Aventura en la playa
Publicado en Sep 02, 2009
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Han pasado  años y no logro  identificarme  con aquélla imprudente y voluntariosa niña que fui.
Llevada  por un  capricho, desoyó los consejos, desconoció los  límites, expuso  su vida, su integridad y la  de los suyos.
Devano  recuerdos, para encontrar la punta del hilo en  esta confusa maraña,  para convertirla en  prolijo ovillo. 
 
Estamos en la hermosa casa de los abuelos. Edificada sobre un promontorio, domina  un amplio sector de la playa. Ellos no vienen desde que el abuelo enfermó. Junto a mis padres y hermanos, de vez en cuando, venimos a disfrutarla.
Cumplí nueve años y  al ser la menor de los tres, tengo algunos privilegios. Por lo general, hago lo que me gusta.  Con  mis  hermanos, Alejandro y Darío, es diferente, tienen obligaciones que cumplir. Mi padre, es,  en ese sentido, muy estricto. En tiempo de vacaciones, delega en ellos, la responsabilidad de cuidarme. Hoy  fue con mamá  a almorzar junto a un matrimonio amigo, no sin antes dejarnos  una cantidad de recomendaciones. 
Comemos ligeramente lo que nos sirve Delia, la empleada, que vino con nosotros.   Después de almorzar, bajamos a la playa.  Ale y Darío juegan a la pelota, nunca me invitan ni me dejan participar. Aprovecho un descuido y corro a esconderme detrás de una roca, desde allí observo que no reparan en mí.
Me alejo rapidísimo, tanto como mis piernas lo permiten, sostengo con la mano derecha  el sombrero que me protege del sol. Una ráfaga de viento cálido, lo arranca de mi cabeza y  lo lleva girando hacia el agua.  La ola que vuelve me lo trae, chapoteo  y estiro mis brazos para asirlo. Una nueva ráfaga lo levanta y  lo lleva mar adentro. Voy tras él.
Una montaña líquida, cae sobre mí, me aturde con su violencia, me envuelve, me sofoca, se mete en mi boca,  mis oídos, mis ojos, me levanta, me sacude, me arroja con violencia  hacia la playa. En vano trato de asirme de algo que no encuentro, con fuerza irresistible, me siento arrastrar de nuevo mar adentro.
 
Siento el cuerpo machucado y dolorido y mucho frío. - ¡Mamá! ¡Nani! Grito con toda mi voz, pero nadie acude. Me incorporo, la oscuridad, me impide ver a mi alrededor. Busco la tecla de la  luz, pero han cambiado todo de lugar, ni siquiera entra el resplandor de la luna por el ventanal de mi dormitorio.
Como una máscara, el rostro horrible, oscuro y surcado de arrugas, es lo primero que veo al despertar. Hace una mueca y deja ver en el agujero de la boca, unos restos amarillentos, gastados y malolientes.
Giro la cabeza,  no hay nada conocido en este extraño y mísero lugar. No se cómo llegué hasta aquí. Se lo pregunto, señala con un dedo largo y huesudo su boca  y  niega con un gesto.  Ya veo, ¡además, es mudo! 
Salgo. Tampoco afuera hay nada familiar. Mis piernas y brazos  están doloridos, llenos de rasguños y marcas  violáceas. Mi estómago, se retuerce de necesidades.
En un tacho, negro de hollín, sobre unos leños encendidos, el viejo, revuelve con un palo, una mezcla espesa y  de olor repugnante. Le pido algo para comer, mete un plato abollado en  el tacho  y lo pone a mi alcance, chorreado y humeante. Junto al plato, deja un trozo de pan seco.
Se sienta frente a mí. El hedor que desprende el mejunje me revuelve el estómago, le pregunto si tiene una manzana ó un yogur. Mueve la cabeza y abre ese horripilante agujero que tiene por boca. Devora su comida y se sirve más.
Estarán buscándome, seguro. No creo que esta situación se prolongue.  Ni mis hermanos ni mis amigas  podrán creer cuando les relate mi aventura. Por ahora memorizaré cada  situación, siento no tener un diario para anotar esto que vivo.
El viejo, es pescador, no me lo dijo porque no habla, pero metió las redes y un medio mundo en su bote descascarado, lo arrastró  hasta  el agua, se trepó y le dio impulso con los remos, no tardó en  convertirse en un punto en el horizonte,  moviéndose de aquí para allá como una frágil cáscara de nuez..
Camino por la playa, no puedo ir lejos, perdí mis zapatillas en el agua y por ropa tengo unos jirones, lo que queda de mi  exclusivo enterito de voile.
 
