No sabía cómo abordar el dibujo, cambié el boceto varias veces y tardé mucho en dejarlo listo. Decidí hacerlo porque lo que ella había generado en mí era tan grande que necesitaba plasmarlo cantando, o escribiendo, o con el pincel. Ella es tan bella que cualquier artista la representaría indignamente, pero me animé a comenzar el trabajo. No iba a regalárselo, no, seguramente pensaría que soy un demente o algo parecido. Sería para mí, para poder verla cada vez que invadiera mi mente. Estaba el dibujo a medias cuando nos juntamos, por primera vez, afuera de la escuela. Fue una tarde de junio, en la plaza, lo recuerdo muy bien: me invitó con su amiga a tomar mate caliente, el cual me da acidez, pero no quería ser descortés así que lo bebí igual. Me convidaron emparedados y, cuando atardecía, mencionaron que tenían ganas de comer algo dulce así que les regalé dos chocolatitos que había llevado por si acaso. Trataba de deslizar el lápiz con suavidad, sabiendo que el poder cubritivo del acrílico es bajo y que la piel tan blanca de ella me dificultaría tapar cualquier manchón que la goma no pudiera borrar. -Me arriesgo a que, mientras aplique el color, el lápiz no se vea y no pueda saber por dónde pintar -pensé. Pero, con paciencia, quedó algo un poco parecido a ella. -¡Cuánto trabajo me queda aún! Comencé, indeciso, a colocar el color de fondo. ¿Azulado, rojizo, amarillento, violáceo, verdoso, anaranjado? El rojo, además de relacionarse con la pasión, opacaría la rosa que ella está sosteniendo, así que está descartado. Lo mismo podría provocar el amarillo con sus ondulados cabellos. El verde, anaranjado y violeta me convencían por igual; pero pensé que podría ser la única pintura que le diera, y ya que el azul simboliza el amor eterno, este fue mi elegido. -¡Me encanta esa canción! -me dijo sonriente en una ocasión que estábamos juntos. Entonces la oímos, y mientras leíamos (o intentábamos leer) un texto de tiempos verbales para hacer un trabajo luego, ella no se resistía a susurrar las frases de aquella pieza musical al compás de su cabeza moviéndose de un lado a otro. Descubrí aquella vez que yo era feliz cuando ella lo era. Comencé a colorear su cabellera. Los tres colores primarios para formar el pigmento apropiado, más rojo que azul y mucho más amarillo que rojo: la mezcla parecía mostaza. Cómo adoro sus cabellos. Pelo suelto, o una sola trenza, son los peinados que usa y ambos le quedan muy bien. Con una corona y un vestido sería idéntica a una princesa medieval. Lo primero no lo apliqué, porque habría sido quizás muy exagerado, pero sí lo segundo. Ojalá yo con vestimentas de ese tipo pareciera un príncipe. Un día su amiga faltó a clases, así que me di el atrevimiento de acompañarla a su casa, algo que acostumbraba a hacer la ausente. Esto le sentó bien, sonreía mientras miraba hacia el suelo en el trayecto. Qué bella se ve contenta, y cuando no lo hace, pero cuando su boca es un arco invertido siento que vale la pena estar vivo. -Me alegro de haberte conocido -me declaró al llegar a su puerta. Me esmeré en adelantar la pintura. Había llevado el atril y las demás herramientas fuera de mi casa, dentro de un invernadero de mi padre al cual nunca iba. No quería que nadie viera el dibujo. Le hice una primera capa a su piel. En su cabello podía equivocarme, pero aquí debía ser muy cuidadoso, ya que era tan clara que cualquier imperfección sería difícil de esconder. Qué hermoso sería poder besar su suave mejilla, perdí tantos minutos disfrutándolo en mis ensueños. Tú, la que habitabas en ellos, me dejabas abrazarte y acurrucarme apoyando mi cara en tu cuello como un niño. Una noche nos reunimos los tres, ya no para asuntos relacionados a los estudios sino, simplemente, para pasar el rato. Cenamos algo en una rotisería de mala muerte: teníamos los bolsillos vacíos y las ilusiones llenas. Su comadre tuvo que retirarse temprano y sin saber qué hacer, antes que mi adorada también decidiera irse, le propuse gastar los pocos billetitos que nos quedaban en un helado. -¿Por qué no? Me