LA GUERRA DE LOS MUNDOS: TIERRA (PRÓLOGO)
Publicado en Dec 22, 2013
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 «Hemos aprendido a volar como los pájaros en el aire, hemos aprendido a nadar como los peces de los mares…y aún no hemos aprendido a caminar sobre la Tierra como hermanos y hermanas».
—Martín Luther.
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Día 3, 1957. Agartha.

Con un suspiro entrecortado, Alina rogó: —¡Detente, Zeus, por favor! ¡Hades, Ares, Poseidón, tened piedad! —Estaba temblando por el miedo que latía a la par con la adrenalina en sus venas, debido a que todo su ejército estaba siendo masacrado por los mismísimos Dioses, y no había manera de impedirlo.
Miró a su alrededor buscando cualquier cosa que le sirviera para defenderse, pero fue demasiado tarde. Sintió como un rayo la golpeaba en el pecho, mandándola a volar varios metros atrás, haciendo que sus heridas ardieran al impregnarse de la salada arena que adornaba la playa. Normalmente un rayo de Zeus, el Rey de los Dioses Griegos, bastaría para asesinar a cualquier atlante, pero él había decidido, por una desconocida razón, disminuir el golpe mortal del mismo.
Intentando recuperar el aliento, escuchó la respuesta a su ruego.
—¿Te atreves a pedir piedad? —siseó Zeus con ira. Rayos dorados nadaban detrás de sus ojos.
Se rodó a un lado y se enfrentó al dolor de sus músculos y huesos para lograr arrodillarse. Manchas negras nadaron en su visión, pero no podía darse el lujo de caer desmayada en estos momentos.
—Lo intentamos —tartamudeó y odio como su voz se rompió, pero no podía hacer nada al respecto, salvo ordenarse a sí misma mantener la compostura, cosa que no era fácil al escuchar los siseos de dolor y al oler la carne quemada de los dragones, de su familia.
—Lo intentasteis —repitió Poseidón, el Dios de los Mares. Su voz era igual al sonido de la marea del mar; calmante pero peligroso. En su mano derecha sostenía su famoso tridente de oro—. Sin embargo, eso no fue suficiente.
Lágrimas empezaron a bañar sus mejillas. —Pero…
—¡Calla! —gruñó Ares, Dios de la Guerra, sobresaltándola y haciendo que lo mirara a la cara. Sus colmillos superiores perforaban su labio inferior, y eso le hizo estremecerse. De todos los Dioses Griegos, a él era a quien más le temía. Ni Hades tenía ese aspecto tan malvado—. No hay ningún «pero» que justifique esto. Ahora el arma divina más temida está en manos de nuestros enemigos, y todo por vuestra culpa…
Un fuerte gruñido de dolor la distrajo de lo que sea que estuviera diciendo Ares, e hizo que su sangre se helara en sus venas cuando levantó la mirada hacia el cielo.
Un rayo había alcanzado a su compañero, y a diferencia del que le había golpeado a ella, ese si era mortal.
«¡No, por favor!».
En un intento por calmar los dislocados latidos de su corazón, se intentó convencer que aquel que caía del cielo no era él. Sin embargo, en su forma de dragón era inconfundible. Ese cuerpo rojizo caía en picada hacia la morena arena que ahora estaba teñida de escarlata, culpa de la sangre inocente que estaba siendo derramada.
—¡No! —sollozó, mientras su corazón se rompía en mil pedazos cuando Johnny aterrizó con un golpe seco a algunos metros de su posición.
En estado de shock, sólo pudo gatear hasta donde se encontraba su compañero, no sintiendo el dolor agónico de sus rodillas ante el movimiento. Su cerebro y corazón estaban demasiado ocupados mientras se negaban a procesar lo que veían sus ojos.
Unos siseos lamentosos salían de la garganta de su compañero, mientras el dragón convulsionaba tratando de tomar forma humana.
Cuando estuvo lo suficientemente cerca, Alina recogió su pesada cabeza —ignorando la protesta en los músculos de sus brazos y espalda— y la puso en su regazo mientras rodeaba con los brazos su largo cuello, tratando de brindarle algún consuelo.
—Shhh, amor. Debes conservar fuerzas —pidió con voz temblorosa, aunque sabía que no había salvación para él. La cantidad de sangre que brotaba por el hocico y diversas partes de su cuerpo lo confirmaba.
Siguió intentando retornar a su forma humana mientras Alina apretaba la cara contra su cuello, tratando de amortiguar sus sollozos.
