LA GUERRA DE LOS MUNDOS: TIERRA (CAPÍTULO I)
Publicado en Dec 22, 2013
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«Prométeme que no olvidarás nuestras risas, 
nuestras bromas, nuestras conversaciones, 
nuestras lágrimas, nuestros planes,
nuestros recuerdos, nuestras experiencias.
¡Prométeme que no me olvidarás!»
—Anónimo. 
~~~~~~
Enero 3 de 2013. Los Ángeles.

7 horas.
 
El pitido desesperante de un despertador se filtró en los sueños de Alexandre, por lo cual fue apagado de un golpe tan brusco que si seguía funcionando sería un milagro. «Un milagro», pensó amargamente, su mente alejándose del sueño. «Eso no existe». 
 
Suspiró con fastidio al darse cuenta que iniciaba otro día en su jodida vida.
 
Tratando de sacar ánimos de donde no los tenía, se sentó en su cama aún algo aturdido y empezó a revivir su sueño.
 
¿Pero qué diablos había sido todo aquello? Tigres, lobos, vampiros, dragones y toda clase de criaturas mitológicas e imaginarias, habían jugado algún papel importante.
 
—No volveré a ver películas de fantasía —se prometió, sacudiendo la cabeza.
 
Pero aunque su sueño había sido estúpido, lo agradecía, pues aún sentía la adrenalina pulsando en sus venas al igual que una ola de diversión, cosa extraña porque su vida sólo se regía por el desagrado hacia las personas. Había escuchado rumores de sus compañeros de trabajo sobre que debería ir a un psiquiatra, pero pensaba que saldría más loco de allá de lo normal.
 
Además no es como si un extraño sueño lo hiciera más loco de lo que ya estaba, y debido a eso mismo, no se sentía amenazado por sus emociones.
 
Maldijo entre dientes al despertador mientras le daba una mirada fulminante, ya que se había entrometido en la mejor parte, en la batalla.
 
«¡Ja, mentiroso!».
 
—Está bien, lo acepto, consciencia —bufó. Se había entrometido en la parte del beso con aquel tigre. Pero con un tigre así, ¡permitiría que se lo comiera!
 
Sacudiendo la cabeza, se liberó de aquella niebla de estupidez. Definitivamente nunca aprendería la lección.
 
«Te equivocas, ya la has aprendido».
 
—De lo que si estoy seguro es que he perdido la cabeza, ya que no puedo dejar de contradecirme —afirmó, calificándose como un enfermo mental.
 
Torciendo la boca con desagrado, se puso de pie y fue al baño para lavarse la cara con el propósito de olvidar las escenas de su sueño pero segundos más tarde se dio cuenta que no sirvió de nada.
 
Al parecer lo iba a acosar durante todo el día. No obstante, si se le veía el lado bueno, es que iba a tener con que entretenerse porque digamos que su trabajo dejó de agradarle hace un tiempo.
 
Levantando la cabeza del lavamanos azul oscuro, miró directamente al espejo antiguo para ver su imagen: una cara mojada con sombra de barba.
 
«¿Fue hace dos días que me rasure?», se preguntó, tocándose una de las mejillas. Joder, el tiempo definitivamente pasaba volando cuando deseaba hacerlo. De todas maneras, seguía sin entender por qué los hombres habían sido maldecidos a llevar vello grueso en la cara. Eso era jodidamente fastidioso y en algunas personas aterrador. La maldición debió haber sido sólo para el hombre que molestó lo suficientemente a Dios como para castigarlo así.
 
Imágenes de la película «La Torre de Babel» llegaron a su mente e inmediatamente se dio cuenta que ese era el hombre causante de la maldición eterna del sexo masculino. Sabía muy bien que cuando desafió a Dios tenía vello en la cara. O eso creía.
 
«Oh, vamos, ¿es una broma? ¿Estoy divagando sobre películas antiguas de la Biblia? Concentrémonos, por favor».
 
Poniendo los ojos en blanco, se dirigió a la ducha. Si seguía este pasó, tardaría tres horas en salir de la casa y aunque no era probable que lo despidieran, si lo reprenderían por llegar tarde al trabajo.
 
Agarrando una de las toallas caobas que estaban guardadas en el tocador, entró a la ducha y abrió el grifo en agua caliente ya que le relajaba todos los músculos del cuerpo. Sin embargo, debido a su erección mañanera esta vez inducida por su sueño, no fue la mejor decisión.
 
Era realmente increíble que un sueño le hubiera afectado a este nivel. Necesitaba follar y rápido. Había un tiempo límite en el cual un hombre podría pasar sin necesidad de meter su polla en un agujero pero el de Alex ya se había acabado hace meses.
