media de la década del 50. Era dependiente primero de la tienda y almacenes "La Capital" y luego de "La Europea"; empresas de prestigio para la época, en consecuencia se había convertido en uno de los solteros más codiciados de la ciudad en crecimiento.
Pero audaz anhelaba algo más para sí mismo y comenzó a ahorrar primero de su sueldo para adquirir una propiedad y habilitar un negocio, su hermano menor Adolfo Salvador "Nene" se vino al pueblo a vivir con él y a terminar sus estudios primarios.
Ya casi rumbeaba la soltería para la tercer década de su existir cuando una morena de ojos negros se le cruzó en su camino y fue cuando tejió su mejor empresa: el matrimonio.
LITA
Dinarte Domínguez, apretó fuerte la cincha del caballo overo que había comprado con unos pesos ganados en la dura faena del campo correntino, tenía 19 años y ensillaba el overo con un basto que su padre le regaló al estilo de la zona: basto, jerga pellón, una montura cómoda para andar el día entero arriba del caballo.
Su ropa de paisano: bombacha oscura, botas de cuero, rastra sobre la faja negra apretada, camisa clara y un sombrero de paño. Pocas pertenencias llevaba Dinarte: un revólver calibre 44; un facón con hoja "Solinger" ropa de trabajo y la que usaría para el baile que se cuadrase en su camino,  como así unos pocos pesos fruto de su ahorro.
Entró a la casa de "La Cruz", Corrientes saludó a sus padres y cuando al sol le faltaba mucho aún para asomar su cara de oro por el horizonte montó al overo, se levantó el ala del sombrero para recibir la brisa fresca de la madrugada encendió un cigarro de hoja de tabaco hecho a mano; apoyó la guacha en la cintura, apretó en el ijar del caballo las espuelas y tomó rumbo al norte; por la rastrillada principal, hacia la provincia de Misiones.
Ya entrando en la tierra colorada se hizo un juramento de progreso que sostendría con el trabajo duro de sus fuertes brazos.
Leandro N. Alem era apenas un lugar poblado de inmigrantes y algunos criollos corajudos que se aventuraron a venir. Dinarte calculó con maestría de comerciante que intuye  el negocio que aquel lugar ubicado entre Bonpland; San Javier y Oberá sería con sus nuevas colonias un buen enclave para el comercio.
Al llegar a Alem traía  enancada en el overo a Doña Ramona Pico su esposa y fiel compañera. Acomodaron sus cosas y Dinarte compró su primera vaca: la que carneó y vendió bajo un frondoso árbol; de allí en más se instaló con éxito como comerciante ganadero, minorista y mayorista. Fundó una empresa sólida que albergó a parientes y conocidos como peones; todo en torno a su recia figura patronal. Si bien tenía para transitar las polvorientas calles del pueblo hacia la década del 30 camioneta y para pasear un flamante Phymontt negro último modelo, una casa digna y plata en el bolsillo no olvidaba sus orígenes y solía andar a caballo con la misma traza que lo vio salir de su pago natal: botas de cuero; sombrero de paño negro con el ala levantada, el cigarro de hoja de tabaco en los labios; la guacha hincada en la cintura, el facón y el revolver ahora un 38 S W que certificaba su condición de patrón.
Una mañana como tantas se levantó Dinarte a hacer su oración con el mate viendo venir el alba con el sol a caballo del horizonte; cuando una de sus hermanas le dice que deben llevar al médico a Doña Ramona que estaba esperando su cuarto hijo. Con la misma agilidad de siempre subió al auto a Doña Ramona y a su hermana que llevaba un complicado ajuar para el futuro bebé. Al llegar a la clínica los - "Buenos Días Don Dinarte" se multiplicaron y de inmediato estuvo lista la pieza ventilada con grandes ventanas y lujosas cortinas. La esposa del médico que la auxiliaría en el parto iba y venía. La familia Domínguez eran buenos clientes y pagaban bien hacia la  mañana se escuchó un llanto, no era el varón tan esperado sino la cuarta hija del matrimonio y tercera mujer. De inmediato cundió la noticia por el pequeño pueblo y se supo del natalicio de Delicia Aurora Domínguez ocurrido un 3 de mayo de 1933. A la que Dinarte llamó Aurora, pues vino con el amanecer, tiempo del día que tanto quería y disfrutaba, diciendo incluso que recibir la brisa fresca de la mañana, era darse claridad de pensamiento y buen salud.
EL DEPENDIENTE Y LA DONCELLA
Corría el año 1955, se vivían tiempos de grandes cambios políticos y sociales, de los cuales Tercilio estaba exento ya que su única intención era trabajar y juntar algo de dinero para poner un negocio propio.
El joven dependiente de la Tienda "La Europea", vestía diariamente un elegante traje azul oscuro con sutiles rayitas blancas, camisa inmaculada de hilo almidonada, y pulcros zapatos negros.
Detrás del mostrador destacaba su espigada elegancia. Eran épocas en que el pueblo vivía los beneficios de un política social de gran desarrollo de la clase media, y esto generaba un consumismo acentuado, a tal punto que a diario la tienda se llenaba de gente.
Estantes llenos de coloridas piezas de diversas telas, percheros colmados de ropas hechas, gran cantidad de calzados y toda la ropa para vestir con elegancia estaban en la tienda que tras accederse a ella se entraba en el mágico mundo de la oferta. En cambio en la calle de tierra roja, al solo salir de la vereda, el polvo, era pegajoso y ensuciaba por doquier. Cuando llovía un barro denso y sucio todo lo cubría, ni aún así Tercilio perdía su elegancia y cubría los admirables zapatos negros con galochas de goma, de tal modo que al ingresar al trabajo, a su domicilio o en otro comercio, el banco u oficina pública estuviera siempre elegante.
Las chicas del pueblo se regodeaban para ser atendidas por el joven dependiente, algunas compraban cualquier trivialidad para poder hablar con el, otras comentaban en voz alta la hora y el lugar por donde se paseaban al atardecer, con la intención que el buen mozo y apetecido soltero las cortejara.
Leandro N Alem, tenía una plaza de una manzana, inmensa, bonita, llena de árboles que crecían rodeados de flores multicolores. Pero también tenía hermosas farolas, redondas como lunas llenas que en contraste con otros lugares oscuros del pueblo brillaban al conjuro de las mariposas nocturnas y era el lugar obligado para que los chicos jugaran, las niñas en edad de hallar el amor de su vida hicieran su paseo dejando caer un pañuelo para que el joven pretendiente lo alzara, cómodos bancos blancos estaban distribuidos por todo el lugar para solaz de las parejas, los amigos y los matrimonios que se llegaban hasta el predio. Era tiempo en el que el saludo al vecino era cordial y reverencial, con una leve inclinación hacia delante, sacándose el sombrero ante los mayores o tocando el ala del mismo en señal de profundo y sentido respeto.
Por allí Tercilio y su hermano menor "Nene" solían caminar para ver a las chicas y hacer la necesaria vida en sociedad. El paseo era con traje y sombrero. Con la misma pulcritud un día, el joven dependiente vió que una morena de ojos negros y profundo dejó caer su pañuelo, se acercó ceremoniosamente, se lo devolvió y nació el hechizo del amor entre ambos al cruzarse sus miradas con fuego de pasión.
