Reflexin del III Domingo del Tiempo Ordinario.
Publicado en Feb 03, 2014
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"Me he enterado, hermanos, de que hay discordias entre ustedes" (1Cor. 1, 11.); cuánto de lo que dice el apóstol aún sigue resonando en las paredes de nuestros templos; aún se sigue escuchando esa exhortación paulina en nuestras propias comunidades, como si pareciera que somos aquellos cristianos de corintios. Lo que muchos vienen a buscar bajo la protección de la Madre Iglesia, es lo que nos da salvación, lo que motiva a nuestra alma a confiar y tener esperanza, es esa "gran luz" (Is. 9, 1.) que ilumina, acompaña y marca el camino, esa luz, que nos hace preguntarnos con el salmista: "¿a quién temeré?" (Sal. 26, 1.); pero, desgraciadamente, no siempre encontramos la Luz; y esto no quiere decir que esa "gran Luz" no ilumine, no se manifieste, no quiera darse a conocer; sino que nuestros ojos se oscurecen al dejar entrar en nuestros oídos el murmullo del mal espíritu, las palabras silenciosas y ruidosas del Autor del pecado; se oscurecen al no vivir en concordia y al crear las divisiones entre los propios hermanos (cf. 1Cor. 1, 10.); todo esto acrecienta y aumenta la creación de sectores particulares y unidades específicas que, si bien componen el todo, no son parte del todo, porque quieren ser el todo. 

Al final, esa gran luz termina desapareciendo detrás de falsas luces, no permitiendo que se cumpla, en nuestras propias comunidades, lo que el profeta Isaías anunció, ya que estos 'sopla velas' no permiten que aquellos que viven en tinieblas vean la gran luz, al contrario, con sus palabras -que es herramienta clara del príncipe de la mentira- hacen que parezca al territorio antiguo de las tribus de Zabulón y Neftalí, que al ser conquistados y maltratados por los asirios (732 a.C.) se la ha llamado "región de los paganos" (Is. 8, 23.), en dónde se desconocía la Palabra de Dios, caían en la idolatría y otros pecados que eran abominables a los ojos de Yahvé; pero esta ignorancia es a causa de los que se creen portadores del mensaje, portadores indiscutibles e únicos. El Señor es el único que puede librarnos del yugo del opresor, que puede salvarnos de la ignorancia. 

¡Necesitamos una victoria, una batalla, una lucha "como en el día de Madián" (cf. Is. 9, 3; Jue. 6, 1- 7, 22.)! Luego de la opresión, del castigo, de remediar la culpa es necesario rogar al Señor para que nos libre de las manos de nuestros enemigos, para que podamos caminar en la Luz, esa Luz que nos llama a cada uno, y nos dice "síganmen" (Mt. 4, 19.). Incluso, ese llamado lo hace a las personas QUE SE alejan de su presencia, y también, a las personas QUE alejan de la presencia de Dios; s. Agustín nos dice en sus confesiones (XIV) que "Dios está presente, incluso, en las personas que huyen de Él"; esa luz no se opaca, no desaparece de la nada, esa Luz siempre brilla y no se cansa de brillar; esa luz no se cansa tampoco de llamar -en todos los sentidos de la palabra-. Hay que liberarse y separarse de la oscuridad para vivir en la luz y caminar en la luz. El evangelio nos dice que Jesús "se retiró a la región de Galilea" (Mt. 4, 12.), en el norte ("la tierra de los gentiles", que ya hablé); tomemos este ejemplo, cuando tengamos problemas o cruces o sepamos de algún hermano que está "contaminado" con elementos anti cristianos; Galilea se ganó ese nombre, porque fue la región más "contaminada" por otras regiones, en especial por la conquista asiria; el Señor se encamina a esa zona y no solo predica sino que elije a unos pescadores del mar de aquella región, convirtiéndolos en "pescadores de hombres" (Mt. 4, 19.). ¡El Señor elije y asombra! Un lugar desconocido, un lugar rodeado de tinieblas y malas prácticas en la historia, un lugar en donde Jesús camina y elije, camina y llama, camina y llena de luz. ¡Esa es la gran luz que profetizó Isaías! Sus primeros discípulos salen de una tierra desolada, llena de prejuicios, llena de mentiras; pero el Señor quiere darnos a conocer que la luz que Él trae debe brillar en esos lugares, lugares que nosotros mismos -con nuestras concepciones- miramos como oscuras y, en verdad, están llenas de la gran luz de Cristo. 

Que al entrar en el Templo, en la Casa del Señor, en la Vida de Iglesia con los hermanos podamos encontrarnos con Cristo, Único Salvador y no con falsas luces que, si bien iluminan, nos hacen difícil la elección de la Verdadera Luz, el Sumo Bien. El Señor es quién nos llama y nos envía; es a Él solo a quién debemos prestar oído. ¡No nos confundamos..! ¡No busquemos a Cristo en donde no está..! ¡No sigamos luces falsas, Él es la gran luz que esperábamos y necesitábamos! Vivamos "en perfecta armonía, teniendo la misma manera de pensar y de sentir" (1Cor. 1, 10.), para que seamos un solo Cuerpo creíble; sigamos solo a Cristo, a la gran luz que hace descansar nuestro corazón; y, sigue pasando, "hay algunos que afirman: yo soy de Pablo, yo de Apolo, yo de Cefas, yo de Cristo" (1Cor. 1, 11.). ¡Solo de Cristo! ¡Dejemosnos de crear divisiones y paredes, que ya la Historia hizo lo suyo..! 

"Lo único que pido, lo único que busco es habitar en la casa del Señor el resto de mi vida" (Sal. 26, 4.), ¡qué pueda encontrarte, Señor, en tu Casa! 
¡Buenas noches.., ahora a dormir y mañana a comenzar la semana..! 



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Foto del autor Alejandro Manzur
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Descripción

Anlisis de las lecturas del III Domingo del tiempo ordinario; celebrado el da 26 de enero del 2014.

Palabras Clave: Iglesia lecturas reflexin catlica palabras

Categoría: Ensayos

Subcategoría: Anlisis



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