 
Pero al pensar en sexo, sólo se imaginaba hundiéndose profundamente en su tigre, suyo porque su mente lo había imaginado. Sus pensamientos fueron consumidos por aquellos labios sensuales y esa piel tan suave y pálida; un rayo de luna. Podía imaginarse tranquilamente a esos labios rojos pasión sobre su cuerpo. Su polla se endureció totalmente y empezó a derramar gotas.
 
Se miró y chasqueó la lengua con desagrado, felicitándose por empeorar su problema. Pero desde esa posición, ahora se imaginó al tigre de rodillas delante de él, tragándolo por completo.
 
Un estremecimiento de placer lo recorrió y dirigió su mano con clara intención de masturbarse.
 
«¿Dónde está tu control?». Ese pensamiento detuvo el avance de su mano y se obligó a desterrar la imagen del tigre divirtiéndose con su polla y sus bolas. 
 
Haciendo lo más difícil de su vida, giró el grifo dando paso al agua helada. Su cuerpo la recibió con espasmos y su erección murió completamente, y al parecer su marca de nacimiento —una estrella cursiva— deseó esconderse en medio de su cuerpo. Había días en que Alex juraba que aquella marca estaba viva. La sentía deslizarse por su cuerpo, casi siempre que se sentía agitado o nervioso, pero siempre que iba a comprobar, estaba en su pectoral izquierdo.
 
La alarma volvió a sonar, ganándose una mirada sorprendida por su parte. «Compre un buen reloj», pensó con ironía. Un segundo más tarde, otro pensamiento llegó a su mente: «¿Y llevo más de quince minutos en la ducha? Mierda, Vicent me matará». 
 
Exhalando bruscamente, cerró el grifo y alcanzó la toalla para secarse la cara y el cuello, al igual que los brazos y el pecho. Amarró la toalla en sus caderas y salió de la ducha. Se dirigió hacia el armario, y sacó un pantalón negro y un suéter a juego, y se los puso, ignorando el uso de bóxer. Sus zapatos eran botas de motorista negras con taches, y al mirarse en el espejo se dio cuenta que lucía más como un chico rebelde que como un agente interno. No obstante, nunca habían sido de su agrado esos zapatos de cuero o esos trajes elegantes que la mayoría de sus compañeros de trabajo utilizaban.
 
Se peinó su cabello rubio hacia atrás y volvió a entrar al baño para cepillare los dientes. Comería algo en medio del trabajo porque ahora no tenía hambre.
 
Una vez terminó, recogió las llaves de su motocicleta junto con su cartera que fue a dar a su bolsillo trasero. Salió de su casa, cerró la puerta, y permitió que una sonrisa conocedora curvara sus labios mientras se subía a su moto. Amaba ese aparato.
 
*****
Media hora después, se encontraba sentado en el sofá de la sala de espera, haciendo muecas de desagrado mientras a jugueteaba con las llaves. «Corrí para nada». Su jefe, el muy bastardo, aún no había llegado y, por lo tanto, todavía no sabía cuál era su próxima misión. La cita le había llegado hace dos semanas a su correo electrónico y pedía con letras mayúsculas que fuera puntual. ¡Que descarados!
 
—¿Sr. Virikov? —llamó la secretaria, apartando su atención de las llaves. La mujer retorció las manos nerviosamente, evitando su mirada—. El Sr. Vicent lo está esperando en su oficina —informó después de aclararse la garganta.
 
Frunció el ceño, primero porque la bella secretaria parecía tenerle miedo y porque había estado juzgando sin razón alguna. El bastardo ya estaba aquí.
 
—Vale. —Se puso de pie desde el sofá cómodo donde había estado sentado durante cinco minutos y se dirigió por el pasillo que llevaba a la oficina de su jefe. Se tomó su tiempo, escaneando las paredes que hace unos meses habían pintado, cambiando el antiguo color marrón a un azul pálido. Tocó la pared y comprendió por qué eso le había costado un ojo de la cara a la empresa; no veía ningún rayón en la suave pintura y tampoco se veía alguna pista de que antes las paredes habían sido oscuras, ni ningún otro defecto.
 
Sin embargo, al mirar más arriba hacia los cuadros, se quedó paralizado. Los diplomas que anteriormente estuvieron enmarcados y exhibidos, habían sido cambiados por cuadros de naturaleza y animales. Apretó la mandíbula cuando vio una pintura de un tigre blanco agazapado en medio del agua y mirándolo directamente con sus ojos azules.