La suave voz de Hades se escuchó sobre todo el ruido que se producía a los alrededores. Creyó notar que había desilusión y dolor en su tono. —Tan estúpidos —comentó—. Han destruido su especie.
Apenas prestó atención a esas palabras. Su vida estaba terminando en sus brazos, y eso tenía bloqueado su cerebro.
Finalmente, Johnny logró tomar forma humana y cayó lánguido en sus brazos. Su cuerpo ni siquiera intentó sanar, reforzando la creencia de que la muerte estaba a su lado. Cuánto le dolía saber eso. Había tantas cosas que quería decirle, pero decidió murmurar dos palabras que abarcaban todos sus sentimientos: —Te amo. —Miró fijamente esos ojos azules que le devolvían la mirada con adoración. Amaba cada momento que había vivido con su compañero, a su hijo, y el excelente líder que Johnny era.
Alzó una mano temblorosa, la cual tomó entre las suyas y la llevó a su mejilla húmeda. —Lo siento —dijo con voz apagada y quebrada. La culpa en su tono la atravesó y sólo pudo negar con la cabeza, haciendo que más lágrimas saltaran desde sus ojos, quemando su camino hasta que se perdían en las heridas de su cuello. Ardía, pero eso le recordaba que aún estaba viva.
—No hiciste nada, salvo ser un gran rey, mi amor.
Johnny sonrió suavemente, agradecimiento brillando en sus ojos. Significaba mucho para ella ser capaz de ayudarlo incluso en esas circunstancias.
—Te amo, Alina. —Dejó escapar un tembloroso suspiro y le devolvió la sonrisa —ignorando el verdadero deseo de gritar por la agonía que la atravesaba. Una lágrima salió de los ojos de su amado, aumentando más el dolor en su alma—. Siempre…
—Estaremos jun-tos —terminó por él, y le besó el dorso de la mano que tenía entre las suyas.
Sonrió y, un segundo después, la luz que había en sus ojos —que una vez se había encendido por amor o pasión, y que ahora sólo mostraba dolor— se opacó completamente.
—Johnny —sollozó, pero no obtuvo ninguna respuesta. La mano de él quedo floja entre las suyas, lo cual fue como una daga atravesando lo que quedaba de su corazón. No obstante, la reconfortó el saber que no pasaría mucho tiempo antes de que lo volviera a  ver—. Pronto me reuniré contigo —prometió.
Tragándose lo más que podía el sufrimiento que la embargaba, se alejó del cuerpo de su amado y se obligó a ponerse de pie y tomar su forma animal. Sus extremidades se alargaron gracias a que sus huesos y músculos se estiraban o se rasgaban, abriendo paso a su cola de dragón.
Recordó que siempre el primer cambio era demasiado doloroso, una tortura. Tardaba un tiempo para que sus cachorros pudieran tomar su forma de dragón (de quince a veinte años) y por eso cuando lo hacían, el dolor era insoportable. Sus huesos, músculos y tendones se habían hecho casi irrompibles en forma humana y el cambio los separaba con una fuerza atroz. Tardaban días en recuperarse en su forma animal y luego el cambio volvía a presentarse.Haciendo una mueca, notó que aún seguía siendo algo doloroso pero que su cuerpo se había acostumbrado a ello.
Una vez finalizó el cambio, tomó con delicadeza el cuerpo de Johnny en su garra y desplegó sus alas para iniciar vuelo.
—No irás a ninguna parte, Alina —advirtió Zeus
Su pecho se encogió cuando el miedo la recorrió, pero luego recordó que ya le habían quitado su vida y que no había nada que ahora pudieran hacer, salvo arrebatarle a su hijo, Dimitri.
—Zeus, creo que es suficiente —intervino Hades, sorprendiéndola. Se volvió a mirar a los Dioses, y notó realmente la tristeza que llenaba los ojos negros de Hades mientras miraba a la masacre irracional que se estaba llevando a cabo. Siempre había creído que el Dios de la Muerte era el más sombrío de todos, pero al parecer no era así—. Los dragones…
—¡Silencio, Hades! Nadie pidió tu opinión —le cortó bruscamente, y al no recibir otra respuesta de su hermano, volvió su atención a ella, encontrándose con su mirada—. Acabaré con todos ustedes. Se lo merecen por traicionarme —juró con frialdad.
No esperó el golpe mortal que sabía que venía en camino. Despegó, evadiendo los dragones que caían del cielo y concentrándose en una última cosa: salvar a los cachorros y despedirse de su hijo.