La niña, resultó ser Delicia Aurora Domínguez, hija de Don Dinarte, exitoso y adinerado comerciante y allí sus destinos se cruzaron para fructificar en el matrimonio de Tercilio y "Lita" y una gran amistad entre Dinarte y Tercilio.
Por un rato caminaron juntos por los senderos de las plazas y se contaron cosas, que fueron tan comunes luego, siempre la atenta mirada de las hermanas menores y una tía vieja y solterona que sondeaba de a rato, a la futura pareja.
Ese día terminó diferente para ambos y cada uno guardó en su retina y su corazón la imagen del otro. La noche de sueño se volvió tumultuosa. Tercilio soñaba ser un próspero comerciante y tener a su lado una esposa bella y hacendosa. Se durmió entre sueños mezclados de vida social junto a la familia Domínguez, su casamiento, su comercio y hasta rió al ver que un niño correteaba el patio de su imaginada casa en algún lugar.
Los encuentros se sucedieron, cartas, esquelas y todo el romanticismo de una época fue encendiendo la pasión amorosa de los jóvenes.
Tercilio renunció a su puesto de dependiente, y siguiendo la huella de una colonización hacia la Colonia 25 de Mayo, El Pueblo sin Nieblas, cuyos primeros pasos los dio una hermana suya y su esposo, decidió emprender la aventura y viajó hasta aquel apasionante lugar en el corazón del Alto Uruguay.
El viaje fue largo y tedioso, con un viejo camión International, que dando tumbos llegó hasta el arroyo El Torto, con fuertes y firmes brazos tiraron las cuerdas de la balsa y franquearon el torrente, un camino verde, pedregoso y serpenteante, esquivaba en caracol las sierras. De un lado un precipicio  oscuro y del otro lado un barranco rojo por que el que afloraban raíces fantasmagóricas, al llegar a la cumbre de los cerros, un azul de lejanía, la simbiosis de la naturaleza y el hombre era emocionante. En la cabina del ruidoso camión, Tercilio tejía los sueños de la juventud. Llegó hasta el lugar, había comprado un terreno junto a la ruta principal, y allí instaló su negocio de ramos generales, bar, carnicería, choricería propia, y una cancha de bochas.
Por las noches en silencio contaba su dinero, anotaba sus ganancias y al lado del emprendimiento comercial se levantaba austera, pero cálida la casita que sería su nido de amor. Llenaba a la luz de un "Petromax" hojas y hojas de papel blanco en largas y melosas cartas a su novia.
En el lugar se hallaba un destacado docente, Miguel Paredes, amigo de la juventud de ambos, con este hombre y su esposa Ema, Tercilio y luego Lita tejieron una larga amistad duradera a través de los tiempos. Compartiendo sus noches con charlas y juegos de cartas.
Cada amanecer en el pueblo que se gestaba, el sol tempranero iluminaba una nueva casa, la colonia se fortalecía y con ella sus ganancias. Un buen día decidió casarse.
Con boato contrajeron nupcias, el 19 de febrero de 1955, de la fiesta hay grandes y bellos recuerdos acuñados en un álbum familiar, que los nietos adoraron por mucho tiempo, una foto detiene el tiempo, la moda y las costumbres de la época, el novio sobrio con traje oscuro, la novia con vestido de cola, purísimo, esplendoroso. Y una larga noche de fiesta y sueños encendido en dos corazones, nacía una nueva familia, mi familia.
25 DE MAYO
Hoy cuando se mira el álbum familiar y se lee que el viaje de Bodas fue a 25 de Mayo y en Automóvil, causa risa. Era como salir de la civilización y adentrarse en las entrañas de la aventura, de esa frontera interior que siempre tuvo la Argentina en sus límites con Brasil, ya que nos invadían con gente que traían idioma y costumbres, junto a sus intención de hacer  fructificar la tierra.
Los días del matrimonio fueron difíciles, Lita que no se habituaba totalmente al ritmo casi rural del pueblito, el negocio donde a causa del bar y la cancha de bochas a veces terminaban en peligrosas riñas. Que Tercilio con paciencia patriarcal daba fin sin discusiones, simplemente guardando las bochas, aunque en su cintura dejaba ver siempre un poderoso Smith y Weson 44, por las dudas.
No fueron pocas las veces que Tercilio viajaba a Leandro N. Alem, para buscar mercaderías y ganado que se arreaba a pie con una cuadrilla de fieles peones. Lita quedaba al frente del negocio y en varias ocasiones debió enfrentar situaciones límites, como cuando en un atardecer dos hombres se trenzaron en riña a causa de las bochas y fogoneados por el alcohol, en aquella oportunidad un caballero, de esos que siempre existen y están atentos a los problemas, pidió las bochas, las guardó y acompañó a la joven dama a su casa, ya se vislumbraba el embarazo de su primer hijo.
En otra oportunidad mientras estaba junto a su cuñado Nene vivió una escena escabrosa que relata así:
- Promediaba la noche, afanosa, tejía con avidez, este era mi gran entretenimiento, alumbrada por una luz de un farol a querosén, en el dormitorio contiguo estaba mi cuñado "Nene", sentí como si un cuerpo se arrastraba por el suelo, debajo del piso alto de la casa.  Estuve a punto de bajar los pies, cuando se me ocurrió antes alumbrar con la lámpara ¡Dios mío! Unos dedos peludos, de un ser humano con uñas sucias de tierra se introducían en la rendija. Fui un solo grito ¡Nene...Nene! Vení a ver esto, el adolescente saltó de la cama, ya estaba despierto e inquieto pues también había sentido una respiración agitada y un cuerpo arrastrarse, saltó afuera revólver en mano, pero era tarde, hacia un maizal que lindaba con el fondo de la casa salió el hombre a la carrera, varios detonaciones del poderoso revólver atronaron el aire y algunas luces de casas vecinas y linternas amigas se encendieron, pero del intruso ningún rastro, más quedó el miedo plasmado en el pecho de una joven mujer, como era yo  y su casi niño guardián. Creo que por este y otros episodios perdí a mi primer hijo, que murió enseguida de nacer.
En otra ocasión su cuñado Nene, protagonizó una pelea en un baile y se escondió debajo del piso,  mientras los gendarmes, que hacían de policía lo buscaban con avidez. Fueron también horas de zozobra e inquietud.
El pueblo se organizaba y se creó la Comisión Municipal de Fomento, al frente de la misma fue designado como Presidente y por ende intendente el Docente Miguel Paredes, Tercilio Sartori, fue designado por este como Secretario Municipal. Luego a instancia de Miguel Paredes, fue designado Encargado del Registro Provincial de las Personas. Cargo que desempeñó con solvencia dada su prolijidad en la escritura, que en aquellos tiempos eran apreciables ya que se escribía a pluma y a cada tanto se mojaba el acero afilado en la densa tinta negra y con este útil se producía el escrito. Tercilio influía como todo funcionario de la época en las decisiones de las personas al momento de darle nombres a sus hijos, fue cuando acordándose de su suegro y amigo llenó de Dinartes la comarca. (Ver apéndice documental).