Frustrado, aceleró sus pasos para evitar algún pensamiento que terminara avergonzándolo, y llego a la puerta de la oficina. Miró a su alrededor antes de entrar, esperando encontrar alguna foto gigante de Vicent o un muñeco de cera como réplica de su jefe, pues no se terminaba de creer que el imbécil remplazara todo sus logros enmarcados por estos cuadros sin sentido. No obstante, su búsqueda no obtuvo ningún resultado; no encontró nada que le permitiera condenarlo.
¿Desde cuándo había cambiado tanto el demonio que tenía como jefe?
La puerta de la oficina se abrió, y su jefe le dio una mala mirada. —Alexandre, ¿tengo que esperarte toda la vida? —se quejó Vicent con rabia.
Se encogió de hombros mientras pensaba que ese traje gris que llevaba lo hacía lucir como un muñeco trapo.
—Por mí puedes sufrir un infarto. No me molestaría para nada.
Hubo un tiempo en que se había comportado como un trabajador educado y sumiso. Sin embargo, eso fue hace mucho. Ahora su actitud arrogante era soportada porque resolvía los casos más extraños del F.B.I. No tenía ninguna duda que si ese no hubiera sido el caso, estaría de paticas en la calle desde hace mucho tiempo.
—Lo que sea —respondió él, rodando los ojos—. Ahora ven aquí, esto te va a gustar.
«Traducción: Lo vas a odiar».
Aquel viejo era igual a las demás personas que había conocido. Bueno, peor que las personas que había conocido. Si los demás te apuñalaban por la espalda, él te descuartizaba con una sierra.
—No puedo esperar a verlo —dijo con sarcasmo, permaneciendo en su lugar. Obtenía una oscura satisfacción al fastidiar a su jefe.
Vicent pasó una mano por su pelo, frustrado. —Ven aquí y entonces lo sabrás —dijo y se dirigió hacia el escritorio. Desde ahí le miró por encima del hombro y enarcó una ceja.
Obligándose a seguirlo, entró a la oficina en la cual pasaba todo el día su jefe. Era mucho más grande que el cubículo que le habían asignado y también más decente, sin olvidar que ahí si habían varios retratos de Vicent y que hermosas antigüedades decoraban cada esquina y la mesita del centro. Aunque llevaba años trabajando aquí y viendo lo peor del mundo, todavía no podía creer que hasta en los detalles más mínimos todos querían ser mejores que los otros, sin impórtales los sentimientos u opiniones del resto de la gente.
—Bonita oficina —dijo pero en un tono que dejaba claro que no le estaba alabando.
Vicent lo ignoró, ya acostumbrado a sus comentarios, y cerró la puerta antes de apoyarse contra el escritorio y golpear con su dedo índice una carpeta negra que estaba encima de éste.
—¿Qué es? —preguntó y fue y se sentó en una de las sillas.
—Toma —dijo, deslizándola hacia él—. Nuevos casos para ti.
Curioso, la agarró y la abrió. La imagen que le dio la bienvenida hizo que bilis subiera a su garganta y chasqueó la lengua contra los dientes para ocultar su malestar.
Siguió pasando las páginas y sólo encontró fotos de cuerpos destrozados, chamuscados, ahogados y desangrados completamente.
—Mierda, ya sabía que lo iba a odiar —comentó con voz gruesa. Nunca en toda su carrera, había visto algo tan horripilante.
Vicent rio, aunque el tono era nervioso. —Deja de quejarte. No eres un bebé. —Ese comentario logró que apartara su atención de las fotos y se centrara en su jefe para fulminarlo con la mirada, haciendo que la sonrisa de Vicent muriera.
Tosió un poco, y continuó con un tono profesional: —Debes encontrar el responsable.
Sacudió la cabeza, dispuesto a negarse y poner como excusa que tendría que ir hasta Las Vegas para resolverlo y que ambos sabían que en este tiempo el clima era demasiado frío. Sin embargo, al volver a revisar las imágenes encontró en un cuerpo su misma marca de nacimiento. La diferencia era que ésta se situaba en su cara.
Miró el cadáver masculino más de cerca, confirmando que de verdad era idéntica a la suya. ¿Acaso ese hombre había sido su familiar? ¿Un hermano perdido? No podía descartar esta opción, porque después de todo se había criado en un orfanato con su hermano mayor y nunca había conocido a sus padres. Por lo que había averiguado una vez entró a trabajar allí, es que su madre era una completa alcohólica y su padre era adicto a la heroína. Vaya familia, ¿eh?