quedé con un poco de hambre. Su vestimenta requirió menos esfuerzo que el resto de los elementos de la imagen, aún con sus pliegues y adornos sofisticados. Quizás, si algún día viera la pintura, desearía tener un vestido así, o se conformaría con verse luciendo uno en la misma. Por ello, debía hacerla lo más parecido posible a la realidad, aunque ni un mago podría replicar su belleza. Aquella noche mágica, sentados enfrentados en una pequeña mesita redonda en un rincón de la heladería, ella dijo que me quería. Con sólo esas dos palabras, sentí que todo lo tenía. Habría firmado que aquel momento no se terminara jamás. Comenzaron las vacaciones de invierno, y dejamos de vernos. La invité un par de veces a juntarnos, pero evadió cualquier cita. En mis recuerdos empecé a confundir su verdadero rostro con el de la pintura, la cual miraba no sólo mientras trabajaba en ella sino cada vez que mi amada se paseaba por mi mente. Finalmente, coloreé la rosa, que era lo último que me quedaba para terminar aquel trabajo que con tanto cariño e ilusión elaboré. Encerrado tantas horas bajo el nylon del invernadero, el sol me había quemado la nuca y percibí cómo se alargaban los días. Comencé el trabajo a principios de junio y ya casi estábamos en agosto. Por fin llegó el momento de reencontrarnos, al retornar las clases, cuando ingenuo de alegría jamás hubiese esperado que me comunicara que lo que yo anhelaba jamás iba a ocurrir. Si supieras lo triste que fue para mí. Tu pintura, en la que tocabas tiernamente una rosa, como yo hubiese querido que acariciaras mis penas, finalmente se quedó conmigo. Es cierto, tú no te enamoraste de mí. Tú no volteabas a verme por última vez luego de cada despedida, ni esperabas con ansias cada reencuentro, ni te ruborizabas al verme. Seguramente, tampoco me extrañabas en mi ausencia, seguramente. Sólo yo me estremecía al verte, llegando a sentir que tenerte cerca era como un bello escalofrío. Sólo yo me acostaba día a día pensando en tu amor, como una compañía solaz, y me despertaba habiendo soñado con tus preciosos ojos color miel. Si acaso supieras que cuando pudibundo te decía: -Amiga, ¿cómo estás? -Amiga, ¿qué has hecho? -Amiga, ¿cómo te fue? -en realidad quería decir: -Te quiero -Quédate conmigo -Te amo. Y darte un abrazo, y un beso, o dos. Y responderte si me preguntaras cómo estaba: que estaba enamorado, que estaba encantado, que estaba embrujado, que estaba flechado, que estaba hechizado, que estaba perdido. Sabrías así que al caminar a mi lado, ambos sonriendo: tú estabas despreocupada y yo enamorado, tú disfrutando y yo encantado, tú reluciente y yo embrujado, tú invulnerable y yo flechado, tú indiferente y yo hechizado, tú rozagante y yo perdido. El fondo de la pintura era azul, símbolo del eterno amor que había nacido de mi parte y, al parecer, del tiempo que la obra iba a quedarse conmigo. Tú, la tejedora de mi más grande ilusión, sólo habías podido amarme en mis sueños. | INTENCIÓN PROBLEMAS ENTRE PRIMAS La hipocresía, las peleas, los chismes, las quejas y sufrimientos de las primas por parte del padre eran insoportables, a diferencia de las primas por parte de la madre tan diferentes, calmadas, amables y pacíficas. No era fácil entender, las ofensas, la hipocresía y la forma de interpretar y defenderse cada una de ellas. Soy Paula. Fui amiga de la familia de las primas por parte de la madre, conocí y observé las primas por parte del padre. No quería publicar sus nombres al relatar las historias de esas primas, cambié los nombres por granos y dulces, quedando así: Por parte del padre; la mayor Maíz, la segunda, Garbanzo, la tercera, Lenteja, la cuarta, fríjol. Por parte de la madre las llamé, Chocolate, Café, panela y Azúcar. Contar tantas historias que sé de las primas, sería gastar tiempo en historias poco interesantes, razón por lo cual me limito a contar sólo una anécdota de cada una, que sí dejan reflexiones y enseñanzas. Azúcar estuvo muy disgustada con Maíz por haberle aconsejado que no usara gafas negras para el sol, que se veía