Pero no servía para ser funcionario público, no quería, sus objetivo era el comercio y a este rubro quería abocarse con todas sus fuerzas. Y así lo hizo. Recuperado ya por la pérdida de su primer hijo, se puso a trabajar con afán y su espíritu inquieto, su hondo sentido de justicia lo tuvieron protagonizando varios conflictos uno de ellos y muy recordado es cuando hubo escasez de harina en la colonia, él la traía de localidades del Sur de Misiones, su entrega estaba racionada. En esa oportunidad un jefe del Grupo de Gendarmes, quiso presionarlo para que entregara a cada Gendarme una bolsa y a cada colono 10 kilos del preciado alimento como estaba estipulado por ley. Tercilio se negó rotundamente, diciendo:
- Todos somos iguales ante la ley, yo mismo voy a retirar para mi familia 10 kilos de harina y cada familia de 25 de Mayo que compre en mi negocio llevará 10 kilos de harina, sean colonos, comerciantes, maestros o ... Gendarmes.- Esta actitud si bien se aprecia noble y justa despertó resquemores entre los servidores públicos y prometieron vengarse.
Ingenuamente Tercilio cayó en las redes. Estaba prohibido el acopio de Te, una de las tantas pavadas de la política agraria nacional, Tercilio solidario, permitió el acopio del producto de un amigo por un día hasta que llegara el camión, ya que su chacra estaba lejana. El te tiene olor fuerte en su estacionamiento y el olor llegó hasta los gendarmes, quienes con el recuerdo fresco aún de la reparto de la harina, no titubearon en clausurar el negocio de mi padre, con el agravante que precisamente la noche anterior habían llegado decenas de bolsas de este producto. Fuertes tablones de madera bloquearon los accesos al almacén, puertas y ventanas cerradas y la faja de CLAUSURADO. Se pudrió el te, se pudrió la harina y se pudrieron las finanzas de Tercilio, que debió abrir con nada otro negocio.
Para estas fechas Lita estaba embarazada de su segundo hijo que sería el primogénito vivo, con todo lo necesario viajó a Leandro N. Alem, para dar a luz. El hecho ocurrió un atardecer el 11 de febrero de 1958, había nacido Diego Luján. A los pocos días el bebé fue bautizado en la Capilla Santa Teresita de la localidad de Alem, siendo sus padrinos Ramón Domínguez hermano mayor de Lita y Nidia Elvira Domínguez, hermana menor. Con el vástago en los brazos volvieron a la colonia lejana y la vida continuó con sus avatares.
Una tarde Tercilio que era mirón de mujeres lindas, fijó sus ojos en una rubia que trabajaba de niñera en su casa cuidando a su único hijo. La mujer era viuda, muy joven, ya que su esposo había sido asesinado por un maniático que intentó vengarse de varias personas entre ellos el propio Intendente Miguel Paredes y Tercilio, por cuestiones de un camino vecinal, atrincherado hirió a varias personas y luego se mató. Con la joven tejió un romance que tuvo como consecuencia una disputa con Lita, una tarde cuando un mensajero de la mujer mandó a pedir un médico porque estaba por dar a la luz. Lita interceptó la carta y dijo al joven - Dígale a esa mujer que mi esposo es comerciante y no médico. Una bofetada en la cara que Tercilio la absorbió, como acusando la culpa, bajó la cabeza y siguió sus labores.
Con respecto a aquel episodio de dolor y sangre Lita recuerda el incidente de la siguiente manera:
- Fui a buscar a mi esposo un vino, ya que me expresó que estaba muy cansado, pues habían tenido un inconveniente muy grave por la apertura de un camino. -Es de Recordar que mi padre era Secretario Municipal-. Cuando llego al almacén un adolescente de 14 años arriba a los gritos pidiendo socorro, pues un loco está matando gente, le había disparado a su caballo que tenía una fiera herida en el cuello. De inmediato volví a mi casa y le comenté a mi esposo lo que ocurría. Se sobresaltó y exclamó es Osvald, el dijo que nos mataría a todos.
De inmediato llegaron los Gendarmes y se constituyó una partida con civiles, carabinas Máuser fueron repartidas entre los voluntarios, y cada cual cogió su arma, había que poner fin con el irascible vecino que ya había matado a tres personas. Lo hallaron y cercaron, se produjo un intenso tiroteo y el monte repitió en múltiples eco el crepitar de los Máuser  y sordo y fuerte ruido de la escopeta. El hombre devenido en rebelde quería hacer justicia por sus propias manos. Un último disparo y luego el silencio letal. Se fueron acercando, en la trinchera de bolsas de maíz que había improvisado estaba el resultado de los impactos de los fusiles y las pistolas del gobierno, y de algunos revólveres y rifles de voluntarios. Pero ninguna había hecho mella en el terco agricultor que prefirió perder la vida, antes que ceder una lonja de la tierra que cultivó con esfuerzo para que por allí cruzara un camino. El mismo se descerrajó un tiro con la poderosa escopeta, aquel día la colonia entera lloró, pues varias familias velaban a sus muertos, era como si el progreso cobrara en sangre su cuota para señorear en aquel pueblo que cabalgaba las sierras. Culminaba la década del 50 y Tercilio comenzó a mirar otros rumbos. Sus días en la Colonia de 25 de Mayo, estaban próximos a terminar.
SOBRE LA RUTA 14
Tercilio no estaba satisfecho con lo que le rentaba su negocio en 25 de Mayo, y buscó una nueva y progresista comunidad, en este caso la Colonia de Aristóbulo del Valle, que tenía una ventaja apetecible para él, la Ruta 14, la misma vía en que se asentaba Leandro N. Alem, con frecuencias diarias de ómnibus, o sea con buenas comunicaciones con los parientes de Lita y sobre todo su padrino comercial y entrañable amigo Don Dinarte. Un solo camino para las vacas con pocos vados de arroyos ya que es sabido que esta importante vía de comunicación viaja por el lomo de las Sierras de Misiones, en la divisoria de las aguas, además traían el ganado de Alem a A. Del Valle en arreos. De estos arreos cuenta su hermano "Nene", - salíamos de madrugada de la chacra de Don Dinarte, tomábamos por la Caa-Yarí y cruzábamos detrás de Oberá, hacíamos noche en mitad de camino y al otro día emprendíamos la segunda marcha, con buenos caballos y gente experta llegábamos hasta el corral de mi hermano al día siguiente. Era un aventura hermosa y tiempos donde todo parecía ser más fácil.
En ese lapso y nuevamente en Alem, nació la segunda hija del matrimonio Liliana Lucía. La abuela paterna o la "Nona", Doña Catalina, se afincó en forma definitiva al lado de Lita y Tercilio. Vivieron primero en una casa prestada o alquilada, y el rubro comercial era ahora exclusivamente la carnicería. El negocio prosperaba adecuadamente, y la vida normal y de progreso era solamente interrumpido por algunas largas borracheras del joven comerciante. Allí adquirió un vehículo, una "chatita" Ford "A" Modelo 36, un chiche, que facilitó la tarea de matadero y transporte de ganado. En tanto que dos o más jardineras tiradas por mulas distribuían por la colonia carne y embutidos realizados con maestría artesanal. La Nona, Diego y Chipy como se apodaba la hija del matrimonio tenían una relación muy intima y tierna, llena de recuerdos, como cuando a Diego unos primos de Tercilio lo asustaron con el "Lobisón" y casi lo dejaron mudo de miedo, hecho que provocó la ira de Lita, que a escobazos echó de la casa a los primos. O cuando Chipy tragó un prendedor con alfiler que tuvo en ascuas a toda la familia, hasta que por suerte lo expulsó varios días después sin consecuencias para su organismo. Días de juerga con las pandillas de vecinitos, los juegos en la montaña de aserrín del aserradero cercano, o cuando tiraron ropas dentro de un pozo...