Sorprendido, miró a Vicent que al parecer no había percibido su cambio de emociones. Relamiéndose los labios, mató aquella rara emoción que ahora lo embargaba y se obligó a volver a ponerse una máscara fría.
—Está bien. —Cerró la carpeta mientras se prometía a sí mismo a llegar hasta el fondo de esto. Encontraría aquel bastardo que había matado a aquellos chicos, y trataría de descifrar qué era esa marca y ver si tenía algún parentesco con el desgraciado muerto—. ¿Cuándo…?
—Ahora mismo —cortó su jefe. Al ver su mirada incrédula, añadió—: Se han venido presentado estos casos desde hace dos días. —Tragó y le dio una mirada significativa a la carpeta—. No sé tú, pero no me agrada la idea de morir desangrado.
Le dio una sonrisa fría pues ya había pasado por eso. Quizá no físicamente pero sí emocionalmente. —Créeme, no lo quieres, jefe —se limitó a decir.
Se puso de pie y caminó hacia la salida. La voz de Vicent lo alcanzó mientras abría la puerta. —Te esperan dos manzanas abajo.
Cerró la puerta detrás de él, bajó las escaleras y salió del edificio del F.B.I., ignorando la gente saludándolo en su camino.
*****
Enero 3 de 2013. Las Vegas.
11 horas.
 
Lance corrió por en medio de la maleza del bosque en dirección cueva que daba la entrada al «santuario», y una vez allí, buscó apresuradamente al Rey de los Dragones para informarle de la muerte de otro de los suyos.
—¡Dimitri! —gritó. Empujando la puerta de acero, lo encontró sentado en su silla favorita  hablando con Drake que era el tercero al mando y Luis, su primo. Por las expresiones de dos de los tres hombres, diría que era algo importante, pero por la aburrida cara de Luis, sabía que prefería estar haciendo ejercicio o viendo televisión en vez de estar participando lo qué sea que estuvieran hablando. Que siguiera allí, acompañándolos, afirmó el pensamiento de que era importante. Sin embargo, sabía que no era de la misma magnitud de la información que traía, así que no se preocupó por ello.
 
—¿Es que nadie te ha ensañado a tocar antes de entrar, Lance? —preguntó Luis con diversión y señalándole con el dedo.
Puso los ojos en blanco pero no respondió a ese comentario listillo.
—Un nuevo asesinato —dijo, retomando el aliento. Unos segundos después, cuando sintió que sus pulmones no iban a colapsar, agregó ante las miradas impactadas de los presentes en la habitación—: Esta vez murió ahogada.
—¿Ahogada? —exigió Drake, tensándose. Su compañera también había salido aquella tarde, pero gracias al destino, no había sido ella.
—Kam.
—Oh, ¿crees…?
Dimitri supo que Luis no había terminado la pregunta porque no había necesidad de que Lance dijera otra palabra para que ellos comprendieran el significado. Los Dioses los habían encontrado.
Rugiendo con furia, saltó de su sillón y su cuerpo se empezó a estremecerse preparándose para el cambio. Milagrosamente, encontró la fuerza para negarse a completarlo. Si llegaba a tomar su forma animal, podría destruir buena parte de su hogar o escondite, como quieran verlo. Pero aunque su cuerpo se logró contener, su mente nadaba en un mar conformado por una sola palabra: venganza. Buscaría la forma de hacerle pagar a los Dioses sus actos de hace casi un siglo y que ahora estaban repitiendo. También se juró que recuperaría las almas de sus antepasados —que se encontraban siendo torturadas en el Tártaro— y darles una eternidad de paz.
«Nunca debes tomar decisiones o decir algo cuando tus sentimientos no están controlados». Las palabras sabias de su mamá atravesaron la niebla que rondaba en su cabeza y supo que debía aplicarlas. 
Tratando de suprimir su ira, empezó a recordar los tiempos que habían pasado juntos. Lastimosamente, ahora estaban demasiado deteriorados a causa del tiempo y la tranquilidad que le brindaron no era nada más que una burla para terminarlo de destruir.
Suspirando internamente, retomó su postura estoica y se obligó a alejarse de la habitación para irse a calmar un poco y no hacer nada de lo que se fuera a arrepentir más adelante. Al parecer comprendiendo su necesidad de estar solo, sus amigos y primo no intentaron detenerle.
—Convoquen a todos los dragones —anunció ya en la puerta—. La guerra está a punto de comenzar.
*****
Se paseaba de un lado a otro en su habitación intentando encontrar una posible solución, pero lo único que conseguía al ver aquellas paredes hechas de mármol pulido, era recordar el día que habían llegado al mundo humano. El viaje les había tomado casi tres días —sin comida, por lo cual no tenían demasiada reserva energética— con Lance y Drake dirigiendo el camino, y con Dimitri como el tercero al mando, cuidando la cola del grupo para así no dejar a nadie atrás.