Su cuerpo protestaba a cada movimiento, pero si seguía concentrándose en el dolor, sabía que no iba a lograrlo. Miró, por lo tanto, perdió su mirada en el horizonte que tan bien conocía.
El sol había empezado a desaparecer, diciéndoles a todos los atlantes que Apolo se retiraba a descansar, y la oscuridad que empezaba a bañar las tierras de Agartha sólo era iluminada por los rayos que Zeus lanzaba; rayos que pasaban tan cerca que podía sentir el calor y su cuerpo ardiendo. El mar de la playa —que también se había oscurecido pasando de un azul-verdoso a un gris casi negro—, se elevó a niveles inimaginables, y las olas furiosas trataban de tragarla y llevarla al fondo del océano.
Las esquivaba, decidida a no darse por vencida. Los dragones no podían dejar de existir y menos por este error que nadie pudo omitir. Si no los conociera mejor, pensaría que los mismos Dioses habían planeado todo esto, pero eso no tenía ni pies ni cabeza, pues…
Una ola gigantesca se alzó, casi tapándola por completo, y tuvo que hacer un giro brusco para evitarla. Casi libera el cuerpo de Johnny, pero lo evitó en el último momento. Verificó que siguiera en buenas condiciones, y colocó lo último que quedaba de su fuerza en el batir constante de sus alas. Debía alejarse rápidamente de ese lugar.
«Malditos Dioses», pensó dejando escapar un bufido de fuego.
El recuerdo de hace unos días la atrapó y aunque sacudió la cabeza para liberarse, éste permaneció ahí, tal como si fuera un ancla en el fondo del mar.
—Mi amor —escuchó llamar a Johnny—. ¿Alina? ¿Dónde estás, cariño?
Corriendo ante su llamado, lo buscó en medio del corredor y lo encontró abriendo una habitación y mirando adentro.
—Aquí estoy —murmuró al ver que él también la estaba buscando.
Johnny se volvió y sus facciones se relajaron al verla. Dándole una sonrisa torcida que le derritió, abrió sus brazos en una clara invitación. Dando pequeños saltos para no caerse ya que las piernas le parecían de gelatina, se acercó a sus brazos que la rodearon instantáneamente, ofreciéndole protección y comodidad.
Suspiró suavemente ante la caricia en su espalda. —¿Algo nuevo, amor? —preguntó, poniéndose en puntillas para poder besarlo en un lado de su cuello.
Johnny giró la cabeza y capturo sus labios en un apasionado beso antes de aflojar un poco su abrazo y dar un paso atrás para encontrarse con su mirada. En sus ojos había excitación.
—Los Dioses nos han confiado una misión muy importante.
Su voz sonaba emocionada y aunque se sintió feliz porque su compañero lo fuera, no pudo evitar que su estómago se sintiera pesado. —Oh —murmuró y presionó una mano contra su abdomen.
Johnny frunció el ceño y la preocupación opacó sus ansiosos rasgos. Cepillando el pelo de su cara, preguntó: —¿Estás bien?
—Sí, sólo que… —Miró fijamente sus ojos azules mientras la preocupación la carcomía ya que siempre que iba a pasar algo malo su estómago le advertía, pero no se permitió entrar en pánico. Tragando el nudo en su garganta, decidió no opacar aquello por lo que Johnny había esperado toda su vida; en vez de eso, preguntó—: ¿Y cuál es esa misión?
Johnny volvió a sonreír y entrecruzando los dedos de su mano derecha con los de la izquierda de ella, la haló en dirección opuesta a donde estaban. —Ven, te lo mostraré.
Caminaron por los corredores de mármol con incrustaciones de piedras preciosas e iluminados por la luz de antorchas. La emoción de Johnny se propagaba hacia ella, y la preocupación a cada segundo se asentaba más.
«No hay nada de qué preocuparse», se recordó. No obstante, ese sentimiento ahora estaba ahí, latiendo y poniéndola nerviosa.
Al entrar en la habitación, le dio un último apretón a su mano antes de soltarla y le dedicó una sonrisa mientras se acercaba al tocador de madera rojiza que estaba en un extremo la habitación. De allí, sacó alguna clase de daga. A diferencia de las demás, ésta brillaba y tenía la marca de los Dioses grabada por toda la hoja.
—Génesis.
Johnny la balanceó de una mano a otra antes de entregársela para que la pudiera estudiar.
—¿Así le llaman? —preguntó, rodando la daga entre sus manos. Su compañero asintió. Arqueó ambas cejas en sorprendente admiración—. Vaya, es hermosa.