Los días más lindos eran cuando venía el abuelo Dinarte, con su camioneta cero kilómetro, el Tío Papi, la tía Mufla, Dora, Verónica, etc... y la casa se llenaba de primos y de regalos. O Abuelo Juan, y llevaba a los niños a comer mortadela y pan y luego dulce de batata en el mismo bar donde el aprovechaba para libar una caña, áspera y fuerte.
En el patio dos perros ovejeros, eran jineteados por Diego.
Allí Tercilio tuvo a un gran amigo "Morocho" Sánchez y su Esposa "Tuna", amistad que perdura hasta nuestros días con Lita.
LA CASA EN ARISTOBULO DEL VALLE
La casa grande estaba en el terreno principal, de tabla, con techo de cuatro caídas, de tablita. Tercilio las había hecho personalmente, cada una de las tablillas del techo, con el hacha. Oficio aprendido con la milenaria paciencia de sus ancestros. Cada cepo, cada valdrame fueron elegidos en persona. La estructura, las tablas, la delicada colocación del piso; el proyecto que incluía 3 dormitorios, una amplia sala y cocina comedor, con un espacioso y largo pasillo, más humilde pero similar a la casa de su suegro; sobre un terraplén parquizado. A otro nivel del terreno se levantaba una jaula de doble piso para conejos, un amplio gallinero, baños y depósito todo correctamente pintado de color claro y con un zócalo de tierra colorada. Al borde de la parte baja del terraplén naranjos; para subir el terraplén una escalera romana de piedras construida propiamente por Tercilio, calzada sobre la tierra sin ayuda de cemento. A su lado y bajo la sombra una tina de madera donde Diego y Chipy en el verano tenían sus chapuzones.
En este terreno que lindaba con otros se criaban gallinas criollas, pavos, conejos, patos y algunas que otra gallineta, donde se ordeñaba la vaca holandesa que producía generosa cantidad de leche.
En tanto que un predio lindante, sobre la avenida un local comercial de material donde funcionaba la carnicería, un local amplio y ventilado que aún hoy está de pie.
En otro terreno perpendicular a los otros, dos instalaciones de servicios una habitación para los peones; cocina y una pieza de servicios generales, depósito de herramientas y más al fondo un galpón para guardar leña, granos y otros elementos.
Bajo un frondoso paraíso una mesa de madera dura, a la intemperie con un banco y algunas sillas donde la familia de Tercilio, "Lita" sus dos hijos Diego y Chipy siempre acompañados de algún pariente, el tío Primo y la Nona; la Santa una chica que ayudaba a Lita en las tareas domésticas o algún otro peón o circunstancial visitante, se sentaban a comer. Ya que Tercilio siempre ha sido muy buen anfitrión de mesas largas y comensales numerosos, en cuyas sobremesa predominaba su charla amena y sabionda, que suscitaba siempre la atención de los presentes.
Cada mañana Lita ordeñaba la vaca que producía generosa y buena leche con la que junto a Doña Catalina preparaban ricota, crema, dulce de leche. Alternando sus obligaciones de ama de casa con la atención de la carnicería; que no solo atendía al público sino que cada mañana partía una jardinera al reparto en las colonias.
Dedicándose además a enseñar bordado a máquina a varias alumnas.
La vida de Tercilio transcurría entre destajar las reses, ir al matadero, repartir la carne entre los principales clientes y la preparación de chorizo que se hacía con una embutidora de 25 kilos de funcionamiento manual, un verdadero chiche para la época. El cuidado del ganado en el potrero y las yerras.
LAS YERRAS
Tercilio Sartori tenía la marca registrada para ganado y la posibilidad legal de marcar para terceros y extender certificaciones. Tales actividades las realizaba periódicamente reuniendo a varios vecinos en un solo lugar era la yerra a nuestra manera misionera. Hacia 1965 una de estas jornadas transcurría así:
Venía el sol misionero cabalgando el horizonte de las sierras cuando en la casa de Tercilio Sartori la actividad era diferente, se levantaba más temprano, reunía los elementos necesarios para marcar: el hierro, las certificaciones, vestía una bombacha bataraza, alpargatas, camisa de trabajo y fresco sombrero de chala, subía al vehículo Nasch, alemán de 8 cilindros en línea sin cabina y con carrocería este día su primogénito: Diego lo acompañaría. Puso rumbo al lugar del encuentro; en el camino con un infaltable auxiliar se proveyó de dos esqueletos de vino Tunquelén, hielo suficiente como para enfrentar la jornada. El hielo en barras inmensas, se protegía cubriéndolo con aserrín, de tal manera duraba hasta la media tarde.
Llegaron al amplio potrero de un agricultor; de inmediato Tercilio procedía a solicitar una mesa para realizar los certificados y dispuso que ardieran dos fuegos: uno para poner la marca al rojo vivo y otro para el asado al espeto, que su auxiliar preparaba diligentemente, mientras tanto que el vino con hielo servido en una lata de duraznos al natural corría de mano en mano atenuando el calor.
La gente enlazaba el ganado: vacas, toros, torunos, terneros y los arrimaba, Tercilio colocaba el hierro ardiente, que arrancaba un bramido doliente del animal. Luego el dueño daba las señas del pelaje para extender el certificado cuyo costo era por cabeza, se cobraba y terminaba la operación no sin que el cliente bebiera un buen sorbo de vino frío con que Tercilio le invitaba.
Hacia la sobremesa, después del almuerzo, casi siempre Tercilio tenía  una secretaria, normalmente una bella doncella o mujer madura que sobre la cual fijaba sus ojos, las chanzas y los chistes aumentaban, luego la gente se comenzaba a retirar. Terminada la tarea entró a las casas, halló un guitarra, realizó unos arpegios arrancando notas melódicas del instrumento, como presintiendo sus males posteriores recitó a Diego un poema improvisado acerca del amor filial y el cuidado que debía mantener con su madre en caso que el faltara algún día, el niño lloró lágrimas inolvidables, no sospechando siquiera el trágico fin de su padre.
Cuando el atardecer hacía que las gallinas rumbearan para el gallinero y la gente se preparaba al descanso, Tercilio, su auxiliar y su hijo volvían al pueblo, la caja de zapatos repleta de dinero, el talonario de certificados de marca agotado, las botellas vacías y el hielo derretido.
Tenía una seña particular para llegar a la casa pasado en vinos, se echaba el sombrero sobre los ojos, en esta circunstancia su esposa Lita que toleraba sus excesos sabía del problema, el solo se retiraba al dormitorio de los chicos, dormía un rato, luego algo fresco se levantaba a comer, tomar mate y dialogar con su madre y con su esposa, poniéndolas al tanto de la ocurrido.