mal, Azúcar aceptó, compró gafas de color rosado, Maíz dijo que se veía bien, lo que causó burla y crítica entre ellas, quienes opinaron que Maíz era hipócrita y envidiosa, porque Azúcar lucía mejor con las gafas oscuras que si eran para el sol, así que Azúcar quedó confundida y enojada con Maíz Un sábado fríjol invitó a los amigos y a las primas a celebrar su cumpleaños, todo estaba bien decorado, globos, adornos, pasa-bocas, jugos, gelatinas, música, cuentos, chistes, risas. De pronto alguien salió y sonó muy duro la puerta ¿qué pasó? Pues Garbanzo se enojó, porque a ella no se dirigían, no la miraban, como si estuviese pintada en la pared, salió y cerró la puerta con mucha brusquedad, los invitados hicieron comentarios de que ella siempre se quejaba de lo mismo, se acabó la alegría y la fiesta pronto terminó. Un día se enfermó Lenteja, le dolía la espalda y sentía fatiga, llamó por su celular a Chocolate y le comentó su enfermedad, se quejó de que nadie le daba la mano ni primas, ni hermanas, ni amigos, que a todos los llamó, les reclamó y los ofendió muy fuerte. Chocolate le aconsejó ser más tranquila no ofender y que fuera a urgencias a la mejor de las clínicas, pero, ella se enojó, despidió a Chocolate diciéndole que era muy mala, que cómo quería que fuera a urgencias, ¿A que me contagie de otras enfermedades? Chocolate quedó triste y desilusionada, ella, muchas veces ayudaba y servía de buena voluntad a las primas, sin embargo, era la que menos recibía atenciones de las primas, si reconocían que ayudaba, que era la más solidaria de las primas, que era medio pendeja. Unas contra otras se indisponían con mentiras, calumnias, secretos, contando o chismoseando lo que mal hablaban entre ellas y todas le contaban a Panela sus peleas, por ser la única prudente, no obstante, a veces, la culpaban de ser ella la que contaba lo que decían las demás y la insultaban. Café quería vivir en paz, les decía que no contaran más con ella, porque no guardaría secretos, para no convertirse también en chismosa, con el fin de evitar estar involucrada, por su franqueza todas y cada una la insultaban por no querer escucharlas, puesto que necesitaban contarle a alguien sus sufrimientos. Garbanzo regó el cuento de que Café le tapaba la boca y no la dejaba hablar. En un control médico decía lo mismo, a lo que el médico preguntaba ¿Con qué les tapaba la boca su prima?, ella respondía, que lo único que hacía era aconsejarles que no las indispusieran a pelear unas con otras, pero jamás le había tapado la boca con nada, el médico no le creía y la calificaba de mala. Opiniones de Paula, de la mejor amiga de las primas por parte de la madre: Mala intención de Maíz con Azúcar, quería que se burlaran, que la criticaran por las gafas y luego la trataba con cariño, pura hipocresía. Es verdad, duele que no nos dirijan la palabra, Garbanzo se sintió minimizada y reaccionó con brusquedad, pero nadie tuvo intención de ofenderla, sólo son descuidos, no es fácil dirigirse a todos por igual. Mala intención de Lenteja con Chocolate al no entender que ella se preocupó, le pareció grave la enfermedad, le aconsejó ser tranquila, no ofender, ir a urgencias. Una de dos: “Lenteja es desagradecida, mala persona, o es bruta y no entiende a nadie”. Mala intención de todas las primas al querer involucrar a Café como chismosa e insultarla injustamente, por lo visto esas primas son malas personas, desagradecidas y envidiosas. Buena intención de Café, quería aislarse, vivir en paz, no sufrir injusticias y que las primas vivan en paz Mala intención de las primas, querer obligar a Café que viva escuchando chismes. Es mejor ser prudentes, poco a poco aislarse de lo negativo, no satirizar y valorar a la prima Es muy importante tener en cuenta la INTENCIÓN en las actitudes. Muchas veces nos equivocamos, creemos en lo primero que se nos viene a la cabeza, sin analizar si hay buena o mala intención y caemos en graves injusticias. Dejé a las primas una tarea: buscar los significados de odio, hipocresía, calumnia y envidia. También