El extraño del campo agrícola parte II
Publicado en Dec 08, 2013
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A pesar de que el doctor les había recomendado que Elías compartiera más como método psicológico, sentía que aún no era el momento indicado para llevarlo a alguna plaza o a la playa que caracteriza Laguna Verde.
Al llegar a casa el ambiente era distinto, todo era más cálido y acogedor. El padre recién había llegado del trabajo, se veía cansado tirándole leña a la chimenea que el mismo había construido. Sus botas con barro marcaban la entrada de la casa y su ropa estaba empapada y sucia. La tranquilidad volvió de un golpe a Elías que se sentía protegido frente a la chimenea, donde en numerosas ocasiones se le venían recuerdos frescos de su hermano. Gran parte del tiempo pasaba junto a él, en especial las noches de invierno, se sentaba frente al fuego y Morgan le contaba historias sobre casas embrujadas y fantasmas; la especialidad de Elías.
-Traje pan fresco, del que te gusta, ¿quieres un pedazo?-pregunto Guillermo York.
Elías recordó que le vino ese gusto por el pan horneado cuando una noche vio a su hermano comer de abocanadas el poco pan que había quedado de la cena. En ese tiempo aun no le diagnosticaban cáncer pulmonar por ende seguía en su trabajo como transportador de leña. Morgan siempre llegaba de madrugada a casa, durante el día no comía nada, solo trabajaba, decía que comer le quitaba tiempo, además el pago era por horas de trabajo. Nunca se acostumbró a prepararse él las cosas cuando tenía hambre, siempre era su madre la que le preparaba algo para comer y tomar, pero debido a su hora de llegada solo comía pan para engañar el estómago.
-Elías, ¿quieres un pedazo de pan fresco?-volvió a preguntar el padre.
-No gracias, no tengo hambre, pueden comerse mi pan. Voy a mi habitación. Hasta mañana mamá, hasta mañana papá.
Sus fuertes pasos en la escalera hecha de madera pura se hicieron escuchar en toda la cabaña. Abrió la puerta de su habitación, Laico lo estaba esperando recostado a un costado de la cama, con la cabeza en alto, Laico ladró por su dueño que se había ausentado por bastante tiempo. La mirada de Elías a su perro era igual de seca que con su madre, suspiró mientras volvía a sentir la lluvia golpeando la ventana de su habitación. Se sentó en el suelo apoyando su espalda en el velador mientras acariciaba el peludo lomo de su perro.
El teléfono comenzó a sonar a los segundo después, contestó la madre con su voz frágil. El llanto no se hizo esperar, momentos aquellos cuando la madre sonreía y el padre era feliz. El llanto de mujer se colaba por todas las maderas habidas y por haber en la cabaña, subían las escaleras rápidamente sin dejarle siquiera un respiro a Elías que no dejaba de acariciar al perro. -¡Mi hijo! ¡Mi hijo!- Gritaba la madre entre llantos desconsolados, tortura para los oídos de todos, más para Guillermo York que estaba más cerca de los lamentos de su esposa herida. La abrazaba, la tenía atrapada contra su pecho mientras que las lágrimas de mujer se secaban en la polera sucia de su esposo.
Elías escondió su rostro entre sus piernas delgadas y temblorosas. Morgan York había muerto.
 
