Humo I
Publicado en Feb 17, 2010
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No había rocío en el sinuoso camino a pesar de que ya clareaba el día. Los caballos que llevaba con ella  estaban como adormecidos, a menudo tropezaban con sus propias patas. Y podía ver columnas de humo a su alrededor.
Sentía el olor a cabellos quemados, y no oía corazones latiendo. Su alrededor expresaba colores antes desconocidos para ella, se hacían formas en el viento que parecían ánimas del bosque o demonios hambrientos. Aunque sabia que eso era provocado por manos terrenales.
Ahora entendía por que su padre solía decir que los seres humanos  son las bestias más putrefactas sobre la tierra.  Acostumbraba decir eso cuando se sentaban a comer todos juntos cerca de un fuego amable y familiar. Hablaba de lo simples que le parecían las personas de oras tribus, con nada mas en la cabeza que matar y descuartizar. Incluso mataban animales solo por gusto, y a familias completas también.


Súbitamente y a traspiés se acercaba uno de los perros Keeshond con rasgaduras en la piel y la lengua pendulando, tenia miedo y sed,  los tres perros que los acompañaban durante el terrorífico trance de masacre se habían acurrucado junto a los niños que estaban con ella, gimiendo de miedo.

Syl ya sabía que el pueblo había sido incendiado y destruido hasta sus cimientos y  que todos habían muerto a excepción de unos cuantos animales.
Comprendía que las magias de la abuela no habían servido, contra esos seres deformes que ya sabían que se aproximaban.  Que sus padres habían sido atravesados por espadas y su hermano muerto en combate. Que las mujeres habían sido violentamente despojadas de su honra.
Ahora solo quedaban ella, los niños que había llevado a caballo a esconderse y los animales que se pudieran haber salvado.
Comprendía el largo viaje que debería emprender con aquellas vidas a cuestas para llevarlos a algún pueblo seguro.
Solo caminaría con ellos por el bosque, por el sinuoso camino, hasta saber que estaba lo suficientemente lejos como para olvidar que alguna vez amo a aquellos cremados cadáveres.
Y no daría un último vistazo a su aldea. Le bastaba con ver las formas que tomaba el humo al subir lentamente al cielo.


Entonces, una vez que el humo se disipó, emprendió el viaje, huyendo de lo púrpura de la sangre y del olor de carne y paja quemada. No le costo mucho quedar al cargo de los demás jóvenes sobrevivientes, y, aunque jamás había blandido una espada, si tenia un gran control sobre el cuchillo. Abue siempre dijo que la cocinería alguna vez serviría a los líderes.  
 
Al caer la nueva noche no pudo cerrar los ojos, atrincherada entre espinosos arbustos con los niños y los animales sentía como explotaba su corazón una y otra vez de una rabia que no conocía. Los caballos retozaban más calmos, y los perros se mantenían atentos. Habían caminado muchas horas,  por el bosque, con el extraño clima acosándolos y el dolor mordiéndole los parpados. Se sentía cansada pero eso la hacia olvidar, y en ese momento era lo mejor.
Se escuchaban sonidos en el bosque, pero no la asustaban, a sus 13 años ya había vivido suficiente. Aunque los niños lloraban con el crujir de las ramas, también sabían que eso de ser pequeños ya debía acabarse. Debían hacerse hombres, mujeres, hechos y derechos. Y dejar en paz el nombre de los muertos. Mas no el de los homicidas.
Ahora, solo sentía ganas de asesinar, de masacrar a los malditos perros que le hicieron tanto mal a su gente. Perros... No, eso es un halago. Pero también estaba agotada de odiar. Su corazón gimoteaba y se retorcía y sabia que debía dormir para calmar aquel arranque.
Pero cada vez que cerraba un poco sus ojos, unos extraños delirios la asaltaban y la obligaban a poner atención en otra cosa. Algo le ardía dentro.  
Sabía que al próximo día debía seguir adelante y encontrar una aldea en pie para dejar ahí a los niños y establecerse. Quizás vendiendo los caballos y trabajando la tierra lograra salir adelante y encontrar un buen marido. Aunque en ese momento solo quería morir, y encontrarse con sus padres, con Abue y con su hermano mayor. Konkhi hubiese sido un gran guerrero, era fuerte y guapo y grande como un oso. Adoraba cuando la abrazaba y le hacia cosquillas, la envolvía con sus brazos inmensos y se reía también, como un pequeño niño.
Pero tenia que llegar ese oscuro día, en que se oían los cascos de muchos caballos al galope, el día en que a Abue le dolía su diente falso, una garra de halcón que se puso en la encía para poder masticar sus hierbas rituales. Recordaba una y otra vez cuando Padre la obligo a marcharse con los niños, de una bofetada. Eso fue lo ultimo que recibió de el. Lo más cercano a un abrazo de despedida. Pero mientras lo miraba desde el suelo sabía que era por el bien de la raza. Pero no había podido evitar llorar junto a el por un ultimo momento.
Ya la noche se le había ido entre recuerdos y mocosos sollozos.
En el momento de clarear el día,  solo miró las luces polares, los reflejos en las piedras y el púrpura en las gotas de rocío. Ese color le recordaba tanto la masacre de su pueblo. De ese color se imaginaba que era la sangre de sus amados, de un color divino, un color que se iba diluyendo con el agua pura.
El rocío se llevaba también el maldito humo.
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Foto del autor Sole Grebe
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Descripción

Palabras Clave: humo

Categoría: Cuentos & Historias

Subcategoría: Ficcin



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