analizar la buena o mala intención de los comportamientos entre ellas. Es todo por hoy, Paula. | Museo de Bellas Artes. Accediendo a la sugerencia de un gran amigo, Alex el pintor, como lo apodamos, estoy sentado frente al cuadro, por él recomendado, “La luz”, de autor anónimo. El lienzo expuesto, de destacable tamaño, unos dos metros de ancho, por unos tres de alto, a primavera vista impresiona. Nos muestra un predio en el cual la naturaleza predomina, un inmenso pastizal trata de respirar entre infinidad de arbustos silvestres, árboles inmensos, y toda clase de pequeñas plantas que parecieran jugar a su antojo, en medio de este regalo de la madre natura. Lo que sí no entiendo el porqué de la insistencia de mi amigo, pues no se apreciar algo que me llame la atención en especial. Al cabo de unos escasos minutos, recordé un detalle casi olvidado, me recomendó acercarme al cuadro y observalo nuevamente. Me percaté que a un costado del recinto había un pequeña silla, con seguridad para uso de uno de los guardianes del museo, que en dicho momento no se encontraba presente. Sin dudarlo, tomé la silla y la coloqué a pocos metros del cuadro. Me senté y al levantar la vista, me pareció estar en el medio del terreno. Confieso que todo cambió ante mis ojos...me sentí partícipe de aquel escenario...todo era de mayor tamaño, al punto tal que mi cercanía me permitía, de así desearlo, tocar algunas hojas de las plantas allí esparcidas. Lo que sí algo inesperado atrajo mi interés... un poco más lejos, allí en medio de un pequeño bosquecito, pareciera vislumbrase una luz. Ya entusiasmado por el descubrimiento, opté por correr la silla, sentarme y enfocar mi vista desde otro ángulo, de acuerdo a las indicaciones de Alex, guardadas en mi memoria. Ahora puede, inclusive, creer ver una casa...aquello era imposible, yo estaba frente a un cuadro sin vida, no estaba soñando, sin embargo mis ojos no mentían… -Ahhh...buen hombre, por lo que veo, usted también cayo preso de la magia del artista, no lo puede negar, su cara de asombro lo delata… -Perdón, ¿quién es usted...nos conocemos? -No, no nos conocemos, simplemente trabajo aquí, y no es la primera vez que un visitante se deja atrapar por este maravillo y fantástico cuadro. -Una pregunta, ¿todos reaccionan como yo? -No, en absoluto, solo algunos “privilegiados”, como los llamamos entre el personal del museo. Yo, lo observé detenidamente y en varias ocasiones, pero nunca nada fuera de lo común logré distinguir, me refiero a la casita con la luz...¿me entiende, verdad? Salí del museo un poco trastornado. Quería llegar a la brevedad a la casa de mi amigo, para llegar a entender, de ser posible, aquella increíble vivencia. /*/*/*/*/*/ REGISTRADO@BROMBETO | EL VIERNES Al fiel alemán (plural)- HELP, PLEASE… Cada viernes me aseaba de forma especial: me daba una ducha, me depilaba, me echaba mascarillas y cremas, me ponía guapa. No tenía pareja, pero me hacía sentirme segura ponerme sexy, después de una semana de trabajo duro, era mi momento. Después ponía la salita casi a oscuras, encendía una vela aromática y buscaba una serie para ver en el fin de semana. Tenía cerca de los cuarenta, ya no salía tanto, y ni apetecía, había acomodado bien mi casa, me sentía segura en ella, con mis cosas, con mi gata, con mis películas y libros, e incluso con recuerdos, que a veces mascullaban, pero ya saben, siempre está la música para aliviar el llanto, una balada te calma el alma. Me hice un sándwich con jamón, queso, tomate, mayonesa y lo acompañé con unas patatas fritas, un poco saladas, pero me gustaban, me eché un vaso de zumo de naranja, no pedía más. Los sábados tenía que hacer la compra y limpiar, los Domingos veía a la familia o tenía algún compromiso social o visitaba sola algún museo y tomaba después un pincho, así que mi día preferido era el Viernes, cuando casi había magia. Empezó a llover, era lo que me faltaba para llegar al climax, sin que me rozaran. Abrí la ventana, quería oler la lluvia, el asfalto mojado y oír al viento, porque algo sonaba