Clamor en cuarentena.
Publicado en Apr 20, 2020
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A pesar de la profusión de mis lágrimas, no he podido evitar que la persistente imagen tuya se asome en los márgenes de mi alma, a ratos de manera caprichosa y en otras agobiante, cada vez con vestiduras diferentes y según sea el dramatismo que en el instante me embargue,  o de la nitidez que tenga mi recuerdo.
A momentos te evoco sonriente;  en otros, imponente; mas en cada uno de ellos no deja de estar presente el encantador y bronco susurro de tu voz (aquello que siempre magreaba la vulnerabilidad de mi corazón), o la invasora luz de tu mirada plasmándose en mi ilusión (aquella que con su impetuoso brillo iluminaba el campo de las insinuaciones), o evocando en mi piel el ardor que me hacían sentir las peritas e intrépidas caricias tuyas. No es fácil apartar de la memoria aquellos esplendorosos instantes de fruición que repetida y armoniosamente compartimos tantas veces en nuestros íntimos momentos.
Sí, porque tras tu desgraciado desliz, blindé mi herido orgullo, luché de manera pertinaz contra las hondas raíces que una vez se asentaron en mis dominios y asumí gallardamente las nefastas consecuencias probables de ese  sentimiento accidentado, apretando con fuerza egoísta mis ojos para negar las evidencias del  legado de nuestra historia, usando amuralladas razones para detener los patéticos gritos en favor de una  clemencia.
Todo eso, en su conjunto, era mi resignación; pero, como ya hice mención al comienzo, me cuesta demasiado negarte.  
Ayer – para no ir demasiado lejos con las explicaciones—evadiste todas las aduanas de cuarentena impuestas y arriesgadamente te aventuraste hasta acceder y tocar mi puerta (la que antes hubo sido nuestra). Casi de rodillas y con cara de inocencia,  me solicitaste tiempo y  espacio para un transitorio asilo, bajo pretexto de no tener -- en ese instante -- una opción para regresarte, sabiendo yo que la auténtica razón era obtener una buena oportunidad para que  atendiera tus argumentos, tus promesas y lograr el milagroso perdón para tu maldito error.
La experiencia brindada por mis conocimientos profesionales ( soy psicóloga) hace que conozca bien (se supone) el origen cierto del comportamiento de la sinceridad. Por lo tanto, te creí.
Faltaban escasamente cinco minutos para las diez de la noche, hora que comenzaba a regir el toque de queda impuesto a raíz de la pandemia y te miraba yo dubitativa mientras  cruzada en el umbral te impedía el paso. Fue cuando escuché a mis espaldas la voz implorante de Andrés, nuestro hijo, quien me  dijo:
--¡Mamá, por favor..! Déjalo entrar…                     

Conversamos largamente como jamás lo habíamos hecho antes y llegó un momento en el cual no soportaste el cansancio y te quedaste dormido en el sofá. Te cubrí con un chal y durante un extenso instante me quedé contemplando esa imagen tuya que ahora era real.  

                 
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Foto del autor juan carlos reyes cruz
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Categoría: Cuentos & Historias

Subcategoría: Personales



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