ANÉCDOTA CON CIORÁN EN CALARCÁ
Publicado en Sep 24, 2013
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 En noviembre 6 de 1990, cinco años antes de fallecer, el filósofo rumano Emil Michel Ciorán en su primero y último viaje a Colombia, visitó de incógnito el municipio de Calarcá. Al observar el florecido guayacán amarillo del parque de Bolívar, se detuvo más de media hora bajo este. Deseaba sentir la pausada lluvia de flores cayendo sobre él. Le acompañábamos Juan Restrepo y Guillermo Sepúlveda, poetas montenegrinos; el aforista calarqueño Carlos Alberto Agudelo Arcila; el narrador Rodrigo Iván López Echeverri, también calarqueño y quien esto evoca. En el Quindío nadie más estuvo al tanto de la visita de Emil Mihai a nuestra región. Fuimos favorecidos para compartir tres días con un hombre menos patético en su trato personal que en sus escritos. La sonrisa de Ciorán, desconozco de dónde vino y cómo la conservó gran parte del tiempo con él compartido. Desde cuando nos ratificaron su visita, exigió total anonimato. Nada de periodistas. Mucho menos publicidad. Desde Bogotá, Engerrand Courbet, asistente de la embajada francesa, encareció atenderlo con toda la discreción del caso. Se alojó en el hogar del poeta Agudelo Arcila, quien conserva un libro con dedicatoria firmada por Ciorán.
 
 

Deslumbrado por la leve lluvia de flores, expresó en un castellano descifrable por quienes le acompañábamos en torno al árbol, recreándonos con la hechizante danza del descendimiento de las flores: “Díganle a Bach que cuando él se silencia, Dios es amarillo”. Y las amarillas flores eran más amarillas bajo el radiante sol amarillo de la mañana. Señalé a Sepúlveda la serena embriaguez del rumano: “Como si el árbol hubiera decidido darle un regalo…” Agudelo Arcila, agregó: “Debajo de un guayacán en estas condiciones, no se puede leer la obra de Emil”. Las once palabras de Ciorán pronunciadas en voz baja, las anoté en mi agenda sin alterar un vocablo. Sucedió entonces lo inesperado. De las flores cayendo sobre sus brazos alzados, tomó dos y se las comió con evidente placer. Acto instantáneo y poético en su naturalidad y simpleza. Espontánea actitud de un poeta zen que decide comerse una flor cuya frescura, color y tejido invitaba a hacerlo.
“At-il éte testé?, interrogó el autor de En las alturas de la desesperación, cuando las ingirió. Su ingenua pregunta y el terso amarillo de las flores, fueron una provocación irresistible  para los cinco acompañantes del filósofo. Cada uno de nosotros nos comimos una flor. Tal evento ocurrió cuando a Ciorán le otorgaron este viaje como parte del premio de la Beca por su tesis sobre Henry Bergson, en el Instituto Francia, de París. Algo análogo tuvo lugar después, cuando a sus 84 años hizo lo mismo con un ramo de flores que le obsequió un admirador. En el Quindío, flores de guayacán. En París, quien relata la anécdota no mencionó  el tipo de flor que se comió Ciorán. ¿Hay guayacanes en París? ¿Fagoantomanía leve en Ciorán? No lo extrañé mucho. Es uno de mis hábitos cuando recorro caminos del Quindío: saborear y comer determinadas flores.
 
 
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Foto del autor Umberto Senegal
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Descripción

Una anécdota literaria de la visita del filósofo Ciorán a Calarcá.

Palabras Clave: Ciorán anécdota literatura Calarcá anónimo amigos flores

Categoría: Cuentos & Historias

Subcategoría: Personales



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