cuando rozaba las ramas. Hay cosas tan hermosas en esta vida, y no nos damos cuenta de nada, por el estrés, por volvernos insensibles, por muchos motivos, pero quizás lo único bueno que tiene la soledad es que puedes descubrir la belleza de la Naturaleza, esa que antes casi se evaporaba. Después de cenar, me tumbé en el sofá, escuchando una tertulia política, que me interesaba. Me pareció sentir pasos cerca, pero los ojos se me cerraron, y el sueño o el cansancio se apoderó de la habitación, esa que olía a lavanda. El Lunes me levanté algo cansada, me maquillé para ir a trabajar a la oficina, y me noté un poco las pupilas dilatadas. No le di mucha importancia, no era médico como para saber que significaban. - Hola Elisabetta ( así me llamaba) - Hola - ¿Qué tal el fin de semana? - Bien, sin nada especial que contar - ¿y el tuyo? - Tranquilo también, ¿quieres que el viernes que viene vayamos al teatro? - Me encantaría, hace tiempo que no voy - Echan una nueva versión de la tapadera de Agatha Christie, te gustará - ¿Pero también hay una sesión los sábados?, lo prefiero - Si, si la hay, compro las entradas, te recojo sobre las ocho y luego me invitas a una cerveza con alguna tapa, ¿te parece bien? - Por mi perfecto, muchas gracias - De nada guapa, a ver si se nos da bien la semana, que el nuevo jefe es algo exigente, no es definitivo, pero lo vamos que tener que aguantar por lo menos hasta Navidades - Con que no nos explote, ya contenta… Saúl era algo distante con los demás compañeros, pero conmigo siempre ha sido muy atento. No era atractivo, pero tampoco feo, era un hombre normal, agradable, pero a quien no querías como tu amante, ni nada de eso. Lo sabía, y eso me hacía sentir tranquila a su lado, porque no estaba ya para que perdieran la cabeza por mí, pero aún podía gustar, y no quería rechazar a nadie, porque las reacciones pueden ser muy diferentes, a veces ni la imaginas, e incluso ni las mereces. Y sin darme cuenta llegó el Viernes (no quedaban entradas para el Sábado), algo cansada, más de la cuenta, pero supuse que era por el trabajo, no sé porque, pero cada vez me pesaba más levantarme temprano. Me puse una chaqueta azul con rayas diplomáticas, sin nada debajo, tenía escote, pero discreto, no molestaría al de al lado, con mis mejores vaqueros, unos pendientes rojos, un bolso rojo de bandolera y unas bailarinas también rojas, quizás eran muy atrevidas, pero siempre quise unos zapatos rojos, porque me dijeron que tenían mucha simbología: liberación de la mujer, más que nada. Usé ropa interior deportiva, para no sentirme demasiado sexy, no quería que la soledad me traicionara, y menos con un compañero de trabajo. Me eché mi perfume White Tea de Elizabeth Arden y mi barra de labios roja, la que reservaba para las noches especiales, de la misma marca. La obra me encantó, Agatha nunca defrauda, tomamos esa cerveza, y probé una negra por acompañar a Saúl, y también por curiosidad, demasiado pesada para mi gusto, pero no me desagradó, para alguna ocasión, de vez en cuando, no estaba mal, y me llevó a casa. No sé porque no me gustaba, era atento conmigo, inteligente, educado, algo culto, lo tenía todo para ser una buena compañía, pero aún no me conformaba con eso, aún quería más, aún quería sentir dolor cuando viese alguna foto, aún quería que se me erizase la piel, aún quería llorar por placer. Cuando cerré la puerta de la entrada sonreía, no sé el motivo, esperaba que no me estuviera enamorando, creo que más bien era recordando momentos de cariño, cómo habían pasado los años juntos, y sin habernos dado cuenta, ya éramos algo, quizás sin definir, pero algo. Sentí una presión en el corazón pensando que lo podía perder, no quería ser su pareja, ni convivir, nada, pero sufría al pensar que le pudiera pasar algo malo, hay muchas formas de querer, y no todas llevan un sello implantado, a veces solo es la voz la que te hace sentir sentimientos lo suficientemente fuertes, como para no querer apartarlo de tu vida, y quien sabe, quizás de tu lado. Esa noche me desmaquillé sin