 "Han pasado quince años desde la muerte de Morgan York."
La lluvia era permanente, era testigo ciego de la furia del viento que se hacía notar en los frondosos árboles. Un extraño sujeto se colaba entre los autos estacionados en perfección con respecto al espacio correspondido. Pasaba sus huesudos dedos por cada capo de los autos, acariciando el líquido frio, sintiendo las gotas estrechándose en sus manos.
Su rostro estaba cubierto con las típicas capuchas para la lluvia, no parecía vagabundo; estaba muy bien vestido, ropa de cuero, abrigadora, especial para esas ocasiones. Sus pies temblaban al momento de subir las escaleras, había caminado durante horas desde las afueras del pueblo de Laguna Verde. Había caminado por toda orilla de la calle, con un pie que se hundía lentamente en el espeso barro y el otro pie en la carretera. Sentía ese viento necesario, que en ocasiones lo empujaban, un verdadero toque de adrenalina cuando las autos pasaban a solo metros de su cuerpo. Las gotas cinceladas formadas por la rapidez de los automovilistas al pasar le producían un leve cosquilleo, pero su congelado e inerte rostro le impedía sentir algo más; quías alguna sensación confortable.
Abrió la puerta viéndose reflejado en el vidrio y el dantesco clima de fondo observándolo con ojos ficticios. Entró mientras que las enormes letras de la entrada que decía “Hospital Psiquiátrico de Laguna Verde” le daba la bienvenida.
-Aló Antonio, te necesito en el hospital ahora.
-¿Por qué? ¿Qué pasó?
-Hay un paciente que acaba de llegar, se ve normal, pero se comporta bastante extraño. Necesito que lo interrogues.
-Está bien, llegaré en media hora más.
-Gracias.
El sujeto había sido derivado a una de las salas principales de interrogación, Santiago Gutiérrez seguía observando a través del vidrio la tranquilizante actitud y lo sumiso que era el paciente. Nadie sabía de él, solo se había aparecido de la nada completamente empapado y con la capucha que le tapaba todo el rostro, sin dejar en evidencia sus congeladas facciones.
Antonio Gonzales llegó pasado la media hora con la que se había comprometido. Entró sin decirle nada a Gutiérrez y cerró la puerta sin escándalos.
-Hola ¿Qué tal? Soy el Dr. Antonio Gonzales, especializado en psicología juvenil.
-Lo sé, el Dr. Gutiérrez me lo explicó todo antes de venir a esta sala-dijo el encapuchado levantando la cabeza, pero sin dejar en descubierto su rostro.
-Bueno, en ese caso ¿Supongo que sabes dónde estás?
-Sí.
-¿Qué edad tienes? Te vez muy joven.
-No lo sé.
-¿De dónde eres?
-No lo sé…solo desperté en una habitación, completamente desorientado.
-¿Has ingerido alcohol o alguna especie de drogas? Porque por lo que veo no recuerdas nada.
-No. Creo que no he ingerido ningún tipo de droga y tampoco alcohol.
-¿Cómo se llaman tus padres?
-No lo sé. Ni siquiera sé si tengo padres o algún familiar-respondió el tipo con voz baja.
-¿Algún vecino que te conozca?
-No lo creo.
-¿Me disculpas un segundo?
Antonio se dirigió a las afueras de la sala, tomó la manilla de la puerta  sintiendo una sensación extraña con respecto al sujeto que yacía sentado detrás de él. Comenzó a dudar sobre su forma de tratar a sus pacientes.
-Santiago me llamaste a la mitad de la carretera, interrumpiste mis vacaciones cuando tenías a gran parte del personal de psicología, y me tienes sentado junto a un sujeto que ni siquiera sabe de dónde viene. ¿Lo interrogaste antes de que llegara?
-Lo interrogué en mi oficina, pero de las siete preguntas que le hice no me respondió ninguna. No me quiso decir su nombre, mucho menos descubrirse el rostro. Le pregunté a todas las personas que han entrado al hospital antes de que llegaras, incluyendo a los pacientes en espera y al personal…nadie sabe de él, ni siquiera su nombre.
-¿Llamaste al Hospital de Valparaíso?
-Sí, pero al igual que aquí nadie sabe quién es. Iba a averiguar más pero las conexiones se cortaron producto de la lluvia.
-¡Esto es imposible!-dijo alterado el doctor Antonio ante la situación-es imposible que nadie lo conozca. Laguna Verde es un pueblo muy pequeño, todo se conocen.
-Lo sé, lo sé, pensé lo mismo. Iba a tomarle una fotografía para mandarla al hospital en las afueras del pueblo, pero como te dije, se rehusó a sacarse la capucha.
-Se comporta muy extraño-dijo el doctor Antonio mientras miraba al sujeto por el ventanal.
-Puede que sufra del Alzheimer, quizás por eso no sabe de dónde viene o si tiene padres o no-agrego Santiago.
-No lo sé, pero por ahora lo descarto, actúa muy normal, se ve muy tranquilo. ¿Notificaste a la policía?, puede que solo esté perdido. Quizás se perdió en los campos agrícolas, mucha gente se extravía por esos lugares.
-Sí-respondió secamente Santiago-mandé a Fernando; el de mantención. Como las comunicaciones estaban cortadas desde hace ya bastante rato, Fernando fue en su auto al pueblo. Con la lluvia de seguro tardará un rato.
-¿En qué momento te diste cuenta de que estaba aquí?
-Apenas entró... estaba conversando con la secretaria de turno y lo vi en la entrada todo empapado y lo ayudé. En ese momento fue cuando lo llevé a mi oficina y, como vi que no me respondía ninguna pregunta, te llamé. 
-Esto es muy extraño.
-Escucha Antonio, creo que lo correcto es que termines de interrogarlo. Aunque sus respuestas sean siempre negativas, puede que igual le puedas sacar algo de información. Te avisaré cuando llegue la policía. Estaré aquí afuera.
-Está bien-dijo el doctor Antonio, accediendo a la idea de su compañero.
Con un suspiro cerró lentamente la puerta ante la mirada de Santiago. Miró los papeles en su mano y analizó el entorno de la sala. Floreros, enormes plantas exóticas, libros por montones: algunos cubiertos por telas de araña, se notaba que el tiempo ya había dejado su huella. Intentaba aferrarse a su profesionalismo, ya que la extraña situación lo tenía bastante complicado. Dejando ir otro suspiro prosiguió a sentarse frente al sujeto que seguía con la capucha y sus manos huesudas y congelas yacían entrelazadas sobre la mesa.
-¿Tienes algún problema que quieras contarme? ¿Alguien te sigue o te acosa? ¿Le debes dinero a alguien?
-No.
-Estás muy mojado, debo suponer que caminaste mucho para llegar aquí. Si hubieras venido en auto, no estarías tan empapado ¿Desde dónde te viniste caminando?
-Desde el comienzo del puente, donde empieza el campo agrícola.
-¿Cómo sabias que aquí ahí con hospital psiquiátrico?
-No lo sé, solo lo sabía…era una sensación extraña.
-¿Recuerdas alguna calle o la dirección de tu casa?
-No.
-Bueno…este interrogatorio ha sido bastante complicado, tus respuestas dictan muchas cosas ¿Hay algo que si recuerdes?
-Sí. Mi nombre-dijo el tipo con voz baja y separando sus dedos entrelazados.
-¿Y cómo te llamas?
-Morgan York.
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Foto del autor Sebastian Sick Pereira
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Descripción

Palabras Clave: El extraño del campo agrícola parte II

Categoría: Cuentos & Historias

Subcategoría: Ficción



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