Aunque muchos problemas se presentaron y algunos eran difíciles de sortear como el enseñar a los más pequeños a concentrar sus energías para cambiar de una forma a otra y permanecer estables en ésta, Lance y Drake no desistían en la meta de encontrar el camino y, a cada segundo, mandaban mensajes de esperanza a los demás miembros que habían empezado a perder la fe. Muchos no sabían por qué estaban haciendo eso y Dimitri no tenía muchas ganas de explicar que los Dioses habían acabado con aquellos a los que amaban y que sólo quedaban ellos como representantes de una gran raza. Gracias a su compañerismo, Lance y Drake explicaron superficialmente lo sucedido, acallando las dudas más ruidosas que se producían y revoleteaban en todas las cabezas.
Los días habían parecido toda una eternidad, pero no se daban por vencidos, no cuando ese había sido el último deseo de su madre y más al saber que dentro de unos pocos años sería elegido como el Rey de los Dragones y que cargaría con todas las responsabilidades de su manada.
Seguía intentando alejar aquellos recuerdos, pero aun veía a su madre con cortes y quemaduras, sin olvidar que sus ojos habían perdido toda la luz que antes transmitían mientras lo besaba y les decía qué debían hacer.
*****
Día 5 de 1957. Agartha.
 
Aún no habían salido de Agartha, y con cada día que pasaba la preocupación carcomía más su alma. Si no escapaban pronto, los Dioses le iban a encontrar, y entonces el sacrificio de sus familiares iba a ser en vano.
—Todo está bien, Dik —dijo su primo en su cabeza mientras volaba a su lado—. Tú no dejarás que nos pase nada —dijo con convicción.
—No estoy tan seguro de ello, Luis. —Su primo era un poco más pequeño que él, y aún pasaba problemas tratando de conservar su forma. Lo sabía porque sentía la cantidad de concentración que había en su mente—. ¿Cómo te encuentras?
Soltó un bufido de humo. —Ha sido de mucha ayuda el haberme transformado el mes pasado —dijo divertido—. Quiero decir, no es como si hubiera pasado tanto tiempo en esta forma, y mucho menos volado, pero de igual manera, ha sido de mucha ayuda.
Dimitri sacudió la cabeza.
—Este no es tiempo de bromas, Luis.
—Claro que sí —exclamó tercamente, pero al mirarlo a los ojos toda diversión fue reemplazada por amor y comprensión.
Al sentir como intentaba bloquear los enlaces con los demás dragones para que no se dieran cuenta de lo que estaban hablando, se ofreció a hacerlo ya que le quedaba más fácil gracias al poder que su madre le había cedido.
—Gracias —murmuró y luego pasó a consolarlo—: A diferencia de los demás, sé qué pasó hace dos días, Dik —susurró, sus ojos brillando de dolor—. Pero recuerda que aunque se vayan nuestros más apreciados seres queridos, siempre quedan otros que seguirán acompañándote por un rango de tiempo y luego otros que todavía no has conocido. Ahora estamos aquí, tu próximo ejército y tus amigos, y yo, como tu hermano.
Esas palabras le otorgaron la fuerza necesaria para llevar a cabo el viaje y esa misma noche encontraron alguna clase de rampa de tierra que los sacaba de la maleza espesa de los bosques de Agartha y los llevaba a un bosque con mínima vegetación. Al principio había estado nervioso, pero Drake afirmó que habían salido de Agartha, lo cual le tranquilizó de alguna manera.
El mapa hecho a mano que Drake poseía, había mostrado que estaban en el centro del Polo Norte, lugar donde se encontraba uno de los dos portales de Agartha. Lance y Drake habían ido a ver si la selva era segura y mientras ellos continuaban su exploración, los demás se tomaron un descanso pero sin volver a su forma humana. Después de unos minutos, volvieron, aterrizando con algo de torpeza sobre la maleza.
—Bueno, chicos, hemos llegado —anunció Lance.
La felicidad y esperanza de todos llenaron su cabeza, dejándolo casi mareado y no ayudaba que Luis agitara sus alas sin parar, placenteramente.
—Podéis comer todo lo que encontréis —informó—. Pero tened cuidado. Aunque este lugar no está habitado por muchos humanos ya que a unas millas sólo hay un frío devastador, no podéis ser vistos. Los humanos no conocen sobre nuestra existencia, y creedme que no queréis averiguar qué harían si nos encontraran.