ganas, desde hacía un tiempo me sentía cada día más cansada, y estaba deseando meterme en la cama, con mi colchón y sobre-colchón Emma, que quizás no fuese el mejor del mercado, pero no envidiaba a ningún otro con más liderazgo. No tenía aire acondicionado, y lo prefería, porque no era bueno descansar con aparatos que resecaran, no solo tu cara. Me puse mi camisón de verano, lo prefería así, poca ropa y una colcha, que solo con la sábana y con una ropa más gruesa. Y casi no llego a lavarme los dientes, me miré al espejo de aumento, las pupilas seguían dilatadas, iba a tener que ir al médico. Una vez en la cama, casi parecía haber muerto, casi creí desmayarme, pero ya estaba tumbada. Entonces me vino un olor, me pareció que era conocido, pero no logré identificarlo, y ya solo recuerdo el sonido de la música de mi vecina, que todos los Sábados me despertaba, porque limpiaba con canciones alegres, quizás para animarse de un vida algo amargada. Sonreí, sin saber el motivo, seguía cansada, pero a la vez me sentía más tranquila y feliz, que hacía semanas. Tomé mi desayuno: tostadas con mermelada de pera y un vaso de leche, sin nada, es que te puedes sentir afortunada, sin que tengas una mansión, donde casi perdieras el alma. - Hola Elisabetta - Hola Saúl - Espero no haberte despertado con los mensajes - Para nada, hace más de una hora que he desayunado - Se te ha olvidado el paraguas en el coche, lo necesitas o te lo doy el lunes - Dámelo el lunes, tengo otro por aquí - Genial entonces, ¿te gustó la obra? - Me encantó, ya te lo comenté - Entonces repetiremos - ¿Por qué no? - Gracias - ¿Por qué? - Por acompañarme - A ti, por lo mismo - Nos llevamos bien - Sí, pero espero no confundirte - No lo harás, hace tiempo que sé cuál es mi papel - ¿Por qué no buscas pareja, eres una buena compañía y más de una estaría contenta? - ¿Por qué no lo haces tú? - Quizás pereza, quizás miedo, quizás un poco de todo - Pues quizás lo mismo - Claro, bueno repetiremos, sin compromisos, pero iremos alguna vez que otra al teatro, cuando haya una buena obra, y ninguno de los dos tenga pareja - Como tu prefieras, ojalá te quedes soltera - No digas eso, aunque apunto a maneras - Nunca se sabe qué es lo mejor - Eso decía mi abuela… Y volví a sonreír sin ningún motivo, quizás el saber que le interesaba a alguien, aunque no fuese recíproco, me hacía sentir deseada, y eso, aunque lo niegues, te anima, te hace sentí guapa, te hace ver que aún queda vida, aunque la juventud se vaya. Y sin darme cuenta llegó la noche, cené y me tomé mi infusión para dormir, lo que desde hacía un tiempo me encantaba. Descansé bien, pero en sueños me pareció ver a un hombre en mi cama. No era violento, me mimaba, me cogía las manos, me las besaba, ponía su cabeza en mi vientre, y respiraba a la vez que yo lo hacía, cuando el estómago se hinchaba, me hacía trenzas en el pelo, también activaba mi sexo, sin que yo me quejara, me gustaba. Y no recuerdo más, porque llevaba un antifaz, y eso lo camuflaba. Dormí placenteramente hasta la mañana. La ventana estaba abierta, por lo que el sol, nada más salir, entró hasta la cama. No hay nada más bonito que tener una casa orientada de tal forma que puedas ver amanecer o anochecer, el estar en una terraza y poderlo disfrutar, eso no hay nada que lo supere. Hay milagros en la naturaleza que son inigualables, ¿verdad?. Fui al baño, y me asusté, tenía una pequeña trenza en el pelo, y yo no había podido haberla hecho. No sabía qué hacer, y si el sueño no era tal, y si me estaban violando sin saberlo, ¿me habría quedado embarazada?, ¿quién era?, ¿y si la próxima vez me mataba?. Me senté en el suelo, y pensé: “Vamos Elisabetta, quien te va a creer, si no tienes ni una señal en el cuerpo (porque las busqué), nadie tienes tu llaves, no hay ninguna violencia en la casa, quizás te la hayas hecho tú, mientras lo soñabas”, y concluí eso, concluí que había vivido un sueño de una forma muy real, a veces pasa, a veces incluso sueñas que te caes por un abismo y saltas, porque la vida te golpea y cuesta