LA NONA
La "Nona", madre de Tercilio, era un matrona de sangre italiana, fuerte, habladora, hacendosa. Cada mañana con Diego preparaban una olla grande de quirera (Maíz molido) en una máquina para los pollitos y desgranaban maíz para los pavos, patos, gallinetas y gallinas. Un fiel perro, llamado Chino, blanco, lanudo, los seguía a todas partes. Luego ordeñaba la vaca, en esta ocasión Chipy y Diego se servían de la propia teta, un suculento vaso de leche cruda, con una base de azucar o miel de abeja: ¡Qué delicia!. Así pasaban los días en jugar por el gran predio, que a los ojos de la infancia parecía tan inmenso.
La pieza de la "Nona" encerraba un baúl de misterios, siempre limpia y ordenada, tenía una puerta-ventana de acceso, la parte de arriba casi siempre abierta para que se ventilara, la de abajo para cortar el acceso a los niños. Pero a veces se rompía la rutina, era cuando Diego y Chipy podían hurgar en el viejo baúl, les llamaba la atención una antigua revista de iniciación religiosa donde predominaba e impresionaba un dibujo alegórico del Diablo peleando con Dios. Un cuchillito de aluminio y otras cosas que la abuela guardaba con cierto primor. Como así unas fotos añejas. Eran motivo de risa y curiosidad ver a la Nona coser, con tres dedales.
Afuera, el terraplén era tentador y cada tanto se convertía en un tobogán natural, que para alegría de los niños a veces mejoraban la aventura mojando el terreno y deslizándose cuesta abajo, quedando la ropa a la miseria, lo que generaba grandes disgustos tanto de la Nona, como de Lita.
Días hermosos, de gran alegría, el padre, la madre, los niños, los amigos, los parientes.
Por las noches Tercilio leía a sus hijos historias y cuentos, especialmente un relato que promocionaba un tónico brasileño y la historia de Seu Yeca Tatú Monteiro Lobato, que tras tomar el tónico él y su familia recuperaron fuerzas trabajaron y progresaron, especialmente se recomendaba el uso de zapatos, a tal punto el personaje quedó satisfecho con la recomendación que decidió poner zapatos a los chanchos, vacas, gallinas y todo ser vivo de la estancia.
Diego ya iba a la escuela, tras haber pasado por una maestra de pre escolar particular, sabía leer y junto a su padre descifraba los titulares del Diario "EL TERRITORIO", único medio escrito que por entonces llegaba a Aristóbulo del Valle, de mano del distribuidor amigo de Tercilio "Tongo" Krieger.
Por entonces, Tercilio protagonizó algunos incidentes que son de anécdotas familiares, siempre relacionados con su particular modo de ser.
Una noche iba al baile con su esposa Lita, cuando policías pistola en mano lo detienen a la vera del camino, pidiendo que lo lleven. Surge este diálogo:
Tercilio: - Buenas noches. ¿Qué pasa, por que me detienen y con armas en la mano?
Policías: - Porque tenemos ganas y queremos que nos lleve al baile.
Tercilio: - Yo en mi auto llevo a quien quiero y a ustedes, por prevalecidos no les pienso llevar.
Policías: - Ud. Tiene la costumbre de andar armado, puede entregarnos su revólver.
Tercilio: - Mis revólveres, querrán decir, por tengo dos 44, y son míos, los adquirí con mi dinero.
Policías apuntando a la pareja: - Arriba las manos, entregue las armas.
Tercilio se baja del auto - ¿No conocen ustedes, un librito, que tiene pocas hojas, pero mucho contenido, la constitución de la Provincia de Misiones, allí hay un artículo que autoriza a los ciudadanos a portar armas y nada tiene más valor que esa ley. ¡Guarden las armas! Les increpó autoritario. Los policías dudaron, guardaron sus armas. Tercilio sube a su auto y sigue camino al baile con su esposa, los policías debieron esperar otra conducción. Al rato vuelve, y los busca. Es una lección de vida, que los hombres públicos asimilan, se disculpan y nace entre ellos una sincera amistad.
En otra oportunidad tras ir a visitar a su hermano Cuinto, y pasar el día en alegre algarabía, degustando de un asado de lechón, un guiso de arroz, haber tomado unas cañas y unos vino, volvía Tercilio en su automóvil con su esposa y sus dos hijos. ¡De pronto divisa a lo lejos un caballo conocido! De inmediato reconoce que es "Mancha" su pingo preferido, detiene el vehículo y ve a su peón, un correntino ataviado con traje típico, picado por el alcohol y que había sacado el caballo sin permiso, aunque la bella montura era de su propiedad. Al plantearle, mi padre, que lo que había echo estaba mal, el mozo, tanteó el mango de su cuchillo, Tercilio corrió la camisa, el 44 pudo más y convenció al díscolo empleado. Le sacó el freno, fue a la policía hizo la denuncia y sanseacabó. Al otro día el peón tras salir del calabozo armó sus cosas y se fue, el recuerdo más grave que tuve era que llevaba la montura al hombro y una valija en la mano.
La casa grande, estaba arriba sobre la ruta, la casa de servicios abajo, en un terreno perpendicular al anterior, allí pasaba Tercilio y su familia las horas del descanso nocturno. Allí preparaban en un gran tacho comida para los cerdos, en un determinado momento cuando se decidieron con un peón bajar la comida del fuego, el asa del tacho cedió y el caldo hirviente le cayó sobre la pierna, provocándole una gran quemadura que lo dejó en cama muchos días.
Otra anécdota que lo pinta de cuerpo entero en cuanto a sus actitudes fue una noche cuando fue al Club Social y había una mesa de juego de cartas con fuertes apuestas, el pidió un lugar; los ricos del pueblo le dijeron que no había lugar para puados, volvió a su casa, tomó todo el dinero guardado durante varios días para la compra de ganado vacuno en pie, se colocó el 44 en la cintura y volvió a pedir un lugar en la mesa. Lo esquilmaron. Al amanecer Lita lo esperaba ansiosa lista para tomar el colectivo y llevar el dinero a Don Dinarte para que le mandara más ganado. El solo se limitó a hacer un comentario: - Vieja, no vas a viajar. Luego le contó lo sucedido, fue tal vez una de las pocas discusiones que escuché de mis padres. Luego el silencio y las faenas diarias. Fue un muy mal paso, que inició el camino hacia la banca rota.
Bajo un parral inmenso, donde me enseñaba a leer un texto que hablaba de un hombre que podaba las parras, mi padre me daba consejos de aplicación y contracción en el estudio. Desde entonces me devino un gran amor por la lectura y los libros.
SEGUNDO SANTOS SARTORI
Segundo Santo Sartori era el segundo hijo (como queda dicho) de Juan Sartori. Agricultor, padre prolífico, hablador, tomador de vino y de cuando en cuando bochinchero.
Tenía en Aristóbulo del Valle Chico una finca donde trabajaba con tabaco criollo, criaba chanchos, sembraba maíz porque era adicto a la polenta de choclo y carne de pollo; la que solía comer con cuchara porque la ingesta le resultaba más abundante; ya que degustaba con gula este plato y como no ser de otra manera el parral con cepas cuidadas y elegidas, que sangrarían luego en apetitoso y etílico vino patero.