—Drake, ¿por qué conocéis tanto sobre este mundo? —preguntó Frank con curiosidad.
Le dio una sonrisa confiada. —No estáis preparado para la respuesta —evadió—. Ahora, alimentaos, todavía hay un gran camino por recorrer.
—No os alejéis demasiado —atajó Lance.
—Y traed comida a los pequeños —terminó Dimitri, ganándose un guiño por parte su amigo.
—Moveos, ahora inicia la parte difícil de nuestra supervivencia.
Asintiendo, rápidamente sus amigos se habían dispersado dejándolos a ellos tres solos.
—Ve a alimentarte, Dik. —Drake miró los bolsos en medio de sus alas—. Cuando vuelvas, todo estará listo.
Sin ánimos de discutir, dejó las bolsas llenas de joyas en el pasto y despegó de nuevo, cuidando de mantenerse camuflado entre los árboles. Al principio no encontró nada más que pasto, pero luego olió carne y sangre, y sus instintos animales lo guiaron hacia su presa. Momentáneamente se había quedado helado ante lo que había encontrado. Al parecer era un animal, pero nunca había visto algo así. Era cuadrúpedo y de un tamaño pequeño —a comparación de los animales de Agartha—, y cuernos salían de su cabeza. Había muchos como él y supo que quizás comería todas esas cosas para calmar aquella hambre devoradora. Vale, si le dejaban alguno.
—Muévete, Dimitri, o no podrás comer nada —advirtió Luis.
 
Los dragones atacaban a esos animales destrozándolos y relamiendo sus garras. Hasta los más pequeños se alimentaban solos ya que no había amenaza por parte de las pequeñas bolas de pelos. Dimitri permitió que su instinto de caza le guiara y se lanzó contra un animal que corría, intentando alejarse. Plegando sus alas, alargó las garras y lo atrapó sin el menor esfuerzo. Sería comida fácil.
 
Después de que todos se recargaran energéticamente y se hubieran bañado en el lago que aunque era de agua fría era soportable, volvieron para encontrar a Drake y a Lance en su forma humana.
 
—Bien, hora de transformaos —anunció Drake.
La energía se removió alrededor de sus cuerpos, mientras tomaban su forma humana.
—Aquí tenéis. —Lance les entregó a cada uno una muda de ropa con grandes capas de pieles, lo cual era absurdo por el calor que aún llegaba por el sol de Agartha. Sin embargo, no discutieron y la recibieron—. Vestíos y preparaos para marchar.
Recordaba bien que después de caminar por algunas horas, habían dejado a un lado el clima templado de la selva y se habían adentrado a un suelo blanco con una lluvia de copos del mismo color, que luego Drake informó que era nieve inofensiva. Sus ojos habían sido lastimados cuando levantó la mirada al cielo donde un diamante gigante brillaba con mucha fuerza.
Era el sol real, según Drake, y dijo que brillaba de esa manera porque era mucho más grande que el de Agartha.
Unas horas más tarde se toparon con una construcción y conocieron por primera vez a la especie humana.
También recordó todo el tiempo que les había tomado el comprender el idioma que hablaban en este mundo, pero Lance —debido a que era un Sheck[1]— había logrado hacerlos entender el idioma en agartho, y a los humanos, el hechizo les hacía pensar que hablaban el mismo idioma que ellos. Ellos amablemente, por las joyas que les ofrecieron, contactaron con otros humanos que los recogieron y los llevaron en un aparato que surcaba los cielos, a Inglaterra. A ninguno de ellos les agradó mucho el viaje, pues eran criaturas del aire y se sentían mareados al viajar de esta manera; les resultaba incorrecto a sus formas animales. El viaje duró un par de días, debido a que tuvieron que cambiar de medio de transporte. Una vez llegaron a Londres, las joyas les sirvieron como sustento para comida y vivienda mientras se acoplaban a la cultura humana, que no fue tan difícil como se habían imaginado en un principio. Muchos fueron amables y otros tantos no. Lo difícil fue tener que estarse moviendo de ciudad en ciudad cada 15 años para que no notaran que no envejecían a la misma velocidad que los humanos. Drake era el encargado de buscar un nuevo lugar donde vivir. Fue el curioso de Andrew, treinta años después, quien descubrió que el rubí que su madre les había entregado, no sólo era un joya preciosa, sino un ópalo que aún funcionaba en el mundo humano una vez al mes. Con esa gran noticia, Drake había esperado un mes después del deseo de Andrew que le divertía al recordarlo —una gigantesca tarta de chocolate que les duró casi tres semanas—, para reunir a los dragones en un círculo y poner el ópalo en medio de ellos.
