Lloré una y otra vez escuchándote,
Pero no era tú voz la que sentía latente en mi alma
Era la mía que suplicaba por ser derramada por estos muros de piedra,
Por esta greda y en la arena dejar suspiros de dolor.
Yo no sorprendía mis caudillos de soledad,
Hasta que tú te dispusiste a cantar,
A estrenar tu sutil amor descabellado,
Tu neurosis acrílica de un centenar de devociones.
No merezco esto repetía una y otra vez mi corazón
Mi desdén de soledad pacifica había sobrepasado todo lo naufragado,
Todo el dolor
Y en mis pesuñas no existía nada más que tu amor.
Estoy sola entre tantas estrellas que me pierdo en mi asombro,
Me pierdo imponiendo mi poca razón,
Dispongo de tu coraje sin sentido,
Y debilito mi sequía amorosa.
No pertenezco a éste lugar,
Pertenezco al cielo, a las estrellas, al mar al horizonte, a las palmeras, al ovillo de lana podrido de frío,
 Pertenezco a la nada, al desdén de tu mirar a las mutilaciones del alma,
El pertenecer o no a ti,  
No retiene a mi alma;
 Mas seré libre de soñar conmigo cautiva de tus brazos legendarios de tu mitiga sonrisa neptuniana, de tu soledad en los rizos penetrantes, de beber de tus labios
De correr sobre las estrellas de escuchar en cielo sonriente, de doncellas que mitigan en las costillas de gigantes centenares de dolores convertidos en amantes,
Tengo el sueño en las manos y hoy lo escribo para que  leas,
El sueño brillante en el surco de la higuera en el surco de tus manos. Tengo en las manos un sueño,
 En el corazón un hallazgo,
En el pelo un deseo, en mis piernas el motín de la recorrida verdad,
 En los ojos la euforia de crear un mundo con sueños que de mis manos despreciaste.