Una tarde una comisión policial, formada por un veterano Sargento, un cabo y un agente llegaron hasta la chacra del Tío Segundo para detenerlo, porque había protagonizado un desorden en un almacén de la zona, rompiendo vitrinas y botellas.
Llega la policía, el Sargento algo prepotente grita desde el patio:
- Acá vive Santo Segundo Sartori, y espera confiado una respuesta sumisa, mientras el Cabo apresta las esposas.
Su Seguro Servidor, le responde con voz potente, desde adentro. Aclarando - preguntan por las 3 S, yo les responde con las 3 S. Si Señor Soy Santo Segundo Sartori, Su Seguro Servidor.
Los policías quedan algo sorprendido, pero mi tío les invita con amabilidad y vos potente
- Pasen, Sres., pasen, están Ustedes en la casa de un agricultor.
De inmediato lo hijos traen sillas. Segundo Sartori solicita al jefe de la partida:
- Mi Sargento, me imagino que Ud. que es un hombre educado permitirá que este humilde trabajador de la tierra se bañe y cambie de ropa, tome una manta y un bolso para marchar con dignidad al calabozo.
El suboficial asiente, es cuando Segundo despliega toda su gracia, verborragia y personalidad atractiva y atrapante: - mientras me baño, permítanme invitarles un vino casero, hecho por mi mismo. Sus hijos acercan con diligencia una mesa, una damajuana de vino y dos copas de vidrio grueso de capacidad generosa y con mango. Mientras los cansados policías beben el vino, Segundo cuchichea algo a su mujer y sus hijos mayores, hay un cacareo de gallinas en el gallinero, y chilla un chancho en el chiquero, por una picadita Rubén el hijo mayor sale al trote a buscar a un vecino acordeonista.
Al cabo de una hora Segundo se presenta, bañado, afeitado, peinado a la gomina, con una manta en el brazo y un bolsón, deja las pertenencias sobre una silla se sienta con los policías, llega el acordeonista, se enciende un fuego y se hace un asado suculento. Tres Días dura la jarana, hasta que el propio comisario sale en busca de la partida... Terminada la fiesta, por suerte nadie fue preso, ni mi tío, ni los policías.
Cuando quería visitar a mi padre, enganchaba cuatro caballos a un carro al que solían ponerle, incluso una estructura de lona como techo, lo que permitía que viajara aún con lluvia.
Al trote o galope con los nobles brutos al tiro emprendía el viaje hacia nuestra casa, a su lado su esposa en la caja entre mantas, como llamaba mi tío a las frazadas llegaba al amplio patio con un ruido de atalajes, bufidos de caballos y el estentóreo saludo:
- Hola comadre; va el alegre saludo a viva voz "cómo e que va mai" (en portuñol), a su madre; y los saludos en diminutivo a los hijos de Tercilio: Hola Dieguito, Hola Chipita.
Él bajaba lo que traía de la chacra mandioca, choclo, naranjas, un cerdo limpio y se armaba la comilona.
El choclo se molía en la máquina de hacer maíz pisado para que rindiera más y un tacho lleno de la jugosa pasta era la base de abundante y suculenta polenta
- Comadre tiene que hacer ñoquis, pedía a Lita, y las idas y venidas, largas charlas en torno del mate o la jarra de vino.
No faltaba algún otro pariente que se sumaba a la alegre reunión con una guitarra o con un acordeón. Todo esto pasaba en la casa grande, mientras que los chicos en el patio del terreno de abajo jugaban; allí aprovechando el declive del terreno y la ausencia de inoportunas miradas de los mayores, jugaban los primos.
Una de las travesuras más festejadas era la de largar el carro por la pendiente, y conducirlo a través de sendas cuerdas colocadas a la lanza, cuando se llegaba al lugar de peligro se recurría al sistema mecánico de frenado del carro. En medio de las idas y vueltas, con alborozadas risas. ¡Valía la pena empujar entre todos el carro hacia la loma y desde allí largarlo cuesta abajo! En lo mejor de las idas y venidas ocurre un percance, a uno de los hijos de Segundo se le escapa la soga con la lanza y el eje delantero de dirección gira 90 grados, las ruedas delanteras se bloquean y el carro da un tumbo espectacular, quedando las cuatro ruedas para arriba
Por suerte nadie sufre lastimaduras de consideración. En ese momento el tío Segundo ya había descubierto la picardía y venía encolerizado con el rebenque en la mano, Tercilio lo apaciguaba y tras convencerlo de fabricar chorizos juntos, el incidente no tuvo mayor represión. Eso si, a cada rato los pillos niños recordaban el incidente, se reprochaban el error y luego echaban a reír a carcajadas.
Una madrugada cualquiera, ya sea porque se había aburrido, o había estallado algún incidente, tan ruidosamente como había venido, el Tío Segundo partía a su hogar. Dejando detrás suyo toda la mística que tenía, de un ser un hombre pintoresco.
LOS MALOS TIEMPOS
Todo comenzó a volverse escabroso en el joven matrimonio, Lita estaba embarazada de su tercer hijo, Tercilio presentó los primeros síntomas de la grave enfermedad que lo afectaría y para colmo de males el negocio empeoró. Las ventas disminuyeron, la competencia mejoró la calidad de la carne y puso un despacho con sierras eléctricas, heladeras, mostradores exhibidores y precio más bajo. Como último intento se refugió en la fabricación de chorizos y la cría de pollos, pero cada día aumentaba su adicción al alcohol, hasta que tuvo que cerrar la carnicería. Estaba fundido, sin crédito, sin vacas para carnear y para colmo de males, enfermo y deprimido. Explotaba los pocos frutos de una chacra que tenía en Picada Propaganda. Su madre, su hermano menor y los peones tuvieron que buscar otro lugar para vivir. Lita se multiplicó haciendo bordados hermosos, a máquina, especialmente manteles y carpetas y enseñaba su capacidad artesanal a algunas chicas del pueblo. Con estos pocos dineros y unas ayuda que en secreto le daba su padre sostenía la casa.
Una noche, llegaron desde Alem, los parientes, el tío Chichito, se trataba de Omar Heliopsis Serra, quien era padrino de la tercera hija del matrimonio nacida en A. De Valle, Delicia Catalina. "Catita", primero y Luli, luego. Sentí que algo raro pasaba en la casa, se hablaba con voz queda, hubieron lágrimas en los ojos de mi madre y mi tía. Eran solo preludios de la tragedia.
Mi padre se retiró con su compadre y amigo "Chichito" a la chacra, a la orilla de un arroyo, hablaron... Hablaron, largas horas. Mi padre no era sonzo, sabía que la enfermedad que comenzó a agobiarlo era grave, mortal, y también pensó que la podría ahogar en alcohol. Pidió a su compadre que velara por sus bienes y su familia. Se abrazaron y lloraron ambos con intensidad, yo aún no percibía porque esos hombres fuertes y recios lloraban...
EL TIO "CHICHITO"
Omar Heliopsis Serra, "Chichito" para la familia y los amigos, era otro hombre especial. Vasco de ascendencia, correntino de nacimiento, porteño por adopción, misionero por los avatares de la vida.