Las diferentes piedras preciosas que estaban incrustadas en el mango de la daga, formaban una clase de árbol que en la mitad contenía un ojo el cual parecía observar todo. Era de clase abstracta y éste se ondulaba sobre sí mismo, dándole vida, pero también logrando hacerle perder la cabeza a la persona que la sostenía. Se atrevió a juzgar tan fuertemente porque lo único que ahora llenaba su cabeza era la idea de fabricar algún plan para conservarla.
Al parecer, Johnny había leído sus pensamientos ya que retiró la daga de sus manos, no bruscamente pero si dejando claro que no iban a discutirlo.
—«La Daga de la Justicia». Sirve para impartir justicia, tanto en humanos como en nosotros, o en los mismos Dioses. En pocas palabras, en cualquier criatura existente —explicó mientras la envolvía en un pañuelo azul de seda. A continuación, se dirigió por su escudo, fabricado de hierro y acero con la forma de un dragón realzada en oro en todo el centro del mismo.
Observó cómo retiraba la manija de donde se sostenía el escudo y guardaba ahí la daga. Examinó el escudo, después de poner la manija en su lugar, para asegurarse de que Génesis no pudiera ser vista. Satisfecho al ver que sólo parecía un escudo normal, lo guardó en el mismo tocador donde antes se encontraba la daga, y lo aseguró con aquella llave que colgaba en una cadena de oro en su cuello.
—Es un artefacto demasiado importante por las razones antes explicadas, y por eso Zeus junto con Hades, Ares y Poseidón me lo han encargado directamente, bebé —explicó mientras se volvía a mirarla y se acercaba.
—¿Qué te han encargado, papi?
Dimitri entró en la habitación sacudiendo su cabello chocolate que caía encima de sus hombros mientras trataba de desenredar un nudo que había en éste con una mano, y con la otra restregaba su ojo. Por su cara —que aún se mantenía ruborizada y con ojos entrecerrados—, supo que había acabado de despertar de su siesta.
Ambos sonrieron ante la vista de su hijo medio adormilado.
—Dale un abrazo a tu padre y a tu madre —ordenó Johnny.
Bostezó una vez más antes de correr directamente a sus brazos y abrazarlo fuertemente. Johnny se sorprendió por la fuerza que su hijo poseía ya que solamente tenía diecisiete años y unos meses atrás había tenido el primer cambio de humano a dragón. —Ya eres todo un dragón —le alabó.
—Lo sé —respondió con una sonrisa.
—¿Y esa es la razón por la cual no me das un abrazo? —preguntó fingiendo tristeza y haciendo un puchero.
Dimitri se volvió de inmediato en su dirección. —Eh, sí —dijo con una sonrisa—. Te daré muchísimos más.
Las imágenes revoletearon desapareciendo, y su mente quedó en blanco, hasta que el recuerdo más horripilante de su vida, el de hace unos minutos, la absorbió.
—Lo logramos —sentenció Johnny emocionado, señalando con el hocico hacia el Castillo Kor. Ahí se guardaban todas las armas de los Dioses, y estaba custodiado por la quimera 
—Gracias a los Dioses —suspiró, tratando de disolver la pesadez en su abdomen que con el paso de los minutos sólo había crecido más y más, hasta comprimir su estómago. Tampoco era de ayuda el sentirse observada.
Miró a los alrededores, intentando localizar quién era, pero lo único que encontró fue la marea baja del mar, la playa y el cielo alumbrado por el sol del atardecer.
No obstante, eso no fue suficiente para que olvidara que estaban siendo vigilados atentamente.
—Alina, cálmate —murmuró su compañero, volviendo su grande cabeza para mirarla. Cuando se encontró con su mirada, agregó—: Son los Dioses que cuidan de nuestro camino.
Asintió, aunque para nada estaba convencida de ese argumento, y se obligó a centrarse en aquel castillo. Quería entregar lo antes posible esa arma.
«Sólo unos metros más».
Pero eso fue todo, pues nunca llegaron.
Una fuerza superior a ellos los atrajo bruscamente desde el cielo, haciéndolos golpear contra las rocas del mar —algunos afortunados cayeron en la playa y la arena sirvió de amortiguador contra el golpe—, dejando sus cuerpos lastimados por el impacto. Por un momento, Alina se quedó en blanco, como si estuviera encerrada en un cuarto hecho de cal.
Los rugidos de conmoción y enojo por no haber detectado aquella amenaza llegaron a sus oídos, sacándola de su aturdimiento.
—¿Qué demonios? ¿Qué ocurrió? ¿Qué ha pasado? —pensaban varios dragones a la vez.