—Concentraos, y desead con todas vuestras fuerzas llegar a Las Vegas —ordenó—. Allí tendremos una oportunidad de sobrevivir con una mejor calidad de vida. La gente va allá es para divertirse, así que no intentarán meterse en nuestras vidas.
—No podéis pensar en nada más —advirtió Lance—. Sólo nuestra supervivencia es importante. Haced el favor y sólo pensad en el lugar llamado «Las Vegas».
Unos segundos después, aparecieron en un lugar sucio, oscuro y que olía a humedad.
—¿Y esto es Las vegas? —replicó Úrsula, mirando a su alrededor.
Drake frunció el ceño y Lance les dio una sonrisa avergonzada antes de explicarse: —Ustedes pedían venir aquí y yo pedía por un lugar donde fuera posible ocultarnos y tener todo lo que necesitemos a nuestra disposición.
—Pero aquí no podemos cambiar —murmuró Dimitri.
—¿Y qué? No soy un experto. Además sólo solicite un lugar dónde nadie, ni Dioses ni humanos, pudieran encontrarnos —se defendió Lance.
Luis levantó las manos en gesto apaciguador y después ladeó la cabeza como si estuviera escuchando algo lejano. —¿Qué es eso? —preguntó unos segundos después—. Hace que mi cuerpo se sacuda.
Sus caderas empezaron a menearse y después saltó dando un grito algo femenino. Dimitri se levantó del suelo húmedo, donde se hallaban sentados, en espera de la amenaza.
—Relajaos —farfulló Drake, sonriendo—. Se llama música y es normal que quieras sacudirte. Sin embargo, suena como si estuviéramos a unos kilómetros de la ciudad.
—Bien, secundo lo de ir a revisar donde estamos —murmuró Tory, volviendo la atención al tema y saliendo del lugar donde se encontraban.
Se dieron cuenta que estaban en una cueva gigantesca que quedaba en medio de la nada. El bosque a los alrededores era profundo, y Lance se aseguró que fuera invisible a los humanos. Ahí volaban, pero como no había ningún animal del cual alimentarse, aprendieron a obtener todo el sustento en su forma humana. Samy, que tenía conocimientos acerca de la construcción ya que su padre había sido el encargado de las construcciones en su país natal, hizo una lista de lo que tenían que comprar para hacer de esta cueva un hogar y les advirtió que todos debían ensuciarse las manos para lograr volver esto un sitio agradable para vivir. Para ese entonces, Dimitri adquirió el papel del Rey de los Dragones. Su forma animal ya era madura y le exigió tomar el papel de líder.
Y así fue. Pasaron un par de años creando algo que pudieran llamar hogar, y ahora una casa estaba en medio de la cueva en la que habían aparecido hace algunos años, la cual tenía seis pisos subterráneos. De igual manera, fueron comprando la tecnología que poseían los humanos para hacer de su hogar un santuario acogedor. Sobre su forma animal, utilizaban el bosque en la media noche para transformarse y disfrutar del vuelo y un buen ejercicio. El sudor y algunas gotas de sangre que derramaron, formaron una fortaleza impenetrable. O eso había pensado, hasta hace dos días atrás. Ahora los Dioses sabían en qué lugar del mundo estaban escondidos y sólo rogaba que el santuario aún fuera desconocido para ellos. Cosa que sólo era posible, si el ópalo estaba en su lugar adecuado: junto a la estatua del querubín guerrero.
Alagando aquel pensamiento, fue directo a la habitación central y encontró a su hermoso querubín con el ópalo colgando al lado de su corazón. Nunca entendería porque aquella estatua —casi del tamaño de un adolescente humano con unos grandes retoques en su vestimenta y espada— lo había seducido hasta tal punto que quiso tenerla y aceptar la historia que se contaba acerca de la misma.
—Nadie te brindará más protección que él —había dicho el vendedor—. Aunque sea sólo una réplica del ángel real, tendrá misericordia para ti y todos los tuyos, y siempre que esté a tu lado, no pasarás por ningún problema, ya que es uno de los mejores guerreros con los que cuenta El Mundo de las Nubes. —Dimitri se había mostrado sorprendido por aquellas palabras, lo cual incitó al sacerdote a continuar—: Es un querubín, nacido en el universo, acunado por las estrellas y besado por el Astro Rey. Lleva la justicia, la paz y la protección a cada persona que le necesite. Claro está que si es un alma que lo merece.