Docente, se casó con la segunda hija, primera mujer, de Don Dinarte Domínguez, María Ema "Mufla" y nació con Tercilio una amistad cabal, duradera, densa, profunda que se mantuvo hasta la muerte del segundo.
De semblante recio, pero amable, usaba un grueso bigote, pañuelo al cuello, sombrero de paño o gorra con vicera, al estilo de lo guapos del cuarenta. Adornaban su cintura un puñal, o de vez en cuando un revólver 38.
Hablador, peronista hasta los tuétanos, solía frecuentar los bares y mantener con amigos ocasionales largas charlas.
Erudito, sabiendo, tenía con Tercilio una afinidad especial. Entre charla y charla degustaban de vino patero, o en damajuana, cuando no una Sello Rojo o un caña Tres Pluma.
A el le confió, el desdichado hombre enfermo. Su familia, sus bienes. Y este cumplió al pie de la letra. Luego de la tragedia, se hizo cargo en forma permanente de la hija menor y me orientó a mí como un padre bueno, por los senderos sinuosos de la vida. Ha cumplido con creces la palabra empeñada a su compadre agonizante.
Terco, tenían con Tercilio una similitud, la mala suerte o el mal cálculo en los negocios, a tal punto que se les decía que hacían negocio de Andrés, compraban por cinco y vendían por tres.
Una anécdota lo pinta tal cual era. Cierta vez, cuando debió apadrinar a "Catita", yo vivía con ellos en su casa de Alem, me encomendó que pusiera el zapato izquierdo en el auto (una camioneta Chevrolet 37), ya que tenía el pié derecho lastimado. Luego cambia de idea y dice - "Yo mismo lo haré", su esposa Mufla le recomienda que lleve los dos zapatos por la dudas. Pero el decide llevar uno solo.
Cuando llega el momento de ponerse el traje, descubre que él mismo, trajo el zapato equivocado. Se banca, se pone el duro calzado en el pie lastimando y la chancleta en el sano.
Terminada la ceremonia aún, mantiene la compostura ante el cura al que sostiene en una encendida conversación. Recién cuando llega a la casa de su compadre, se saca el zapato y exhala una queja de dolor, nada más que una queja.
EL VIAJE A BUENOS AIRES
Chichito y Tercilio se embarcaron para Buenos Aires, en el Hospital Italiano, el primero recibiría unos importantes estudios para conocer su dolencia.
El viaje se hizo en tren, como era habitual en aquella época. La marcha era tediosa, demoraba por lo menos una noche y dos días, cuando no más. Además había que utilizar el ferry que aumentaba aún más la demora.
En el viaje los compadres conversaron amenamente. Tercilio disfrutaba del paisaje diferente al misionero y todo lo registraba con su inteligencia e imaginación.
En aquella época, para trascender el Paraná había que usar el ferry, varias horas entre la espera, el embarque y desembarque de vagones y máquinas. Y la charla siempre amena entre los compadres.
Allá por la Capital los amigos recorrieron los lugares habituales para gente del interior: el Luna Park, el Zoológico, el Ital Park, la costanera, Aeroparque y Ezeiza, el Puerto, la Boca, la Casa Rosada, la Plaza de Mayo y el Cabildo. El obelisco, la Avenida 9 de Julio, la Catedral.
Hasta que Tercilio fue atendido por los especialistas, no le tenían buenas noticias, un tumor canceroso maligno en la laringe lo afectaba y estaba en estado muy avanzado.
Yo estaba hospedado con mi madre y mi hermana Chipy en casa de mis abuelos, en tanto que la pequeña Luli vivía con el Tío Virgilio. Sonó el teléfono, hubo un revuelo de gente, el abuelo hablaba fuerte y gesticulaba, mamá lloraba y todos tenían un aspecto sombrío.
Lo único que pude entender antes de dormirme era que mi madre debería viajar a Buenos Aires, que papá estaba muy mal y debería ser operado.
En el interior de la habitación de la casa del abuelo, la que no podré olvidar nunca, fijaba mi vista en los detalles más pequeños y llamativos: la instalación eléctrica sobre la pared, las tasitas de baquelita aislantes, los contactos, los enchufes, el foco pálido y amarillento, las persianas y las ventanas. El cielorraso de machimbre con adornos, en fin un mundo personal y propio. Mamá rezaba sollozando en silencio un rosario, puertas adentro de su habitación aislada de la gran casa donde vivían además la Tía Dora, el Tío Nene y sus tres hijos.
Mamá me preguntó dónde quería quedarme, durante su ausencia. Yo elegí vivir con la Tía Mufla, esposa de Chichito, la casa era grande y linda y ella buena y comprensiva y sobre todo había revistas y libros que me permitían mirar y leer. Allí permanecí hasta luego del fallecimiento de mi padre.
Mamá marchó a Buenos Aires, todo estaba listo para la gran operación, era la década del 60, los avances de la ciencia eran promisorios, pero no tanto.
La operación en sí fue buena. Realizada con maestría, por profesionales idóneos. Papá y mamá albergaron una esperanza. Volvieron de Buenos Aires, papá aunque había perdido la voz, no perdió el buen ánimo y talante. Escribía en una extraña pizarra de auto borrado sus ideas, con un lápiz. A veces me gustaba garabatear en ella, sentado en las escaleras del fondo de la casa del abuelo, en silencio, solitario.
Diariamente los Tíos Chichitos, Mufla, Papi (Hermano de mi madre), Chicho (esposo de la hermana menor de mi madre, Neni) los propios tíos que vivían en la casa del abuelo: Nene y Dora, el Tío Virgilio, la Tía Verónica, en fin una constante filas de parientes y amigos visitaban la casa del abuelo para ver a mi padre. Las charlas eran alegres y  triviales para levantar el ánimo del enfermo.
Un día supe que papá haría un viaje hasta 25 de mayo, localidad donde ahora vivían muchos de sus parientes, incluso sus padres, su hermano Aníbal y Cuinto, su hermana Odila. Lo hizo en compañía del Tío Virgilio en un vehículo de la Tienda la Europea, donde trabajaba el último. A su modo habló con todos, pero en lo íntimo él sabía que se estaba muriendo, y era ese viaje una despedida de sus seres queridos.
Al volver sufrió un recaída, lo más que recuerdo de su enfermedad, eran la inmensa cicatriz que atravesaba su cuello de oreja a oreja, su mudez y el orificio de la respiración traquial.
Volvieron a Buenos Aires. En comparación con la primera vez, el viaje fue relámpago, recuerdo cuando mi padre y mi madre bajaron del colectivo Singer, frente a la casa de la Tía Neni, yo estaba allí, corrí con desesperación y alegría a abrazar a mi padre, mi madre me alejó del él, no podía siquiera tocarle el cuello hinchado y dolorido, su cara había envejecido mucho, tanto que no parecía ser el mismo. Y lo que más me impresionó fue el caño de la sonda para alimentarse, envuelta en caracol y pegada con una cinta a la frente. Aunque no lo demostré, en silencio mi corazón lloró, lágrimas de grande y sentido dolor.