Sacudió su cabeza, tratando de enfocarse. Parecía como si estuviera en medio de un túnel, donde todas las cosas suenan atenuadas, como un eco.
—Alina, ¿estás bien? —preguntó Johnny, su voz teñida por pánico.
Una vez se sintió un poco mejor, más centrada, se intentó poner de pie y un siseo escapó de su hocico cuando finalmente registró el dolor en su cuerpo.
—¿Qué fue eso? —preguntó y se impulsó hasta poder levantarse, ignorando el dolor en sus patas que temblaron por el esfuerzo. Estiró sus alas para medir el daño que habían sufrido, pero sólo un dolor punzante respondió al movimiento. Nada que no pudiera manejar.
—No lo sé, cariño.
Miró hacia donde estaba Johnny y dejó escapar un suspiro al ver que era otro de los afortunados en caer en la playa. Siguió la mirada de su compañero alrededor de la playa buscando qué había sido la causa de lo sucedido, pero las sombras oscurecían un poco el panorama. Eso la detuvo en seco. Aunque sus pensamientos seguían un poco dispersos, estaba lo suficientemente consciente que estaban en medio del atardecer por lo que no debía de haber sombras. Frunció el ceño en la forma en que su dragón lo permitía.
—¿Qué es eso?
Volvió la cabeza ante aquella inesperada pregunta y encontró a todos mirando hacia el cielo con los cuerpos tensos, listos para atacar, algunos sangrando por diferentes lugares. Sus instintos de protección y ataque se despertaron, y curiosa siguió la mirada de sus hombres sólo para encontrar… algo.
Aquella figura que eclipsaba el cielo tenía forma humana pero unas alas negras salían desde sus escapulas y era tan grande como ellos en su forma animal. Su aroma era humano pero no del todo y la marca en su ojo izquierdo dejaba claro que era de raza atlante. Aun así no podía diferenciar su verdadera sub-raza.
—Organizaos —ordenó Johnny, centrándolos de nuevo. Todos los dragones se formaron alrededor de ella, dejándola en la mitad de manera protectora. Ya había vivido el tiempo suficiente con su compañero para aprender a no hacer un espectáculo por eso y, por primera vez en su vida, agradeció estar en esa posición.
—¿Qué es? —susurró, temiendo que pudiera escuchar sus pensamientos.
—Dentro de poco lo sabremos —respondió sombríamente Johnny, apretando fuertemente entre sus garras el escudo, donde se encontraba Génesis. Milagrosamente, a parte de unos rasguños, el escudo había salido ileso de la caída.
Aquella criatura inició el descenso, mientras una niebla le cubría, casi de manera protectora. Aterrizó a varios metros más allá y les ofreció una sonrisa arrogante. Sus alas se plegaron de nuevo en medio de su espalda. A esa distancia, veía que las alas de aquella criatura no eran de seda como las de ellos, sino de plumas, como las de los grifos .
Todos sus instintos gritaban que escapara, pero el temor la mantuvo ahí.
Acercándose con paso seguro, la criatura los estudiaba calculadoramente, y cuando esos ojos se encontraron con los suyos, Alina quiso gritar de temor. Sus iris mostraban a almas siendo torturadas.
—Dragones. —Su voz era un grito que aturdía sus sentidos, ya que aunque era terrorífico también era bastante atractivo; casi se podía decir que era hipnótico—. Tenéis algo que me pertenece.
Por unos segundos, todos quedaron petrificados, su mente no procesando nada, envueltas en el tono de la criatura.
—A mi señal atacáis —ordenó Johnny cuando volvió en sí.
—¿Tomarás tu forma humana? —Sudaba frío ante ese pensamiento ya que no sabía a qué clase de criatura se estaban enfrentando.
—Debo hacerlo…
—No. —Su cerebro empezó a trabajar ante el pánico que empezaba a levantarse en su cuerpo, haciendo que su corazón latiera rápidamente—. Lo hare yo…
—Ni hablar —gruñó Johnny, dando un zarpazo en la arena con una de sus patas delanteras.
—El ejército necesita a su líder, a su rey  —continuó, ignorando a su compañero—. Además, estoy en medio de todos vosotros, nada puede pasarme.
—Alina…
Tomó su forma humana antes que terminara su frase. Un bufido de enojo salió del hocico de su compañero mientras le daba una mirada fulminante… y tenía que admitir que eso era algo gracioso proviniendo desde su forma animal. Si hubieran estado en otro lugar, hasta hubiera sonreído. 
