LA ROSA QUE SEMBR MAM
Publicado en Jul 27, 2010
LA ROSA QUE SEMBRÓ MAMÁ.
AUTOR: RAYMUNDO REYNOSO CAMA Yo nací, en un lugar, en donde se amanece y se anochece más temprano, y es que la gente se levanta al rayar la aurora y se acuesta al ocultarse el sol, lugar rodeado de plantaciones y surcos hechos por papá y mamá, a mano, en tierras ajenas, con dueño extranjero, de elegante chaqueta color tornasol. Yo nací en donde un buey, un arado y una lampa, valen más que un peón, y casi siempre el hombre se alimenta de un aligerado fiambre frío. Yo nací, casi como Cristo, en una choza de caña, totora y barro, junto al río, y en esa situación, la gente es víctima del mismo clima y también del patrón. En un aciago amanecer, las agitadas y turbulentas aguas del río se desbordaron destruyendo, cruelmente, todo lo que mis padres, con mucho amor, sembraron. Entonces todas su aspiraciones, sus esperanzas, sus ilusiones quedaron truncas. Comprendí que ¡Dios perdona siempre, el hombre a veces y la naturaleza nunca! A la gente demasiada humilde se le prohíbe ejercer el derecho de desanimarse, pues, solo posee la obligación ineludible de levantarse y de volver a superarse. Eso hizo mi pobre padre, cansando a su cuerpo, sin mostrar ninguna clase de enojos, al igual que mi abnegada madre, llorando su alma, sin ninguna lagrima en sus ojos. Todo sacrificio hecho era muy poco para salvar, de sus hijos, el ansiado bienestar. Como símbolo de esa muestra de esfuerzo y amor, mi madre, una rosa sembró a orillas de una acequia. Con ello quiso demostrar que en la vida se puede gozar, pero también se puede sufrir al herirte la espina que el propio destino escondió. Y fui creciendo, como todos, llorando, riendo, cantando y jugando. En el hogar, mis padres eran los reyes, en el trabajo sin don ni mando. Trabajar la tierra como si fuera nuestra, era la principal obligación, y de regreso a casa, seguir trabajando era nuestra sana diversión. Transcurrió el tiempo y el patrón prescindió de nuestro esmerado servicio, entonces tuvimos que abandonar la tierra que cultivamos con tanto sacrificio. A mi madre, el transcurso de los años y el recuerdo la fueron consumiendo y una mañana, en forma inesperada, aún en primavera, se estaba muriendo. Mi padre, muy triste , le rogaba para que tome el remedio que el doctor recetó, la tenía tiernamente junto a su pecho, de pronto mi madre en sus brazos expiró. El miró al cielo y dijo: ¡Primero mi chacra, ahora también me quitas la esposa! Dime Señor ¿En qué te he fallado? Sin ella no valgo nada, soy cualquier cosa. Resignado a su suerte, en el amor de sus queridos hijos mi padre se apoyó, pero no crean, a mi madre nunca la olvidó, a tal punto que un día regresó a la orilla de la acequia en donde un día mi adorada madre una rosa sembró. Habían limpiado todo, pero a esa linda flor, el nuevo dueño intacta la dejó. Allí había permanecido como esperando, ansiosa, a sus seres más queridos. Papá la contemplaba extasiado, con la frente fruncida y los labios enmudecidos, muestra de haber revivido recuerdos de su compañera que le robaron la calma. No pronunció ni una palabra, pero cuánto habría padecido su adolorida alma. Entonces yo le dije: viejo, la vida es así, como un rosal, con espinas y flores, en ella hay que aprender que existen alegrías, como también muchos dolores. ¡Pero aquí tienes a tu hijo que siempre estará contigo para ese dolor mitigar! El se acercó a mí…me abrazó fuertemente y los dos nos pusimos a llorar. Hoy, cuando ya no soy un niño, muy temprano quise ver ese añorado lugar, en donde solía jugar con mis hermanos y de paso a esa linda flor contemplar. ¡Ya no estaba la rosa que sembró mamá! ¡Mi corazón se empezó a desgarrar por que tampoco se encontraba papá para, muy juntos, abrazados volver a llorar!
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