Me  despierta el insistente  zumbido de un helicóptero que sobrevuela el lugar.
Espío por  un agujero de la covacha. El viejo, que vuelve de pescar, arrastra su bote hacia la playa.  El helicóptero baja  y  el  girar de sus  hélices,  levanta oleadas de arena.
Bajan dos hombres de la Prefectura y  le hablan al viejo. Mueve su cabeza negando.
No quiero que me vean y me escondo.  Por suerte, mis huellas las ha borrado la  tormenta de arena, que provocó la nave.  Como llegan se van.
El viejo entra apresurado y  parece  aliviado, al descubrirme encogida en un rincón.
Le fue bien en la venta del pescado, trajo azúcar,  pan fresco y  una bolsa con  manzanas. Tengo tanta hambre que devoro dos.
Es mi tercer día lejos de casa, lamento no tener alguna crema, la  piel, sobre todo en los labios se reseca  hasta partirse con el sol tan fuerte. Me descompone el agua salada y tengo el pelo duro y  áspero.
El pescador trae una bolsa de naranjas. El ardor del jugo ácido, me arranca lágrimas de dolor. Limpia unos peces,  se acerca  con  algo en la mano que  frota en mis  brazos y piernas.  Busca otro poco que pasa  suavemente por mi cara y  boca. Es  grasa  fresca de los animales que ha destripado. Hago un gesto de repugnancia, él  esa  mueca horrible que deja  ver su espantosa dentadura. Sospecho que es un amago de risa. A pesar del mal olor, comienzo a sentir alivio. Al otro día, yo misma  busco,  entre los desperdicios, trozos de grasa sanguinolenta. Es más efectiva que las costosas cremas que mamá compra en el shopping.
 Calculo que hoy es sábado, hace cinco días  que vine a parar a este lugar.. No extraño a mis hermanos, ni a mis amigas, bueno, sólo a una,  Cecilia,  mi compañera del conservatorio. Es muy inteligente y los profesores le auguran  un   gran futuro como virtuosa del teclado. Le digo que será la próxima Marta Argerich, ella sonríe, se   siente halagada y  la emprende con las escalas.
El viejo trae más pescados que lo habitual. Los limpia, yo recojo la grasa  y froto mis manos y cuerpo. Tengo los  labios sanos, voy a probar con el pelo, está muy enmarañado, aquí no hay un triste peine para desenredarlo.
Anochece, oigo voces y corro a  esconderme. Debe ser  un conocido del viejo, lo recibe con un sonido gutural, idéntico al que emite cuando hace la horrible mueca.
Me tapo con la bolsa que usa para llevar los peces y me acomodo en mi rincón.
El alboroto me despierta, discuten, pelean,  escucho insultos, forcejeos.
Alguien, que no es el pescador, entra  y se pone a  revolver  entre sus pertenencias.
 Se perfila su  silueta a la luz de la luna. No respiro para evitar que me descubra.
Viene hacia donde estoy, me encojo lo más que puedo, inútil, siento su aliento alcohólico muy cerca, palpa mis piernas. Quiero escapar pero me atrapa  con sus manos húmedas.
Grito, llamo a papá, a mis hermanos.
Ríe, no le importa mi desesperación. Deshace de un tirón lo que queda de mi ropa.
 Quiero  escapar, pero me inmoviliza. Me aprieta, me sofoca, me siento morir.....
Escucho un gemido, se desploma sobre mí, la única forma de liberarme es  impulsar las piernas con toda la fuerza  contra su cuerpo. Rueda a un costado y queda inmóvil, boca abajo. Aprovecho para  huir, tropiezo con algo. Es el mudo. Un rayo de luz, ilumina la escena.  Sujeta el mango  del cuchillo con que destripa los  pescados. La hoja, está  hundida en la espalda del  sujeto que me atacó.
El pescador, tembloroso, gime. Tiene una gran herida en la cabeza. Le limpio con agua fresca. Le digo que va a estar bien  y  canto suavemente la  canción  con que Nany  me .acunaba  cuando era chiquita. El pescador se ha dormido profundamente.
La luna ilumina la playa. Debo marcharme, busco algo para cubrirme y encuentro unas hojas de diario. Las aliso, están muy arrugadas.
-¡Esa soy yo!, grito al ver mi foto impresa. Leo: Luciana  Aróstegui, se extravió el lunes 16  en  la  zona de playas, cercana al faro de Punta  Salcedo, tiene 9 años y  vestía un enterito de voile, color lavanda y zapatillas blancas. Cualquier dato que pueda aportar  será agradecido y recompensado. Sus padres y hermanos la buscan desesperadamente.
Aprieto las hojas contra mi pecho y echo a correr.
-¡Perdón, perdón, no quiero que sufran, no quiero, pronto estaré con ustedes!.
 
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Descripción

Una nia imprudente vive una situacin lmite.

Palabras Clave: Playa extraviada pescador

Categoría: Cuentos & Historias

Subcategoría: Relatos



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