Los dragones a sus lados extendieron sus alas brindándole confort aunque prácticamente la tapaban de pies a cabeza. Lo único que le faltaba era hablar con aquella cosa estando desnuda. 
Tomando una profunda respiración para controlar un poco sus nervios, se aclaró la garganta y dijo: —No sé a qué te refieres.
La criatura ladeó la cabeza y la sonrisa arrogante, que había desaparecido en algún momento, volvió a curvar esos labios.
—Quizás necesitáis una pista —comentó y arqueó una ceja. Llevó las manos a la espalda y se empezó a acercar, lo cual tuvo como respuesta varios gruñidos de advertencia de los dragones.
La criatura detuvo su avance pero no mostró ningún signo de alarma. En cambio, puso los ojos en blanco como si estuviese tratando con la rabieta de un crío.
—Génesis —dijo finalmente y chasqueó la lengua—. ¿Ahora lo has recordado?
Se quedó en silencio por un momento mientras pensaba en todo lo que podía ocurrir si la daga fuera utilizada para mal, y al volver a mirarlo a los ojos, no dudo que él lo haría. La respuesta que su imaginación le dio fue suficiente razón para negarse a entregarla.
Se mordió el labio inferior y entonces lo liberó y le dio una significativa mirada que delataba su negativa ante la exigencia de la criatura. Un segundo después, argumentó con lo primero que le llego a la mente: —Te equivocas. Génesis es un arma divina, por lo cual sólo pertenece a los Dioses.
Aquel hombre sacudió la cabeza pero nunca apartó su mirada de ella. —Es mejor para vosotros si me la entregáis —advirtió, acercándose de nuevo—. No queréis saber lo que haré a vuestro precioso ejército —añadió con burla.
Puede que si se hubieran detenido a pensar la extraña apariencia de la criatura, se hubiesen dado cuenta que por primera vez los dragones no llevaban la delantera en esto. Lastimosamente, siempre les han juzgado por ser unas criaturas prepotentes, y su forma de manejar esa situación confirmó esa declaración.
Johnny lanzó una bocanada de fuego, la cual fue esquivada por ese hombre de una forma profesional. Negó con la cabeza y chasqueó la lengua, y entonces desplegó las alas de su espalda y la niebla envolvió su cuerpo, logrando duplicar su tamaño. Era del tamaño de un dragón de dos pisos, si logran entenderlo.
—Vosotros lo quisiste —susurró, encogiéndose de hombros.
Y así se desató la guerra. Todos los dragones fueron barridos por un viento más fuerte que un huracán cuando la criatura batió sus alas, y látigos de fuego se enredaron en sus cuerpos, apretándose cada vez que intentaban liberarse, como si de una serpiente se tratase.
Alina observó como el escudo fue arrancado de las garras de su marido y después como aquel chico desaparecía con el viento y los látigos de fuego, dejando todo tranquilo.
O así fue hasta que los Dioses aparecieron con el objetivo de masacrarlos.
Volviendo al presente, Alina divisó el Castillo Norles, castillo que estaba en medio del bosque y que pertenecía a los dragones. Ahí Dimitri estaba pasando el tiempo con Lance y Drake, sus mejores amigos y próximos compañeros de guerra. Feliz por haberlo encontrado sin que nada —olvidando las olas y rayos— se interpusiera en su camino, descendió y depositó suavemente a Johnny en el jardín delantero antes de transformarse en humana. Tardó más tiempo de lo normal el cambio de una forma a otra, pero una vez se encontró en dos piernas, corrió con las pocas fuerzas que le quedaban y tomó el pasadizo secreto que daba entrada a la sala del primer piso.
Como todos los dragones adultos les habían acompañado a la entrega de ese valioso artefacto, habían decidido cerrar las puertas principales, y dejar como única entrada o salida el pasadizo. No costaba nada ser precavido. Nunca se sabía qué podría suceder, y un claro ejemplo era en la situación en que ahora mismo se encontraban.
Por medio del pasadizo se escuchaban cada vez más cerca los truenos de Zeus, y sus fuerzas iban menguando. Se le estaba acabando el tiempo. El estar emparejado era algo romántico como mortal; si uno de los compañeros muere, el otro sólo tiene unos cuántos minutos para seguir su ejemplo. Eso no le habría importado si los Dioses no estuvieran dispuestos a exterminar a todos los dragones, incluyendo a sus crías.
Salió del pasadizo, agitada, y se encontró mirando las espaldas de su hijo y sus dos amigos.