LA AGONIA
Las cosas se pusieron difíciles para el matrimonio de Tercilio y Lita. El primero como era lógico no podía trabajar, mientras su esposa ocupaba todo el tiempo en los cuidados del enfermo.
Nosotros, sus hijos, estábamos desparramados por distintos lugares, yo seguía viviendo en casa de la Tía Mufla, Chipi vivía en Casa de la Tía Neni y Catita con la Tía Verónica.
La salud de Tercilio se agravaba, dado lo delicado de la salud de mi abuela, quien sufría del corazón, mi padre debió alojarse en otra vivienda, lo hizo en casa del Tío Virgilio, hasta allí yo me llegaba casi diariamente a visitarlo.
Pero un día, hubo una discusión entre mi madre y la Tía Verónica, esto hizo que decidieran alquilar un gran habitación en la Casa de la Familia Rotta, al costado de la Avenida Belgrano, según decían allí se facilitaba la atención del enfermo, había cierta intimidad en la pareja, para hablar si de esta manera podría señalarse el dialogo que mantenía mi madre con mi padre, quien en una libreta le escribía consejos y mensajes para cuando el ya no estuviera.
Esta pieza, quedaba cerca de la Casa de mi Tía Mufla, y yo diariamente asistía a ver a mi padre. Cada día más demacrado, triste, nervioso. Como un hoja de afeitar caló en mi alma aquella visión de este espectro que había sido un hombre fuerte y sano: el caño de la sonda enrollada en la frente, el agujero de la respiración traquial, tapado con un barbijo para que no se viera. Yo hablaba con mi madre lo poco que podía hablar un niño de 8 años.
Varias veces supe que mi padre durante la noche o la mañana "casi murió", siempre un médico amigo lo sacaba de las crisis para revivirlo y sostenerlo en su agónica situación algunos días más.
Aquella mañana de otoño, fue clara y soleada, Tercilio tenía cerca de la ventana una mesa donde estaba su libreta de anotaciones, que era casi como un diario de sus últimos días, él mismo limpiaba los utensilios de la respiración traquial, unos tubos de aluminio o metal parecido. Se afeitó, desayunó lo habitual, jugo de compota colada, para que no se obstruyera la sonda, luego se afeitó.
Volvió a acostarse, la enfermera vino a colocarle la dosis de morfina que lo mantenía al margen del dolor. Fue cuando sufrió una nueva descompostura, se apoyó en la cama, reclinó la cabeza totalmente cana a pesar de tener tan solo 41 años, y exhaló sus últimos tres suspiros, con la mano izquierda hacía señas a mi madre para que se tranquilizara, quien dándose cuenta que le llegaba el fin, lloraba a gritos y con la otra se aferró a la sábana como queriendo sujetarse a la vida y su último pensamiento fue para pedirle a Dios que sus hijos no quedasen desamparados, que tuvieran un destino mejor. Sus ojos se cerraron, su cuerpo se crispó en la dureza de la muerte y su alma voló para siempre. Afuera la vida era cotidiana y continuaba como siempre, solo rompía la monotonía del día, el canto alegre de los gorriones en la vereda. Era el 16 de Mayo de 1967, había muerto mi padre.
Yo estaba en la escuela 62, donde cursaba el 3er. Grado, el Tío Chichito vino a buscarme, me dijo que daríamos un paseo, lo raro era que andaba en el automóvil del abuelo un Valiant III, me comentó secamente, como era él, directo, sincero, si vueltas: - tu papá murió. Recuerdo que quise abrir la puerta del auto, tirarme afuera. Pero el tío me expresó que tendría que ser fuerte, ser hombre, cuidar a mi madre, ser bueno. Envecejí tanto aquel día, tal vez una década en el alma, lo que me haría permanentemente distinto, comenzaba mi vida de huérfano.
EPILOGO
Fallecido mi padre, nos quedamos a vivir en casa del abuelo mamá y yo. Ya que Chipy vivía en la Casa del Tío Papi y la Tía Juana, hermano y cuñada de mamá. Catita vivía ahora con sus padrinos Chichito y Mufla.
Una noche me desperté con un alboroto de gente grande y llantos. Mi abuelo un hombre recio, lloraba a gritos, su esposa Monga había fallecido de un fulminante ataque al corazón. Según escuché decir a causa de la honda pena que le produjo la muerte de mi padre a quien quería mucho.
Pero las cosas no iban bien por la casa del abuelo, además de mi madre vivían mi tíos Nene y Dora con 3 hijos. Eran tres familias juntas, y a veces salían algunas rencillas. Fue cuando el Tío Chichito, encargado de los bienes de mi padre, nos compró una casa, es la que actualmente vive mi madre en Leandro N Alem.
Mamá vivía de los bordados que hacía y por un año ensayó tener pensionistas, en mi casa se alojaron cinco chicas que estudiaban, fue una época muy linda, y las recuerdo con cariño, especialmente a un chica llamada Pelusa, que era como una hermana mayor para Chipy y para mí.
Luego mi madre consiguió la concesión de la boletería  Singer, en la Terminal de Omnibus. Y debía trabajar afuera todo el día. Para nosotros fueron días difíciles.
Pero encontré refugio en la casa de mis tíos y mis abuelos, me gustaba peregrinar y pasar el día en la Casa de la tía Mufla, en la Tía Dora o la Tía Neni.
Pero también solía pasar varios días a la semana en la casa del Tío Virgilio y la Tía Verónica, ya sea jugando con Gladis y Tina, o simplemente charlando largas horas con los tíos al atardecer a la hora del mate.
Fue en esta etapa de mi vida, después que falleciera mi padre que conocí a mi tía Lucía, hermana mayor de papá. Su gracia, cariño, bondad y amistad me hicieron que fuera muy apegado a ella, primero la visitaba en su chacra de Mojón Grande, donde pasaba varios días sobrellevando con alegría la vida en la chacra, vi las tareas agrícolas más disímiles: como hacer tabaco en tira, ensartar tabaco, hacer miel de caña en el trapiche, carpir, juntar soja, cosechar te a mano y sobre todo comer abundante pan casero, huevos fritos, poroto, miel de caña, mandarinas, uvas.
Luego la tía y su familia vinieron a vivir al pueblo, fue allí donde pasaba domingos enteros, charlando con su esposo Tita, jugando a la cartas: escoba del 15 y chinchón, soportando sus trampas. A veces se enojaba conmigo y me retaba, pero era muy buena.
Finalmente crecimos, como crecen todos. Y la vida me dio el don de escribir, de testimoniar con versos y prosa la cosas de la vida, creo que mi padre se merecía esta biografía y era para mi una deuda. No se si el libro trascenderá alguna vez el ámbito familiar, pero sino de todos modos bien vale la pena haberlo hecho, rescata la memoria de un hombre extraordinario: mi padre.
 
 
DEL LIBRO HOMONIMO (Edición del autor, San Vicente)
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Foto del autor Diego Luján Sartori
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Miembro desde: Jun 30, 2009
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Descripción

En memoria de mi padre, quien vivió tan poco, para que sea eterno en la memoria de quienes lo conocieron y amaron.

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Categoría: Cuentos & Historias

Subcategoría: Personales


Derechos de Autor: Diego Luján Sartori

Enlace: dielusa@hotmail.com


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