afrontarla, pero les aseguro que si no te rindes, tu belleza interior crecerá, incluso cuando en tu frente haya marcas. Me volví a duchar, no sé, sentí esa necesidad, sentía que necesitaba que el jabón se llevase todo lo que de mi cuerpo sobraba. Volví a la rutina de la semana, intentando olvidar las dudas que me invadían el cerebro, y ya saben: no hay nada que no te pueda curar un buen amigo. Saúl me llevó a dar un paseo por la montaña, con su grupo de senderismo, ese Viernes era fiesta local, y pudimos ir. Me encantó la experiencia, un buen paseo al aire libre te libera, se te olvidan las penas. Cada día estaba más agradecida a Saúl, me trataba tan bien, sabía que estaba un poco sola y me mimaba, creo que poco a poco me estaba convenciendo, y la verdad, cada vez me apetecía más, quizás no irme a vivir con él, eso era un paso muy fuerte que puede unir o desunir, pero sí que fuese un amigo especial, alguien con quien intimar, a quien amar, aunque fuese fingiendo, quien diga que no lo ha hecho alguna vez, miente, a veces te vas a la cama con tu marido o mujer y lo amas o la amas demasiado, pero otras piensas: “ojalá se acabe rápido”, nada es perfecto ni eterno, así que disfruta de los buenos momentos, porque el invierno llega, y a veces para que vivas siempre dentro.¿ Y saben lo que me ocurría cuando Saúl me ayudaba a bajar alguna montaña, me miraba y sonreía?, pues que un sentimiento de cariño me invadía el cuerpo, quizás no fuese amor, pero era tan bonito sentirlo, tan delicado, tan tierno, que sin quererlo, ocurrió lo que dije, me dolía un poco el corazón al verlo. Entonces me di cuenta de que se le caía mucho el pelo, se lo comenté bromeando y sonrió diciendo que su padre era calvo, y quizás había llegado el momento. Me estaba gustando, me sentía bien a su lado, me hacía sonreír sin un motivo justificado, y eso les aseguro que es mucho mejor a que te humillen, y te hagan sentir como un fracaso. Cuando me llevó a casa, le pregunté si quería subir, pero no quiso, dijo que estaba cansado, necesitaba una ducha y tumbarse en el sofá. Me dio pena, pero pensé, seguro que habrá más oportunidades, aunque a mí me hubiese apetecido tomar esa ducha junto a él, y luego irme a la cama, creo que se dio cuenta, porque se marchó con su agradable sonrisa en la cara. Me fui pronto a la cama, sabía que con el ejercicio físico que había hecho, me haría dormir como los ángeles, y lo necesitaba. Cambié las sábanas, tenía ganas de estrenar unas de raso que había comprado para grandes ocasiones, y por si ya no surgían, por lo menos saber cómo se sentía al dormir con un tacto agradable en la cara. Cerré los ojos, y me pareció escuchar el sonido de la puerta, pero no recuerdo más, caí desmayada. La noche cubrió las sábanas, el olor a ropa nueva fue el último recuerdo de esa casa. No fui consciente de lo que ocurrió mientras dormía, no sentí nada, pero a la mañana siguiente Saúl apareció muerto en mi cama, de un lado, casi abrazándome, con su sonrisa y con pelos en la almohada. Saben lo que significaba, claro que sí, antes de morir haces muchas cosas, y a veces no legales ni honradas. Me volvió a doler el corazón, creo que tendría otra raja, porque había decidido amarle, y ya no quedaba nada. Tenía claro que mis sueños no habían sido fantasías, que había venido más veces a verme, pero quiso dejarlo así, quizás para no matarme de amor, porque de eso también se mata. No sabía qué hacer, ni a quien llamar, decidí que a la policía, aunque quizás saliese mal parada, pero cuando buscas protección y no cuentas con muchas personas, crees que es la que quizás te salva. Me dijeron que tardarían unos quince minutos, que los pasé mirándolo, sin poder definir los sentimientos que me invadían, aunque también apareció la rabia. La vida es tan hermosa, y a veces tan mala, entonces saltó la alarma del móvil, y ya casi me remata. Sonó la canción de Nino Bravo, la de “te quiero vida mía, te quiero noche y día. No he querido nunca así, te quiero con ternura, con miedo, con locura, solo vivo para ti…” MARISA MONTE | |