—¡Mamá! —Dimitri gritó al verla y corrió a su encuentro con sus amigos pisándole los talones, olvidando por completo el juego. Alina tuvo que apoyarse contra una de las paredes ya que sus rodillas amenazaban por ceder—. ¿Qué te ha pasado? —Sus ojos escanearon cada centímetro de su piel desnuda parando en los moretones, en los cortes, y la piel quemada.
Impulsándose lejos de la pared e ignorando las manchas negras en su visión (que cada vez se hacían más grandes), atrajo a su hijo a sus brazos y lo abrazó con fuerza y besó toda su cara.
—Recuerda que siempre te amaré, Dik —jadeó contra su cabello castaño, su aliento silbante.
Haciendo lo más difícil de su vida, se separó y se volvió a enfrentar a Drake y Lance, que eran mayores por una camada de cuatro decadas que Dimitri. Como si sintiera lo débil que estaba, su hijo la agarró por la cintura, permitiéndole apoyarse en él.
—Los Dioses se han enojado con nosotros —murmuró, intentando sacar fuerzas de donde no las tenía para lo próximo que venía—. Todos han mu… muerto. —Casi deseo haberse tragado sus palabras al ver esos inocentes ojos llenarse de lágrimas. Cuánto odiaba a los Dioses en ese momento—. Debéis coger a los niños y llevarlos a un lugar seguro.
La sala quedó en silencio y Alina supuso que estaban en shock. No era una agradable noticia después de todo. Podría decirse que ella misma se encontraba en ese estado, debido a que realmente no sentía el peso de la muerte de su compañero y de sus familiares y amigos.
Dimitri apretó el brazo alrededor de su cintura, llamando su atención. Se volvió a mirarlo, y un suspiro tembloroso se le escapó ante la devastación que veía en su mirada.
—No entiendo, Ma. ¿Qué pasó? —La voz se le quebró mientras lágrimas bañaban sus mejillas. Agachó la cabeza y la sacudió como intentando controlarse, antes de volver a mirarla con desesperación—. ¿Papá murió? ¿También morirás?
Antes de que incluso pudiera responderle, su hijo se deshizo en sollozos tan llenos de dolor que la desarmaron. Con lágrimas de tristeza bañando sus propias mejillas, lo atrajo hacia su pecho, abrazándolo fuertemente. Dimitri se abrazó a ella como si fuera su tabla de salvación.
—Oh, mi pequeño —lo arrulló—. Pronto lo entenderás.
Cuando sintió que los amigos de su hijo se acercaban, se volvió hacia ellos y abrió sus brazos. Se unieron al abrazo llorando, y ella derramó lágrimas con ellos.
—Debéis ser fuertes por nuestra raza —ordenó, reprimiendo lo mejor que podía sus sollozos y limpiándose las lágrimas—. Los Dioses no descansarán hasta vernos muertos, por eso debéis salir de Agartha e ir al mundo humano. —Mientras lo decía, el miedo volvió a azotarla al recordar que todos ellos eran unas crías y, si la leyenda era cierta, saldrían en medio de un bosque congelado.
Eso la centró lo suficiente como lograr reponerse un poco y volver al tema en cuestión. Se limpió la cara con el dorso de la mano.
—Acompáñenme.
Fueron hacia la habitación, la cual logró traer a flote otra de punzada de dolor al recordar las noches de pasión y amor que había compartido con Jhonny, pero ignorándolo, se acercó a la cama, levantó el colchón y agarró la pequeña bolsa de piel.
—Ten. —Le entregó a Lance la bolsita que contenía un rubí que le había dado su madre como regalo de bodas. Decía que daba buena suerte, que permitiría una buena vida en cualquier mundo.
»Llevaos también todas las joyas que encontréis. Amárrenlas fuertemente por debajo de sus alas para que no la pierdan.
Esperó hasta que asintieran para continuar: —Nunca os separéis uno de otro, no importa lo que pase, y no podéis dejarles saber que son unos atlantes. A nadie, chicos —ordenó con fuerza al verlos medio perdidos en todo lo que estaba sucediendo. No los culpaba, pero los necesitaba concentrados porque ahora todo iba a ser su responsabilidad—. No confíen en nadie. Ahora sólo quedan ustedes. —Esa última frase hizo que la comprensión y la agonía brillaran en los tres pares de ojos, y aunque no le agradaba ser la causante de eso, finalmente se dio cuenta que estaban comprendiendo lo grave que era la situación.
»Drake y Lance, están a cargo, pequeños, hasta que Dik desarrolle sus poderes.
