Apariciones
Publicado en Aug 02, 2013
Parecía que la puerta de la calle se había quedado abierta otra vez. Sin sentir que ninguna llave entrara en la cerradura, un portazo interrumpió mi profundo sueño. Me sobresalté. No era la primera vez que pasaba esa semana, se estaba volviendo un evento recurrente y no hacía más que ponerme la piel de gallina. Mantuve los ojos abiertos y esperé en silencio por aquella aparición.
Un aire helado se coló por la ventana, me hizo daño al entrar por la nariz y se atrevió a recorrer mi espina en forma de escalofrío. Temblé. Sabía lo que venía y que no podía hacer nada para evitarlo. Las luces parecieron titilar bajo la ranura de mi puerta, pero mi miedo era más grande que mi percepción y probablemente se estuviera alimentando de lo que encontrara para crecer aún más. Quería gritar. Quería correr. Estaba completamente paralizada aferrándome a las sábanas, como si pudieran salvarme de lo inevitable, como si justo esa noche lograra existir algún tipo de divinidad que escuchara mis plegarias y se apiadara de mi destino. Pero no, una parte de mi mente ya había comprendido que no existía un dios y, si lo había, no era piadoso ni bueno. Era una niña, pero no por eso estúpida. Tenía más que claro que la justicia no había sido hecha para existir en este mundo, para aplicarse a mí. Y es que, por mucho terror que sintiera, no podía dejar de sentir que era injusto, sabía que no lo merecía, que nunca había herido a alguien, nunca había deseado el mal ¿Entonces, cuál era mi crimen? Los escalones comenzaron a crujir. Estaba perdida. El sudor frío cubrió mi cuerpo en cosa de segundos y se mezcló con la única lágrima que escapó de mis ojos, todo mi cuerpo dolía, todo mi ser hubiese deseado desaparecer en ese instante ¿Por qué no simplemente moría? Un paso tras otro, cada vez más cerca “¡Por favor, déjame despertar! Dime que no es real…” Nunca dejé de suplicar. La perilla de mi puerta giró. Primero la luz irrumpió en mi cuarto como una línea y luego logró expandirse hasta iluminar mi rostro, pálido por el miedo, húmedo por el sudor. Eso era todo, sabía que una vez que me viera ya no habría vuelta atrás, me sometería a su ira y no se cansaría de mi sufrimiento hasta haber apagado el suyo. Cerré los ojos en un intento desesperado de que todo se desvaneciese cuando los abriera, pero no fue así, nunca lo fue. - - Papá… Murmuré casi sin despegar los labios. Era una súplica, era mi voz quebrada por el dolor, pero él jamás lo hubiese notado, jamás se hubiese detenido.
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