»Hijo adoptivo de la Ley Celestial —de los arcángeles guerreros— no puede ser insultado ni lastimado. Si lo haces, todos los guerreros del Cielo caerán sobre ti —advirtió para  finalizar—. Así que recuerda que aunque se una imagen, él escucha todos tus pedidos así como todos tus insultos, y cuando necesites consuelo, no dudes en buscarlo. Amará al alma más pura.
Y aunque nunca había creído en la religión de los humanos —pues él mismo había conocido a los Dioses—, ahora estaba allí en medio de su santuario, bordeado por rosas tanto amarillas como blancas, y siendo objeto de adoración de todos. Y sí, el sacerdote no se había equivocado; el querubín los había ocultado por años aquí, junto con la humanidad, pero ahora algún error desconocido, los había brindado en bandeja de plata para la ira de los Dioses.
Suspirando, Dimitri atrajo la estatua del ángel contra él y besó sus manos —una que estaba estirada hacia él y la otra que estaba apoyada en su hermosa espada— antes de arrodillarse.
—Precioso mío —inició—. Sé que has cuidado de nosotros casi una eternidad, y sé que nunca nos has fallado. —Tomó la mano de yeso entre las suyas antes de continuar—. Pero ahora, te pido con humildad que no nos abandones y que nos permitas un poco de paz en nuestros corazones. Los Dioses han vuelto por nosotros…
El sólo mencionarlo hizo que su corazón se llenara de rabia. Esto era una pérdida de tiempo. Debería de estar buscando la manera de entrar en el Inframundo para liberar las almas de sus seres queridos y proteger lo que quedaba de su especie, y no estar rogándole a una estatua que ni siquiera sabía si de verdad existía.
—Soy tan estúpido —susurró y se empezó a alejar de la estatua, pero un viento sopló tan fuerte que lo hizo volver a caer de rodillas.
Cuando todo se tranquilizó, brincó hasta ponerse de pie, sólo que no lo hizo… Bien, su cuerpo no lo hizo.
«¿Qué demo…?».
—Dimitri —llamó una voz detrás de él, resonando en su cabeza. Justicia y amor entonaban el canto que ahora envolvía su mente, lográndolo llevar a un lugar pacífico y puro. Volteándose lentamente, luchando contra el deseo de llorar por lo que escuchaba, encontró una luz cegadora.
Tragando saliva, preguntó: —¿Quién eres?
Una risa suave llegó desde otra dirección, sin embargo evadió su pregunta para comentar: —Nuestro hijo ha cuidado de ti por años, y aunque no te conoce, escucha el llamado desesperado de tu alma. —No dijo nada, esperando que llegara al punto—. Y las noticias sobre la codicia de los Dioses es algo que afecta a todos, así que él no es el único que escuchó tu ruego —añadió.
No entendía lo que le estaba diciendo, y al ver su ceño fruncido, eso tuvo la amabilidad de explicarse: —La mayoría de las razas antes atlantes que viven en el mundo humano también vendrán en tu ayuda, pero será tu fortaleza espiritual la que decidirá el final de la batalla.
Y con so, de nuevo estaba de rodillas, sosteniéndose de la mano de la estatua del ángel que había empezado a brillar suavemente.


[1] La raza más extraña de los dragones, y a diferencia de estos, los Shecks escupen hielo, y sus colmillos poseen un letal veneno que tarda unas horas en actuar. Son muy inteligentes, poseen poderes telepáticos y conocen algunos hechizos debido a que sus antepasados son hechiceros. 
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Foto del autor L.H. Pérez
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Descripción

gartha, Dioses Griegos, Jerarquía Celestial, Santísima Trinidad, criaturas mitológicas y demonios. Aunque los Dioses escriben el destino, está en tus manos tomar la última palabra. Alguien muy sabio una vez citó: «El libre albedrío es uno de los valiosos regalos dados por Dios al hombre a través de lo cual ejercitamos la voluntad para tomar nuestras propias decisiones. Siendo Dios el dueño de todas las almas, por cuanto Él las creó a su imagen y semejanza, jamás ha coartado esa libertad. Su propósito no fue hacer marionetas, títeres o robots a los cuales Él pudiera manejar a su antojo. Él no consideró la creación del hombre como un juego; todo lo contrario, sino como algo de mucha seriedad». Los personajes aquí nombrados deberán decidir qué es lo mejor para sus vidas… y atenerse a las consecuencias de sus actos. ADVERTENCIA: Ficción, fantasía, erotismo, homoerotismo.

Palabras Clave: Ficción fantasía erotismo homoerotismo.

Categoría: Cuentos & Historias

Subcategoría: Fantasía


Derechos de Autor: L.H. Pérez


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