Una ola de dolor se estrelló en su corazón, dejándola sin respiración e informándole que su tiempo se estaba acabando. Dik la acercó contra su cuerpo, pero Alina negó con la cabeza, y alejándose de su agarre se apoyó contra el barandal de la cama. —Marchaos, ahora.
Se volvió a acercar y la abrazó, sacudiendo la cabeza. —No puedo hacerlo.
Sonrió y metió los dedos debajo de su mentón para que levantara la cabeza y así poder darle un beso en la frente. —Claro que puedes. No estarás solo, tus amigos y tu padre y yo siempre estaremos contigo.
Dimitri asintió con nuevas lágrimas en sus mejillas y la abrazó con fuerza. Intentó devolverle el abrazo pero se quedó corta, y eso sólo hizo que más lágrimas cayeran de los ojos de su hijo.
—Te amo, Ma —sollozó.
—Y yo a ti, bebé. —Su marca atlante se removió en su cuerpo, y eso le recordó su último deseo—. Ven, tengo un último regalo para ti.
Colocó una mano sobre su marca atlante y la otra sobre la de su hijo, y entonces convocó lo último de sus poderes y se los cedió. Las manchas en su visión aumentaron, pero Dimitri se alejó antes de que sus últimas energías vitales fueran regaladas.
—¿Qué…? —intentó preguntar con los ojos muy abiertos.
—Dimitri, debemos irnos. Ahora —interrumpió Lance, su voz firme. Por lo que se veía, había escondido su dolor detrás de una máscara de valor.
Sonrió cuando supo en su corazón que sí lograrían sobrevivir. —Salgan por el jardín trasero —les recomendó. Miró una vez más a Dik, grabando eternamente su imagen en la cabeza. Suspiró profundamente y lo besó una vez más antes de alejarse nuevamente del agarre de su hijo.
»Váyanse, es hora.
Dimitri intentó acercársele de nuevo, pero Lance y Drake lo agarraron por los brazos, deteniéndolo.
—Gracias, Alina. Gracias por todo —murmuró con tal intensidad Drake que lo que único que pudo hacer fue asentir en respuesta.
—¡No! —gritó Dik, intentando romper el agarre de sus compañeros. 
Lance la miró por encima del hombro de su hijo con una pregunta en sus ojos, la cual respondió con un asentimiento. Pronto desaparecieron en camino al jardín trasero donde estaban las demás crías.
Aunque una parte egoísta de ella deseaba llamarlos, se negó a hacerlo. Debían darle una oportunidad a su raza.
Aunque el pensamiento era lógico, no pudo evitar las lágrimas y los sollozos lastimeros. —Adiós, bebé.
Miró enseguida hacia la cama donde ahora estaba su compañero —el último regalo del descendiente de un hechicero, de Lance—, y se dejó caer a su lado. Respiró su único olor y entonces permitió que sus ojos se cerraran y que el cansancio que gobernaba su cuerpo, la indujera a ese profundo sueño del cual jamás despertaría.
En medio de la oscuridad que le envolvía, la mano de Johnny salió a recibirla, y Alina no pudo evitar la sonrisa que curvó sus labios. Incluso en ese punto, su compañero estaba ahí, esperándola.
—Te amo, Alina —murmuró, y su tono opacó todos los gritos de dolor que llegaban a sus oídos. Sabía que les esperaba una eternidad en el Tártaro, pero también sabía que podía enfrentar lo que sea si su compañero estaba a su lado.
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Foto del autor L.H. Pérez
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Descripción

Agartha, Dioses Griegos, Jerarquía Celestial, Santísima Trinidad, criaturas mitológicas y demonios. Aunque los Dioses escriben el destino, está en tus manos tomar la última palabra. Alguien muy sabio una vez citó: «El libre albedrío es uno de los valiosos regalos dados por Dios al hombre a través de lo cual ejercitamos la voluntad para tomar nuestras propias decisiones. Siendo Dios el dueño de todas las almas, por cuanto Él las creó a su imagen y semejanza, jamás ha coartado esa libertad. Su propósito no fue hacer marionetas, títeres o robots a los cuales Él pudiera manejar a su antojo. Él no consideró la creación del hombre como un juego; todo lo contrario, sino como algo de mucha seriedad». Los personajes aquí nombrados deberán decidir qué es lo mejor para sus vidas… y atenerse a las consecuencias de sus actos. ADVERTENCIA: Ficción, fantasía, erotismo, homoerotismo.

Palabras Clave: Ficción fantasía erotismo homoerotismo.

Categoría: Cuentos & Historias

Subcategoría: Fantasía


Derechos de Autor: L.H. Pérez


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