El bar está semivacío. Me dedico en primera instancia a observar si reúne las condiciones idóneas para asentarme a desarrollar mi tarea. Solamente tienen entre sus whiskys una mala versión de estos y uno que se desclasifica de toda categoría arguyendo que simplemente es: Jack. Aunque soy más dado a los escoceses, me decido por la segunda opción ya que por tresquinientos más propina la dosis es abultada.
Me acomodo en la mesa de la esquina cual cazador oculto en un segundo piso que solo habita un Dj que pasea aburrido por su teléfono celular mientras hace sonar una mezcla seteada. En la pantalla veo a Gym class heroes en unfeat con el bueno de Bruno Mars. El video es bien al estilo californiano. Carreteras con vista al mar y buenas pintas, la buena vida. A veces me da la impresión de que si algunas bandas se encargasen de mostrar más lo arduo de su trabajo en estudio y lo mágico de los procesos creativos, conseguirían una admiración más férrea de la afición.
Sorbo mi trago mientras mi cabeza a modo de proyector cambia el video en la TV por la imagen de la maravillosa tarde que pasé junto a mis amigos en las alturas de la ciudad, divagando por los parajes de los deseos, las bondades de los procesos de aspiración y la real vinculación  entre la proyección original de estos y el efecto personal de la expectativa conformada… En lo personal pretendo guiar sus grandiosas energías a través de un cause de bondad y mesura. Sin que este adormezca mi instinto, más bien puliéndolo en la voracidad de quién sobrevive usando las armas del enemigo. Acentuándole su olfato, aprendiendo del animal más pequeño de la selva, quien a su vez se instruyó en medio del peligro constante.
Seré como aquella tortuga intentando cruzar la calle, que me miraba atentamente desde el monitor mientras conectado a mi Atari la obligaba a ponerse en acción cuando era solo un niño. Seré cauteloso y me acogeré en la sublime praxis de la respiración pausada y la focalización absoluta, bajo la cual derrotaré al más vil demonio que se regocija en mi interior, no sin antes clavarle la mirada y absorber la totalidad de su conocimiento.
Nada más me queda que agradecer y sonreír al menos una vez al día y brindar con un buen Kapo helado mientras camine a través de mi vertiginosa jornada por mis buenos amigos; a los que encontraré dentro de un año ahí junto a las rocas, frente al mar.